Por Otto Schmucler.-

Las declaraciones formuladas por el actual ministro de justicia en 2017, a dos años de la muerte del Fiscal Nisman, tienen un retrogusto muy similar a las de la Fiscal Fein, cuando en su histórico fallido aseguró a la prensa que “lamentablemente dio negativo” (se refería al barrido electrónico de pólvora en las manos del fiscal que apareció muerto en el baño del departamento que habitaba). Si los resultados hubieran dado “positivo”, hubieran representado una prueba bastante contundente de suicidio.

Que dos años después de la muerte (ocurrida en 2015) y con las investigaciones y/o evidencias, el Dr. Libarona dijera al periodista que él creía que el fiscal “no aguantó lo que estaba viviendo y se suicidó”, rematando con un análisis simplista, como lo haría cualquier parroquiano en una mesa de café (que entraron volando por la ventana o que fueron enviados iraníes), ciertamente deja su imagen algo desdibujada.

Tal vez habría que repreguntarle y que nos dijera qué piensa hoy que la investigación parece haber tenido avances significativos a partir de los entrecruzamientos de llamadas entre el universo de espías de la actual AFI que estuvieron comunicándose de manera desenfrenada desde dos días antes de la muerte del fiscal y hasta el momento en que el cerrajero franqueó la puerta de entrada al departamento a la madre, aquel fatídico domingo.

Porque también, hace días, el ministro declaró “que no venía a perseguir a nadie” en lo que pareció más un mensaje tranquilizador hacia los corruptos que la afirmación que todos esperábamos escuchar de la justicia, “que no debería tomarse como vendetta”, pero que se iba a llegar hasta las últimas consecuencias contra los que saquearon el país.

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