Por Hernán Andrés Kruse.-

LA GUERRA Y LA SOCIEDAD ARGENTINA

“Por 74 días las islas pasaron al dominio argentino, y durante ese tiempo el régimen gozó de una popularidad inusitada. El contraste entre la movilización obrera del 30 de marzo y la reacción popular tres días después con la noticia del desembarco demuestra una cuestión evidente: el éxito de la estrategia política de la dictadura. Durante esos 74 días, el régimen tuvo un respiro en su deslegitimación social y política mientras promovía todo tipo de campañas para atizar el fervor patriótico. Durante la guerra hubo numerosas movilizaciones populares, algunas convocadas oficialmente –por ejemplo, mediante la propaganda “Argentinos a vencer”–, y otras que provenían espontáneamente de diversas instituciones sociales. Comunicados en la prensa dando su apoyo a la guerra, filas de voluntarios donando sangre, estudiantes escribiendo cartas a los soldados en las islas, mujeres tejiendo ropa de abrigo para los combatientes y colectas que redundaron en éxitos televisivos fueron escenas de lo cotidiano entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982.

¿Cómo explicar ese respaldo masivo a una operación militar llevada adelante por una dictadura en crisis? Si la estrategia política de la Junta Militar fue exitosa se debió al hecho de que el régimen sabía y compartía lo que Malvinas significaba para la gran mayoría de la sociedad argentina. Es que para 1982, Malvinas se había convertido en un símbolo que hacía referencia a una causa nacional profundamente arraigada en la cultura y política argentinas. En términos generales, desde fines del siglo XIX pero principalmente a partir de 1930, el reclamo diplomático por la recuperación de las islas ocupadas ilegalmente por Inglaterra alcanzó la condición de causa nacional y popular de fuerte arraigo en el imaginario nacionalista territorial. En una Argentina inmigratoria, la propagación de un nacionalismo encarnado en el territorio (uno de los pocos elementos comunes a la variopinta población que residía en el país) fue una política fundamental desplegada por el Estado con el objeto de construir una identidad nacional homogénea, y de ese modo evitar conflictos.

Así, las distintas instituciones estatales como la escuela y las Fuerzas Armadas promovieron variadas acciones con el objetivo de incentivar y difundir el “amor a la Patria” encarnado en el territorio: la enseñanza de la lengua, la geografía y una historia común basada en gestas, héroes, los rituales y los símbolos nacionales, fueron algunas de ellas. Viendo la relevancia que cobró el repertorio nacionalista territorial a comienzos del siglo XX, resulta lógico que la recuperación de las islas Malvinas –el territorio “irredento” por excelencia– se convirtiera rápidamente en un símbolo nacional de especial magnitud, en una causa apreciada y apropiada por amplios sectores sociales que le atribuyeron sentidos diversos y hasta opuestos. Desde esa lógica, la República no lograría cumplir con su destino de grandeza hasta tanto no alcanzara su integridad territorial a partir del retorno de las islas a manos argentinas. De allí que la consigna y el mandato “Las Malvinas fueron, son y serán argentinas” se convirtieran en una marca identitaria para gran cantidad de argentinos.

Para 1982, la causa nacional estaba plenamente construida y arraigada en amplios sectores sociales, inclusive las Fuerzas Armadas. Ello explica tanto la decisión de la Junta Militar de ocupar esos y no otros territorios, como el amplísimo respaldo popular del que gozó la iniciativa por parte de sectores de todo el arco político. Sin embargo, es importante incorporar otras variables en el análisis de esas actitudes sociales para que la explicación no se circunscriba a un automático apoyo a una causa nacional. En tal sentido, deberíamos tratar de identificar cuál era realmente el objeto del apoyo popular: ¿la guerra, la dictadura, la causa de soberanía, los soldados en las islas?, ¿el respaldo a la guerra o a la “causa nacional” implicaba desconocer y silenciar los cuestionamientos a la dictadura en otros planos?

Los modos en que los contemporáneos –tanto en Argentina como en el exilio– lidiaron con esa contradicción fueron diversos. Algunos separaron tajantemente la guerra de la dictadura que le dio origen por la legitimidad de la causa, y la concibieron como una “guerra antiimperialista”. Otros, los menos, se opusieron a tal distinción: la guerra no era legítima porque era una “maniobra dictatorial” para perpetuarse en el poder y desnudaron los engaños del patriotismo. Entre ambos extremos existieron los más diversos matices como, por ejemplo, aquellos que continuaron denunciando a la dictadura por la represión ilegal, por su política económica y demandando la urgente normalización institucional, pero defendiendo la causa de soberanía de las islas, o aquéllos que sólo se movilizaban en solidaridad de los soldados apostados en las islas.

Asimismo, es importante poder identificar si existieron cambios en las actitudes de los diversos actores frente a la guerra, al ponerlas en diálogo con la situación bélica en el archipiélago, el avance de las negociaciones diplomáticas, las noticias de los medios de comunicación, entre otras cuestiones. En Neuquén, por ejemplo, la Iglesia Católica –que tenía una trayectoria de oposición a la dictadura y denuncia de las violaciones a los derechos humanos– en un comienzo dio su respaldo al desembarco por la causa justa en la que se basaba, pero al mismo tiempo advirtió que esa causa nacional no fuese usada por el régimen militar para “desviar la atención de los graves problemas internos de desocupación y hambre” y pidió por la paz. Sin embargo, luego de la llegada a la región del cuerpo del soldado Jorge Águila –un conscripto muerto en el enfrentamiento por las islas Georgias el 3 de abril– y a medida que los márgenes de negociación se estrechaban y las pérdidas de vidas aumentaban, los integrantes de la diócesis neuquina radicalizaron su postura y organizaron manifestación públicas contrarias a la guerra y por una paz sin condicionamientos, más allá de la justicia de la causa: lo urgente era frenar la “matanza”.

REFLEXIONES FINALES

“La dictadura militar cayó en su propia trampa tras la derrota argentina en Malvinas. Así como de masivo había sido el respaldo popular el 2 de abril, luego de la rendición ocurrida el 14 de junio los cuestionamientos a las Fuerzas Armadas se profundizaron no sólo por la derrota sino también por su pésimo desempeño. Incluso, se produjeron movilizaciones de ciudadanos que demandaban por la “verdad” de una guerra que se creía ganada hasta el día anterior. El conflicto se había cobrado 649 muertos argentinos y más de 1000 heridos, y muchos comenzaban a preguntarse el sentido de semejante sacrificio. El estupor, la incertidumbre e indignación social se dieron en paralelo a una profunda deslegitimación social y política del régimen. Fue el comienzo del fin de la dictadura militar.

Desde ese entonces, la perspectiva de la guerra de Malvinas como el último recurso que tuvo la dictadura para perpetuarse en el poder se extendió en la esfera pública. Sin embargo, si bien tal afirmación es indiscutible, también es insuficiente. Para comprender la guerra es necesario no sólo considerar la coyuntura inmediata, sino también tener en cuenta la construcción de Malvinas como una causa nacional en la larga duración histórica. Es esa cuestión la que nos ayuda a comprender tanto la estrategia de la Junta Militar como el masivo respaldo al conflicto. Y si bien éste no fue unánime y en ocasiones no implicó dejar en segundo plano otros cuestionamientos al régimen, sí le dio cierto respiro a la dictadura en su profunda deslegitimación social”.

(*) Andrea Belén Rodríguez (docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue e investigadora del Conicet en el Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales): “¿Como fue posible la Guerra de Malvinas?” (abril de 2022).

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