Por Hernán Andrés Kruse.-

THE AGE OF HOBSBAWM

“Eric Hobsbawm creó una generación de historiadores, hombres y mujeres, que maduraron en los años sesenta del siglo pasado y que fueron influidos por sus trabajos seminales Primitive Rebels, Labouring Men y Captain Swing, además de la trilogía sobre el siglo xix ya mencionada. Con otros historiadores marxistas, Hobsbawm inició la revista Past and Present, que introdujo en Gran Bretaña la noción de “historia de la gente” —“people’s history”—, no sólo de la historia de la clase obrera o de las luchas populares, sino la idea de que cada clase hizo su historia para satisfacer sus necesidades. Hobsbawm develó la protesta rural en Europa y fuera de ella, las condiciones de vida y las experiencias de los obreros y los artesanos británicos, y refundó la historia económica de Gran Bretaña del siglo xix. El siglo xix fue su siglo y, al igual que Marx, logró diseccionar los patrones ocultos en el surgimiento e influencia de la burguesía sin esconder su admiración por la rápida acumulación de la riqueza y el conocimiento, promesas y visión optimistas del radiante y mejor futuro, junto al reconocimiento del costo en el sufrimiento de la población trabajadora.

Por tanto, no dejó de sorprender el hecho de que Hobsbawm añadiera The Age of Extremes sobre el corto siglo xx a la trilogía sobre el siglo anterior: nacido Hobsbawm en 1917, aquél fue largo en su propia experiencia en gran parte de los procesos que analizó. Hobsbawm había escrito sobre el pasado revolucionario y radical, pero no sobre el tiempo contemporáneo que presentaba retos profesionales y personales diferentes, pues ese siglo terminó con el colapso de los ideales políticos, sociales e institucionales a cuya defensa Hobsbawm dedicó gran parte de su vida. Los problemas de interpretación del pasado reciente se combinaban con el hecho de que la línea del Partido Comunista de Gran Bretaña imponía a sus miembros áreas intocables, lo que era inaceptable para un historiador serio.

Después de analizar la época de las catástrofes de las dos guerras en The Age of Extremes, Hobsbawm trata la Posguerra como “era de oro”: un periodo de crecimiento, de cambio social dramático y de dislocación en Europa y en el mundo colonial, que con la distribución de los beneficios de ese crecimiento entre una mayor cantidad de personas sembró a la vez las semillas de su corrupción y su disolución. Hobsbawm leyó su material a la luz de un marxismo sofisticado, capaz de detectar que con las expectativas e instituciones movilizadas por la experiencia de la expansión rápida y la innovación que produjeron la democratización del conocimiento y de los recursos, incluyendo las armas, éstos se concentraron en manos privadas que amenazaban con la erosión de las instituciones del mundo capitalista que las originó. Sin compartir las culturas y las aspiraciones colectivas, nuestro mundo perdió la estabilidad y cayó en la crisis y el declive de la civilización, lo que traicionó la promesa del potencial material y cultural decimonónico. El siglo xx terminó con grandes avances materiales, pero con regresión moral en términos de la solidaridad social, un abismo entre los ricos y los pobres y un exaltado nacionalismo.

Antes de que Hobsbawm escribiera su autobiografía Interesting Times, The Age of Extremes fue su libro más personal. Hobsbawm estudió el siglo xx observando y escuchando, y el libro combina la perspectiva interpretativa con las experiencias de su propia vida. La inflación posterior a la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, es descrita como una calamidad para su abuelo austriaco, quien tuvo que redimir su vencido seguro y tener con ello apenas lo suficiente para comprarse una bebida en su cafetería preferida. Para poner de manifiesto el cambio social en Palermo, el desempleo en São Paulo o los riesgos de introducir el capitalismo en China, Hobsbawm se nutre de sus conversaciones con los bandidos sicilianos, con los obreros brasileños organizados y con los burócratas comunistas chinos. Hobsbawm admitió en varias ocasiones que no siempre tenía la razón y que los periodistas a veces detectaron lo que los historiadores, como él, perdieron de vista. Cuando el corresponsal de The Times vaticinó que en el siglo xxi el comunismo en China se convertiría en la ideología nacional, Hobsbawm fue sorprendido y concedió, siguiendo la misma admisión de Marx, que la humanidad no siempre se impone sólo las tareas que puede resolver”.

EL HISTORIADOR COMUNISTA

“El mundo conceptual de Hobsbawm, según un crítico más joven que él, quedó constreñido por la visión binaria que opacó su análisis complejo de algunos fenómenos. El otro brillante historiador inglés, Tony Judt, puso como ejemplo la Guerra Civil española, en la que se jugaron muchos intereses, entre ellos el de Josef Stalin por utilizar la guerra para resolver los conflictos locales e internacionales bajo la apariencia de apoyar el antifascismo. De allí en adelante la unidad antifascista forjó una nueva imagen del comunismo internacional, después del desastre militar, económico y estratégico que significaron las dos primeras décadas del siglo. Sin comprender este rehacer del comunismo no se entendía el siglo xx que Hobsbawm trataba en los términos de los años treinta y la historia que escribió cayó víctima de su memoria. Sin analizar críticamente el fenómeno del bolchevismo del que el comunismo realmente existente fue una de sus derivaciones, Hobsbawm sostenía una interpretación de la experiencia comunista que dejó de ser la adecuada. Al llamar “dorada” la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, Hobsbawm, igual que Marx en el siglo xix, hizo caso omiso de la experiencia de las pequeñas naciones, absortas en la esfera de influencia de la Unión Soviética en el siglo xx.

Hobsbawm llegó a ser comunista en 1932 en Berlín e ingresó al partido en 1936 en Cambridge. Nunca renegó de su compromiso con el comunismo ni abandonó el sueño de la Revolución de Octubre. Si bien en su autobiografía declaraba: “el comunismo ha muerto” —“Communism is now dead”—, ser comunista era uno de los temas centrales de la historia del siglo xx. Sin embargo, la lealtad de Hobsbawm al comunismo, que poco tenía que ver con el marxismo, no afectó su oficio como eminente historiador marxista, pero obnubiló su capacidad de historiar el comunismo. Hobsbawm se negó a ingresar a las legiones de los excomunistas con el argumento de que su lealtad no era hacia el partido, sino hacia “el sueño de la liberación general” y hacia los ejemplos de dedicados y abnegados comunistas.

Tampoco se convirtió en un militante estalinista. La existencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss), a pesar de sus debilidades, “fue una prueba de que el socialismo era más que un sueño”, aunque el colapso de la urss y de los países que fueron construidos a su imagen dejó detrás un paisaje en ruina material y moral (Hobsbawm). Pero Hobsbawm no llega al fondo de esa historia. El comunismo al que dedicó su vida envenenó la herencia radical de la que la Revolución de Octubre quería ser el adalid. Hobsbawm terminó sus memorias con el llamado a combatir la injusticia social, que sola no desaparecería, y Tony Judt le reclamó que para combatirla el punto de partida era decir la verdad en el siglo nuevo sobre el viejo: “Hobsbawm se niega a enfrentar el mal y llamarlo por su nombre; no critica la herencia moral y política de Stalin y sus obras”. El horror comunista no lo perturbó de manera igual que el horror fascista sin que eso implicara que los extremos se tocaban y que el comunismo y el fascismo fueron análogos (Judt).

Hobsbawm permaneció en el Partido Comunista durante 50 años, mientras la mayoría de sus camaradas lo abandonaron en los distintos parteaguas de la historia: en ocasión de la firma del Tratado de No Agresión entre Hitler y Stalin en agosto de 1939, después de que los comunistas en el mundo entero habían sido movilizados para la lucha contra el nazifascismo y contra Hitler; cuando los tanques soviéticos ingresaron a Budapest en 1956 para acallar la demanda de los húngaros por democratizar su régimen comunista, o cuando los tanques del Pacto de Varsovia volvieron a entrar a un país vecino y aliado en 1968 para aplastar el movimiento de los comunistas en Checoslovaquia para construir el socialismo con rostro humano. Hobsbawm se mantuvo fiel al partido porque fue allí donde experimentó la fraternidad, la solidaridad, la abnegación y la pertenencia, aunque racionalmente la “línea” del partido no se basaba en un análisis marxista de la realidad sino que se reducía a la retórica.

Hobsbawm admitió que tenía una ventaja: pertenecer a un partido que no estaba en el poder y que su existencia profesional no dependía de la lealtad al partido, como era el caso de todos aquellos, incluyendo colegas suyos, que vivían en los países gobernados por los partidos comunistas. Es cierto que Hobsbawm, el comunista y destacado historiador, pagó un precio por su lealtad, pues en los años cincuenta en la universidad su avance en la jerarquía académica fue detenido. Para Hobsbawm este precio era menor frente a sus certezas del triunfo de la revolución proletaria en la sexta parte del planeta. Tal como había vaticinado Marx, que la clase obrera industrial sería el agente del cambio, no había sacrificio suficiente ni impedimento alguno para no luchar por la utopía. Los comunistas no eran liberales para detenerse ante los sufrimientos de las víctimas del estalinismo.  Hobsbawm permaneció en el partido porque allí conoció a hombres y mujeres de excepcional calidad humana, lo que le dio la fe en la posibilidad del comunismo humanizado. O dicho de otra manera: ¿Puede la humanidad vivir sin ideales de libertad y justicia, o sin aquellos que dedican su vida a la consecución de éstos? ¿O quizás hasta sin la memoria de aquellos que lo hicieron en el siglo xx?”.

ENCUENTRO CON AMÉRICA LATINA

“El encuentro de Hobsbawm con América Latina fue diverso, de larga duración, de contacto directo y aprovechamiento mutuo. La influencia de Hobsbawm sobre los científicos sociales fue más palpable en los estudios económicos del siglo xix y en los estudios sobre los bandidos que en la elaboración de una síntesis del siglo xx latinoamericano. Cuando empezó a viajar a América Latina en los años sesenta del siglo pasado, quedó asombrado por los vastos contrastes de todo tipo: económicos entre los pobres y los ricos, de educación entre una elite sofisticada y los analfabetas, pero lo que más llamó su atención fue la vitalidad de los movimientos campesinos en países como Colombia, en la era de la Revolución Cubana, lo que para el europeo fue un descubrimiento. Colombia, que en el papel era una democracia bipartidista, en realidad era “el campo de muerte de América del Sur” —“the killing field of South America”— después de que el fracaso de la revolución social en 1948 dio pie a una constante: la omnipresente violencia en la vida pública por un lado y el surgimiento de la guerrilla rural por el otro lado. Para el historiador y visitante marxista, América Latina se convirtió en el laboratorio del vertiginoso cambio social y de inéditos escenarios. Los movimientos campesinos de Perú y Colombia influyeron sobre la primera edición de Rebeldes primitivos en español y de Bandits.

La impronta de Hobsbawm fue también en otra dirección, sobre todo en los estudios del bandidaje en América Latina. Aparecieron tanto investigaciones que imitaron el análisis de Hobsbawm como trabajos críticos de ese modelo que concibieron a los bandidos no como redentores sino como hombres en busca de su propio beneficio, no la solidaridad de clase sino la adaptación al régimen de explotación, no la resistencia sino la defensa del honor, clanes y familias que forjaban algún tipo de asociación con las elites. Un latinoamericanista, desde la perspectiva del estudio del bandidaje de los cangaceiros, criticó la influencia del marxismo de Hobsbawm sobre su tópico de imputarles a los bandidos motivos prepolíticos por atacar la propiedad y las vidas sin que tuvieran la conciencia de ser rebeldes sociales.

Similares críticas fueron hechas a Hobsbawm y su teleológico, unilineal, punto de vista de la historia al asumir que cada etapa histórica sería reemplazada por otra formación más moderna hasta llegar a una figura marxista-leninista madura. En 1987, por ejemplo, Richard Slatta compiló algunos trabajos, y él mismo escribió varios, y retomó la venerable tesis de Hobsbawm para demostrar las divergencias entre aquel modelo y los casos regionales. El veredicto de Slatta fue que los nexos entre la clase y la camaradería, que según la tesis de Hobsbawm conectaban a los bandidos sociales con los campesinos, estaban ausentes en los contextos latinoamericanos. La disputa del modelo de Hobsbawm dio pie a un fructífero debate entre Slatta y algunos de los otros colaboradores de la mencionada compilación, que fueron criticados por despojar a los bandidos de su carácter social, lo que empobreció los estudios campesinos, de estructuras agrarias y de las relaciones sociales en el campo latinoamericano.

Esta crítica y un análisis del libro de Slatta a la luz de la tesis de Hobsbawm fue el foco de atención de dos artículos de Gilbert Joseph, profesor de la Universidad de Yale, “On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance” y su respuesta al debate que desató el primer artículo, “Resocializing Latin American Banditry”. La recriminación principal de Joseph, que sometió a Hobsbawm a un escrutinio con los materiales de archivos latinoamericanos, fue que basó su investigación en fuentes oficiales, informes administrativos, criminales y policiacos, recreó discursos de poder y de control social, y no las cuestiones sociales relativas a la composición de grupo y la motivación, que eran determinantes para ver si un grupo o un individuo fue un exponente de la protesta social o no. Lo que aquellos científicos sociales escribieron fue historia de las elites, historia de los bandidos como individuos incorporados o sometidos al mundo del poder y a sus intereses, en el afán de demoler la tesis de Hobsbawm de la conexión entre los bandidos y los campesinos que el historiador inglés, era cierto, no documentó empíricamente.

Joseph hace una crítica a Hobsbawm desde la perspectiva de América Latina y un cuestionamiento sobre el papel del bandidaje en los episodios de la insurgencia rural. Los bandidos de Hobsbawm eran campesinos fuera de la ley que representaban formas primitivas inconscientes de protesta popular sin ideología, organización o programa. Sus actividades tenían por blanco a los dueños de la tierra y a los funcionarios del intruso régimen capitalista, y gozaban del apoyo de las comunidades campesinas que se beneficiaban de sus operaciones material y psicológicamente. El bandidaje de Hobsbawm era un fenómeno arcaico, prepolítico, de comunidades aisladas que se extinguían cuando las sociedades se integraban a la economía capitalista y al marco legal del Estado-nación, y cuando perdían su base social y su liderazgo eran reemplazados por el poderoso Estado. Joseph señaló que las fuentes literarias y etnográficas de Hobsbawm para construir esa imagen no fueron complementadas con la investigación en los archivos judiciales y de la policía, que es el otro instrumento en el arsenal de los historiadores sociales.

Hobsbawm aseveró que los bandidos tenían una relación con el campesinado sin haber documentado esa conexión, falta que dio lugar a que fuera soslayada y a que en su lugar, de una manera dicotómica, los bandidos fueran caracterizados como colaboradores de las elites. Joseph se pregunta: ¿cómo colocar al campesinado en el centro de los estudios del bandidaje sin dejar de lado a las elites? Encontró la respuesta en el análisis de la conducta social desde la perspectiva de la conciencia de los actores, sus aspiraciones y los criterios morales que nutrían la acción social. Siguiendo esta búsqueda de resistencia campesina, no como propone Hobsbawm, espontánea, sino difusa, sin programa, los campesinos tienen por blanco la destrucción o erosión de la autoridad de la clase dominante que los ponía en el campo político (Joseph).

En el proceso de esta reflexión, Joseph abrió un abanico conceptual e incorporó al debate de Hobsbawm las contribuciones de Ranajit Gupta, de la corriente de estudios subalternos de la India poscolonial, y de James Scott, de la de las formas cotidianas de resistencia que surgió de los estudios de Asia y África —novedosas entonces y moneda de curso hoy en día—, lo que le permitió trascender la controversia en torno a Hobsbawm sobre el fenómeno del bandidaje y llevarla a un terreno más fructífero, como las múltiples formas de resistencia campesina, recurriendo a los estudios sobre el bandidaje como contribución a una mejor comprensión de las comunidades rurales. Joseph ponderó de una manera elegante el efecto que tuvo el seductivo pero teleológico y monocromático retrato del campesinado tradicional prepolítico de Hobsbawm, inspirado en la experiencia mediterránea, que ha pospuesto la investigación de una variedad de temas sociales en la historiografía del bandidaje en América Latina.

Ésta apenas se iniciaba cuando Joseph escribió su artículo. Y una vez que se documentó el bandidaje en diferentes regiones, se amplió el abanico de la composición social de los grupos de bandidos, disputando la noción de Hobsbawm de que éstos pertenecían a las filas de los desempleados, que eran jóvenes y sin compromisos. La investigación en los pueblos y en las haciendas de América Latina ha revelado una activa participación de pequeños agricultores con familias en las diferentes operaciones del bandidaje y se ha extendido a las relaciones de parentesco, de género y de redes dentro y fuera de las comunidades. En suma, siguiendo a Hobsbawm en los estudios de los bandidos y de la sociedad rural en América Latina y abriendo el campo a las nuevas corrientes conceptuales, la agenda del estudio del Hobsbawm de Rebeldes primitivos y de Bandits fue ampliada, enriquecida y puesta en una perspectiva comparativa para el bien de la investigación latinoamericana en los años subsecuentes”.

EL INDISPENSABLE HOBSBAWM

“Hobsbawm fue y sigue siendo una inagotable fuente de inspiración para los historiadores. Sus estudios sobre el siglo xix, escritos de una manera elegante, sin ser cargados de erudición y verborrea, meticulosamente investigados, de claro pensamiento y exposición, son un ejemplo a seguir. La metodología marxista que subyace a sus libros se acompaña de un conocimiento de un hombre renacentista, a lo que hay que agregar su aguda capacidad de observación y de almacenamiento de información. Hobsbawm es también un sujeto de historia. Sus experiencias de Viena en los años veinte, de la República de Weimar en Berlín en los años treinta y del ascenso de Hitler al poder en 1933 lo hicieron testigo de la historia y explican su conversión al marxismo y al comunismo. Sus convicciones políticas le impidieron ser reclutado, como quería, por la inteligencia británica durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su independencia de pensador marxista imposibilitó que sus libros fueran publicados en la Unión Soviética. Es esta conjunción del intelecto y el compromiso con la historia y el tiempo del historiador la que constituye el legado de Hobsbawm para el siglo xxi.

(*) Daniela Spenser (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Distrito Federal-Desacatos-Número 43-septiembre/diciembre-2013): “Eric Hobsbawm, marxista perseverante”.

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