Por Italo Pallotti.-

Quiero comenzar con una frase dicha por el expresidente en una de sus desdichadas, destempladas y cínicas manifestaciones. “La búsqueda de la eternidad es ínsita en el hombre. No quiere morir, quiere vivir eternamente. La medicina cada vez le da más recursos para seguir viviendo.” Y aquí el remate: “Tiene consecuencias económicas tremendas. Antes vivía hasta los 70, ahora lo tenemos que mantener hasta los 85 años”. Otro funcionario diría en su momento que “el Covid venía o podía de alguna manera resolver el tema del déficit de la ANSES”. Suficiente. Tanta imbecilidad junta es imposible de digerir. No es tan difícil encontrar definiciones de la vejez; es decir, la edad en que en distintos momentos a las personas se les comienza a decir “viejo o vieja”. El asunto es muy complejo desde el momento que la ciencia, la sociología o en términos más simples la gente común suele calificarlos. Hoy en día podemos ver a muchos estamentos de la sociedad moderna tratando de modificar los parámetros para que una persona pase a ser considerada vieja. Encontramos que personas de 85 años, en muchos casos, con capacidades para seguir desarrollando tareas, no tanto en lo físico por su desgaste natural; sino en lo intelectual, son ejemplos para muchas actividades del mundo moderno.

Pero claro está que lo que puede ser atendible y de fácil comprensión se ha enfrentado con los adelantos que el curso de la historia fue aportando a la sociedad; muchos con beneficios superlativos; otros con la negación de aspectos trascendentales que fueron opacando el universo por el que transitan las personas hacia ese estadío llamado vejez. Mientras fueron mejorando las condiciones de vida en lo social y lo económico, paralelamente se fueron deteriorando los aspectos y el camino que las personas van transitando en la búsqueda de una mejor ancianidad. Ya no sólo va viendo declinar sus esperanzas de un final de vida feliz y en paz como consecuencia del maltrato y humillación al que lo someten las generaciones jóvenes en su accionar cotidiano; sino también los gobiernos que con sus políticas erráticas y maliciosas en los sistemas de asistencia (llámese jubilación, sistemas de salud, etc.) le han ido cercenando sistémicamente su calidad de vida.

Los unos y los otros parecen considerar que los viejos deberían “tener la gentileza” de morirse a tiempo para no complicar las cosas, como se ha oído por ahí. También en el medio está el olvido del papel que esa franja etaria cumplió, y todavía en muchos casos cumple, al servicio del progreso de la nación. Con su esfuerzo cotidiano, su intelectualidad y su permanente observación de lo que está bien, o lo que no, al servicio de la sociedad. Palabras como descarte, deshecho, y otros insultos por el estilo coronan una verdad a la que se somete a los viejos, en los tiempos modernos. Los unos, porque piensan que jamás llegarán allí arriba o abajo, según se mire; y los gobiernos, porque la dimensión de su miopía no les permite otra cosa que mirar su propio ombligo, decadente, egoísta, descarado y ajeno a toda mínima sensibilidad. El relato y la discursiva hipócrita sobre los cambios “para beneficiar” al jubilado son recurrentes cuando bien saben que los beneficios a recibir producto del asqueroso manoseo de los aportes de toda una vida, los han ido malversando y bastardeando a niveles desconocidos. Fondo de Garantía. Movilidad. Sustentabilidad. Amagues de anulación. Jubilación sin aportes. Prestaciones básicas. Mínimos. Bonos compensatorios, aportes insuficientes, etc., son toda una palabrería absurda, insultante y agraviante de la dignidad del ciudadano que, en una inmensa mayoría, dio todo por su patria, a la que los gobernantes supieron quirúrgica y sigilosamente destruir con sus políticas reprochables y corruptas. A morir en paz, Sres. Jubilados. Si pueden, por supuesto. No hay, ni habrá mejores noticias. La política rompió todo. Nadie se salva del naufragio. Salvo algunos privilegiados, como siempre.

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