Por Hernán Andrés Kruse.-
LIBERTAD VERSUS DEMOCRACIA
“Julián Marías rechaza expresamente una idea muy extendida según la cual la libertad sólo pudo ser posible, a partir del siglo XVII, con el liberalismo y luego con la irrupción de la democracia. Por tanto, la libertad no es privativa de la nueva legitimidad liberal-democrática más que lo fue en determinadas coyunturas en el pasado. La libertad política, afirma, se concretaba con la democracia liberal. La intervención de lo que él denominaba sentido histórico, que estaba tan presente en su obra como hemos visto, permitía sacar a la luz el error que contenía dicha idea. Defendía que la libertad sí existió y, de hecho, podía existir bajo modos de vida no necesariamente democráticos. Para esto, tenía presente que en el pasado hubo épocas y situaciones de libertad para el hombre con independencia de cuál fuera el titular del poder. No obstante, era cierto que se exigía que dicho poder estuviese limitado, estuviera inspirado por fines, regido por una serie de principios y sometido a procedimientos encargados de regular su ejercicio.
Las limitaciones y naturaleza del poder real, aplicados al ejercicio de la libertad individual y colectiva en el Medievo, que se extiende a lo largo y ancho de la Edad Moderna, a los que hace alusión Marías, se sitúan con matices en la órbita de las concepciones de textos clásicos que versan sobre la teoría política-medieval como los de Ernst Kantorowicz o los orígenes del Estado de Strayer.
Para justificar las anteriores afirmaciones, Marías ponía como ejemplo el caso de las monarquías absolutas desde el siglo XVI al XVIII. En ellas, el monarca, pese a lo que pudiera creerse, disponía de un poder limitado y se daba cabida a ciertas libertades. El adjetivo absoluto no era sinónimo, en modo alguno, de comportamiento arbitrario ni despótico. Tan sólo aludía a su condición jerárquica máxima, superior. Bajo el absolutismo, el Estado se inmiscuía muy poco en la vida de los individuos, concediendo un espacio amplio de libertad personal, la cual desaparecía sólo cuando se incumplían determinadas normas. Existía una creencia dominante en la sociedad absolutista de que el poder correspondía al monarca, por lo que cuando este lo ejercía, nadie entendía que se estuviese ante una falta de libertad. Como se ha dicho, fue sólo a partir de la Revolución francesa, cuando la legitimidad de la monarquía quedó reducida como consecuencia del advenimiento del liberalismo y, por tanto, se comenzó a entender que el espacio de la libertad se correspondía, por necesidad y en exclusiva, al campo de la democracia.
Sea como fuere, sostuvo Marías que no se podía negar que, en nuestro tiempo, la democracia tenía una función primordial consistente en el aseguramiento de la continuidad de la libertad misma. Este vínculo entre libertad y democracia, hoy necesario e indiscutible con la democracia como condición de necesidad de la libertad, se concretaba en la exigencia de los existentes mecanismos reglados en el funcionamiento de nuestras democracias. Estos eran herramientas para la limitación, para el freno del poder. La gran aportación de la democracia, en particular de la que se sostenía en pactos constitucionales, tal cual ocurre, por ejemplo, en las monarquías constitucionales, consistía en el establecimiento de límites, de normas generales que venían a obligar a todos. Estos instrumentos de limitación y control del poder servían para garantizar o, al menos, para preservar la continuidad de la libertad, para que «ésta no acabe el día que alguien lo disponga».
Llegados a este punto, Marías se reafirmaba en su reconocimiento a la democracia como el mejor sistema para garantizar la libertad. Es más, ésta era verdadera, saludable, valiosa, incluso preciosa si era democracia liberal, o lo que era lo mismo, si su inspiración era el liberalismo, consistente en el reconocimiento y el respeto a la persona humana como tal, a los grupos y organizaciones de naturaleza social en los que se integraban los individuos. Dicho de otro modo: «la democracia, para serlo, tiene que estar inspirada en el liberalismo; puesto que cuando a la democracia se le ponen adjetivos deja de ser democracia, salvo el adjetivo liberal, que pertenece a la esencia misma de la democracia».
En definitiva, para Marías, la condición liberal de la democracia no era un añadido más, era esencial y factor imprescindible de su propia existencia. La democracia que no era liberal, podía terminar convirtiéndose en tiranía. La democracia que respetaba la libertad estaba obligada a limitar el excesivo celo reglamentista, legislativo. Pero no podía apreciarse el valor de la democracia si se restringía la libertad mediante una inflación de limitaciones de todo tipo. Era por ello que su reflexión en torno a la relación existente entre la democracia y la libertad terminaba con la exteriorización de un temor, el relativo a la crisis de la libertad en el seno de la democracia. Su indiscutible defensa de la libertad encontraba su máxima expresión en las siguientes palabras que recogía como último párrafo en la versión mecanografiada de la conferencia “La democracia como garantía de la libertad personal”:
«Mientras está vivo el hombre, en todo momento, está eligiendo. Incluso cuando se encuentra en disposición de morir, cuando le van a matar, se ve obligado a decidir cómo afrontar esa muerte que ya es inevitable, si lo hará con vergüenza o con orgullo, sí mostrará desesperación o esperanza. Siempre eligiendo, siempre haciendo uso de la libertad, siempre con la democracia en la democracia».
Tal era el vínculo de la democracia con la libertad que, según Marías, era imposible afirmar que pudiera haberla cuando no se celebraban elecciones libres. Tampoco podía existir democracia cuando solo había un partido o algunos de naturaleza simbólica y con poca actividad. La ausencia de libertad se manifestaba también donde se prohibía decir lo que se pensaba o asociarse con otros con los que se compartían ideas o proyectos. Además, la falta de democracia se evidenciaba cuando no se podía enseñar sin restricciones por parte del poder, o cuando no era posible profesar según propia elección. En definitiva, donde solo el partido dominante, presente en el Gobierno, podía tomar decisiones. Todas estas cuestiones estaban relacionadas directamente con la existencia o no de la libertad.
Parece entonces lógico, señalaba, que, si para que se pudiera hablar de democracia se requería la presencia de la libertad, también debía ser una exigencia para su pervivencia. De este modo, si la democracia conservaba su vitalidad, seguiría siendo efectiva. De lo contrario, se iría desvirtuando y, pese a conservar externamente sus perfiles identificativos, perdería su contenido real. La democracia, insistía Marías, precisaba de un pueblo que pudiera vivir en libertad, con espontaneidad; teniendo presente y respetando las normas, pero sin sentirse atado en exceso a las mismas. En este sentido observaba que, cuando existía una multiplicación de leyes, de reglamentos, disposiciones, cuando se interponían regulaciones burocráticas en las relaciones y actos entre individuos, o cuando siempre había que estar ojo avizor de si lo que se hacía estaba o no permitido, requiriéndose de continuo autorizaciones de todo tipo, « […] todo eso [introducía] una fuerte incomodidad en la vida cotidiana, que desencadena lo que se podría llamar una parálisis social».
En definitiva, para el filósofo vallisoletano, la democracia, como se dijo con anterioridad, sólo era posible si estaba vivificada por el espíritu liberal y, el liberalismo debía entenderse como la organización social de la libertad. Esto implicaba que no se podía ni se debía identificar con ninguna forma particular, menos aún con una del pasado. El contenido del liberalismo tenía que descubrirse en cada momento, en vista de las cosas con las que tenía uno que habérselas”.
LA LEGITIMIDAD DE LA DEMOCRACIA
“Junto al problema de la relación de la democracia y la libertad también considera Julián Marías el de la legitimidad democrática. Con respecto a este asunto, Marías no dudaba en relación a sus antecedentes cercanos al aseverar que la democracia era, al menos desde finales del siglo XVIII, la única forma de gobierno legítimo en Occidente, el único régimen político que poseía plena legitimidad. En verdad, frente a lo expresado por Marías, la democracia no existió antes del siglo XX. Tampoco hay en ninguno de sus escritos un intento solvente de describir las fases por las que pasa el liberalismo: sus orígenes elitistas-individualistas, su evolución democrática y, después, su orientación social. La excelencia capital de la democracia, señalaba Marías, «es que en nuestra época […] es el único régimen político que posee plena legitimidad. […]».
En consecuencia, desde su visión, cualquier otro gobierno que no fuera democrático sabía que no podía ser legítimo, que estaba envuelto en una mayor o menor dosis de ilegitimidad, de violencia o de fraude. El sufragio, del que ya nos hemos ocupado por extenso, entendido como consenso expreso y renovado periódicamente, constituía la base de esta legitimidad. La legitimidad democrática era consensuada, por voluntad expresa y renovada cada cierto tiempo. Sobre esta cuestión capital Julián Marías partía de una posición compartida por el grueso de los teóricos que han venido reflexionando sobre el origen de la democracia y su legitimidad desde comienzos del siglo pasado, pues tanto las denominadas corrientes empíricas como normativas ponían el punto de arranque en la revolución francesa. La lista comenzaría con los trabajos iniciáticos de Pareto y Mosca, pasando por Max Weber hasta desembocar en Mills, Lipset, Dahl, etc.
Pero, aunque en la actualidad existe este consenso en señalar a la democracia como el único sistema que otorga títulos para el ejercicio del poder, esto no fue siempre así. Nos recuerda Marías que antes también existieron otras maneras de legitimación de la política, tanta o más aceptables que la democracia. Es el caso del principio monárquico, vigente hasta finales del mencionado siglo XVIII. La monarquía absoluta de la Edad Moderna, en su momento, otorgó una legitimidad, incluso más que la democrática actual. Esta era una legitimidad que no se sostenía sólo ni exclusivamente en la fuerza, sino que disponía de una vigencia social. Era, más una cuestión de poder espiritual que de dominación coactiva. Durante los siglos en los que estuvo vigente esta monarquía absoluta (desde el XVI hasta muy avanzado el XVIII), se dio una legitimidad que Marías denomina compacta. Bien podía entenderse como un poder ejercido de forma dictatorial, personal, pero no con crueldad, con cierta inmoralidad y abuso en ocasiones, pero nunca arbitrario. Los monarcas ejercían su poder de acuerdo a las leyes y sometidos, con frecuencia, al parecer de los Consejos.
Había, por tanto, una suerte de legitimidad social compacta. Pero, desde la Revolución francesa, esto se perdió. La legitimidad otorgada por las monarquías absolutas decayó con ocasión de ésta, circunstancia que tuvo lugar, incluso en aquellos países donde no tuvieron éxito los principios que aquélla promovió. Es a partir de entonces, cuando queda fuera de toda discusión que, si un gobierno no es democrático no es legítimo, y siempre estará bajo sospecha de violencia o de fraude. Es así que, la democracia, como poder espiritual, no justificado en la fuerza y el dominio colectivo, tiene plena legitimidad al igual que antes lo tuvo el principio monárquico. Esta legitimidad del poder ya sólo pasa por ser expresa, por ser pública y periódica. Las exigencias de la legitimidad democrática, la que se impone a partir de ese momento, obligan a que los ciudadanos se expresen periódicamente en libertad, manifestando lo que desean. Además, otorgan el poder a determinadas personas, que lo van a ejercer desde ese momento legítimamente. Si en otro tiempo, como ha quedado dicho, existían otras formas de legitimación del poder, en nuestro tiempo han desaparecido casi por completo. Había otras formas de legitimidad. Ahora no.
Desde la irrupción de la democracia, han existido épocas en las que además de la legitimidad, dichas democracias se inspiraban en el liberalismo. Marías evocaba lo ocurrido en Francia, durante el gobierno de Luis Felipe, entre 1830 y 1848. En tiempos de Tocqueville, de Disraeli, entre las grandes figuras e intelectuales. Después, curiosamente, se produjo la revolución de 1848, imponiéndose finalmente Napoleón III. Quizás el momento más feliz de confluencia de la democracia legítima con el liberalismo tuvo lugar con la política de los llamados doctrinarios.
Después de este decurso histórico, afirmaba Marías que, en la actualidad, hay consenso en la idea de que al hombre le pertenecía la libertad intrínsecamente, de forma absoluta, y que no cabría renunciar a ella. A resultas de esta idea, se disponía de una visión nueva y profunda sobre el significado de la libertad y de cómo esta libertad inspiraba la democracia, siendo ésta última, a su vez, garantía de la propia libertad, de su duración en el tiempo. Más allá de tentaciones de despotismo ilustrado, «entendido como una tentación que acomete a los hombres de vez en cuando», hoy conocemos que era mejor que el destino de la sociedad estuviera en manos de los ciudadanos, capacitados para elegir sus formas de vida, sus formas de convivencia, y capaces, a su vez, de poner freno y límites claros a la influencia de cualquier tipo de poder.
Al tiempo que desarrolla está idea en torno a la legitimidad democrática y su inicio, denunciaba Marías la denominada ilegitimidad sutil de muchas de las actuales democracias, derivada de las relaciones internacionales entre países de democracia plena y otros donde esta no era más que una mera declaración. Pese a que eran muchos los Estados que se proclamaban democráticos, en realidad, muchos de ellos no cumplían los criterios para justificar su inclusión en el mundo de la democracia. Se trataba de países que, de modo más o menos evidente, no poseían la legitimidad democrática. Pese a todo, los países que sí podían ser calificados sin reparo como democráticos, mantenían relaciones habituales con esos otros que no superaban los estándares. Este comportamiento en la práctica de las democracias legítimas, afectaba negativamente a su credibilidad, lo que justificaba el calificativo de sutil al que nos referimos. «La legitimidad de las que verdaderamente la poseen queda manchada, porque la ilegitimidad ajena destiñe sobre ellas […]. El espectáculo que suelen dar es deprimente y desmoralizador».
LOS RIESGOS DE LA DEMOCRACIA: DEMAGOGIA Y PARTITOCRACIA
“Otra asunción de inicio para Marías, al igual que la ya referida sobre su precedente histórico cercano, era su concepción de la democracia como el mejor sistema de gobierno que hasta ahora había inventado el hombre, pese a que en determinados momentos pudiera llegar a parecer poco expeditivo para dar respuesta a los problemas que se planteaban en las sociedades complejas. Consideraba que, con anterioridad a su implantación, otros modelos como el despotismo ilustrado pudieron trasladar la imagen de deseabilidad en tanto que arrojaban respuestas plausibles, pero sin el engorro de tener que contar con el parecer del pueblo. No obstante, advertía, la historia demostraba que, sin democracia, la ilustración pasaba y el despotismo permanecía. Algo parecido ocurría con el liberalismo, el cual, sin la democracia, no tenía la menor garantía de perdurar en el tiempo. En consecuencia, observados con detenimiento y con la distancia suficiente, ni el despotismo ni cualesquiera otros sistemas resultaban mejores que la democracia, sino al contrario: eran inferiores y menos dignos.
El hecho de que se considerara la superioridad de la democracia, señalaba Marías, en modo alguno significaba que no estuviera sometida a dificultades, limitaciones y peligros, capaces de opacar sus virtudes, perturbarla de manera grave hasta llegar a socavarla. En especial, centraba la atención en dos desviaciones que podían llegar a comprometerla de manera muy seria: la demagogia y la partitocracia. Detengámonos en una y en otra.
La democracia, como se ha dicho, era para Marías, esencialmente, un mecanismo que se sustentaba en la celebración periódica de elecciones. Vista así, la política democrática tenía por necesidad que estar orientada al logro del éxito electoral. Todos los actores que participaban en el juego democrático de las elecciones tendrían como principal objetivo obtener la victoria en los comicios a los que concurrían. Para triunfar electoralmente se requería persuadir a los electores de que la opción que representaban era la más conveniente; convencerles, en definitiva, de que depositaran su voto, bien fuera a una persona o un partido el solicitante del mismo. Se podía alegar, por tanto, que la democracia se fundaba en la persuasión.
Pocos riesgos habría para la democracia si para conseguir dichos apoyos, para persuadir a los ciudadanos, los concurrentes acudieran, en exclusiva o, sobre todo, al denominado talento oratorio y a la retórica entendida como el arte de mover a los hombres sin profanarlos, lo que, por lo común, implicaba disponer de una sensibilidad acusada. Pero lo cierto es, en palabras de Marías, que el talento oratorio escaseaba en la actualidad, habiendo sido sustituído, en la mayor parte de las ocasiones, por el simple halago, la adulación y, por encima de todo, por las promesas. Era la demagogia, clara representación de la inmadurez política, entendida como la excitación de las pasiones, de los malos sentimientos, de la envidia y el rencor hacia la excelencia, cuando no de la mera falsa promesa, la que había venido a ocupar el espacio que les correspondía a las artes más propias de la democracia.
La actuación demagógica era contagiosa. Los partidos que alentaban promesas desmedidas, soluciones mágicas y rápidas, estimulaban que otras formaciones procedieran igual para contrarrestar los efectos beneficiosos para los adversarios. Ocurría algo así como una «inflación de la oferta», que no sólo tenía consecuencias negativas desde el punto de vista de la credibilidad del sistema, sino que suponía, con frecuencia, la generación de inflación, en el sentido económico del término. Todos prometían gastar, y gastaban más de lo debido para responder a sus promesas. En esta suerte de política de promesas continuadas, no había un límite a la vista. Era improbable que los partidos se autolimitaran en su proceder. Nadie, ningún candidato, tendría el valor de decir la verdad, si esta no era agradable para su electorado.
Es más que obvio que en sus apreciaciones de los peligros que acechaban a la democracia, Marías se retrotraía a la concepción aristotélica de los peligros de la degeneración de la democracia en demagogia cuando ésta caía en manos de intrigantes y sofistas. La reconfiguración de esta perspectiva en las sociedades democráticas multipartidistas, como nos sugiere, ha cobrado gran actualidad, ha devenido en los populismos crecientes que prefiguraban sus palabras, según han mencionado Villacañas, Biglieri, Appleton o Fernández y Valencia.
A lo anterior, le sumaba Marías otro comportamiento rechazable que solían tener los partidos en disputa, movidos por el ambiente demagógico. Los que ocasionalmente se encontraban ocupando la oposición política, tendían a no facilitar la comprensión verdadera de la naturaleza de los problemas, ansiosos de lograr el éxito electoral mediante la exposición negativa de la actuación del Gobierno de turno. Todos los que aspiraban al poder, a su parecer, ocultaban el hecho de que algunas o muchas cosas no estaban bien, gobernara quien gobernase, porque eran condiciones objetivas con las que había que enfrentarse.
Descrito el riesgo que supone la escalada demagógica, Marías apostaba por la inteligencia popular. Frente al desprecio y desconfianza que algunos mostraban hacia las capacidades del pueblo para discernir las ofertas políticas, destacaba el hecho de que las gentes de un país civilizado tenían la suficiente inteligencia y buen sentido como para enfrentarse a dicha demagogia. Al respecto, [le] «parece más probable el repudio de la demagogia por los electores que la renuncia a ella por los candidatos». La sociedad disponía de la capacidad de discernimiento y de buena voluntad. La solución a la demagogia pasaba, necesariamente, por el protagonismo de políticos con capacidad de decir la verdad a sus electores, con voluntad de orientar a sus conciudadanos. Esta suerte de político había de mostrar confianza en su pueblo. Tenía que ser capaz de autolimitarse, de evitar el engaño, de negar cualquier tipo de ocultación de la situación real de las cosas. El político deseable, su ideal de político, como respuesta a la demagogia, era aquel que evitaba en lo posible la adulación al electorado, el halago fácil de las bajas pasiones. En definitiva, aquel que no prometía lo que no dependía de él.
El otro gran riesgo de la democracia sobre el que alertaba Marías tenía que ver con el protagonismo excesivo de los partidos políticos en las democracias modernas, la llamada partidocracia. Pese a que resultaba imposible pensar en una democracia sin la presencia central de los partidos políticos, nos advertía de los riesgos evidentes que para la democracia moderna suponía la concesión a los partidos de un amplio campo de competencias que sobrepasaba lo deseable y lo admisible. Para él, la partidocracia constituía una de las más graves amenazas contra la excelencia de la democracia, al expulsar o excluir de la vida nacional, de su dirigencia, «a los que no pertenecen al partido triunfante, y esto quiere decir a casi todos, y por supuesto a los más expertos y cualificados, los que tienen verdaderos títulos para ejercer esas funciones». En este punto, se mantenía en una línea intermedia, pues se alineaba con las críticas realizadas a la democracia interna de los partidos en España por autores como Rafael del Águila, García Roca y Murillo o Navarro Menéndez, entre otros muchos. Y sin llegar a la consideración más radical de una democracia intervenida por los partidos políticos, que realizaban en esa época Fernández de la Mora o García Trevijano.
En algunas democracias, como la española, la circunstancia mencionada se hacía muy evidente a tenor de los procedimientos fijados en sus leyes electorales. En nuestro país, según Marías, no se elegía a personas sino estaban incluidas en listas cerradas y bloqueadas de partidos, y con un orden decidido por el partido que, naturalmente, podía decidir quién va a salir y quién no. Con este sistema de listas cerradas, se concedía a los partidos una relevancia que superaba a la que les debería corresponder. Se preguntaba al respecto si eso era representativo. Cuando esto acontecía, a su parecer, el poder no residía en el pueblo sino en los partidos, siendo esta una versión deformada de la democracia. Si nos hacíamos la pregunta de quién nos representa, por quiénes nos sentimos representados, no sabríamos responder. Al respecto nos explicaba Marías que había cuestiones, como esta última, en la que se pensaba poco, invitándonos a reflexionar sobre este particular.
Pese a que en diversas ocasiones Marías defendía la necesidad de que los ciudadanos fueran partícipes de la vida política de su país, que fueran conscientes de la importancia de su contribución, al tiempo creía que para que la democracia estuviera viva no tenía por qué haber un gran número de incondicionales, de partidarios. A su juicio, la salud democrática pasaba, casi siempre, «porque había varios partidos políticos y muchos ciudadanos no afiliados a ninguno». Puestos a elegir entre los diversos sistemas de partidos posibles, el más adecuado era el bipartidismo, al que llegó a calificar como el fenómeno político más sano de una democracia. Y es que, “[…] la democracia funciona admirablemente con dos partidos, aceptablemente bien con tres o cuatro, [y] decididamente mal con muchos”. Su opción por el bipartidismo tenía que ver con el hecho de que dos partidos pueden ser capaces de encerrar muchos matices, atrayendo así a la mayoría de la opinión ciudadana”.
(*) Santiago Delgado Fernández (Universidad de Granada) y Álvaro López Osuna (Universidad de Granada): “El concepto de democracia en el pensamiento político de Julián Marías” (Revista Española de Ciencia Política-Número 67-2025).
21/07/2025 a las 11:47 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
A la política le cuesta procesar tanto cambio
Claudio Jacquelin
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
18/7/025
Son demasiadas novedades todas juntas para el sistema político y es evidente que le está costando procesarlas. Lo reflejan con elocuencia la tensión y las incógnitas dominantes en el cierre de listas para las próximas elecciones bonaerenses del 7 de septiembre.
Cuando faltan menos de 48 horas para que venza el plazo de inscripción de las candidaturas, sobran los cabos sueltos, las disputas dentro y fuera de cada espacio, las intrigas y la incertidumbre sobre la oferta final. Nadie queda a salvo.
La irrupción y llegada al poder de una figura y una fuerza tan excéntricas como las de Javier Milei y La Libertad Avanza, fruto del sostenido fracaso de los espacios y los dirigentes establecidos, tuvo la fuerza de un terremoto que aún no ha dejado un nueva topografía estable, en medio del proceso de construcción y consolidación, aún no concluido, del nuevo oficialismo.
El Gobierno pretende que las elecciones de medio término sean, como ya ha ocurrido durante el primer mandato de administraciones anteriores, el ordenador y el estabilizador del sistema, así como el precursor de su hegemonía, confiado en las encuestas de opinión, que lo muestran en condiciones de imponerse en este turno electoral. En tanto, el resto de las fuerzas políticas intentan sobrevivir y mantener una cuota de representación para poder iniciar un proceso de renovación, que hasta ahora no han podido ni han sabido alcanzar.
Si las elecciones provinciales anteriores oficiaron de laboratorios de testeo, las de la provincia de Buenos Aires asoman ahora como el banco de prueba final de cara a la gran contienda de octubre, en la que se dirimirá la conformación del Congreso para los dos últimos años de mandato y se establecerá la base para que Milei empiece a intentar (o no) la reelección presidencial. Pero también los comicios bonaerenses son la ventanilla de pago a muchos dirigentes y militantes que dan sustentabilidad a cada fuerza. Es la otra dimensión (para nada menor) en la que se cruzan necesidades, intereses, demandas.
Con ese telón de fondo, el oficialismo asoma envalentonado tras el triunfo en la ciudad de Buenos Aires y la absorción (o la claudicación) de Pro con la presentación de una alianza nominalmente monocolor. Ya se sabe que la diversidad no es del gusto libertario.
Sin embargo, no todos los dirigentes amarillos de la provincia con gobiernos municipales a cargo y con capital electoral propio se han rendido y algunos han decidido darles pelea al Frente La Libertad Avanza (FLLA) en sus respectivos distritos. Ya hay tres intendentes que se abrieron del paraguas violeta y podrían ser más.
A pesar de que esa fuga suma una nueva incógnita para intentar predecir el resultado de las urnas, que a priori se presenta favorable para los libertarios, nada parece mellar la confianza en la cima del oficialismo nacional.
Así es como subieron un escalón bastante más pronunciado sus propias disputas internas, que venían sucediéndose (más o menos asordinadas), por cuestiones de gestión, armados electorales, derrotas en el Congreso y conflictos con gobernadores y legisladores que hasta hace poco fueron aliados o funcionales y terminaron unos reclamando recursos y otros votando proyectos con los opositores más cerriles. Todo en medio de algunos inoportunos sobresaltos financieros, reflejados en la reciente alza de la cotización del dólar.
Karinistas bajo los focos
La estrategia electoral, la asignación de lugares en las listas y la promesa de cargos en el Gobierno y en organismos estatales después de las elecciones de septiembre y octubre son parte de los más recientes factores de discordia (no los únicos), que buscan saldar los contendientes del poder constituidos en torno de los lados del triángulo de hierro en los que Javier Milei ha descargado la tarea política y comunicacional oficialista.
Karina Milei, con los primos Menem, por un lado, y Santiago Caputo, con las fuerzas del cielo digitales, los funcionarios de puestos clave que le responden y algunos aliados políticos, por el otro, han llegado por vía indirecta a un punto de tensión y conflicto que queda atenuado (aunque no disimulado) solo porque se produce entre bambalinas y no a cielo abierto, como el desbocado enfrentamiento entre el Presidente y la vicepresidenta, Victoria Villarruel.
A tal nivel llegan las sospechas y la desconfianza que en el karinismo sugieren que el fuego amigo no es ajeno al destape de la información que dio lugar a la revelación periodística del cuestionable contrato por casi 4000 millones de pesos por la provisión de seguridad entre el Banco Nación y una empresa de la que Martín Menem fue uno de los dueños, y ahora es mayoritariamente de sus hermanos.
Desde las cercanías del supergurú, obviamente, niegan cualquier posible vínculo con esa pistola humeante y apuntan al sindicato bancario, que lidera el diputado cristinista Sergio Palazzo.
De cualquier manera, la información impacta doblemente sobre “el jefe”, como llama Milei a su hermana, quien ya había quedado seriamente tocada interna y externamente por el escándalo $LIBRA, pero luego resultó empoderada por el Presidente tras la victoria porteña, de la que ella fue considerada factótum.
En las dos puntas de la polémica contratación aparecen figuras relevantes del entorno más próximo a Karina Milei.
De un lado están los primos de su íntimo colaborador y figura clave del armado electoral, Eduardo “Lule” Menem. Del otro lado tiene un lugar relevante Darío Wasserman, vicepresidente del Banco Nación y esposo de María del Pilar Ramírez, la amiga y principal brazo político en la ciudad de Buenos Aires de la secretaria general de la Presidencia.
Quienes conocen la dinámica interna de la entidad bancaria pública dicen que Wasserman es una de las personas con más influencia en la toma de decisiones del directorio. Lo que no implica que él haya incidido en esa contratación.
La aparición de este hecho y la actualización del escándalo $LIBRA, que tocan a la hermanísima, así como las nuevas revelaciones del caso del avión privado de las valijas no revisadas, que rozan al supergurú, son consideradas en el oficialismo como parte de una interna agravada por el cierre de las listas, aprovechadas y potenciadas por los opositores.
“Esperemos que, al menos adentro, esto se tranquilice con el cierre de listas”, dice un estrecho colaborador de los hermanos Milei. Por eso pretenden presentar las candidaturas varias horas antes de la medianoche de mañana, que es el plazo límite para inscribirlas. Buscan despejar incertidumbres y bajar la tensión los antes posible. Entrar en una campaña electoral con la retaguardia complicada no es lo más aconsejable, más cuando los rivales se juegan su supervivencia.
Peronistas en pie de guerra
El principal de esos adversarios es el perokirchnerismo, que se desgañita por estas horas por sostener en un muy complicado cierre de listas la precaria pax armada que alcanzaron cristicamporistas, kicillofistas y massistas.
Las últimas discusiones alcanzaron niveles elevados de tensión, tanto como para que el calmo ministro Gabriel Katopodis, que integra la mesa de negociación en representación del espacio de Axel Kicillof, se plantara con una dureza que casi no se le conocía ante las pretensiones de Máximo Kirchner.
En una elección de múltiples efectos y dimensiones (nacional, provincial y municipal), ponerle nombre a las cabezas de lista de cada seccional está resultando un enorme problema.
Aunque mucho más profundas son las dificultades y discusiones cuando se trata de distribuir la cantidad de lugares que cada sector tendrá en los puestos con más probabilidades de entrar en la Legislatura y en los concejos deliberantes. Kicillof y los intendentes se juegan la gobernabilidad y su futuro en la última parte de sus mandatos.
El gobernador, que sueña con su candidatura presidencial en 2027, ya ha probado la amarga medicina de no tener controlada la representación parlamentaria. No hay día en el que no recuerde que no le aprobaron el presupuesto de este año y que fue el camporismo el que menos lo ayudó. El pasado reciente y el futuro son caminos divergentes que pesan demasiado a la hora de confluir en el presente, aun cuando pesa la pulsión vital de unirse para no perecer.
La complicación del medio
Si el milei-macrismo es una caldera en ebullición y el perokirchnerismo una olla a presión, la nueva fuerza que intenta emerger en medio de esos dos polos dominantes transita las últimas horas con espasmos que lo ponen a cada instante entre la ilusión de vida y el riesgo mortal.
En el heterogéneo armado que lleva el nombre de Somos Buenos Aires intentaban hasta la noche del jueves terminar de congeniar (con demasiadas dificultades y sospechas mutuas) la filial bonaerense del cordobés Juan Schiaretti, el espacio de Facundo Manes, los radicales que responden a Miguel Fernández (ligados al senador Maximiliano Abad) y a Pablo Domenichini (cercano a Martín Lousteau), la Coalición Cívica y el GEN de Margarita Stolbizer.
La diferencia de orígenes, combinada con la diversidad de aspiraciones y la distancia que en muchos casos existe entre la autopercepción y la realidad de cada uno de los principales responsables de ese armado, más la multiplicidad de realidades locales que conviven, mostraban que se estaba ante una empresa de difícil concreción, pero que trataba de resistir.
La discusión por la distribución de nombres y los espacios en las ocho secciones electorales y en los 135 municipios era un desafío enorme. Tanto como hacer convivir la aspiración de llegar a los dos dígitos en el escrutinio provincial, con la necesidad de ganar en los territorios que hasta ahora controlan y sostener la representación en la Legislatura.
A eso hay que sumarle que por la diversidad de su composición y quiénes podrían ser sus principales candidatos en cada lugar Somos Buenos Aires asoma como una molestia a dos bandas. Así, podría restarle votos al peronismo en el conurbano, que es crucial para preservar su bastión, tanto como quitarle adhesiones al frente libertario-macrista en el interior, donde este está obligado a sacar amplias ventajas para lograr su objetivo de derrotar al oficialismo provincial, clave para afrontar las elecciones nacionales de octubre. Suficiente para que todos vean fantasmas rondándolos y busquen infiltrados del gobierno nacional y del perokirchnerismo, en este caso a través de dirigentes que tienen viejos vínculos con el movedizo Sergio Massa.
Difícil encontrar antecedentes de un cierre de listas tan tumultuoso e incierto en todos los espacios. Les quedan poco menos de 48 horas para tratar de bajar tensiones, alcanzar acuerdos sin dejar demasiadas heridas abiertas y, si les es posible, presentar ofertas atractivas. Un desafío enorme para un contexto en el que la participación electoral viene batiendo récords de caída y el sistema no termina de estabilizarse. Ni la economía de despegar.
21/07/2025 a las 11:51 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
¿Cómo será la alternativa a Javier Milei?
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
20/7/026
Mauricio Macri calla y se deja ver muy poco. Pero el partido que él fundó, Pro, anunció un acuerdo electoral con Javier Milei en la decisiva provincia de Buenos Aires. Cerca de la mitad de los trece intendentes que tiene Pro en ese vasto distrito (descontados tres que ya se pasaron a La Libertad Avanza) decidieron no acatar el proyecto acuerdista de los dirigentes bonaerenses Cristian Ritondo, Diego Santilli y Guillermo Montenegro.
Macri detesta, dicen, que la política argentina deba optar solo entre Milei o Cristina Kirchner. Aunque difieren fuertemente en muchas políticas fundamentales, el actual presidente y la expresidenta presa coinciden en cacarear su condición de políticos antisistema. Cerca de Macri recuerdan siempre que cuando promediaba su mandato, poco antes de ganar las elecciones legislativas de 2017, el riesgo país de la Argentina estaba en apenas 342 puntos básicos. Deberían agregar que, además, el déficit fiscal era entonces del 4 por ciento del PBI. El riesgo país en tiempos de Milei, también casi en la mitad de su mandato, acaba de subir un poco más y se colocó en 770 puntos el viernes último. El doble del que tenía su amigo Macri (¿o examigo?), aunque Milei logró el superávit fiscal desde el primer año de su gestión. ¿Por qué esa contradicción? ¿Por qué el presidente que tenía déficit fiscal pudo reducir el riesgo país a la mitad del que debe sobrellevar el presidente que consiguió poner orden, por fin, en las cuentas públicas? Solo el agresivo y autoritario estilo presidencial de hacer política y su desdén por la conversación política y los acuerdos pueden explicar semejante paradoja.
Quienes hablan con Macri aseguran que lo ven más cerca de ayudar a construir una alternativa razonable a Milei que seducido por la cercanía con el Presidente. No aspira ni quiere que lo releven al actual mandatario, pero todo liderazgo político necesita de una alternativa. Y la termina teniendo, buena o mala. En esa línea de pensamiento es cuando aparece Cristina Kirchner, lideresa de un peronismo sin ambiciones nacionales. Esta es la descripción más extraña que se puede hacer del peronismo. El peronismo careció –y carece– de muchas cosas, pero siempre le sobró la ambición de poder. Ahora, la única ambición evidente y comprobable es la de la exjefa del Estado, que cuenta, incluso, con el cargo formal de presidenta del Partido Justicialista.
Resulta, sin embargo, que Cristina Kirchner está encerrada en su casa por orden de la Justicia, y probablemente lo estará durante mucho más tiempo; también tiene prohibido el ejercicio de la función pública durante el resto de su vida. Todavía debe esperar la resolución de tres causas judiciales pendientes, dos por corrupción y una por abuso de autoridad y encubrimiento de delitos. Hasta dónde llega la mirada, la expresidenta está en condiciones, con todo, de crear una alternativa a Milei según su estilo de “mando y ordeno”. ¿Axel Kicillof? ¿Sergio Massa? Quién lo sabe. El único argumento impropio es el que señala que esas alianzas serían imposibles por las recientes peleas de la señora de Kirchner con Kicillof y Massa. Las emociones les nublan la mirada solo a los no peronistas en la Argentina. ¿Ejemplo? Ella detestaba a Alberto Fernández como a nadie más, porque lo acusaba de haberla traicionado públicamente en sus años de jefa del Estado. Sin embargo, lo hizo presidente de la Nación cuando consideró que solo el regreso del peronismo podría salvarla de la Justicia. Alberto Fernández no la salvó, pero fue presidente, aunque sin poder, durante cuatro años. Fernández acaba de ser procesado por hechos de corrupción durante su mandato; no fue una excepción peronista, como deslizó que lo sería. El peronismo es obstinado. Ya presa, Cristina Kirchner no le tendría asco a nada ni a nadie si se tratara de recuperar el poder. Parece languidecer definitivamente, pero podría resucitar si fracasara lo que está. De hecho, su hijo, Máximo, Kicillof y Massa andan mezclándose, después de largas discordias, ante la perspectiva de las próximas elecciones.
La viuda de Kirchner sostuvo siempre que solo el poder político es superior a la Justicia, y por eso lo presionó a Alberto Fernández para que este se metiera contra los jueces y los forzara para que decidieran a favor de ella. Fernández le hizo caso, a tal punto que el prestigioso exjuez de la Corte Suprema Juan Carlos Maqueda acaba de asegurar que “el gobierno que más presionó a la Corte fue el de Alberto Fernández”. Tiene razón: el 1º de enero de su último año en el gobierno, 2023, Fernández anunció por cadena nacional que les iniciaría un juicio político a los integrantes del máximo tribunal de justicia. La parodia de ese juicio se hizo en el Congreso y solo sirvió para injuriar y difamar a los jueces de la Corte. La historia viene a cuento para extraer la misma conclusión: según Cristina Kirchner, solo el poder político tiene las llaves de la prisión. Y ella cree, aunque nadie le asegura nada, que un peronismo unido puede regresar al poder.
Ahora bien, ¿esa es la única alternativa a Milei? ¿La única opción a Milei es destruir todo lo que hizo Milei? Hasta sectores del establishment empresario se preocupan ante la sola perspectiva de un regreso al viejo péndulo. Pero la alternativa debería ser, dicen, una indispensable coalición de partidos centristas y razonables. La indiferencia de Macri respecto de Milei tiene, entonces, una razón de ser. Permitió que los bonaerenses de Pro, liderados por Cristian Ritondo, enhebraran una alianza electoral espoleada más que nada por pobres ambiciones personales, pero nunca la avaló públicamente. Hay otros motivos más a la vista.
La Fundación Pensar, el think tank de Pro que cuenta con el apoyo activo de Macri, acaba de difundir un análisis que no esconde datos molestos sobre el año y medio de gestión de Milei. Por ejemplo, en el balance general señala que “entre los perdedores (del programa económico) están las actividades que más generan empleo, como la industria y la construcción”. “No es sorpresa, agrega, que el desempleo haya subido al 7,9 en el primer trimestre de 2025, ni que la tasa de informalidad (trabajo en negro) haya vuelto a aumentar hasta alcanzar el 42 por ciento, o que el consumo masivo siga a la baja”. El informe de la fundación macrista subraya también que “el salario real cayó 6 por ciento en términos reales y 12,6 por ciento si consideramos lo que le queda a una persona después de pagar sus gastos fijos (servicios, expensas, transporte, etc.). Todos somos un poco más pobres”, asesta, y añade: “Los ingresos de los jubilados acumulan una caída del 4,7 por ciento desde diciembre de 2023”.
Se sabe, además, que el expresidente es crítico de una política exterior amarrada solo a Donald Trump y a Benjamin Netanyahu, como le gusta sintetizarla a Milei. El Mercosur, China y Europa también son importantes para el macrismo. Debe consignarse que tanto la Fundación Pensar como el propio Macri ponderan siempre el orden de las cuentas públicas que alcanzó Milei en tan poco tiempo. Pero, aunque nadie lo dice, es probable que Macri no haya olvidado –ni olvide nunca– que en mayo pasado Milei dijo que “Macri debe entender que su momento ya pasó”, porque “para algunas cosas está grande y no las entiende”. El Presidente se resiste a cambiar: el agravio es su hábito.
Paralelamente, la encuestadora independiente Poliarquía difundió su última medición, en la que consigna que el Presidente conserva su buena imagen personal en la sociedad (53 por ciento), aunque la de su gobierno cayó 5 puntos. Pasó de 42 a 37 por ciento. Un declive importante. La mayoría de la gente, según esa encuesta, parece dar por conquistada la baja inflacionaria y reclama ahora por mejor oferta de empleos y por mayores ingresos. La Libertad Avanza mantiene el liderazgo de la intención de voto nacional, que es ahora del 36 por ciento, tres puntos menos que en junio. Importantes funcionarios nacionales vienen señalando que el Gobierno necesita ganar la elección nacional de octubre con, al menos, el 40 por ciento de los votos.
Para peor no hay posibilidad de una alianza nacional entre La Libertad Avanza y Pro, y es probable que las alianzas distritales terminen siendo muy pocas. Esta es la síntesis de lo que sucede ahora con miras a octubre, cuando se elegirán los legisladores nacionales, que son los que deberían importarle a la administración de Milei. Un acuerdo muy cercano existe en Mendoza entre el mileísmo y el gobernador radical de esa provincia, Alfredo Cornejo. Podría suceder algo parecido en Entre Ríos, donde su gobernador, Rogelio Frigerio, un dirigente de Pro de extracción peronista, no puede darse el lujo de una partición de su electorado frente al peronismo, tradicional o kirchnerista, que gobernó la provincia durante décadas. Y también se sumaría a esa lista de acuerdistas el gobernador de Chaco, el también radical Leandro Zdero. Ninguno más si miramos solo a los que fueron de Juntos por el Cambio. Vale la pena la aclaración porque hay negociaciones avanzadas con los gobiernos de Río Negro y Neuquén, pero en ambas provincias mandan partidos locales. Al revés, el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, de Pro y cercano a Macri, no cerró ni intentó un acuerdo con La Libertad Avanza en su provincia. “A nosotros nos eligieron para ser oposición, no oficialistas”, suele explicar, aunque no sin reconocer los méritos de la política económica de Milei. Torres, el gobernador más joven del país, destaca también que existen “diferencias” con el Presidente.
Al revés, Ritondo, Santilli y Montenegro se zambulleron en la negociación con los mileístas como si fuera la última posibilidad de sobrevivir antes del naufragio. Ritondo está siendo cuestionado por varios sectores del Pro bonaerense, y Santilli se excitó con una catarata de adulación y servilismo a Milei. Dijo que estará en cualquier elección o en ninguna, según quiera Milei, y que hará lo que el Presidente le pida. Versiones confiables señalan que Santilli cree que podría ser ministro del Interior de Milei después de las elecciones. Y Montenegro, que se formó en el poliédrico club de los jueces federales de Comodoro Py, aspira, aseguran, a relevar a Mariano Cúneo Libarona en el Ministerio de Justicia, cartera que quiso ocupar ya con Mauricio Macri.
Todos los políticos que negocian con los Milei, aun los acuerdistas, coinciden en que las tratativas con ellos son muy duras, incansablemente difíciles. Quieren todo y no entregan nada. “Tenés que ir a hablar con ellos como empleado, no como aliado”, dice uno de los que negociaron con buena suerte. Para citar un caso: a Javier Milei, ¿o a Karina?, se le ocurrió que no habrá ni negociación ni acuerdo con el alcalde capitalino, Jorge Macri. ¿Cómo hará entonces un candidato del acuerdo bonaerense para hablar durante la campaña en los medios nacionales que se consumen tanto en la Capital como en el conurbano? ¿Cómo hará para elogiar un acuerdo con Milei mientras habrá candidatos capitalinos que competirán contra Milei?
El aspecto más importante de la elección es que el jefe del Estado necesita crear una destacada masa crítica en el Congreso para los dos años que le restan de su primer mandato. La baja inflacionaria requiere, como señala el oficialismo, de la no emisión de dinero espurio, pero no es suficiente. También precisa de significativos flujos de inversiones cuando grandes empresas extranjeras optaron hace poco por irse definitivamente del país, después de décadas de soportar la inestabilidad argentina. En los próximos dos años el Gobierno deberá hacer las reformas tributaria, laboral y previsional. La tributaria no podrá hacerse por un decreto de necesidad y urgencia porque ese mecanismo está prohibido por la Constitución para los temas impositivos.
El volumen político de las reformas laboral y previsional requerirá también de leyes aprobadas por la mayoría del Congreso; el decreto de necesidad y urgencia sería una forma institucionalmente débil para cambiar las reglas del juego en asuntos como las jubilaciones y el trabajo. De hecho, la agencia Moody’s le acaba de subir al país dos módicos puntos en su calificación crediticia (otra agencia, Bloomberg, aclaró que la calificación debería trepar siete puntos más para que los títulos argentinos dejen de ser considerados “basura”) mientras se esperan, dice Moody’s, las elecciones de medio término y poder comprobar entonces si el Gobierno estará en condiciones de “acelerar su agenda de reformas económicas”. Refiere, sobre todo, a aquellas tres reformas. No obstante, la política aquí se define por carriles que no son los de la política. Muchos portazos, constantes pataleos, demasiados caprichos.
21/07/2025 a las 11:53 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Hay una crisis, aunque se finja demencia
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*( Notiar.com.ar
20/7/025
La vida pública en la Argentina se desenvuelve ahora en dos planos nítidos. En el primero sobresalen los esfuerzos del Gobierno por sostener el control de la macro economía y garantizar la paz cambiaria y el descenso de la inflación. Se trata del principio rector del gobierno de Javier Milei para enfrentar un calendario electoral de diagnóstico aún incierto. Las secuelas sociales derivadas de aquella receta quedarían postergadas, tal vez, para más adelante.
En el segundo plano afloran las innumerables peripecias políticas a las cuales el grueso de la sociedad parece no prestarle atención. Como si se fingiera demencia. Existen para todos los gustos. Desde las internas libertarias en el corazón del poder, pasando por sus enormes déficits de gestión política, hasta los armados electorales de la oposición impulsados sobre todo por el deseo de colocar un límite al Gobierno. No pasaría de ahí la aspiración: nadie tiene a mano una alternativa que garantice un corsé a la inflación (el diamante libertario) y atienda a la vez los daños en el tejido social y productivo.
Milei consumió la última semana al ritmo de las piruetas financieras de Luis Caputo, el ministro de Economía. La intranquilidad de los mercados reflejada en la cotización del dólar obligó a despertar la imaginación de “Toto”. Quedó la impresión que la teoría sobre la libre flotación del dólar se chamuscó no bien se avizoraron peligros. Pudieron detectarse dos maniobras fuertes: sobre las tasas de interés y los contratos del dólar futuro. El Gobierno pretende que la moneda estadounidense no se acerque a la banda superior establecida en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para que no exista impacto sobre los precios. Luego del buen dato inflacionario de junio (1,6%), han renacido en el oficialismo los temores por julio.
El Gobierno se comporta en su administración como si la economía y la política pudieran desenvolverse como compartimentos estancos. No repara en la interconexión indisoluble entre ambas. Difícil que haya un éxito económico sin un apuntalamiento solvente desde la acción política. Esa práctica está en crisis. Adentro y afuera de La Libertad Avanza. Hay una cadena de problemas irresueltos que resultan representativos.
¿Cómo pasar por alto la ruptura proclamada en el Poder Ejecutivo entre el Presidente y Victoria Villarruel, su vice? ¿Cómo hacerlo además en un Gobierno que desde la cúspide hasta el llano está atravesado por la fragilidad territorial y parlamentaria? ¿Cómo soslayar, por otra parte, las peleas en el “Triángulo de Hierro”, entre Karina Milei y Santiago Caputo? Soportes del líder libertario. ¿Cómo no advertir las deficiencias políticas para negociar con los gobernadores aliados, o improvisación en superficie ante conflictos de gestión muy graves? Uno de ellos, resumido en el juicio que enfrenta la Argentina en el exterior por la mala praxis kirchnerista en la estatización de YPF en 2012.
Es cierto que la lucha contra la inflación, en este tramo, se asemeja a una bruma que dificulta la visualización de aquel panorama. Pero los problemas y las crisis no se extinguen por obra de magia. Guillermo Francos, el jefe de Gabinete, resultó muy cuidadoso –suele serlo—cuando encapsuló en el plano político y no institucional las “razones profundas” del divorcio entre Milei y Villarruel. Consciente de la delicada materia que se trata, recomendó dirimir esos problemas de otra manera. El Presidente la llamó “traidora” por la sesión del Senado que aprobó, entre varias cosas, un aumento a los jubilados y la emergencia por discapacidad. La dama retrucó que sería mejor dejar de gastar dinero en viajes por el mundo o fondos reservados para la Secretaria de Inteligencia del Estado (SIDE) y atender a la gente con necesidades. De esa estación no se vuelve.
Francos aconsejó rastrear canales amables y discretos para superar las diferencias porque la historia de la democracia recuperada en la Argentina debe servir como enseñanza. Es muy delgada la frontera que separa una crisis política de otra institucional cuando aquellos que pujan son los exponentes más jerarquizados del Poder Ejecutivo. La riña entre Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez significó el principio del fin del gobierno de la Alianza. También, el despertar del estallido del 2001. Otros episodios similares no resultaron tan dramáticos, pero dejaron cicatrices hondas en gobiernos que los padecieron. ¿O no tuvo ese carácter la disputa entre Cristina Fernández y el radical Julio Cobos, su vice, en medio del conflicto con el campo? ¿O no fue acaso también un escollo gigantesco para Alberto Fernández el desempeño de la líder kirchnerista como vicepresidenta en el gobierno que precedió al actual?
Quedan boyando como enigma las “razones profundas” que esgrimió Francos para explicar la crisis entre Milei y Villarruel. Dos solitarios que llegaron en 2021 como diputados libertarios al Congreso y actuaron en tándem hasta que resolvieron integrarse en una fórmula presidencial. Con la expresa oposición de Karina. ¿Habrá sido esa la primera llama que se convirtió en incendio? ¿O quizás aquel encuentro reservado que la vicepresidenta mantuvo con Mauricio Macri en el cual le habría contado sus ambiciones políticas que el ingeniero luego susurró a Milei?
El Presidente también puede haber comenzado a deslizar alguna de sus cartas para ir neutralizando aquel conflicto principal. No pasó inadvertida la foto que hizo subir en redes de un desayuno en Olivos junto a Patricia Bullrich. La ministra de Seguridad fue pionera en las críticas a Villarruel por aquella sesión del Senado. Ostenta funciones que, aseguran, el líder libertario había prometido a la dama que todavía lo secunda. ¿Habrá sido el prólogo de la presentación de Bullrich como futura candidata a senadora por la Ciudad? ¿Pretenderá llevarla a la Cámara Alta para condicionar la futura tarea de la vicepresidenta? ¿O pasará en adelante a formar parte de la arquitectura del Triángulo determinante en el poder?
Los interrogantes no tienen ahora respuesta. Solo pueden rescatarse las señales de discordia que perduran en las inmediaciones de Milei. Tienen relación con dos episodios: la necesidad de recomponer vínculos con los gobernadores para blindar el veto que Milei piensa ejecutar sobre las leyes que sancionó el Senado; el armado de las listas para las elecciones legislativas, cuya primera prueba será en septiembre en Buenos Aires. Una cosa late junto a la otra. También, con los enredos palaciegos: Karina marginó a varios candidatos que Caputo, Santiago, pretendió filtrar en el primer desafío bonaerense. No hay suerte para las Fuerzas del Cielo.
El rigor de Karina se hace sentir en casi todos los frentes. También con sus aliados del PRO. En el acuerdo final en Buenos Aires terminaron desertando tres intendentes macristas (Pergamino, Junín, Puán,) por la asfixia, según ellos, desatada por El Jefe. “Los libertarios en nuestros distritos son oposición. Y quieren quedarse con la mitad de las listas”, explicó uno de ellos. Esa podría representar apenas una escaramuza en comparación con los forcejeos subterráneos que se descubren en la Ciudad para octubre.
La hermana de Milei está disgustada con Jorge Macri. Acusa al jefe porteño de haber alentado la rebeldía de aquellos alcaldes que fugaron del acuerdo bonaerense. Suma otros motivos para el enojo. En medio de las peleas con Villarruel y la negociación con los gobernadores por el aumento a los jubilados y la emergencia por discapacidad la Fundación Pensar, que dirige la diputada María Eugenia Vidal, emitió una declaración en la que resaltó los logros macro económicos de Milei, aunque subrayó que el equilibrio fiscal se sostiene por el ajuste sobre los sectores más desprotegidos. Tal audacia quizás enturbió las complejas negociaciones en la Ciudad para una lista común entre libertarios y macristas. El oficialismo nacional habría hecho conocer sus pretensiones: designar postulantes puros en los dos primeros lugares de la lista a senadores. Habrá tres en juego en la Ciudad. Uno por la minoría. Así no cierra para el PRO.
Esa inflexibilidad se proyecta como un escollo en otros campos. Francos anda a la pesca de solidaridades provinciales para conseguir que en Diputados progrese el veto que pretende disponer Milei. Quizá no hagan falta los “87 héroes” de septiembre de 2024 que frenaron el aumento a jubilados. Con un número menor alcanzaría si se logran reunir los 2/3 de una concurrencia módica. Allí estaría la clave que maneja el jefe de Gabinete en su diálogo con los gobernadores. Habrá que observar el comportamiento de Raúl Jalil, de Catamarca, y Osvaldo Jaldo, de Tucumán, que desde el PJ ayudaron a los libertarios. Están en trance electoral. El Gobierno descuenta que puede contar con el respaldo de Mendoza, San Juan, San Luis y Entre Ríos. Parece descartado Chubut, donde los libertarios redoblaron su ofensiva contra el mandatario del PRO, Ignacio Torres. Asoman complicaciones con Santa Fe. En el inicio de la Convención Constituyente los libertarios denunciaron un presunto pacto del radical Maximiliano Pullaro con el peronista Juan Monteverde. El ariete de la maniobra fue, como siempre, un delfín de Karina.
Pudo haberse tratado de un simple desquite contra el gobernador. Comenzó a distribuir cartelones en las rutas nacionales de su provincia alertando sobre el estado catastrófico. Es en verdad una demanda de los mandatarios en todo el país. La disolución de Vialidad Nacional –frenada por una cautelar de la Justicia—decidida por el Gobierno había despertado la atención de aquellos funcionarios. Duró hasta que una alta jerarquía de la Secretaría de Transporte comunicó que se realizará una auditoría nacional para conocer el estado de las rutas.
¿No será un poco tarde?
21/07/2025 a las 11:55 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Caputo vende cara su derrota
Javier Calvo
Fuente: Perfil
(*) Notiar.com.ar
20/7/025
Los cierres de las listas bonaerenses del oficialismo probablemente hayan pesado en el ánimo vengativo del asesorísimo, cuyos adláteres eran convidados de piedra a la hora de las candidaturas definidas por Sebastián Pareja, el delegado provincial karinista.
La disputa viene de antes, como se ha reseñado en este espacio en varias oportunidades (la última vez fue a principios de este mes). Mientras la hermanísima y los Menem propician un armado electoral más “puro”, Caputo cree que hay que establecer alianzas y guiños con otras fuerzas y hasta con mandatarios provinciales, para garantizar gobernabilidad a Javier Milei hasta 2027.
El exjoven Caputo (cumplió 40 hace diez días) pasó factura por la derrota en las constituyentes de Santa Fe (donde alentaba que LLA fuera con Amalia Granata) y la victoria en Chaco, donde los libertarios se sumaron a la lista oficialista del gobernador radical Leandro Zdero.
Otro distrito que exhibió las contradicciones de la táctica electoral mileísta fue Corrientes. Pese a todo el tejido previo de Caputo con el mandatario Gustavo Valdés y el senador Carlos “Camau” Espíndola, rompió lanzas y lleva su propio candidato, el diputado karinista Lisandro Almirón. Los tres senadores correntinos votaron todos los proyectos en contra del Gobierno en la célebre sesión del pasado jueves 10.
La rebelión unánime de los gobernadores para conseguir que Nación reparta obligadamente fondos coparticipables (ATN e impuesto a los combustibles) también fue tomada por Caputo como un efecto de la inflexibilidad de la hermanísima presidencial.
Sin embargo, lo que más enardeció al asesorísimo es lo que él considera una operación en su contra. Se trata de la difusión de las imágenes que mostraron el paso irregular de bolsos y valijas por los controles aduaneros de un vuelo privado desde EE.UU., con una sola pasajera que trabaja para el dueño de la aerolínea, Leonardo Scatturice. Hombre con historial en los servicios de inteligencia, Scatturice tiene un puente directo a Caputo, vía Manuel Vidal, un ex-PRO que es asesor del asesor. Cosas que pasan.
Precavido, Caputo evitó confrontar directamente con la secretaria general de la Presidencia y eligió culpar internamente a los Menem de la difusión del caso. Máxime cuando súbitamente comenzaron a propagarse múltiples contratos de las empresas de Scatturice con el Estado.
Consciente como nunca antes de que el famoso Triángulo de Hierro del que habló alguna vez Milei es cada vez más isósceles (dos lados iguales –los hermanos– y uno acortado), Caputo recargó los dardos contra Lule y Martín Menem, a quienes dejó de ver en las reuniones habituales de la mesa chica política que encabeza Karina: el asesorísimo ya no participa de ellas.
Después de una sucesión de denuncias sobre numerosas designaciones irregulares en Anses y PAMI –decididas por los Menem como parte del armado político nacional “puro”– se le atribuye dentro del Gobierno a Caputo la filtración de un millonario contrato con el Banco Nación de una firma vinculada al presidente de la Cámara de Diputados.
Tech Security da servicios en el BNA desde el macrismo y Martín Menem cedió sus acciones a sus hermanos cuando se incorporó a Diputados. Varias curiosidades al respecto. Una es que es la primera vez que le renuevan un contrato anual por dos años, con opción a un tercero. La segunda, que en la licitación de la entidad bancaria se evita plantear un conflicto de intereses, de los que ya fue informada la Oficina Anticorrupción (¿viva?).
El viernes último, el inefable vocero Manuel Adorni (que dejaría su cargo para ir como legislador porteño y sería sustituido por su segundo, Javier Lanari, otro karinista) marcó que la adjudicación era normal, que se trataba de otra operación periodística y que la noticia incluso era vieja.
Alguna vez Adorni tenía que pegarla. En parte, al menos. Es cierto que ya se habían difundido los profusos vínculos comerciales entre Tech Security y el BNA. Fue en enero de este año, cuando la colega Ivy Cángaro apuntó desde el sitio Data Clave a múltiples contrataciones públicas y privadas de firmas pertenecientes a los Menem o extrañamente vinculadas a ellos. La magia del reciclado.
Lo que el vocero, ni nadie, explica hasta ahora es el rol que en esta renovación con la empresa de la familia Menem pudo haber tenido Darío Wasserman, vicepresidente del Banco Nación. Vigoroso desarrollador inmobiliario en CABA, Wasserman fue un activo armador de la lista porteña libertaria, gracias al excelente nexo con la hermanísima Karina a través de su esposa, María del Pilar Ramírez, jefa del bloque y referente mileísta en la Ciudad. Nombres nuevos, prácticas clásicas.
En intrigantes despachos de la Casa Rosada se le asigna además a Caputo la reciente difusión de que otra firma de un socio de Martín Menem consiguió ser contratada por una obra social intervenida por el Gobierno.
Según el diario La Nación, Htech Innovation consiguió que la intervención libertaria en Osprera (la obra social de los trabajadores rurales, la segunda con más afiliados del país) la contratara para dar soluciones informáticas. El dueño de Htech es Sergio Andrés Aguirre, socio de Menem en TR Nutrition, de suplementos dietarios. Aguirre creó Htech en abril de 2024 y ese mismo año ya cobraba de la gestión mileísta en Osprera, recomendada por Lule Menem. Gente que la ve.
Caputo recibió el lunes 14 a Patricia Bullrich, que un día antes se dejaba fotografiar en la quinta de Olivos en un promocionado desayuno con el Presidente. Allegados a la ministra de Seguridad dejaron trascender que Milei le había pedido que convenciera al asesorísimo de bajar los decibeles de la batalla con los Menem, que son Karina. ¿Habrán hablado de los videos de la PSA del nuevo valijagate?
Tras ese encuentro de dos horas, surgió la versión de que, desde el Mundial de Clubes, Mauricio Macri habría llamado a Caputo por el presunto interés de compañías italianas en inversiones energéticas. Un tema caro a los ojos y oídos del asesorísimo. Y que plantea interrogantes; políticos, claro. ¿El enemigo de mi enemiga es mi amigo? ¿Otra devolución de gentilezas de los Menem? ¿O señal de Caputo sobre lo que es capaz en esta guerra interna?
En lo alto del poder mileísta siguen jugando con fuego. Cuidado, se pueden quemar.