Por Hernán Andrés Kruse.-

El 9 de junio se cumplió el centésimo octavo aniversario del nacimiento de uno de los historiadores marxistas más relevantes del siglo XX. Eric Hobsbawm nació en Alejandría (Egipto) el 9 de junio de 1917. Se educó en el Prinz-Heinrich-Gymnasium en Berlín, en el St. Marylebone Grammar School y en el King´s College de Cambridge. Fue miembro de una sociedad secreta de la élite intelectual llamada “Los apóstoles de Cambridge”. En 1931 se unió al Partido Socialista y cinco años más tarde, al Partido Comunista. Durante una década (1946-1956) fue miembro del Grupo de Historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña. A diferencia de muchos de sus colegas historiadores, no abandonó el Partido Comunista Británico cuando tuvo lugar, en 1956, la invasión soviética de Hungría. En 1947 comenzó a ejercer la docencia (historia) en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Fue profesor visitante en Stanford en la década del sesenta. En 1978 ingresó a la Academia Británica. Si bien se retiró en 1982, continuó ejerciendo la docencia (como profesor visitante) en The New School for Social Research (Manhattan) hasta su fallecimiento en 2012 (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Daniela Spenser (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Distrito Federal-Desacatos-Número 43-septiembre/diciembre-2013) titulado “Eric Hobsbawm, marxista perseverante”. Su lectura pone en evidencia la relevancia de este intelectual marxista.

“Eric Hobsbawm murió el 1 de octubre de 2012. Hobsbawm llegó a la conclusión de que los problemas del siglo XX no sólo no se resolvieron sino que se potenciaron debido a la catástrofe ambiental del planeta. Un año antes de morir, a sus 94 de edad, el historiador inglés publicó un libro de ensayos en el que quería decir a aquellos lectores que reflexionaban “sobre su futuro y el de la humanidad en el siglo XXI” que en el contexto histórico actual volvieran a prestar atención a la interacción entre las ideas de Karl Marx y las que emanaron del marxismo. Marx y el marxismo, advirtió, seguían siendo los instrumentos indispensables del análisis del capitalismo, si bien dejaron de ser las palancas de la acción política.

El renacimiento del interés por Marx y la actualidad del marxismo se debe a la continua inestabilidad del desarrollo capitalista que genera crisis económicas periódicas con repercusiones políticas y sociales, y a que el mundo capitalista globalizado se parece al mundo que Marx y Friedrich Engels anticiparon en el Manifiesto comunista: la pobreza, la injusticia, la inequidad; y del otro lado el laisser-faire del mercado y la dinámica del desarrollo económico global con su capacidad de destruir todo lo que le precedía, incluso aquellas partes de la herencia del pasado humano del que el capitalismo se benefició, como las estructuras de la familia.

El otro elemento de la actualidad del marxismo es el análisis del mecanismo de crecimiento capitalista que genera sus contradicciones y produce una concentración económica en una crecientemente concentrada economía globalizada. Un factor adicional para la resurrección de Marx es la liberación del marxismo de su identificación con el leninismo teórico y con los regímenes leninistas que hicieron del marxismo la ideología del Estado en la Unión Soviética y los países bajo su hegemonía”.

MARX Y EL MARXISMO

“Cuando Marx murió, en marzo de 1883, no había mucho por lo que se le recordara. Escribió unos brillantes folletos y el torso de una obra sin completar: Das Kapital. La Primera Internacional, que fundó en 1864, fracasó en 1873. Tampoco dejó una impronta en la vida política e intelectual en Inglaterra, donde vivió en exilio durante más de la mitad de su vida. El éxito de Marx es póstumo y en parte se debe a la colaboración financiera y dedicación intelectual de su amigo Engels, quien terminó la obra que Marx había iniciado y accionó su legado político. Unos 25 años después de la muerte de Marx se fundaron partidos políticos obreros que se inspiraron en su obra publicada y traducida a varios idiomas y que participaron en elecciones en los países que las tenían. Muchos de estos partidos llegaron al gobierno, y no sólo a la oposición. En los países no democráticos aquellos que se autodenominaban discípulos de Marx formaron grupos revolucionarios.

70 años después de la muerte de Marx, una tercera parte de la humanidad vivía en regímenes gobernados por partidos comunistas que decían representar sus ideas y llevar a cabo sus aspiraciones. Hasta el magnate y experto financiero George Soros se interesó en Marx y su inusual descubrimiento del funcionamiento del capitalismo. En suma, Marx dejó una marca indeleble sobre el siglo xx. Destaca Hobsbawm que en la vida de Marx y Engels y en las décadas subsecuentes fue el marxismo de el Manifiesto comunista, más que el de El capital, la obra del pensamiento maduro sobre la política económica del capitalismo, que tuvo un impacto provocador sobre sus lectores. El Manifiesto, que consiste en frases lapidarias, en retórica política, libro escrito con convicción apasionada, casi aforístico, atrapaba a los lectores con fuerza bíblica. El Manifiesto se refería a partidos no como organizaciones sino como tendencias y corrientes de opiniones en los que la plusvalía y el origen de la explotación no estaban elaborados. El Manifiesto no contiene análisis económico, sino análisis histórico, en el centro del cual está la demostración del desarrollo de las sociedades por etapas, en el que la anterior crea las condiciones para su inevitable sustitución. Allí, Marx y Engels diagnosticaron el carácter revolucionario de la sociedad burguesa, el estado transitorio del capitalismo, el potencial revolucionario de la economía capitalista a largo plazo con el triunfo eventual del proletariado, el sepulturero de la burguesía.

Advirtiendo contra las posteriores interpretaciones economicistas de Marx, la lectura de Hobsbawm era que el comunismo de Marx no derivó de su análisis del carácter y desarrollo del capitalismo, sino del argumento filosófico, escatológico, sobre la naturaleza humana y su destino. La idea —fundamental en Marx y de allí en adelante— de que el proletariado era una clase que no se podía liberar sin liberar a la sociedad en su conjunto fue una deducción filosófica más que producto de la observación. El análisis económico de la política del capitalismo fue elaborado a partir de los años cincuenta del siglo, cuando Marx se sumergió en los tesoros de la Biblioteca del Museo Británico en Londres. Hobsbawm descubre lo vital y lo obsoleto en Marx, como pocos han podido, recurriendo en los textos originales a las raíces etimológicas de las palabras para entender su significado de entonces y de hoy. Por ejemplo: en el Manifiesto comunista Marx habla de que la sociedad burguesa rescató una parte de la población de la idiotez de la vida rural. Si bien es cierto que Marx compartió el desdén de la sociedad urbana por la ignorancia de la vida rural, la referencia no era a la estupidez, sino a la estrechez de horizontes y al aislamiento de la sociedad en que vivían los campesinos. Marx tomó la palabra de su origen griego, que se refería a persona centrada sólo en sus asuntos privados y no en los de la comunidad. El sentido original se evaporó con el tiempo y quedó la distorsión.

En How to Change the World, el historiador inyecta vida en los escritos de Marx y Engels revelando el drama personal de los autores y la vida de las reimpresiones de los libros ligadas a la fuerza o la debilidad de los movimientos y partidos obreros y socialistas y a las preocupaciones del día. Nos recuerda Hobsbawm que el revisionismo del marxismo, las nociones del imperialismo y del nacionalismo, eran discusiones del siglo XX, no de Marx; que la economía socialista y sus futuros contornos eran discusiones y problemas reales después de la Primera Guerra Mundial y las crisis revolucionarias que la siguieron, no antes; que el socialismo estuvo en el centro del debate del siglo xx, no en los textos de Marx, quien anticipó la crisis de la producción del capitalismo y los conflictos sociales que este sistema no tenía la capacidad de resolver y a los que no sobreviviría. La discusión era de los partidos socialdemócratas que se inspiraron en Marx, o de los partidos comunistas que dijeron haber establecido regímenes marxistas, no de Marx.

La esperanza para el futuro de que los “expropiadores serían expropiados” fue una lectura basada en el análisis económico de producción de la inequidad entre diferentes partes del mundo y entre las clases, no en la observación empírica. Hobsbawm destaca la universalidad del pensamiento de Marx, no como un cientista interdisciplinario sino como alguien que integró todas las disciplinas: la filosofía, la economía, la política y la ciencia. Hobsbawm es enfático cuando afirma que el marxismo de Marx no es un cuerpo de pensamiento terminado, sino en incesante evolución; el haberlo convertido en dogma y ortodoxia fue ir a contracorriente del propio Marx, cuyo método de investigación se prestó a diferentes resultados y perspectivas políticas: una lectura para Gran Bretaña de transición pacífica al poder y otra lectura para la Rusia zarista de transición de la aldea rural al socialismo. Hobsbawm niega la lectura correcta o incorrecta de Marx y aduce que era legítimo que Lenin leyera El capital como la teoría que enseñaba la transición del subdesarrollo a la modernidad por medio del desarrollo económico del tipo occidental, así como Marx especuló sobre la transición directa de la aldea rusa al socialismo.

El argumento de algunos de que el experimento soviético de transición hacia el socialismo no podía construirse sin que el mundo entero fuera capitalista, dice Hobsbawm, no se derivaba de Marx. Rusia era demasiado atrasada como para producir más que una caricatura de la sociedad socialista. Aunque la Revolución Bolchevique de 1917 no hubiera tenido lugar, el capitalismo liberal no se habría producido bajo el zarismo. El marxismo como método de análisis fue abandonado hacia el final del milenio. Hobsbawm arguye que el colapso de los regímenes comunistas y las crisis de las democracias laboristas no son suficientes explicaciones. De manera ostensible, los sistemas y movimientos marxistas que Marx inspiró fracasaron o abandonaron sus objetivos originales, con lo que hicieron innecesario política e intelectualmente dedicar tiempo a la teoría que la historia desacreditó.

La otra fuente para desacreditar el marxismo fue el anticomunismo de la Guerra Fría. Lo que fue denunciado no fueron las teorías y los análisis de Marx, sino la perspectiva de la revolución como desorientadora de la gente joven y como el totalitarismo que desafiaba el liberalismo y la sociedad en el autorregulado y racional mercado. En esta lógica Marx fue identificado con el terrorismo y los campos de trabajo forzado. Paradójicamente, aun sin la Guerra Fría, el anticomunismo continúa, no contra un enemigo que dejó de existir, sino para realzar la supremacía y la superioridad del capitalismo liberal. El inesperado regreso de Marx al mundo en un contexto en el que la existencia del capitalismo está puesto en entredicho se explica no debido a una amenaza de la revolución social sino como consecuencia de las irrestrictas operaciones del capitalismo global a las que Marx fue sensible, más que los creyentes en las decisiones racionales y los mecanismos de la autocorrección del libre mercado”.

UNA INTERPRETACIÓN MARXISTA DE LA GLOBALIZACIÓN

“Desde la perspectiva de hoy, la contribución de Marx a la comprensión de la globalización es invaluable y nadie mejor equipado que Hobsbawm el historiador para recordar lo que otros han olvidado o quieren olvidar. Su libro Globalisation, Democracy and Terrorism no hubiera podido tener la extensión espacial y la profundidad temporal que tiene de no haber reflexionado Hobsbawm sobre el largo camino que llevó a la humanidad de The Age of Revolution a través de Industry and Empire a The Age of Capital y de allí a Age of Extremes.

Al hacer un registro del presente en un contexto amplio y en una perspectiva de larga duración, el historiador se centra en áreas que requerían un claro e informado análisis: la guerra y la paz en el siglo XXI, el pasado y el futuro de los imperios, la naturaleza y el contexto cambiantes del nacionalismo, las perspectivas de la democracia liberal y la cuestión de la violencia y el terror políticos en el contexto de la globalización, entendida como el mundo en el que las actividades están interconectadas sin estorbo de fronteras locales; el mercado libre, que ha causado un crecimiento dramático de las inequidades económicas y sociales dentro de los Estados y a nivel internacional; el surgimiento de la inequidad especialmente en las condiciones de extrema inestabilidad económica que están en la raíz de las tensiones sociales y políticas del siglo XXI; la erosión de la capacidad de los Estados y de los sistemas de bienestar de proteger el nivel de vida de sus ciudadanos en los países industrializados, que compiten con los ciudadanos de fuera de sus fronteras, quienes suelen tener las mismas capacidades pero son pagados por una fracción menor del salario occidental; y finalmente, mas no por ello menos importante, la presión del ejército laboral de reserva de los inmigrantes de los pueblos en las grandes zonas globalizadas de la pobreza sobre el empleo de los ciudadanos en los países de las metrópolis.

Hobsbawm analizó la globalización como historiador y como alguien que era hostil hacia el imperialismo, ya fuera de las grandes potencias que creían que les hacían un favor a sus víctimas conquistándolas, ya fuera de los hombres blancos que asumían su superioridad automática sobre los de otro color de piel. El imperialismo del siglo XXI de Estados Unidos y Gran Bretaña que Hobsbawm resaltó no era sólo la obviamente desdeñable guerra de Iraq, sino la propuesta de la legitimidad, y a veces de la necesidad, de la intervención armada para preservar los derechos humanos en la era de la barbarie, la violencia y el desorden globales. Argumenta Hobsbawm que el imperialismo de los derechos humanos se fundamenta en la creencia de que los regímenes de la barbarie y la tiranía son inmunes al cambio y que sólo la fuerza exterior puede acabar con ellos, difundir los valores y las instituciones políticas o legales aceptables al mundo occidental.

Esta forma de pensar es la continuación de la denuncia del totalitarismo de la Guerra Fría basada en la fe de que la fuerza puede lograr transformaciones culturales. Este imperialismo de los derechos humanos estuvo en la discusión durante la desintegración de Yugoslavia en los años noventa del siglo pasado, que parecía sugerir que solamente la fuerza armada exterior podía acabar con las masacres entre los pueblos de las partes que buscaban su autonomía y la hegemonía que una parte buscaba sobre las otras, y que únicamente Estados Unidos podía y estaba dispuesto a recurrir a ella para poner orden en los Balcanes. Hobsbawm rechazó esta propuesta con la que Estados Unidos, que no tenía intereses históricos, políticos o económicos en la región de Europa del sur, intervino de una manera aparentemente desinteresada. En la visión política e histórica de Hobsbawm, la promoción de los grandes poderes de los derechos humanos era algo incidental a sus intereses fundamentales”.

BALANCE Y PERSPECTIVAS

“El siglo xx arrojó más muertes que los siglos previos. Las guerras causaron, directa e indirectamente, 187 millones de muertos. A las guerras calientes y frías han seguido guerras locales hasta la fecha. El mundo no ha tenido paz desde 1914 ni la tendrá, vaticinó Hobsbawm. La guerra y la paz en el siglo xxi no dependerán de mecanismos más eficaces para las negociaciones y los acuerdos, sino de la estabilidad interna de cada país. La guerra no surgirá de las disputas entre los Estados, sino del involucramiento de los Estados o los actores militares de fuera en conflictos internos de otros países. Las naciones con economías prósperas y distribución equitativa de los bienes entre los habitantes tendrán menor tendencia a la guerra que las más pobres, donde priva la inequidad y la economía inestable que reducen la posibilidad de la paz.

La otra fuente de violencia armada proviene de la falta de legitimidad y de la carencia de un buen gobierno ante la opinión de los habitantes de un país. El mundo está dividido entre los Estados capaces de administrar sus territorios y ciudadanía con eficacia y Estados cuyos gobiernos nacionales oscilan entre débiles, corruptos e inexistentes, y son estas zonas las que producen luchas armadas internas y conflictos internacionales. Aunque la guerra en el siglo XXI no será de tanta fuerza como en el siglo XX, la violencia armada, pronosticó Hobsbawm, será endémica, y hasta epidémica. Uno de los detonadores de la inestabilidad en el siglo XXI, visto en retrospectiva, es la desaparición de la Unión Soviética, la de su esfera de influencia y el fin de la Guerra Fría. Desde 1989 el sistema de poder internacional dejó de existir por primera vez en la historia de Europa desde el siglo XVIII. Después de la desintegración de la URSS se incrementaron los Estados soberanos, así como los Estados fallidos incapaces de establecer gobiernos centrales o de controlar endémicos conflictos armados internos. Por el otro lado, los intentos unilaterales por establecer el orden global no han prosperado.

Una de las consecuencias de la globalización y de la inestabilidad es la migración de millones de seres humanos cuya identidad principal dejó de ser el acta de nacimiento, que fue reemplazada por el pasaporte. La ciudadanía ha adquirido nuevas características en cuanto una parte de la población no vive en su territorio nacional, donde goza de plenos derechos, sino que reside de manera permanente en territorios nacionales en los que no tiene los mismos derechos que los nativos. Por tanto, los Estados perdieron el conocimiento y el control sobre aquella población que ilegalmente entra en tal o cual país. Un fenómeno que se ha acrecentado con el movimiento global de la población es la xenofobia, como uno de los resultados de la ideología del globalizado libre mercado que privilegia el movimiento internacional de capital y comercio pero que ha fallado en establecer el libre movimiento internacional del trabajo. El evidente aumento de la xenofobia es el reflejo del cataclismo social y de la desintegración moral, que es materia explosiva en los países y regiones étnica, religiosa y culturalmente homogéneos no acostumbrados al flujo de forasteros. La xenofobia refleja también la crisis de la identidad nacional en los Estados-nación. Las identidades nacionales forjadas en el siglo xix se han ido resquebrajando en identidades de grupos como respuesta a la disminuida legitimidad de los Estados-nación y a las demandas que son capaces de ejercer sobre sus ciudadanos.

Desde la perspectiva de la herencia del siglo XX, incluyendo la del gobierno liberal democrático, el desarrollo capitalista global está corroyendo la democracia liberal. Muchas son las razones, pero la común es el debilitamiento del poder del Estado y el regreso de la crítica ultrarradical del papel del Estado que, según ella, debía ser el menor posible porque el funcionamiento del mercado era más eficiente y barato. Adoptada esta fe, el Estado ha dependido de los mecanismos económicos privados, reemplazando la activa y pasiva movilización de sus ciudadanos. Si bien es cierto que en los países ricos la economía puso a la disposición de sus consumidores más que los gobiernos y la acción colectiva, el ideal de la soberanía del mercado no es un complemento a la democracia liberal, sino su alternativa, pues niega la necesidad de decisiones políticas sobre los intereses comunes, a diferencia de las decisiones racionales, o no, de los individuos que buscan preferencias privadas. La participación en el mercado sustituye la participación en la política. El consumidor reemplaza al ciudadano. Y sin embargo, concluye Hobsbawm, por la democracia liberal no han tocado las campanas y la utopía del mercado global sin Estado no llegaría.

En el mundo gobernado por gobiernos populistas que tienen que tomar a la población en cuenta y en el que la población no puede vivir sin los gobiernos, las elecciones democráticas continuarán, pues siguen siendo el mecanismo mediante el cual éstos se legitiman y consultan a la población sin que necesariamente se comprometan a algo demasiado concreto. Sin embargo, los mecanismos políticos que los gobiernos nacionales tienen a su disposición están mal adaptados para tratar los problemas del siglo XXI, cuya solución no se encontrará en el conteo de votos o en la medición de las preferencias de los consumidores. La crisis global de la que la violencia política es expresión refleja una profunda dislocación social causada en todos los niveles de la sociedad gracias a la rápida y dramática transformación de la vida humana y de la sociedad. ¿Por dónde empezar, se preguntó el octogenario Hobsbawm en los años noventa?”

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