Por Hernán Andrés Kruse.-

  1. LA SEGUNDA FUENTE DE LA CREENCIA ES LA ASOCIACIÓN INTELECTUAL

“(2) La experiencia frecuente de una sucesión deja la sólida asociación de los distintos pasos, y el primero sugiere prontamente todo el resto. Esto ingresa en la creencia, y aumenta en algún grado la tendencia activa a proseguir un determinado curso. Los actos sucesivos de agarrar una manzana, llevarla a la boca y masticarla, son seguidos por una sensación agradable: y por repetición el tren completo es firmemente fijado en la mente. La fuente principal de la energía demostrada en esos actos intermedios es aún la actividad –parcialmente espontánea, parcialmente voluntaria bajo el motivo ideal de la dulzura. Aun así, la facilidad para ir intelectualmente de un paso a otro, a través de la fuerza de la asociación, cuenta como una adición a la fuerza del ímpetu que nos lleva a lo largo de la serie de actos. Sobre un principio anteriormente expuesto, la idea de un acto comporta cierta eficacia para realizarlo, y una asociación sólida, al hacer presentes las ideas, ayudaría a hacer presentes las acciones.

Puede ser sostenido, sin embargo, que la mera asociación de ideas no pondría en movimiento la actividad, ni constituiría la disposición activa llamada creencia. Una muy fuerte asociación entre manzana y dulzura, generada al escuchar las palabras juntas a menudo (como en el ‘dulce pomum’ de la Gramática Latina), ocasionaría que una palabra sugiriese la otra, y así mismo que las correspondientes ideas se sugirieran una a la otra, pero para llegar a la acción a partir de ellas aún se requiere de una inclinación activa de los órganos, que surge de las causas de nuestra actividad, espontaneidad y motivo, y hasta que estas no son puestas en juego, no hay ni acción ni disposición activa, o creencia.

Cuando hemos sido disciplinados para consultar la observación y la experiencia antes de hacer afirmaciones respecto de cosas distantes en el espacio o en el tiempo, en vez de generalizar aventuradamente, utilizamos muy variadas operaciones intelectuales en el establecimiento de nuestras creencias, pero esos procesos intelectuales no constituyen la actitud de creer. Se aplican retrospectivamente a la voluntad por diferentes motivos –por las fallas y confirmaciones encontradas al proceder sobre bases tan estrechas– y cuando hemos obtenido el conocimiento mejorado, lo ponemos en práctica en virtud de determinaciones voluntarias, cuyo curso ha sido esclarecido por el más alto vuelo de la inteligencia.

Aun así, no hay nada en el mero intelecto que nos llevaría a actuar o a considerar la acción, y por lo tanto nada que nos haga creer. Es ilustrativo e interesante señalar quiénes poseen un carácter decidido en la vida, hombres resueltos y listos para la acción en toda ocasión. Son hombres sobresalientes, no por su inteligencia, sino por el talento activo. Una profusa espontaneidad que se presta a las motivaciones, escasas pero fuertes. La inteligencia en exceso paraliza la acción, reduciéndola en cantidad, sin embargo mejorándola sin duda en calidad, en adaptación satisfactoria a los fines”.

  1. LA TERCERA FUENTE O FUNDAMENTO DE LA CREENCIA SON LOS SENTIMIENTOS

“(3) Ya hemos reconocido anteriormente la influencia de los Sentimientos en la generación de creencias, y sólo nos queda volver a afirmar resumidamente el modo de la operación. Primero recordemos las dos pruebas de la creencia: (1) la energía en la persecución de fines intermedios, no estando el fin último al alcance, y (2) la excitación de la mente a través de la mera expectativa del fin último (cuando es algo agradable). En ambos aspectos, la creencia es afectada por el sentimiento. Si el fin último es un placer, y fuertemente realizado como idea, la energía en la persecución es proporcionalmente fuerte y la convicción es fuerte, como se muestra por los obstáculos sobrepasados no meramente en la forma de resistencia, sino en la forma de un deseo total de evidencia. Un objeto intensamente deseado es perseguido con tal excesiva confianza como para lograr la ocasión de su adquisición.

Hay otro modo de fortalecer la actitud de creencia mediante el placer. Independientemente de la contemplación del fin, el cual es necesariamente placer (sea éste directo o indirecto, como en la calma del dolor), podría haber otras causas de placer operando en el momento de dar lugar a la excitación o fluctuación de tono. Tal excitación fortalece el ánimo de la creencia, en relación a lo que sea que esté a mano. Un viajero en búsqueda de nuevas regiones está sujeto a variaciones de confianza respecto de los estados mentales por los que pasa, cualquiera sea su causa. Será más confiado cuando está descansado y vigoroso, cuando el día es calmo, o el escenario alentador, aunque no haya aumento real de evidencia en ninguna de esas circunstancias.

Que un más alto ánimo de disfrute debería ser un más alto ánimo de creencia es evidente en ambos aspectos de la creencia. En primer lugar, cualquier acción presente se persigue más vigorosamente, y en el vigor de esa persecución está implicado el estado de confianza. Y en segundo lugar, en lo que respecta al alentador disfrute anticipado ideal del fin último, cualquier cosa que aumente la euforia de su armonía tiene el mismo efecto que tendría el aumento en la expectativa del fin, significando tal aumento en la expectativa una creencia más fuerte. Lo que queremos de una seguridad firme es alivio mental, y si el alivio surge concurrentemente con la creencia, tenemos la cosa deseada, y la creencia, por el momento, está completa por una mezcla adventicia o accidental.

En algunas formas de Creencia, como en la Religión, la circunstancia alentadora es el hecho prominente. Tal creencia es valorada como un tónico para la mente, como cualquier forma de placer: la creencia y la excitación son hechos convertibles. Por lo tanto, cuando la creencia es débil, cualquier acceso de un ánimo alegre será percibido como fortaleciendo la creencia, mientras que el estado opuesto se supondrá que la debilita. El hecho es que ambas influencias conspiran juntas, y podemos, si nos parece, contarlas a ambas como una, especialmente si la fuente de la otra está oculta o es invisible. El cultivo de este último grupo de creencias es puramente emocional, y consiste en fortalecer en la mente las asociaciones de sentimiento. El caso es en todo respecto idéntico al del aumento de un afecto.

Con cualquier afecto fuerte, está implicada una correspondiente fuerza en la creencia. La mera fuerza de la excitación, de un tipo neutral, controlará a la creencia así como controla a la voluntad, por la fuerza de la idea persistente. Cualquiera sea el fin que encienda mucho la mente, será impreso de acuerdo a la fuerza de la excitación, e independientemente del placer o el dolor que comporte, y constituirá, al determinar la acción, una creencia en lo que sea que aparezca como instrumento intermediario. Una asociación casual y ligera será recogida y asumida como una causa. A la madre que ha perdido a su hijo le repugnarán ciertas cosas asociadas en su mente con la muerte del niño. Ella mantendrá distancia de esas cosas con la fuerza total de su voluntad en virtud de salvar a su otro hijo, lo cual es equivalente a creer en una conexión de causa y efecto entre ambos hechos. La influencia de los sentimientos, experimentados quizás sólo una vez, sirve así para confirmar un vínculo intelectual en tanto que sólida asociación, tal que un gran número de experiencias no sería capaz de disolver.

Por último, el poder de los sentimientos para comandar la presencia de una clase de pensamientos, y desvanecer de la vista todos los de una clase hostil, necesariamente opera tanto en la creencia como en la acción. Un susto afirma los pensamientos sobre las circunstancias de alarma, y lo vuelve a uno incapaz de contener la visión de modo que pudiera neutralizarse el terror. Hay consideraciones al alcance que nos impedirían creer en lo peor, pero no pueden hacer su aparición. El bien sincronizado recuerdo de ellas por parte de un amigo es entonces un invaluable substituto para la paralizada operación de nuestra propia inteligencia”.

  1. LA CREENCIA EN EL ORDEN DEL MUNDO, O DEL CURSO DE LA NATURALEZA, VARÍA EN CARÁCTER, EN DIFERENTES PERSONAS, DE ACUERDO AL RELATIVO PREDOMINIO DE LAS TRES CAUSAS ENUMERADAS.

“Todas las creencias implican un orden del mundo, o la conexión entre una cosa y otra, de modo que la primera puede ser empleada como un medio para garantizar a la segunda como fin. Creemos que un empujón es un primer motor, que la vegetación necesita lluvia y luz solar, que los animales son generados desde su propia especie, que el cuerpo se fortalece con el ejercicio. La principal fuente de creencia es la actividad sin obstáculos. Una única experiencia es suficiente para constituir creencia. Estamos dispuestos a hacer de nuevo, sin la menor vacilación, aquello que hemos hecho con éxito una vez. La repetición puede fortalecer la tendencia, pero cinco repeticiones no dan cinco veces la convicción de una; sería más acertado decir que, aparte de nuestras mejores pruebas de la verdad, cincuenta repeticiones podrían tal vez doblar la fuerza de convicción de la primera.

Somos todo fe al comenzar, llegamos a ser escépticos por la experiencia, es decir, encontrando confirmaciones y excepciones. Comenzamos con ilimitada confianza, y somos gradualmente educados en una confianza más limitada. Nuestra creencia en las leyes físicas es nuestra espontaneidad primitiva contraída hasta los límites de la experiencia. De este tipo es nuestra fe en la gravedad, el calor, la luz, etc. Nuestras pruebas son en gran medida simplificadas por la guía de aquellos que nos han precedido. En cuanto a los fenómenos más comunes, pronto entramos en los canales adecuados de acción. Un animal aprende en poco tiempo desde qué altura puede saltar con seguridad. El extenso catálogo de pervertidas, extravagantes y erráticas creencias puede explicarse en la mayoría de los casos por un cierto grado inusual de sentimiento, sea bien placer, dolor o mera excitación.

Somos difíciles de convencer de que algo que nos gusta nos puede hacer daño. Esta es la fuerza de la sensación placentera, que opera a través del deseo, desterrando del pensamiento toda experiencia hostil. Creemos en la sabiduría y otros méritos de las personas que amamos y admiramos, otro de los muchos ejemplos del poder del sentimiento. Tenemos al principio una fe ilimitada en el testimonio. Se presume, como cuestión de rutina, que lo que sea que se nos dijo es verdad, así como se espera que se mantenga siempre lo que encontramos en un primer intento. La experiencia tiene que limitar esta extendida confianza, y si gustos y aversiones se mantienen en lo bajo, y sólo se confía en los hechos recordados, adquirimos lo que se llama una creencia racional por el testimonio, a saber, una creencia proporcional a la ausencia de hechos contradictorios.

Nuestras creencias son influenciadas por nuestros semejantes de maneras patentes. Simpatía e imitación nos hacen adoptar las acciones y los sentimientos de quienes nos rodean, y el efecto de la sociedad no se detiene aquí, sino que llega hasta la compulsión. Con la combinación de estas influencias somos educados en todas las creencias que trascienden nuestra propia experiencia, y somos arrastrados incluso en aquello que cae bajo nuestra observación. La mera afirmación intelectual, repetida a menudo, nos dispone a confiar, pero no constituye el estado de la creencia hasta que tenemos ocasión de actuar en base a ella, y la fuerza real del estado surge cuando nuestra acción recibe alguna confirmación.

En cuanto a muchas doctrinas que nos rodean, como las recónditas afirmaciones de la ciencia y de los mayores misterios de lo sobrenatural, estamos en un muy liberado estado mental. De hacer un único experimento por nosotros mismos, y encontrarlo acorde con lo que ha sido afirmado, seríamos elevados a la vez a una confianza tal vez incluso más allá de la verdad real, pues la mente no cultivada nada sabe sobre las repeticiones y las precauciones que son necesarias para establecer un hecho. Las creencias supersticiosas de épocas no iluminadas –astrología, alquimia, brujería– y las perversiones de la verdad científica en la filosofía temprana debidas a diversas emociones fuertes, son todas explicables en base a la influencia del sentimiento en quienes les dieron origen, con la subsiguiente adición de la autoridad y la imitación”.

  1. A LA CREENCIA SE OPONE, NO EL DESCREIMIENTO, SINO LA DUDA

“En tanto que actitudes mentales, creencia y descreimiento son lo mismo. No podemos creer una cosa sin descreer alguna otra. Si creemos que el sol ha salido, debemos descreer que está por debajo del horizonte. Cuando somos incapaces de lograr una convicción, por una u otra cosa, se dice que dudamos, que estamos en un estado de incertidumbre o suspenso. Si la cosa nos preocupa poco, nos es indiferente esta ausencia de los medios de convicción. La condición de la duda se manifiesta en su verdadero carácter, como una experiencia angustiosa, cuando estamos obligados a actuar y estamos todavía inciertos en cuanto al curso de acción.

La conexión de los medios y el fin no determina nuestra creencia o seguridad. O bien hay sugerencias o apariencias contrapuestas, más o menos igualmente equilibradas, o bien no hay nada a lo que apelar en ningún sentido. Así corremos el peligro de ver frustrados nuestros fines y, además, de sufrir todas las vacilaciones de un conflicto. En asuntos de gran importancia, la duda es el nombre de la indecible miseria. Duda y Miedo, aunque distinguibles, van estrechamente juntos. La Duda, en su forma dolorosa y angustiante, es precisamente el estado de Miedo. La causa del temor se adentra en el estado de duda, y las circunstancias de la duda intensificarán el miedo. El mismo temperamento es victorioso tanto frente a la duda como frente al miedo; la disposición activa se ha visto como una fuente de valor y coraje”.

  1. LAS DESIGNACIONES OPUESTAS ESPERANZA Y DESESPERO SIGNIFICAN FASES DE LA CREACIÓN.

“La Esperanza expresa la creencia en su aspecto estimulante y alentador, siendo la confianza en el bien futuro, la creencia de que algún final placentero es más o menos seguro en su advenimiento. Denota así algo menor que la seguridad total o completa, o más bien se considera que recorre todo el espectro desde el grado más bajo de confianza que pueda tener un efecto estimulante, hasta el más alto punto cuando la expectativa está al nivel de la posesión. Por lo tanto, en la expresión de la esperanza, añadimos por lo general un epíteto de su grado, tenemos buenas esperanzas en un año comercial próspero, tenemos pocas esperanzas en la próxima cosecha.

Lo contrario de la Esperanza no es el Miedo, sino el Desespero, la creencia en el mal por venir, un estado mental que es tanto más deprimente cuando más fuerte es la creencia. Un ejército superado se desespera, es decir, cree en la inminente derrota. El estado de Miedo sobreviene prontamente, pero puede haber desespero con ausencia del miedo correspondiente. El extremo del Desespero es la Desesperación. Cuando la esperanza o el desespero pueden apoyarse sobre evidencias ciertas o sobre evidencias probables, como las proporcionadas por un juicio altamente disciplinado, son comparativamente poco afectados por la agencia externa de la excitación y la depresión. Pero en materia de evidencia probable, y en las mentes de poca estabilidad, el estado de esperanza o desespero fluctúa con las influencias que suben o deprimen el tono general [del ánimo]. Todo lo dicho hasta acá de la Creencia en general, es verdad de la creencia bajo el nombre de Esperanza”.

(*) LA CREENCIA (texto tomado del volumen de Alexander Bain, Professor of Logic in the University of Aberdeen, Mental and Moral Science. Part First: Psychology and History of Philosophy (London: Longmans, Green and Co., 1868, Book IV: “The Will”, Chapter VIII: “Belief”, pp. 371-385).

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