Por Hernán Andrés Kruse.-

PRAXIS A LA SOMBRA DE LA JERARQUÍA: UNA PLANA MAYOR REVOLUCIONARIA SIN CONTROLES DESDE ABAJO

“Según Bakunin: “La pobreza y la desesperación no son suficientes para provocar una revolución social […] Esto solo puede producirse cuando el pueblo se encuentre excitado por un ideal universal que surja históricamente de las profundidades del instinto popular; y este instinto […] solo puede abrirse camino cuando el pueblo tenga una idea general de sus derechos y una fe profunda, apasionada, que casi podríamos llamar religiosa, en tales derechos. Cuando este ideal y esta fe popular se encuentran con una pobreza capaz de llevar al hombre a la desesperación, la Revolución Social está cerca y es inevitable, y ningún poder en el mundo será capaz de detenerla”.

Así pues, la cuestión central es cómo hacer para sembrar esa “idea general de sus derechos” y esa “fe profunda” en el alma popular. Y ahí es donde aparece el planteamiento bakuniniano acerca de la necesidad de organizar una asociación secreta, conformada por un puñado de miembros, que se ocupe de esa labor. En los Estatutos secretos de la Alianza: Programa y objeto de la Organización Revolucionaria de los Hermanos Internacionales, texto redactado por él en 1868, luego de la precisión de que no se va a crear ningún “poder dirigente tutelar”, leemos en los puntos 9, 10 y 11: 9. Es necesario que […] la unidad del pensamiento y de la acción revolucionaria halle un órgano. Ese órgano debe ser la asociación secreta y universal de los Hermanos Internacionales. 10. Esta asociación parte de la convicción que las revoluciones nunca las hacen ni los individuos ni siquiera las sociedades secretas. Se producen por sí mismas, por la fuerza de las cosas, por el movimiento de los eventos y hechos. Se van preparando durante mucho tiempo en la profundidad de la consciencia instintiva de las masas populares, luego estallan, suscitadas en apariencia a menudo por causas fútiles. Todo lo que puede hacer una sociedad secreta bien organizada, es primero facilitar el nacimiento de una revolución propagando entre las masas ideas que correspondan a los instintos de las masas y organizar, no el ejército de la revolución –el ejército siempre debe ser el pueblo– sino una suerte de plana mayor revolucionaria compuesta de individuos entregados, enérgicos, inteligentes, y sobre todo amigos sinceros, ni ambiciosos ni vanidosos, del pueblo, capaces de servir de intermediarios entre la idea revolucionaria y los instintos populares. 11. El número de esos individuos no debe pues ser inmenso. Para la organización internacional en toda Europa, bastan con cien revolucionarios fuertemente y seriamente aliados. Dos, tres centenas de revolucionarios bastarán para la organización del país más grande” (Bakunin).

“Plana mayor revolucionaria”, “servir de intermediarios entre la idea revolucionaria y los instintos populares”, “facilitar el nacimiento de una revolución propagando entre las masas ideas que correspondan a sus instintos”, he ahí el punto: nos hallamos ni más ni menos que en presencia de una vanguardia revolucionaria. Abundando en ello un par de años más tarde, en la extensa carta que dirige a Serguéi Necháyev el 2 de junio de 1870 y por medio de la cual rompe relaciones con ese confuso personaje, Bakunin clama por: “Una revolución popular espontánea, invisiblemente dirigida de ninguna manera por una dictadura oficial, sino por la dictadura anónima y colectiva de los amigos de la emancipación completa del pueblo de cualquier yugo, sólidamente aunados en una asociación secreta y actuando siempre y por todas partes con un único objetivo y un programa único”. El uso del término “dictadura” de la asociación secreta puede sonar desconcertante en Bakunin, pero páginas más adelante aclara que a lo que quiere aludir con él es al ejercicio de una fuerza que es, primero, intelectual, es decir, la capacidad para expresar “la naturaleza misma de los instintos, deseos y necesidades populares”; y, segundo, que reside en la intensidad de la solidaridad entre los revolucionarios y en el vigor de su unidad respecto del objetivo y el plan trazado. En consecuencia, tal dictadura: “No es en absoluto contraria al libre desenvolvimiento y a la autodeterminación del pueblo, ni a su organización desde abajo y hasta arriba de acuerdo a sus usos e instintos, dado que obra exclusivamente por la única influencia natural y personal de sus miembros, que están desprovistos de todo poder y dispersos, por medio de su red invisible, por todas las regiones, distritos y municipios. Ellos se esfuerzan, de común acuerdo y cada uno en su población, por orientar el movimiento revolucionario espontáneo del pueblo según un plan determinado de antemano y bien definido”.

Así pues, la asociación secreta ejerce como vanguardia en cuanto, de una parte, adelanta una labor de dirección intelectual al diseñar planes de acción ajustados a los impulsos naturales del pueblo y, de la otra, cumple un papel psicológico por vía de la “influencia personal” de sus miembros, es decir, de un uso del carisma, encaminado a asegurar la unidad del movimiento. Pero ¿qué tan grave desde un punto de vista ácrata es que exista una vanguardia? O mejor, ¿es de suyo la vanguardia antitética con el espíritu del autogobierno? La respuesta es no, en principio. En torno a la idea de vanguardia gravita un gran desprestigio derivado sin duda de la experiencia del leninismo, pese a que ella, en abstracto, no apela a ningún tipo de relacionamiento autoritario, sino que apenas busca dar cuenta de un hecho normal en la vida colectiva, a saber: la heterogeneidad interna de todo grupo humano.

Refiriéndose a esto, Eagleton ha puntualizado que dichas expresiones vanguardistas: “Surgen en condiciones de desarrollos políticos y culturales desiguales. Son efecto de la heterogeneidad, de situaciones en las que un cierto grupo de hombres y mujeres son capaces por sus circunstancias materiales, no necesariamente por su talento superior, de entender “por anticipado” ciertas realidades que no se han hecho evidentes de manera general. Son capaces de ello por una posición cultural privilegiada, o exactamente por la razón contraria, por una experiencia duramente adquirida como blancos de la opresión y de su lucha contra ella”. Acto seguido, Eagleton pasa a hacer la diferenciación entre vanguardia y elite, donde aquella surge para desaparecer mientras ésta lo que busca es perpetuarse. De manera que, desde una perspectiva libertaria, el problema no sería la emergencia de una vanguardia al interior de un movimiento revolucionario sino, más bien, su degeneración en élite, es decir, su autonomización respecto de los miembros del movimiento que no pertenecen a ella.

Precisamente tratando de evitar eso, Bakunin busca tomar algunas salvaguardias en las que queda patentizado una vez más el materialismo objetivista que inspira su pensamiento, el cual, sin embargo, aparece ahora acompañado de un moralismo inoportuno: la asociación secreta debe ser fiel a “los instintos, deseos y necesidades populares”, para lo cual es necesario que sus miembros sean seleccionados de una manera sumamente rigurosa, asegurando una generosidad de espíritu a toda prueba y una entrega apasionada a la causa casi rayanas con el misticismo ascético. En efecto, esa organización: “Y en particular su núcleo central, la debe integrar la gente más firme, más inteligente, dentro de lo posible, con instrucción (o sea con una inteligencia a base de experiencia), más apasionada, con una dedicación sin titubeos ni modificaciones, habiendo renunciado en la medida de lo posible a todo interés personal y rechazado de una vez para siempre, en su vida y hasta la muerte, a cuanto cautiva a los individuos: las comodidades y los goces sociales, las satisfacciones de la vanidad, del ascenso social y la fama. Esta gente estaría concentrada únicamente y enteramente en la sola pasión de la emancipación del pueblo, sin búsqueda de un papel histórico en su vida y hasta de un rastro personal en la historia tras su muerte”.

Consciente de la dificultad de encontrar gente con tales estándares, no digamos ya de virtud sino incluso de santidad, Bakunin apuesta por una asociación secreta de pocos miembros y por eso le precisa a Necháyev: “Me preguntará dónde encontrar a semejante gente, si hay mucha en Rusia e incluso en toda Europa. En este asunto, en mi sistema, no es necesario que haya muchos miembros. Acuérdese que usted no debe organizar un ejército, sino solo la plana mayor de la revolución. Personas así las hay casi del todo preparadas. Quizá usted dé con diez. De las capaces de serlo y que ya se preparan para ello, a lo sumo son cincuenta o sesenta, y a ojo de buen cubero es bastante”. La moral del santo y lo reducido de sus miembros, serían, pues, los requisitos para evitar que la vanguardia se autonomice y degenere en élite. Pero, cabe preguntarse: ¿acaso una aristocracia de la virtud, reducida y cerrada, sobre la que no pende ningún mecanismo de rendición de cuentas ni es seleccionada desde abajo, no es en sí misma un epítome del elitismo, la jerarquía y el alejamiento respecto de las bases del movimiento? Y esto con un gran agravante: Bakunin parte del presupuesto de que su asociación secreta es la llamada a hacer la lectura correcta de las necesidades e impulsos populares, dado que su programa se inspira en el principio del autogobierno. Por eso advierte: “Quien desee ponerse a la cabeza del movimiento popular debe aceptar este programa por entero y ser su realizador. Quienes quieran imponer al pueblo su propio programa se ponen del lado de los tontos”.

Es decir, que él y los suyos no solo son un círculo moralmente intachable, sino que además tienen el único programa verdadero. Por eso, previendo que puede haber otras asociaciones secretas independientes, exige una centralización total, objetivo para el cual no se detiene en sutilezas: “La asociación entera forma un cuerpo, un todo sólido, unido, dirigido por el Comité Central en guerra subterránea permanente contra el gobierno y contra todas las asociaciones que la combaten o que simplemente obran fuera de ella […] Las asociaciones con objetivos próximos a los nuestros deben ser presionadas para que se unan a nosotros o, por lo menos, a subordinarse, sin que lo sepan y apartando a todos los elementos dañinos. Las asociaciones contrarias y propiamente nefastas deben ser anuladas […] La base de nuestra actividad debe estar regida por esta simple ley: verdad, honestidad, confianza entre todos los hermanos y con toda persona capaz y que quiera afiliarse. La mentira, la astucia, la manipulación y, si hace falta, la violencia, son contra los enemigos”. Certeza autoindulgente de poseer la verdad y de ser impoluto moralmente, número reducido de miembros, centralización total, anulación de toda disidencia y lógica amigo-enemigo para con los adversarios, son algunos de los rasgos de esta plana mayor revolucionaria bakuniniana, rasgos en los que es difícil encontrar diferencias con el espíritu del jacobinismo, de suyo la verdadera bestia negra de Bakunin.

Mas, ¿por qué decide tomar este camino deleznable y contrario al sentido del autogobierno? ¿Por qué, después de una profesión de fe libertaria tan rotunda, termina cayendo en su opuesto, es decir, en una política como gobierno elitista y, adicionalmente, asumida según el realismo político más crudo? Si Bakunin se vio forzado a reconocer que para poder avanzar hacia el autogobierno se requería entreabrir la puerta a la jerarquía, ¿por qué apeló al elitismo y no a un modelo republicano y democrático de relacionamiento entre movimiento y dirigentes, el cual, por donde quiera que se le mire, era más afín con el espíritu libertario? ¿Acaso una orientación republicana, al favorecer la elección colectiva del cuerpo directivo, al permitir la representación en él de las diferentes fracciones del movimiento y al exigirle una rendición de cuentas, no habría ayudado a impedir o, por lo menos, a dificultar, que la vanguardia degenerara en élite? Y esto sin mencionar que esa práctica del republicanismo, al involucrar a las personas comunes y corrientes, le habría permitido al conjunto del movimiento ir ganando experiencia de cara al autogobierno”.

(*) Julio Quiñones (Doctor en Ciencias Políticas y de la Administración y Relaciones Internacionales-Universidad Nacional de Colombia-Bogotá D. C.): “Bakunin y la política como exaltación del autogobierno: potencialidades y limitaciones” (Ciencia Política-volumen 15-número 30-julio/diciembre 2020).

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