Por Hernán Andrés Kruse.-

Investigadores de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata y del Conicet, visitaron la provincia de Mendoza para realizar un trabajo de campo en Geología. Aunque parezca increíble, los investigadores fueron agredidos por personas que se presentaron como militantes de La libertad Avanza para luego difundir un video explicando las razones de semejante accionar. “Estuvieron los zurdos del Conicet y la UNLP en Potrerillos, atando cintitas de la facultad de Geología (…) La policía los apoyó diciendo que no se puede molestar a la gente así, que somos agresivos. Agresivos son ellos cuando le roban al Estado, a nosotros. Eso es lo que tenemos para decir: que se vayan a bañar, como dice el Presidente”, expresaron un hombre y una mujer a través de un video que difundieron en las redes sociales (fuente: Página/12, 21/11/024).

Al leer semejante noticia no pude menos que preguntarme lo siguiente: ¿acaso estamos en presencia del renacer de la Liga Patriótica Argentina, aquella poderosa fuerza de choque del orden conservador que asoló la Argentina durante la primera experiencia radical en el gobierno (1916/1930)? Quizá resulte exagerado comparar el accionar de los militantes libertarios que agredieron a los científicos del Conicet con el accionar represivo de la Liga. Pero conviene no subestimar lo que acaba de tener lugar en Mendoza. El relato del presidente de la nación es extremadamente violento y, de haber vivido en aquella época, no hubiera dudado un segundo en formar parte de esa fuerza de choque.

Es por ello que conviene recordar qué fue la Liga Patriótica Argentina. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Sandra McGee Deutsch titulado “La derecha durante los primeros gobiernos radicales, 1916-1930” (Texto. La Derecha Argentina-Nacionalista, Neoliberales, Militares y Clericales”-Untref Virtual). Realiza una magnífica descripción de la “Semana Trágica” y el ascenso de la Liga.

LA SEMANA TRÁGICA Y EL ASCENSO DE LA LIGA

“Los sucesos ocurridos durante la así llamada Semana Trágica se produjeron en medio de una grave situación, en la que se combinaban la inestabilidad económica, el activismo laboral y el malestar de la clase alta con la democracia reformista. El resultado fue un duro enfrentamiento entre los trabajadores, por un lado, y los empresarios y el Estado, por el otro. Los hechos de violencia se iniciaron con una huelga en un establecimiento metalúrgico de la ciudad de Buenos Aires, declarada en diciembre de 1918; a partir de un conflicto localizado, se produjo una escalada que, al mes siguiente, derivó en una huelga general. La Semana Trágica se desarrolló entre los días 9 y 16 de enero de 1919, y consistió en paros obreros, saqueos, protestas callejeras y violentos enfrentamientos entre la policía, el Ejército y los trabajadores. Tropas al mando del general Luis J. Dellepiane (radical) ocuparon la capital entre el 9 y el 10 de enero, logrando poner fin a la movilización y la violencia obreras. Inmediatamente después, funcionarios gubernamentales mediaron para hallar una solución al conflicto que había precipitado los desórdenes.

Durante toda la crisis, atemorizados porteños de clase media y alta se preguntaban si el Gobierno habría perdido el control de la situación o-peor aún-estaría consintiendo a los obreros. Esta percepción estaba reforzada por el hecho de que el general Dellepiane había decidido por sí mismo movilizar a sus tropas y ocupar la ciudad para reestablecer el orden. Este punto de vista también era natural para quienes veían a Yrigoyen como un presidente “obrerista”. Para incrementar aún más sus miedos, un “secreto” complot comunista fue descubierto en Montevideo, y por todo Chile se desarrollaban huelgas y manifestaciones obreras, precisamente en el mismo momento en que los revolucionarios del movimiento Espartaquista amenazaban con tomar el poder en Alemania.

La prensa argentina otorgó un considerable espacio a estos hechos. Como observó La Nación, no podían dejar de relacionarse los sucesos de Buenos Aires con los del resto del mundo. Así, no resulta entraño que tantos porteños creyeran que fuera inminente el estallido de una revolución organizada desde el exterior. Por otra parte, como muchos de ellos identificaban a la izquierda con la Unión Soviética, fueron proclives a responsabilizar por los sucesos locales a los inmigrantes judíos, que en su mayoría habían llegado al país desde Rusia. Guiados por estos “indicios”, grupos de civiles armados tomaron la cuestión en sus manos y se organizaron para patrullar las calles de Buenos Aires desde las primeras horas del 10 de enero hasta el 14. Junto con la policía, irrumpieron en los barrios obreros y judíos destruyendo sedes gremiales e instituciones de la colectividad, atacando y arrestando a personas, y destruyendo bienes judíos. La policía encarceló a los supuestos líderes del primer soviet argentino —de origen ruso-judío—, al que responsabilizaban de instigar y organizar la Semana Trágica. Posteriormente, las autoridades liberaron discretamente a los sospechosos, después de haber descubierto que el “soviet” era un “fantasma”.

Mientras arreciaba el terror blanco, algunos civiles se reunían en las comisarías y formaban milicias para proteger sus barrios de posibles incursiones obreras. El movimiento de guardias blancas barriales se extendió a otras ciudades donde el activismo obrero se mantenía, y siguieron en actividad una vez que la Semana Trágica hubo terminado. Varios grupos estuvieron implicados en la represión y en las organizaciones para conservar el orden que se crearon a posteriori. Los principales miembros-tanto de los escuadrones blancos que habían atacado a obreros y judíos como de las patrullas urbanas-provenían del Comité Nacional de la Juventud, organización creada en octubre de 1918 para apoyar al bando aliado. Cuando acabó la guerra, el Comité buscó otras causas para continuar en actividad, y las encontró en el antiyrigoyenismo y en la lucha antiobrera.

En estas bandas parapoliciales militaban afiliados radicales; de hecho, el general Dellepiane autorizó la distribución de armas entre los civiles, probablemente con la aprobación del Presidente. Militares retirados, políticos y “caballeros” de clase alta se incorporaron a las patrullas barriales. Integrantes de todos estos sectores, como también importantes hombres de negocios y activistas católicos, participaron de la Comisión ProDefensa del Orden, encargada de recolectar fondos para las familias de los policías, bomberos y soldados muertos durante los enfrentamientos con los trabajadores. Destacados conservadores y radicales formaron parte de la Comisión; los últimos, en número considerable, se unirían al ala antipersonalista (antiyrigoyenista) del partido en los años venideros.8

La Marina de Guerra puso bajo su control a los civiles armados. Desde el inicio de la Semana Trágica, hombres jóvenes habían concurrido al Centro Naval, para recibir entrenamiento militar y armas. El 12 de enero, el contraalmirante Manuel Domecq García creó una nueva guardia civil, con jurisdicción en toda la ciudad y sede en el Centro Naval, que aglutinó a todos los grupos dispersos de parapoliciales. El 15 de enero, Domecq García se reunió con representantes del Ejército y la Marina, y decidieron dar origen a una milicia permanente para Buenos Aires. Invitaron a dirigentes políticos, sacerdotes, empresarios, militares y miembros de instituciones importantes, incluso a grupos femeninos, a unirse a la nueva institución: la Liga Patriótica Argentina, que defendería “la patria y el orden” frente a los “elementos anárquicos, ajenos a nuestra nacionalidad”.

El 20 de enero, los invitados asistieron a la sesión inaugural de la Liga, realizada en el Centro Naval y presidida por Domecq García. Los participantes aprobaron una lista de objetivos, el primero de los cuales establecía que la Liga fomentaría el espíritu de argentinidad y el conocimiento de las obligaciones para con la Patria de todos los habitantes del país. La Liga lograría este cometido en parte presionando para obtener más apoyo público y privado para las escuelas: allí los niños aprenderían a amar a su país y los maestros obtendrían más y mejores salarios. Ante los rumores de influencia comunista en el sistema educativo, la Liga instó a las autoridades correspondientes a ejercer un control más estricto sobre las ideas de los maestros. La Liga también alentaría al público a celebrar las fiestas patrias, familiarizarse con la historia argentina y su hábitat y venerar al Ejército como protector de los hogares nacionales y las libertades.

Otra tarea de la Liga sería incrementar el bienestar de los pobres y recordar a las clases bajas que todas las soluciones legítimas a los problemas actuales debían estar en sintonía con la constitución liberal de la Nación. Por lo tanto, la Argentina continuaría recibiendo a los extranjeros que aceptaran sus leyes, pero se defendería de aquellos que profesaran ideas extrañas al estilo de vida argentino. Los guardianes de la argentinidad echarían mano de todos los métodos legales para realizar tal defensa, incluso cooperando con las autoridades para mantener la estabilidad ante cualquier amenaza anarquista o huelgas violentas. La Liga dejaba entrever que, si los medios legales no eran suficientes, recurriría a la coacción ilegal. O, como anunció más tarde, cuando los “huéspedes” de la nación abusaran de su hospitalidad perturbando el orden social, la Liga protegería los intereses nacionales.

La declaración de objetivos de la Liga revela su concepción del nacionalismo. Se definía la argentinidad como una conformidad con el orden político y social vigente. Anarquistas, sindicalistas, socialistas y otros disidentes no tenían lugar en la idílica visión que tenía la Liga del pasado argentino, una suerte de paraíso sin conflictos sociales ni políticos; por lo tanto, los opositores eran “extranjeros”. La condición de inmigrantes de la inmensa mayoría de la clase obrera fortalecía la distinción de la Liga entre los argentinos “nativos” de clase media y alta, que defendían a su nación, y sus antagonistas “foráneos”. Esta distinción era más retórica que real. No todos los opositores eran inmigrantes, ni los liguistas necesariamente tenían un linaje criollo y nativo. Además, el mantenimiento del orden en beneficio de las clases altas, ¿era una preocupación genuinamente nacionalista?

E1 periódico socialista La Vanguardia se mostraba escéptico ante las declaraciones nacionalistas de la Liga. Eran bien conocidos los apoyos que la Liga tenía en el Ejército, por lo cual La Vanguardia se preguntaba si la organización realmente protegería la Constitución de un ataque que proviniera de su aliado castrense. También decía la publicación socialista que la Argentina casi nunca trataba a sus habitantes extranjeros como “invitados”; muchos se vieron forzados a vivir como vagabundos, deambulando en busca de un trabajo. Por otra parte, si la Liga era una organización verdaderamente nacionalista, debería trabajar para facilitar el engorroso trámite de naturalización para que los inmigrantes se convirtieran en ciudadanos, sostenía La Vanguardia, El órgano anarquista La Protesta también se preguntaba si quienes alentaban la desunión, fomentando el odio y la violencia contra una parte de la población —en este caso, los obreros— eran verdaderamente nacionalistas.

Anarquistas y socialistas daban a entender que el nacionalismo de la Liga encubría sentimientos antipopulares. La izquierda no sólo desconfiaba del nacionalismo profesado por la Liga, sino también de su compromiso con la democracia. Según los socialistas, incorporando a los obreros extranjeros al sistema político-en lugar de estigmatizarlos y excluirlos-se fortalecían las instituciones nacionales. Los socialistas advirtieron la peligrosa coincidencia entre las Fuerzas Armadas y la Liga. En efecto, esta proximidad anunciaba la propensión de los sectores altos de la sociedad a confiar en el Ejército para salvaguardar sus intereses, que tendría trágicas consecuencias para la sociedad civil argentina durante el siglo XX. También había alarmado a los socialistas la insinuación-contenida en la declaración de objetivos de la Liga-sobre que la administración radical carecía de poder o de voluntad para realizar las tareas necesarias, y que, por consiguiente, la Liga tendría que llenar ese vacío. La Liga estaba usurpando el papel de gobiernos electos, como hicieron notar en varias ocasiones los representantes del Partido Socialista.

Durante su primer año de existencia, la Liga se concentró en reclutar hombres y mujeres, y en organizarse en escala nacional. Las patrullas barriales constituyeron el núcleo central de la fuerza. Estas patrullas se convirtieron en las “brigadas” de la Liga, que tenían presencia en 43 de los 45 distritos policiales de la capital. Las patrullas del interior también se unieron a la Liga como brigadas de sus respectivas ciudades. Otras brigadas urbanas fueron organizadas sobre la base de ocupaciones o asociaciones profesionales. A partir de una invitación de la Liga o por propia iniciativa, hacendados, empresarios y dirigentes políticos provinciales dieron origen a nuevas brigadas. En diciembre de 1919, cuando los trabajadores de la cosecha iniciaron una huelga, los propietarios respondieron con la organización de brigadas rurales. La Liga creó también brigadas de “trabajadores libres” para contrarrestar la actividad de los sindicatos combativos. Entre tanto, durante la segunda mitad de 1919 y comienzos de 1920, los liguistas invitaron a las mujeres a sumarse a la organización. Mujeres solteras y casadas de clase alta crearon brigadas de señoritas y señoras, respectivamente, en Buenos Aires y otras ciudades; maestras, de distintas extracciones sociales, formaron brigadas de docentes en la Capital Federal, en la provincia de Buenos Aires y en la ciudad de Mendoza. En noviembre de 1919, la Liga declaró que tenía 833 brigadas en todo el país.16 Durante los años siguientes, el número de integrantes de la Liga fluctuaría, pero su núcleo permanente consistiría en 41 brigadas femeninas y 550 brigadas masculinas, o aproximadamente, 820 militantes femeninos y 11.000 activistas.17 Paralelamente, se produjo una fusión en el ámbito de la conducción. Integrantes del Círculo Militar, del Centro Naval y de la Comisión Pro-Defensa del Orden se incorporaron a la dirección de la Liga. Sus nombres aparecían en la nómina de la Junta Central, elegida por las brigadas, y en el Consejo Ejecutivo, electo a su vez por la Junta Central. Domecq García ocupó la presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas eligieron tomó presidente a Manuel Carlés. Carlés fue una figura compleja. Abogado, docente en el Colegio Militar y en otras instituciones, y diputado nacional (1898-1912), Carlés permaneció vinculado al régimen, mientras sus amigos más próximos del régimen se habían hecho reformadores, como el presidente Roque Sáenz Peña (1910-1914). Aunque sus días en la Cámara de Diputados se terminaron con la reforma electoral de 1912, Carlés conservó su interés por la política y sus contactos con los radicales, sobre todo con su buen amigo Marcelo T. de Alvear; con ellos se convertiría en radical antipersonalista. En 1918, Yrigoyen designó a Carlés como interventor en la provincia de Salta, y, en febrero de 1919 —mientras la Liga se estaba consolidando— el Presidente consideró su posible incorporación al gabinete como ministro de Marina. Poco tiempo después, durante ese mismo año, los conservadores de la provincia de Buenos Aires tuvieron en cuenta a Carlés entre sus candidatos.18 Por lo tanto, las lealtades políticas de Carlés eran ambiguas.

Ambiguas también eran las relaciones de la Liga con el Gobierno. En primer lugar, muchos radicales habían integrado la Liga desde sus orígenes y, por lo menos al comienzo, la administración radical elogiaba el accionar de la Liga y su defensa del orden, permitiendo, además, que militares, policías y empleados postales trabajaran con la organización. No obstante, la capacidad de la Liga para atraer a miles de miembros por todo el país-incluyendo a los radicales antiyrigoyenistas y de clase alta-preocupó al Gobierno, que vislumbraba en la Liga un potencial adversario y competidor político. La creciente incorporación de militares a la Liga incrementó los temores oficiales. Desde mediados de 1919, y en respuesta a las advertencias socialistas, el Gobierno prohibió al personal militar y de la policía en actividad pertenecer a la Liga, pero fue incapaz de cortar los vínculos de la organización con las fuerzas armadas y de seguridad.

El gobierno de Yrigoyen, finalmente, llegó a un implícito modus vivendi con la Liga. Teniendo en cuenta que el Gobierno seguía tratando de ganar el apoyo de los trabajadores urbanos nativos y sin pertenencia gremial, reprimió las actividades sindicales más duramente que antes de la Semana Trágica y, tácitamente, aceptó la existencia de la Liga. A su vez, la Liga se abstuvo de constituirse formalmente en un partido opositor o conspirar contra la democracia, al menos hasta la reelección de Yrigoyen en 1928. Los radicales podían tolerar la oposición de la Liga a los trabajadores organizados, pero no a su propio gobierno.

La amplia composición social de la Liga era indicativa de la popularidad de su estilo nacionalista y explicaba por qué los radicales aceptaron tal solución de compromiso. Las autoridades de la Liga tenían antecedentes aristocráticos. Entre 1920 y 1928, cerca del 69 por ciento de los miembros de la Junta Central y del Consejo Ejecutivo provenían de la clase alta, como prácticamente todas las líderes femeninas, que estaban unidas por lazos de parentesco. Casi la mitad de los dirigentes masculinos poseían tierras o eran miembros de familias terratenientes y, por lo menos, el 31 por ciento había ocupado cargos electivos o políticos antes de 1916, demostrando su afinidad con el régimen conservador.

El temor de los radicales por la participación militar en la Liga estaba plenamente justificado: entre las autoridades centrales de la Liga, el 19 por ciento de quienes se tenía información sobre su ocupación eran oficiales. Los miembros de las brigadas masculinas eran de condición social más humilde. Sólo el 18 por ciento de los delegados de brigada a las reuniones anuales de Liga-que tendían a ser oficiales de brigada-eran de clase alta; y el 19 por ciento poseían tierras o pertenecían a familias terratenientes. Los “trabajadores libres” de la Liga eran obreros no sindicalizados ya empleados por liguistas o contratados por ellos para quebrar huelgas y sindicatos. Es prácticamente improbable que estos trabajadores se unieran a la Liga por propia voluntad o genuina convicción; así, los sectores medios formaron la base popular de la Liga, llegando hasta el 31 por ciento del total de los líderes nacionales masculinos, el 82 por ciento de los delegados y un porcentaje aún más grande entre las brigadas de maestros y los grupos masculinos. Los grupos urbanos incluían a profesionales, dueños de tiendas, empleados públicos y de comercio, militares y algunos sacerdotes vinculados al Catolicismo Social. En las zonas rurales, las brigadas fueron conducidas por hacendados, arrendatarios, chacareros y capataces. Los miembros de las brigadas tenían intereses importantes en la sociedad de entonces y, por ello, razones para combatir al sindicalismo y a la agitación izquierdista”.

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