Por Hernán Andrés Kruse.-

Cada vez que se conmemora un nuevo aniversario del derrocamiento de María Estela Martínez de Perón acaecido el 24 de marzo de 1976, se vienen a nuestra memoria las atrocidades cometidas por la dictadura militar. Se nos vienen a la memoria los vuelos de la muerte, los centros clandestinos de detención, las torturas, los robos de bebés; se nos viene a la memoria el terrorismo de Estado aplicado de manera planificada y sistemática por el partido militar. Lamentablemente, se trata de una memoria parcial, de una memoria que falsifica nuestra historia, tergiversa lo que nos pasó en aquella trágica etapa.

¿Lo que usted trata de decir, alguien puede increparme, es que el terrorismo de estado impuesto a sangre y fuego por Videla, Massera y compañía no existió? De ninguna manera. El terrorismo de estado ejecutado fríamente a partir del 24 de marzo de 1976 existió. Ahí está el informe de la Conadep “Nunca Más” como prueba irrefutable. Lo que trato de decir es que el terrorismo de estado no comenzó ese día sino en la etapa previa, es decir cuando el gobierno estaba en manos del peronismo. En efecto, una vez instalado en el poder Perón apadrinó la organización para-policial de extrema derecha liderada y financiada por José López Rega, el poderoso Ministro de Bienestar Social. Esa patota para-estatal asesinó, torturó e hizo desaparecer personas sin inmutarse, ya que gozaba de la protección de Perón. Hago referencia a la Alianza Anticomunista Argentina, popularmente conocida como la Triple A. En octubre de 1975 el entonces presidente interino Italo Argentino Luder y su gabinete firmaron los decretos ordenando a las fuerzas armadas aniquilar a la subversión. Con esa decisión el terrorismo de estado se institucionalizó. Lo que hicieron Videla, Massera y compañía con posterioridad al 24 de marzo de 1976 fue continuar y “perfeccionar” la tarea represiva de la Triple A. Quien dude de lo que estoy afirmando lo invito a que se dirija a alguna hemeroteca y lea los diarios de la época.

Al asumir como presidente de la nación, Raúl Alfonsín cumplió su promesa de campaña. En 1985 los máximos responsables del terrorismo de estado a partir del 24 de marzo de 1976 fueron juzgados y sentenciados. Se hizo justicia, qué duda cabe. Lamentablemente, no hubo juzgamiento ni condena para los responsables del terrorismo de estado previo al derrocamiento de Isabel. En 1985 deberían haber sido juzgados y condenados, por ejemplo, Isabel, y quienes firmaron los decretos ya mencionados: Luder, Antonio Cafiero (ministro de Economía en 1975) y Carlos Ruckauf (ministro de Trabajo en ese mismo año), entre otros. Los recién nombrados son tan responsables del terrorismo de estado como Videla, Massera y compañía. Reitero, en 1985 se hizo justicia pero de manera parcial, incompleta.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Alicia Servetto titulado “Memorias de intolerancia política: las víctimas de la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista)”. La autora no hace más que confirmar lo que acabo de expresar. Saque el lector sus propias conclusiones.

MEMORIAS SOSLAYADAS

“Hay un acuerdo generalizado de que la memoria es un ejercicio de reconfiguración del pasado según las preguntas del presente. El tiempo presente es el único tiempo que nos permite aproximarnos, y desde donde actualizamos el significado, de lo ya sucedido. De allí la movilidad de la memoria, y por que no, también, de la historia, que está siempre increpando para abrir el pasado, desde las urgencias del presente, pero también desde los sentidos que ese pasado tuvo y tiene para los actores que en el momento histórico estuvieron involucrados. Hacer este ejercicio, es un ejercicio político, y como hecho político, puede ser resistente al orden vigente, pero también, puede ser funcional al poder hegemónico.

En este sentido, la memoria del terrorismo de Estado, instalado en la Argentina con la dictadura militar de 1976, tomó como centro de reflexión la represión ilegal y clandestina que se llevó a cabo entre 1976 y 1983. Sin embargo, la memoria de los crímenes no puede clausurar los debates sobre su origen y su legado. Lo sucedido a partir de 1976 es inseparable del inmediatamente anterior que transcurrió aproximadamente entre 1969 y 1976, en que el uso de la violencia política se tornó normal y en cierto modo aceptado por buena parte de la sociedad. En otras palabras, no se puede pensar el terrorismo de Estado sin la antesala de la década anterior. Nos remite a la violencia política y a su contexto de producción y aceptación que requiere una mirada histórica de más largo alcance, pero sobre todo, nos remite a indagar acerca de una determinada modalidad represiva del Estado, no como hecho aislado o como un exceso de grupos fuera de control, sino, como plantea Pilar Calveiro (2004), como una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente, que desnudó visiblemente la índole del poder.

Desde esta clave interpretativa, nuestra propuesta de análisis se centra en el período abierto en 1973 con el retorno del peronismo al poder –después de 18 años de proscripción– y la inauguración de una nueva etapa constitucional, interrumpida en 1976. Partimos de la idea de que en este período se fueron construyendo los presupuestos argumentativos que dieron sustento al terrorismo de Estado de la etapa posterior, a partir de la construcción de un marco discursivo que legitimó la acción represiva del Estado, no sólo en sus formas institucionales y “legales”, sino también, en sus formas clandestinas, ilegales y paraestatales (…)”.

EL GOBIERNO PERONISTA Y LA TRIPLE A

El proceso abierto en la Argentina con las elecciones de 1973 fue trágicamente cerrado con el golpe de Estado de 1976. En ese lapso, se sucedieron tres presidentes peronistas, Héctor Cámpora, electo con el 49, 5% de los votos que no llegó a gobernar dos meses. Un golpe palaciego hacia el interior del peronismo lo obligó a renunciar luego del regreso al país de Juan Domingo Perón, líder máximo del partido gobernante. Nuevas elecciones en septiembre de 1973 le otorgaron el triunfo al viejo líder peronista con más del 60% de los votos. Su muerte en julio de 1974 dejó en manos de la vicepresidente María Estela Martínez de Perón, su esposa, la jefatura del país y del partido. Fue derrocada en marzo de 1976.

Durante estos tres años de gobierno, el rasgo común de la política Argentina fue la intensificación de la crisis social y económica acompañada de un acelerado deterioro de las instituciones que se mostraron incapaces e ineficaces para procesar la conflictividad social y política. En efecto, el 20 de junio de 1973, Perón regresó definitivamente al país. Su llegada estuvo precedida por una gigantesca movilización popular en el aeropuerto internacional de Ezeiza, en las proximidades de la ciudad de Buenos Aires. Miles de personas se movilizaron a un acto cuya organización estuvo a cargo de los sectores vinculados a la derecha del movimiento peronista. Lo que se esperaba como la mayor fiesta “peronista”, para celebrar el regreso del líder, concluyó con un elevado número de muertos y heridos. Al día siguiente, Juan Domingo Perón pronunció el esperado discurso. Evitando toda referencia a la matanza de Ezeiza del día anterior, llamó a todas las fuerzas políticas y al pueblo argentino a colaborar para “volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia”. Desde entonces, quedó asegurada la impunidad desde el mismo aparato del Estado. A partir de ese momento, las mismas palabras fueron repetidas una y otra vez, casi obstinadamente, hasta el día en que falleció.

Cabe aclarar que el retorno del peronismo al poder se enmarca en el contexto de un proceso iniciado en 1969. Con los sucesos del “Cordobazo” comenzó un vasto movimiento de contestación social que cuestionó las bases de la dominación social y todo intento de estabilizar un esquema de poder, exacerbado por la predisposición de los actores sociales para pensar que la única forma posible de producir el cambio era a través de la revolución. Todo ello sumó algo a una historia que ya tenía dos elementos intrínsecamente conflictivos: la resistencia del peronismo proscripto, establecido en 1955 y, la dictadura del gobierno de la Revolución Argentina, instalado con el golpe de Estado de 1966. Mientras el primer elemento polarizó el campo político de la argentina zanjando profundamente la división entre peronistas y antiperonistas, la política económica del general Onganía y de su ministro de economía, Krieger Vasena, agudizó las contradicciones sociales y económicas de la clase media y de los sectores populares afectados por la aplicación de medidas que beneficiaban a los sectores capitalistas más concentrados. (Romero, 2003)

A las movilizaciones sectoriales y regionales, que desembocaron en los estallidos de las rebeliones urbanas se sumó el surgimiento de las organizaciones armadas revolucionarias, expresión de la juventud radicalizada para quienes la transformación sólo podía darse a través de la lucha armada. La convicción común a todos ellos era que el sistema de dominación vigente reposaba en la violencia y que sólo otra violencia, que echara a andar una guerra que debía evolucionar como guerra popular, podría desenmascarar y, finalmente, derrotar a ese sistema que explotaba al pueblo y oprimía a la Nación. (Altamirano, 2001).

Montoneros fue la organización armada revolucionaria más numerosa, definida por su pertenencia al movimiento peronista. Estructuró la lucha política sobre la lógica binaria, por lo que el antagonismo político no se definió por oposiciones sociales, sino a partir de la dicotomía entre peronismo y antiperonismo. Allí resumía la división entre pueblo y régimen, o entre pueblo y oligarquía. Ubicándose como representantes auténticos de los intereses populares, se insertaron en las disputas de poder que se libraron dentro del peronismo. El líder exiliado, por su parte, alentaba las contradicciones con un juego pendular que favorecía, estimulaba y confrontaba a los diferentes sectores del peronismo que emergían en su nombre. Fue en este juego, donde Montoneros logró hacerse de un espacio en el movimiento al obtener el reconocimiento de “organizaciones especiales”.

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