Por Hernán Andrés Kruse.-

El 11 de junio se cumplió el ducentésimo séptimo aniversario del nacimiento de un destacado filósofo y pedagogo escocés, quien brilló en la psicología, la lógica, la filosofía moral y la reforma educativa. Alexander Bain nació el 11 de junio de 1818 en Aberdeen (norte de Escocia). En 1863 ingresó al Marischal College, donde fue influenciado por John Cruickshank (profesor de matemáticas), Thomas Clark (profesor de química) y William Knight (profesor de filosofía moral). En septiembre de 1840 la Westminster Review publicó su primer artículo, titulado “Electrotipo y daguerrotipo”. Ello significó el comienzo de su estrecha relación con Stuart Mill. Se graduó con una Maestría en Artes con todos los honores.

En 1845 fue designado profesor de matemática y filosofía natural en la universidad de Anderson (Glasgow). Al otro año renunció a dicha cátedra para dedicarse a escribir. En 1848 ocupó un puesto en la Junta de Salud (Londres) bajo la tutela de Sir Edwin Chadwick, donde trabajó en pos de una profunda reforma social. En 1855 publicó “The Senses and the Intellect”, y cuatro años más tarde, “The emotions and the Will”. Fue examinador de lógica y filosofía moral en la Universidad de Londres en dos períodos casi consecutivos (1857/1862 y 1864/1869). Bain fue, además, un militante político. Participó activamente en los movimientos políticos y sociales de su época. Defendió con uñas y dientes las reformas vinculadas con la enseñanza de las ciencias, y apoyó con fervor la inclusión de las lenguas modernas en el currículo y los derechos estudiantiles. En 1871 le fue concedido el título honorario de Doctor en Derecho por la Universidad de Edimburgo. Falleció en Aberdeen el 18 de septiembre de 1903 (fuente: Wikipedia, la enciclopedia Libre).

A continuación paso a transcribir un ensayo de Bain titulado LA CREENCIA (texto tomado del volumen de Alexander Bain, Professor of Logic in the University of Aberdeen, Mental and Moral Science. Part First: Psychology and History of Philosophy (London: Longmans, Green and Co., 1868, Book IV: “The Will”, Chapter VIII: “Belief”, pp. 371-385)

  1. EL ESTADO MENTAL DENOMINADO “CREENCIA”, AUNQUE INVOLUCRA AL “INTELECTO” Y A LOS “SENTIMIENTOS”, ESTÁ, EN SU SENTIDO ESENCIAL, EMPARENTADO CON LA “ACTIVIDAD”, CON LA “VOLUNTAD”.

“Al creer que el Sol se alzará mañana, que el próximo invierno será frío, que el alcohol es estimulante, que alguien es confiable, que Turquía está mal gobernada, que el libre cambio incrementa la riqueza de las naciones, que la vida humana está llena de vicisitudes ¿En qué estado mental nos encontramos? ¿Un estado puramente intelectual o intelectual y algo más? En cada una de estas afirmaciones encontramos una concepción intelectual, pero también las encontramos en muchas cosas en las que no creemos. Podemos entender el significado de una proposición, podemos concebirla con extrema vivacidad, y aun así no creer en ella. Podemos tener una exacta comprensión intelectual de la sentencia de que la Luna está a sólo cien millas de distancia de la Tierra, pero sin creencia alguna que la acompañe.

Ha de verse a continuación si un sentimiento o emoción, agregado a la concepción intelectual, equivaldría al estado de creencia. Supóngase que concebimos y contemplamos el verano que se aproxima como mucho más hermoso y genial que todos los veranos del siglo, deberíamos encontrar gran placer en esta contemplación, pero el placer (aunque, como veremos, es causa de predisposición) no constituye la creencia. Así, no hay nada ni en el Intelecto ni en el Sentimiento que comporte la esencia de la Creencia.

En la vida práctica de cada día, acostumbramos a probar las creencias de los hombres por sus acciones, ‘la fe por sus obras’. Si un político declara que el libre cambio es bueno, y aun así no permite que se actúe de acuerdo con ello (no existiendo en el camino impedimentos extraños), la gente dirá que él no cree su propio aserto. Un general afirmando que está mejor y más fuertemente atrincherado que el enemigo, pero que actúa como si fuese más débil, sería tomado como no creyendo lo que afirma, sino aquello en base a lo que actúa. Un capitalista que retira su dinero de países extranjeros, y que lo invierte con un interés más bajo en fondos ingleses, será tratado como habiendo perdido fe o confianza en la estabilidad de los poderes foráneos. Quien quiera que pretenda creer en una vida futura de recompensas y castigos, y que actúe precisamente como si no hubiese tal vida, es justamente destituido de la creencia en la doctrina.

  1. LA RELACIÓN DE LA “CREENCIA” CON LA “ACTIVIDAD” SE EXPRESA AL DECIR QUE ACTUAMOS EN BASE A AQUELLO EN LO QUE CREEMOS.

“Los casos dados más arriba apuntan a esta conclusión, y a ninguna otra. La diferencia entre el mero concebir o imaginar, con o sin un fuerte sentimiento asociado, y la creencia es actuar o estar preparado para actuar cuando la ocasión se presente. La creencia de que un soberano vale veinte chelines se muestra por la disponibilidad a tomar el soberano a cambio de los chelines. La creencia de que el soberano está débil se muestra al rechazar tomarlo como el equivalente de los veinte chelines.

La definición será elucidada de mejor manera por excepciones aparentes. (1) A menudo tenemos una creencia genuina, y aun así no actuamos en base a ella. Uno puede tener la fuerte convicción de que la abstinencia de estimulantes favorecería la salud y la felicidad, y aun así continuar tomándolos. Y hay muchos paralelos en la conducta de los seres humanos. El caso, sin embargo, no es una excepción realmente. La creencia es un motivo o un móvil para actuar, pero puede ser sobrepasada por un motivo más fuerte, como un placer actual o el alivio de un dolor actual. Estamos inclinados a actuar según creemos, pero no siempre con una fuerza omnipotente en el impulso. La creencia es un estado activo, con diferentes grados de fuerza: se dice que es fuerte o que es débil. Es fuerte cuando nos conduce contra un potente contra-impulso, débil cuando es sobrepasada por un impulso sin fuerza. Con todo, si alguna vez nos induce a actuar de alguna manera, si vence la más pequeña resistencia, es una creencia. Quien cree en una vida futura puede hacer bien poco en consecuencia de tal creencia, puede que nunca actúe de cara a una fuerte oposición, pero si hace algo, cualquier cosa, que no haría de otra manera, si incurre en el más pequeño sacrificio presente, se admitirá que tiene una creencia real, aunque floja.

(2) La segunda excepción aparente es proporcionada por los casos en que creemos cosas en base a las cuales nunca podríamos tener la ocasión de actuar. Algunos filósofos de hoy creen que el Sol está irradiando lejos su calor, y que en algún período inconcebiblemente largo se enfriará a mucho menos de cero Fahrenheit. No podría sugerirse a la mente humana ningún hecho más completamente fuera de la esfera activa de esos filósofos. Lo mismo con la supuesta historia pasada del universo, sideral y geológica. Un astrónomo tiene convicciones bien decididas en conexión con las remotas nebulosas del firmamento. Incluso los eventos de la historia de la humanidad hace mucho tiempo pasados, las hazañas de Epaminondas y la invasión de Bretaña por los Romanos, están más allá de nuestra esfera de acción, y aun así creemos en ellos. Y como se observa en la disposición de las cosas aún existente, muchos hombres que nunca cruzarán el Desierto del Sahara creen lo que se dice de su superficie, de sus días ardientes y noches heladas.

No es difícil rastrear una referencia a la acción en cada una de estas creencias. Tomemos primero la mencionada en último lugar. Cuando creemos en el testimonio de viajeros como los del Sahara, encontramos ese testimonio como de la misma clase que aquello en base a lo cual estamos acostumbrados a actuar. Alguien que viajó por África ha pasado también a través de Francia, y tal vez nos ha contado muchas cosas respecto de este país, y hemos actuado según esa información. Nos ha contado también del Sahara, y hemos caído en la misma actitud mental en este caso, aunque podríamos no tener la misma ocasión de actuar en base a ella. Expresamos tal actitud al decir que, si fuésemos a África, haríamos ciertas cosas en consecuencia de tal información.

Considerando el pasado, creemos en la historia de dos maneras. El primer uso es análogo a lo que ha sido expuesto, a saber, cuando ponemos el testimonio sobre eventos históricos en el mismo nivel que el testimonio en base al cual ahora actuamos. Otra manera es cuando construimos teorías o doctrinas sobre asuntos humanos, apoyándonos en parte sobre esos eventos pasados, y ponemos en operación esas doctrinas en nuestra práctica presente. La creencia en los fenómenos siderales inmensurablemente remotos en el espacio y el tiempo es un reconocimiento del método científico empleado sobre esos fenómenos. Los navegantes atraviesan los mares en base a la fe en observaciones de la misma naturaleza que aquellas aplicadas a las distantes estrellas y nebulosas. Si un astrónomo propusiera doctrinas respecto a las nebulosas, halladas en base a observaciones de una clase que no serían de confiar en la navegación o en la predicción de eclipses, deberíamos estar en un estado mental perceptiblemente diferente respecto de tales doctrinas, y ese estado mental no es impropiamente denominado descreimiento [disbelief].

(3) En muchos casos notorios nuestra creencia está determinada por la fuerza de nuestros sentimientos, lo que puede ser alegado como prueba de que la creencia está fundada en la parte emocional de nuestra naturaleza. Se admite el hecho, pero no la inferencia. Luego se verá de qué maneras operan los sentimientos sobre la creencia, sin constituir ellos mismos el estado de creencia.

(4) Muy frecuentemente, la creencia es engendrada por un proceso puramente intelectual. Así, cuando se nos propone por primera vez una proposición en geometría, podemos entender su sentido sin creer en ella, pero al recorrer la cadena de razonamiento o demostración, una operación completamente intelectual, pasamos a un estado de entera convicción. Lo mismo con los miles de casos donde somos guiados a la creencia por mera argumentación, por prueba o por iluminación intelectual. En todos está la apariencia de un origen intelectual de la creencia. La misma conclusión es sugerida por otro conjunto de hechos, a saber, nuestro creer en base al testimonio de nuestros sentidos o experiencia personal, pues se admite que la percepción de los sentidos es una función del intelecto.

Es por tal operación que creemos en la gravedad, en la conexión del amanecer con la luz y el calor, etcétera. Así, cuando recibimos el testimonio de otros y nos pronunciamos sobre él, estamos llevando a cabo una función estrictamente intelectual. Aparentemente conducidos por tales hechos, los metafísicos han sido casi, sino del todo, unánimes al enrolar la Creencia entre los poderes intelectuales. No obstante, puede afirmarse que el intelecto por sí sólo no constituirá Creencia, no más de lo que constituirá Volición. El razonamiento del geómetra no crea el estado de creencia, meramente presenta afirmaciones ante una creencia ya formada, la creencia en los axiomas de la ciencia. A menos que pueda mostrarse que esa creencia es un producto intelectual, la fe en la verdad demostrativa no está basada en el intelecto. La función precisa de nuestra inteligencia en el creer se mostrará a continuación”.

  1. LA CREENCIA ES UN AUMENTO O DESARROLLO DE LA “VOLUNTAD”, EN LA PERSECUCIÓN DE FINES INTERMEDIOS.

“Cuando una acción voluntaria trae placer o desvanece un dolor de inmediato, como el masticar comida en la boca, experimentamos el curso primitivo de la voluntad. Hay una ausencia tanto de deliberación, como de resolución, de deseo y de creencia. Mediante una ficción, uno puede sostener que creemos que la boca llena de comida es placentera, tanto como uno puede decir que elegimos, deseamos y resolvemos masticar y tragar el bolo, pero de cara al hecho, tales designaciones nunca habrían venido a la existencia si toda volición hubiese sido de este tipo primordial. Es la ocurrencia de un estado medio o intermedio entre el motivo y la gratificación sentida lo que hace aparecer esas fases varias.

La Creencia se muestra cuando realizamos acciones intermedias o asociadas. Cuando estiramos la mano para asir una naranja, la pelamos y la llevamos a la boca, realizamos un número de acciones, en sí mismas estériles e improductivas, y estimuladas por un placer por venir, placer que existe en el presente como motivo ideal. En esta situación, hay un hecho o fenómeno, no expresado por ninguno de esos nombres, que llena el vacío de una volición en suspenso. Pueden estar presentes deliberación, resolución y deseo, y aun así queda algo más. Por ejemplo, al seguir esos pasos para disfrutar la dulzura del jugo de naranja, podemos haber pasado a través de la fase de Deseo; la previa experiencia del placer nos ha dado una idea de él, acompañado por el anhelo del gusto perfecto. Podemos haber pasado también por la fase de Deliberación y Resolución. Pero lo que aún no se expresa es nuestra suposición de que las acciones iniciadas llevarán a un estado de deseo, y que mantendremos un grado de esfuerzo voluntario tan energético como si el placer fuera degustado realmente.

Cuando actuamos por un fin intermedio, tan decididamente como lo haríamos por un fin real, estamos en una situación muy peculiar, no implicada en el deseo, por fuerte que sea, ni en la deliberación, ni en la resolución y que merece ser señalada por un nombre. La designación principal es Creencia, y son sinónimos fe, confianza, crédito, seguridad, certeza, anticipación, expectativa, esperanza, etc. Tal estado es conocido por variar en grado. Habiéndose formado un deseo, y habiendo, si es necesario, deliberado y resuelto, podemos perseguir los fines intermedios, bien con toda la energía que la conciencia del fin último activaría o, lo que es muy común, con menos de esa energía, tal vez con tres cuartos, o la mitad, o un cuarto de esa cantidad. La diferencia no necesita tener conexión con la intensidad del deseo, o con los procesos de deliberación o de resolución. Se relaciona con un hecho que permanece separado en la mente, y las circunstancias que lo afectan reclaman una investigación especial”.

  1. LA CREENCIA SIEMPRE CONTIENE UN ELEMENTO INTELECTUAL, SIENDO SU FORMA MENOS DESARROLLADA, UNA ASOCIACIÓN DE MEDIOS Y FINES.

“El hecho mismo de esforzarse por un fin intermedio, con la vista puesta en algún fin remoto último, implica una concepción intelectual de ambos, y la asociación de uno con el otro. El cordero que corre hacia su oveja madre por leche y calor, posee un adiestramiento intelectual fijado en su mente, una idea de calor y plenitud asociada con la idea o retrato característico de su madre. Toda acción humana realizada con fines remotos se funda en adiestramientos mentales que conectan los fines intermedios con el fin último. Podemos describir adecuadamente tales adiestramientos como un conocimiento sobre hechos naturales, o sobre el orden del mundo, que todas las criaturas que pueden hacer una cosa con vistas a otra deben poseer en algún grado. Todo animal con un hogar, que sea capaz de dejarlo y retornar, sabe un poco de geografía.

Cuanto más extenso sea este conocimiento, más grande será el poder de alcanzar los fines. El ciervo que conoce diez charcos diferentes de los cuales beber, está mucho mejor provisto que cuando conocía sólo uno. Por lo tanto, la experiencia de la naturaleza, acumulada en la memoria, debe incorporarse a cada situación en la que ejercitamos la creencia. Y no sólo eso. Tal experiencia es, hablando apropiadamente, el justo fundamento de la creencia, la condición en cuya ausencia no debería haber creencia, y a mayor experiencia, mayor debería ser la energía de la creencia. Pero si encontramos, en algún punto, que la creencia no coincide con la experiencia, debemos admitir que hay algún otro origen de la confianza distinto al de las conjunciones y sucesiones naturales, repetidas ante la vista y arregladas en la mente por la fuerza de la asociación por contigüidad”.

  1. LOS FUNDAMENTOS O BASES MENTALES DE LA CREENCIA DEBEN SER BUSCADOS (1) EN NUESTRA ACTIVIDAD, (2) EN LA ASOCIACIÓN INTELECTUAL DE NUESTRA EXPERIENCIA, Y (3) EN LOS SENTIMIENTOS.

“Acá se afirma no sólo que la Creencia en su esencia es un estado activo, sino que su principal causa generadora es la Actividad del sistema, a la cual se suman influencias Intelectuales y Emocionales. (1) Estando el sistema en condiciones y no habiendo impedimentos, la espontaneidad de los órganos motrices es una fuente de acción. En segundo lugar, el Placer del Ejercicio adicional es una incitación ulterior a la actividad. Tercero, la Memoria de este placer es un motivo para comenzar a actuar con la vista puesta en el disfrute de este, siendo la operación de la voluntad engrandecida por un lazo intelectual. Estos tres factores se suman a la tendencia activa de la volición: los dos primeros son impulsos de pura actividad, el tercero es sostenido por la función retentiva del intelecto. Bajo la presión de una o más de estas fuerzas, iniciamos la acción y continuamos insistentemente hasta que es realizada, siempre que no haya obstáculos. No vacilamos, ni dudamos. Aún ignorantes del significado de ‘creencia’, actuamos precisamente como una persona en el más alto estado de confianza.

La Creencia no puede producir sino acción sin vacilación, y ya estamos situados en este punto. Supongamos ahora que nos encontramos con un obstáculo, como cuando nuestra actividad nos provoca dolor. Esto detiene nuestros movimientos presentes, y su recuerdo también tiene un cierto efecto de disuasión. No procedemos de nuevo por esa senda con la fuerza total de nuestras excitaciones espontáneas y voluntarias, hay un elemento de repugnancia que debilita, si no destruye, la tendencia activa. El animal joven en principio vaga por doquier, y al ir por un sendero cae en una trampa, y escapa con dificultad. Evitará esa ruta en el futuro, pero en lo que concierne a todas las demás, seguirá como antes. La tendencia primitiva a moverse libremente en toda dirección se rompe aquí en base a una experiencia hostil, con respecto a la cual hay en el futuro una anticipación de peligro, una creencia en un mal que se aproxima. Experiencias repetidas confirmarían esta desviación de la regla de inmunidad, pero antes de cualquier experiencia, se prosiguió de acuerdo con la regla.

Podemos entender ahora qué hay de instintivo en el acto de creer, y podemos dar cuenta de la confianza natural o primitiva de la mente. La mera disposición a actuar, que se desarrolla desde nuestros talentos activos, conlleva creencia con ella. La experiencia instruye al intelecto, no crea esta disposición activa, sino que meramente causa su crecimiento por el recuerdo del placer obtenido. Una espontaneidad natural más fuerte daría lugar a una creencia más fuerte también, manteniendo la misma experiencia. Cualquier rumbo que se siga es un rumbo en el cual se cree, mientras no surja un obstáculo. Un obstáculo que se repite neutraliza la agencia espontánea y la voluntaria, destruyendo conjuntamente la acción y la creencia. Los fenómenos de confianza y de creencia errónea están en concordancia con el origen activo del estado [de creencia]. Creemos poderosamente que lo que sea que hayamos encontrado en el pasado será siempre igual en el futuro, exactamente como lo encontramos en una experiencia continua, por pequeña que sea, esto es, estamos dispuestos a actuar en cualquier dirección que no se nos haya impedido.

No se necesita de una continuada repetición, alcanzando una asociación indisoluble, para generar una creencia: un único caso más un motivo para actuar es suficiente. El infante pronto muestra una creencia en los pechos de su madre, y si pudiese especular sobre el futuro, creería en ser alimentado de esa manera por toda la eternidad. La creencia comienza a quebrarse sin embargo cuando le dan de comer con cuchara, y la anticipación es ahora dividida, pero aun suficientemente fuerte como para sostener que el futuro se asemejará al pasado en la precisa manera antes experimentada. De este modo se genera, desde la división de nuestra Actividad, una tendencia, tan extendida como para ser una importante ley de la mente, a proceder sobre cualquier experiencia continua con la total energía de nuestra naturaleza activa y, en conformidad, a creer, con un vigor correspondiente al de nuestra actividad natural, que aquello que no se contradice es universal y eterno.

La experiencia suma la fuerza del hábito a la energía innata, y por lo tanto la tenacidad de todas las creencias tempranas. La naturaleza humana en todo lugar cree que su propia experiencia es la medida de la experiencia de todos los hombres en todo lugar y en todo tiempo. Cada uno de nosotros cree en primer lugar que toda otra persona está hecha, y siente, como nosotros, y se necesita de una larga educación para debilitar esta vasta generalización, la cual en ningún caso es nunca enteramente superada. Si la creencia fuese generada por el crecimiento de un lazo intelectual de conjunciones experimentadas, no deberíamos formarnos ningún juicio referente a los sentimientos de otros hombres hasta ser lo suficientemente mayores como para realizar una difícil operación científica de razonamiento análogo. No deberíamos decir absolutamente nada acerca de lo distante, lo pasado y lo futuro, donde nuestra experiencia es nula. Podemos creer que el agua de un manantial conocido calmará nuestra sed, pero no deberíamos creer que esa misma agua calmaría la sed de otras personas que no la han probado, ni que alguna otra agua calmaría nuestra propia sed.

Es la energía activa de la mente la que realiza esta anticipación de naturaleza tan severamente criticada por Bacon como la madre de todo error. Esta anticipación, corregida y reducida al estándar de la experiencia, es la creencia en la uniformidad de la naturaleza. Trabajamos bajo una incapacidad o inhabilitación natural para concebir cualquier cosa que difiera de nuestra limitadísima experiencia, pero no hay necesidad de que persistamos todavía en asumir que lo que es absolutamente desconocido es exactamente como lo que conocemos. Tal adelantamiento intrínseco no es una cualidad del intelecto, es la incontinencia de nuestra naturaleza activa. Así como actuamos primero y sentimos después, así creemos primero y probamos luego, no ser contradicho es para nosotros prueba suficiente. El ímpetu de generalizar nace de nuestra actividad, y somos afortunados si alguna vez aprendemos a aplicarle las correcciones de la experiencia subsiguiente. Una persona común, de ninguna manera falto de inteligencia ni de cultura, en el caso de conocer a un francés, atribuiría sin vacilar a toda la nación francesa las peculiaridades mentales de ese individuo. En lo que respecta a muchas de nuestras convicciones, su fuerza está en relación inversa con la experiencia de quien las cree”.

Share