Por Hernán Andrés Kruse.-

El 20 de junio se cumplió el tricentésimo segundo aniversario del nacimiento de un destacado filósofo, científico social e historiador escocés. Adam Ferguson nació en Logierait, Perthshire, el 20 de junio de 1723. Luego de realizar sus estudios primarios y secundarios en la Escuela Parroquial de Logierait y la Escuela de Gramática de Perth, estudió en la Universidad de Edimburgo y en la Universidad de St. Andrews. En enero de 1757 sucedió como conservador de la Biblioteca de Abogados nada más y nada menos que a David Hume. Al poco tiempo renunció al cargo para convertirse en tutor de la familia del Conde de Bule. En 1759 fue nombrado profesor de Filosofía Natural de la Universidad de Edimburgo. En 1764 se hizo cargo de las cátedras de filosofía mental y de filosofía moral. Pasó sus últimos años en St. Andrews, donde falleció el 22 de febrero de 1816 (Wikipedia, La Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Pablo Nocera (Docente e Investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA) titulado “Adam Ferguson y la inestable convivencia de la comunidad en la sociedad civil” (Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados-volumen I-número 30-2009). Analiza las ideas medulares de la obra más relevante y conocida de Ferguson: “Ensayo sobre la historia de la sociedad civil”.

INTRODUCCIÓN

“A comienzos del siglo XVIII, la incorporación de Escocia a la dinámica política y económica inglesa (1707, Tratado de Unión) trajo aparejadas una serie de consecuencias económicas notables. El incremento de la población en la segunda mitad del siglo era la vívida imagen de la profundización del comercio y el intercambio con el resto de la isla, a la vez que estimulaba el desarrollo agrícola y bancario cuyas sedes eran Glasgow y Edimburgo. Esas mismas ciudades cobijaron -junto al amparo de la tolerancia religiosa- un desarrollo académico considerable, que a diferencia de Oxford o Cambridge, no suponía un aislamiento de los centros económicos, sino un estrecho vínculo testimonial. Desde sus aulas, una multiplicidad de disciplinas recorre desde la química hasta la moral phiIosophy, las preocupaciones teóricas de una variedad de autores cuya trascendencia ha sido inobjetable.

La llamada Scottish Enlightenment tuvo en David Hume y Adam Smith, probablemente, los pensadores faro de ese «Spirit of the Age» que condujo a reflexiones muy vastas, en un diálogo constante con contemporáneos continentales. En ese contexto se inscribe la obra de Adam Ferguson, cuyas preocupaciones teóricas dieron cauce a un diagnóstico de transición, y se hicieron palpables en la reflexión decimonónica, particularmente en el terreno de la emergente sociología. Los trabajos fundamentales de Ferguson son An Essay on the History of CiviI Society(1767), Institutes of Moral PhiIosophy(1769) y PrincipIes of Moral and Polítical Science (1792).

De los tres, el primero de ellos es el que alcanzó, en su tiempo, mayor popularidad, no sólo en Inglaterra sino también en Francia y Alemania. En el Ensayo se hallan las mayores implicancias teóricas que reclama nuestra reflexión y que le valió una consideración entre los referentes tempranos del pensamiento sociológico. Nuestra intención no es aquí agregar un eslabón más en la cadena de interpretaciones que filian al autor escocés con los orígenes de esa reflexión disciplinaria. Por el contrario, nuestro interés se circunscribe al espacio central que asumió el desarrollo de la sociedad comercial en su diagnóstico de época, como peligro latente a las formas de vida política tradicionales.

A diferencia de sus antecesores iusnaturalistas, y con puntos de contacto tanto como de discrepancia, con contemporáneos de la talla de Bernard Mandeville, Ferguson tejió un concepto de sociedad (civil) de singular profundidad, que problematiza en su interior la (im)posibilidad de recrear la dimensión comunitaria de la existencia colectiva. Las líneas que aquí se inician intentan abordar la inestable convivencia de dos conceptos que, para la tradición de la sociología se han vuelto -por lo menos en su visión clásica- una contraposición hasta cierto punto irreconciliable, que haría del título que precede, una fórmula sólo aceptable en términos retóricos: un oxímoron.

Por esta razón, los aportes del filósofo escocés son de vital importancia. Somos conscientes de no querer violentar la valuación de los aportes de Ferguson en el marco de una interpretación que caiga prisionera de aquello que Skinner llamó mythology of prolepsis, es decir, sostener un tipo de lectura más interesada en la importancia retrospectiva que la producción generó en sus lectores, que aquel interés que motivó sus formulaciones para el propio autor. La singular convivencia de campos semánticos que, a posteriori se habrían desgajado al límite de oponerse, se alternan en sus formulaciones fergusonianas, adueñando una tensión que condensa en su discurso una paradoja que, como querella, protagonizó múltiples debates en el siglo XVIII: virtue vs. commerce.

En pocas palabras, el antagonismo entre comunidad y sociedad no guarda todavía un peso conceptual específico en los tiempos de Ferguson. Sin embargo, la profundidad de su diagnóstico muestra la inflexión de una traditio de discurso cuyas implicancias serán centrales para la sociología en el siglo XIX. Todavía en su prosa se hallan encorcetadas las matrices conceptuales del humanismo cívico, muchas de las cuales la economía política pondrá en tensión y buscará reemplazar definitivamente.

Con esta motivación de fondo el escrito se propone desagregar tres ejes de su propuesta analítica en el contexto de la Ilustración escocesa, a saber: a) origen natural de la sociedad (contra el argumento del contrato social), b) funcionamiento espontáneo de la sociedad (contra el argumento del legislador), c) dimensión afectiva del vínculo social (contra el argumento del interés egoísta). En segundo lugar, analizar la paradoja en que se halla envuelto el concepto de sociedad civil en relación con el de comunidad, para luego reflexionar en torno al rescate de la virtud cívica que propone el autor como una mediación activa entre el espacio privado y el público, aspecto este último desde el cual habremos de reseñar algunas conclusiones preliminares”.

EL ESTUDIO DE LA SOCIEDAD CIVIL: TRES VECTORES DE ANÁLISIS

A) LA CONDICIÓN SOCIAL DEL HOMBRE ES INNATA

“Coherente con la aproximación metodológica de base newtoniana de su coterráneo Hume, Ferguson se aproxima a la indagación antropológica siguiendo el desenvolvimiento de la observación desplegada en la historia. Desmontando el apriorismo cartesiano y el more geométrico característico del contractualismo, el filósofo escocés se propone describir la dimensión social del hombre como atributo inherente a su naturaleza, demoliendo con ello la visión de la sociedad como artificio producto del consenso: «Tanto en las primeras como en las últimas relaciones recogidas en cada rincón de la tierra, se representa a la humanidad como agrupada en tribus y asociaciones». De esta forma advierte que el límite de la visión contractual que postulaba un estado pre-social es, en gran medida, consecuencia de un proceder metodológico equívoco que olvida que «el historiador natural se considera obligado a coleccionar datos, no a presentar teorías».

La mirada naturalista sobre la historia le permite inferir a Ferguson -sobre la base del sustrato empírico-, la operación que denuncia en el apriorismo contractualista, en el cual la hipótesis ocupa el lugar de la realidad, así como la imaginación se superpone a la razón y la poesía lo hace sobre la ciencia. Advirtiendo al lector sobre que «todas las situaciones son igualmente naturales», Ferguson intenta erosionar la condición social como principio, producto del acuerdo entre hombres, para dejar atrás el pasado animal y con ello justificar la aparición del desarrollo y progreso de las artes humanas: «Si el palacio no es una construcción natural, tampoco lo es la casa y los refinamientos más elevados en el conocimiento moral y político no son más artificiales en su estilo que las primeras demostraciones de razón y sentimiento». Si en lo que respecta al hombre, la sociedad parece ser tan antigua como el individuo, la propuesta de Ferguson requiere inevitablemente una comprensión de la historia que permita pensar el cambio, desarrollo y progreso social desde los albores de la humanidad hasta las formas modernas de los estados comerciales.

En este sentido, nuestro autor es un representante de aquello que Ronald Meek llamó la teoría de los cuatro estadios. Esta tradición teórica, que tuvo en los escoceses a los referentes más paradigmáticos, intentaba desarrollar una comprensión de la historia de la humanidad, como la sucesión de cuatro épocas o momentos. Este desarrollo progresivo implicaba estadios sucesivos, cuyas formas de subsistencia eran determinantes de la organización social. A diferencia de otras visiones de la historia, en las que el peso del análisis estaba colocado en el seguimiento de las distintas formas de organización política y distintos ciclos vitales (o edades) establecidas por analogía con la vida humana, las transformaciones históricas aquí se presentan como resultado de cambios determinantes en la forma material de organizar la vida.

El filósofo escocés propone una teoría de la historia cuyo peso analítico se deposita en una formulación que tiene como base esa teoría, en la que el desarrollo a lo largo de los siglos se resume en tres épocas o estadios. El primero de ellos se caracteriza por una preeminencia de la caza y de la pesca, con un escaso desarrollo cultural y donde la actividad laboral sólo tiene como destino la supervivencia. El segundo estadio presenta un desarrollo de la agricultura junto con la formación de las primeras facultades intelectivas, en las que se alcanza una idea de propiedad todavía no diferenciada de la posesión. Finalmente, Ferguson describe un tercer estadio, al cual identifica propiamente con la sociedad civil comercial, cuya característica manifiesta está dada por el progreso de las artes, la división creciente de las actividades y la posibilidad de planificación de cara al futuro. Este último estadio conlleva el desarrollo de distintas formas de propiedad, con crecientes niveles de interdependencia económica. Con ello aparecen las diferencias sociales y materiales, así como un gobierno que detenta el poder político y con el cual se hacen manifiestas las formas civiles de subordinación. De modo articulado, la moderna sociedad civil comercial conforma una matriz social emplazada en la institución gubernamental, en la propiedad y en la subordinación de sectores sociales.

Esta somera presentación nos advierte que el reconocimiento por parte del autor de una sociabilidad natural en el hombre, conlleva una teoría de la historia, en la cual su desarrollo sería consecuencia de procesos materiales afincados en un progresivo desarrollo de la división del trabajo. Si bien Ferguson no utiliza ese apelativo (refiere más bien a la separación de las artes y las profesiones), deposita en el vector socioeconómico todo el peso de la descripción. A diferencia de sus contemporáneos franceses como Turgot (y más tarde Condorcet), Ferguson pensó la dimensión progresiva de la historia de la humanidad por fuera de la matriz espiritual de un cierto proceso creciente de ilustración y racionalización. Aunque Ferguson no discrepa con la idea de perfectibilidad del género humano, le quita toda dimensión volitiva devenida de un proceso de esclarecimiento intelectivo autopropulsado planificadamente por el hombre, como sucedía en sus pares galos.

El peso asignado a los procesos materiales, como basamento de la mejora en el paso de las épocas, conjuga en el autor escocés la convivencia de dos dimensiones que hacen a la idea de condición natural de la sociabilidad humana. Por un lado, que el proceso es espontáneo y no se haya dirigido ni planificado por el hombre; por lo tanto es natural. Sin embargo, aunque natural e irreversible, Ferguson deja un espacio para una mirada providencial, desde la cual el creador habría dejado en un plan sus huellas, entre las cuales se hallan las propensiones e instintos humanos que abonarían una idea de perfección creciente. Pero por otro lado, esa intervención de la providencia no cancela la posibilidad de la decadencia de las naciones. En consecuencia, en la propia noción de una sociabilidad natural del hombre se halla alojada la base de la mirada paradójica que tensa la perspectiva de Ferguson: mientras el proceso de desarrollo histórico sigue un curso de progreso (división de las artes y profesiones) que mejora la condición material de las personas, en tanto el origen salvaje se tiñe de su contraparte civilizada, esa misma circunstancia avecina escenarios de decadencia y degeneración”.

B) EL ORDEN SOCIAL NO NECESITA LEGISLADOR

“Deudora de la posición anterior, la idea de un orden espontáneo es en Ferguson una perspectiva central que acompaña la naturaleza social del hombre. Así como no existe una figura de pacto o contrato que funde o instituya la sociabilidad humana, tampoco la sociedad puede ser el desprendimiento de un acuerdo voluntario y planificado; guarda la forma de una síntesis espontánea. «La mayoría de la humanidad está dirigida en sus instituciones y estructuras por las circunstancias en que se encuentra, y rara vez se desvía de su camino para seguir el plan de un único proyectista. […l Ninguna constitución se ha formado por contrato, ni ningún gobierno está copiado de un plan». El tópico anterior y el presente se funden en un mismo vector de análisis para concluir que la figura del Legislador, sólo puede -si pretende dirigir y orientar el curso del desarrollo humano- entorpecer el devenir cuya dinámica viene dada por encima de cualquier voluntad anticipatoria o constituyente.

Aquí, dos dimensiones sostienen el punto de vista del autor: el peso de la experiencia y el de la costumbre. Ambas confluyen, en su opinión, en la conformación de las instituciones y se imponen cómodamente a cualquier intento proveniente de la razón que tenga por finalidad torcer el rumbo de los acontecimientos. Su perspectiva, como es habitual en las ilustraciones de la antigüedad clásica a las que apela, se ampara en los avatares de la antigua Grecia y Roma: «Si los hombres, durante épocas de intensa reflexión y dedicados a la busca del progreso, permanecen unidos a sus instituciones y trabajan bajo muchos inconvenientes reconocidos, no pueden verse libres del imperativo de la costumbre. ¿Cuál podemos suponer sería su carácter en tiempos de Rómulo y Licurgo? No estarían seguramente más dispuestos a adoptar los proyectos o innovaciones y a librarse de las consecuencias del hábito».

En consecuencia, la razón no opera como un corrector que, avizorando las imperfecciones del orden natural, introduce un trastocamiento profundo para transformar el funcionamiento defectuoso de un estado de cosas. La razón sólo guarda en este esquema una función instrumental cuya finalidad última se aleja en mucho de aquella que pudieran asignarle modelos contractuales como los de Locke y los de Rousseau. En este sentido, la dimensión espontánea con que Ferguson describe la forma histórica en que las instituciones se han ido depositando al lento compás de las costumbres, el hábito y la repetición, desplaza cualquier programa que pretende comprender el orden social desde un Legislador que -sin importar aquí cuál es su justificación teórica- termina por presentar una perspectiva omnisciente.

La demolición de la teoría del contrato social privilegia, en consecuencia, el estudio de las sociedades con base en unidades grupales, invirtiendo con ello la prioridad que guarda el individuo para pensar todo agregado social. A diferencia de Locke, Hobbes o Rousseau, Ferguson vuelve a recuperar a Montesquieu para alejarse del atomismo iusnaturalista. «La humanidad debe considerarse en grupos, como siempre ha existido: la historia de los individuos es solamente una parte de los pensamientos y sentimientos que han mantenido desde el punto de vista de su especie; y cada experimento en esta materia debe hacerse considerando sociedades completas, no individuos aislados».

C) ANTES QUE EL INTERÉS, LA BENEVOLENCIA

“Aunque las explicaciones vertidas en el Ensayo no están exentas, a menudo, de tensiones y ciertas ambigüedades, a partir de estos tópicos iniciales Ferguson describe la naturaleza humana a contrapelo de la imagen clásica de cuño hobbesiana. En otras palabras, Ferguson invierte la antropología negativa a partir de la cual aquél edificara el Leviatán, ofreciendo una imagen del hombre apoyada no en la persecución del propio interés (self1ove) sino en lo contrario: la benevolencia. Antes de continuar, puede ser apropiado precisar los términos de ese contrapunto, en el que el facilismo de depositar en Hobbes la figura del interlocutor puede suprimir un nombre de época importante, cuya presencia fue central como motor de polémicas y controversias, a muchas de las cuales respondieron los escoceses como Hutcheson, Smith y nuestro autor.

La matriz con que Hobbes analiza al hombre en estado de naturaleza (homo homini lupus) había sufrido una peculiar actualización a principios del siglo XVIII de la mano de Bernard Mandeville, cuya obra The Fable of the Bees había conmocionado las tradiciones políticas y morales inglesas asentadas en la idea de virtud. Bajo la influencia del jansenismo, Bayle y Pascal, Mandeville se valió de una perspicaz indagación psicológica para demostrar que detrás de las acciones aparentemente virtuosas se escondían motivos egoístas, que oficiaban como el auténtico resorte de la acción de los hombres. Al definir el egoísmo como punto de apoyo de la sociedad humana, Mandeville abre una brecha en la que se vuelve muy difícil justificar que la sociedad se mantenga unida gracias a un principio basado en la naturaleza del hombre.

El argumento primigenio de Lord Shaftesbury de un principio de sociabilidad natural al hombre, era invertido en las formulaciones del médico holandés para terminar reconociendo que en términos sociales, los vicios privados generan virtudes públicas. «Las cualidades apreciables del hombre no ponen en movimiento a ningún miembro de la especie: la honradez, el amor a la compañía, la bondad, el contento y la frugalidad son ventajosos para una sociedad indolente […] Pero las necesidades, los vicios y las imperfecciones del hombre, junto con las diversas inclemencias del aire y otros elementos, son los que contienen las semillas del arte, la industria y el trabajo […]» (Mandeville).

De los dos caminos posibles para pensar la vida de los hombres, Mandeville desechaba el de la virtud altruista para justificar plenamente el de la prosperidad mundana. Alterando la tradición del humanismo cívico hasta el punto de invertirlo, Mandeville consideraba que los imperativos de un estado poderoso en términos económicos requieren de una masa de trabajadores en constante movimiento y producción, circunstancias para las cuales la educación y la participación ciudadana traen más inconvenientes que ventajas. Al plantear que una vida privada repleta de vicios no produce efectos nocivos a escala social, Mandeville apuntalaba la espontaneidad del orden social (la imposibilidad de su dirección planificada previa) reconociendo el principio estructural, por el cual las acciones de los hombres traen aparejadas consecuencias impensadas que permiten cifrar en lo social una cuota de indeterminación, que justifica su comportamiento como egoísta.

Esta matriz -cuya recuperación por Adam Smith será evidente en la década de 1770 como justificación del accionar autorregulado del mercado sobre la base de la competencia individual- fue objeto de la crítica de Ferguson en un sentido muy claro. El interés o el amor propio no es el único resorte que explica el comportamiento del hombre. La denuncia del filósofo escocés advierte lo que hoy podríamos llamar la operación sinecdóquica, en la cual el interés -sólo un aspecto del fundamento de la actividad del hombre- es proyectado como la totalidad justificadora, regular e identificable de su comportamiento: «El término interés que comúnmente se aplica a algo más que nuestra propiedad, se emplea a veces por utilidad general, y esta por felicidad, de modo que con éstas ambigüedades no es sorprendente que seamos aún incapaces de determinar si el interés es el único motivo y la medida para distinguir nuestro bien y nuestro mal» (Ferguson)”.

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