Por Juan José de Guzmán.-

Los amigos de la infancia son esa cosa muy difícil de definir. Necesarios para el crecimiento, esenciales para ese interregno producido entre la niñez y la adolescencia. Tienen una función complementaria a la familia. De alguna manera, al igual que ésta marcan el camino, el rumbo, le dan sentido a nuestros días, porque con ellos se comparten deseos que se transforman en sueños. Son como las vitaminas, potencian las capacidades mientras perviven.

Eso fueron Diego y Jorge, un sueño compartido de la niñez, que se extendió a la adolescencia y la juventud. Hasta que un día ese sueño de la infancia se cumplió, y entonces terminó. Se desvincularon comercial y fraternalmente.

Hasta ayer la posibilidad de un abrazo de reencuentro estaba viva, aunque solo fuera una posibilidad. Hoy ya no, y tal vez sea bueno para Diego. La desaparición de Jorge tras su trágica decisión es probable que lo traslade hasta ese tiempo pasado, el de sus más gratos recuerdos de infancia y lo vuelva a vincular con sus orígenes. Que es lo más puro en Diego.

La vida es eso que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes, decía Lennon en una canción. Y esas “cosas que te pasan” son las que a la hora de hacer un subtotal pesan. Y su peso específico no se mide en gramos sino en ganas de seguir en la lucha, que la vida nos impone, siempre.

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