Por Otto Schmucler.-

Hace 11 años nacía en la Argentina una fábula guionada por un periodista que se atrevió a llevar su libreto a la televisión.

Jugaba en sus fantasías con una fabulosa cantidad de dineros lavados, embolsados que luego de recorrer distintos itinerarios terminaban en diferentes bancos de Suiza, en innumerables cuentas.

Esos dineros, nos explicaba, eran de tal magnitud que no se contaban, se pesaban.

Los invitados a su programa, a su turno denunciaron el funcionamiento de una financiera que residía en Puerto Madero a la que, según ellos, llamaban “la Rosadita”.

Este periodista llegó a dedicar un programa entero para mostrar a su audiencia “cómo las cámaras de seguridad del edificio” habían registrado la mudanza, en changuitos de supermercado”, de libros, computadoras y todo aquello que pudiera dar sustento a sus delirios, antes de que el juez de la causa abierta ordenara su allanamiento (8 días después de conocerse el hecho que, obviamente no arrojó resultados).

¿Quién en su sano juicio podría haber sospechado, acaso, que se blindaran las puertas del vestidor de la vivienda particular del matrimonio presidencial sabiendo que allí descansaban los mocasines de Él y también unos bolsos que el secretario Muñoz bajaba a recibir diariamente por la tarde?

Esas fantasías tuvieron un efecto tan negativo que hasta un fiscal se contagió y logró llevar a juicio a quien fuera la presidenta más honesta (y protectora de los humildes) con argumentos parecidos a los del periodista, y lo que es peor, que se la condenara por corrupción, una verdadera locura.

Dicen las malas lenguas que Dina Boluarte ha enviado cartas al Vaticano, con copia a los Dres. Beraldi y Zaffaroni, preguntando cómo es que se hace para introducir el término “lawfare” dentro de la fiscalía que la investiga por enriquecimiento ilícito por la tenencia no declarada de 3 relojes Rolex del mismo modo que lo hicieron ellos en la Argentina.

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