Por Juan Manuel Irala.-

Cada vez que habla, ante plateas cada vez más reducidas, la Vicepresidenta es blanco de respuestas concretas, fundadas en datos duros que contradicen sus dichos, que además van acompañadas de dardos dirigidos a su persona y/o familia, ya sea criticando conductas sospechosas suyas que bordean la ilegalidad (de mínima) o la corrupción (casi siempre).

Es probable que la larga porfía contra los medios y la justicia pretendiendo convencerlos de su inocencia (porque ella es víctima de lawfare según sus repetidos monólogos, con o sin micrófonos) sumadas a sus flamantes siete décadas de vida estén haciendo mella en quien ha sido picante y bella (como pocas en la política), y la han transformado en una persona con aspecto contrariado y cara de mala. Aunque los mofletes de sus mejillas, cada vez más caídos, que generan ese efecto bull dog son más propios del botox que del estrés.

Como quiera que fuera, qué bien le vendría un/a consultor que le aconsejara ir desapareciendo de a poco de los escenarios que la tuvieron como primerísima figura en la política de las últimas 2 décadas. Sus silencios programados (en cada alocución suya, que daban entrada a los aplausos cerrados de sus amanuenses son cada vez menos frecuentes y los cánticos de sus militantes en el Patio de las Palmeras (si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar) ya casi no se escuchan.

Estaría bueno que leyera esta carta (de un lector bien intencionado) o que recordara algunas letras del gran Nano, porque “nunca es triste la verdad… lo que no tiene es remedio”.

Share