Por Roberto Fernández Blanco.-

Un pueblo embelesado y cautivado por una promesa de gobierno basada en beneficios sociales que “contemplan las necesidades y deseos de las grandes mayorías populares”, aclamó, votó y ungió presidente de la república al candidato Al Capone.

Este integra su gabinete con sus más fieles colaboradores y entusiasma al pueblo con un amplio plan social basado en tarifas populares controladas (esto es, bajas) para el suministro de los diferentes servicios públicos provistos por las empresas de transporte público (automotores y ferroviarios), por las prestadoras de energía eléctrica, de Gas Natural, de combustibles, etc., prometiendo -además- un amplio plan de obras públicas que resultará en una significativa disminución de la tasa de desempleo, sumado a la absorción de personal incorporado como empleados públicos en las divisiones de las diferentes instituciones estatales nacionales, provinciales e intendencias.

Advertido Al Capone por las empresas proveedoras que con dichas tarifas “sociales” las prestaciones se hacen inviables pues no podrán cubrir los costos de operación, renovación y mantenimiento de la infraestructura, reposición de insumos y costos laborales, Al Capone convoca a las diferentes empresas y les comunica los términos en que deberán operar bajo su mandato.

Anticipadamente consigue completar una negociación que le permite cancelar las deudas internacionales del país logrando ser vitoreado por manifestaciones públicas bien coordinadas por sus operadores de calle por haberse liberado de los malvados especuladores prestamistas del capitalismo internacional, logrando con esto eliminar toda auditoría que pudiera controlar, cuestionar y hacer visibles prevaricatos y perdularios actos intencionales de su gestión administrativa.

Convoca entonces a cada una de las empresas proveedoras de servicios y les comunica la forma en que podrán (deberán) seguir operando sin inconvenientes.

Estas condiciones son:

1- Los precios populares serán fijados por el gobierno,

2- El gobierno les compensará la necesaria cobertura de costos y beneficios mediante el uso de dineros públicos bajo la figura de subsidios, los que serán cuantificados por sus ministros previa aprobación personal por parte de Al Capone,

3- Del subsidio recibido, cada empresa deberá retornarle “en negro” un porcentaje a serles comunicado por un representante de su gobierno que será el encargado de retirar los dineros de cada retorno, los que deberán exclusivamente ser abonados en Euros o Dólares Estadounidenses. No será aceptada otra forma de retorno, ni en pesos argentinos, ni en pesos cubanos ni en bolívares venezolanos. En caso de hacerlo con estas monedas los paquetes serán pateados por el propio presidente Al Capone y deberán ser restituidos en las monedas antes establecidas.

4- Todas las empresas incluidas en este acuerdo tendrán un control fiscal complaciente para que puedan negrear sus pagos sin inconvenientes.

5- Y en todo momento deberán apoyar y ponderar esta política pública del gobierno so pena de ser suspendidas en el beneficio del subsidio quedando expuestas a una inevitable quiebra.

Sin alternativas las empresas ceden a las imposiciones del “gobierno del pueblo”.

Continuando con su esquema, el popular gobierno de Al Capone fuerza a algunas empresas importantes a ceder participación accionaria sin costo a sociedades de testaferros de su entorno con sedes en otros países, con la promesa de compensarles esa cesión con contratos especiales otorgados por su gobierno.

Alguna empresa que se opone a ejecutar esta participación accionaria, como podría ser por ejemplo una línea aérea, la castiga quitándole enfurecido la licencia y estatizándola bajo el lema de recuperarla para el patrimonio nacional, acompañando la estatización con movilizaciones populares que aplauden el glorioso recupero de la “línea de bandera” y publicitando -con teatrales presentaciones- los logros del gobierno del pueblo por cadena nacional.

Para la administración de la empresa recuperada designa a funcionarios de su equipo los que se encargarán de operarla adquiriendo nuevas unidades en el exterior a “precios convenientes” y funcionando solventada por subsidios del Estado con el argumento de la imperiosa necesidad de sostener los vuelos nacionales como única solución posible para mantener al país comunicado.

En lo que hace a contrataciones para obras públicas las empresas participantes deberán reconocer a Al Capone una comisión por el especial beneficio de ser partícipes en la construcción de la nueva república popular, comisiones que no deberán ser confundidas con extorsiones o coimas, las que serán cubiertas con sobreprecios acordados con los agentes del ministerio debido.

Y promueve algunas nuevas empresas contratistas encabezadas por gente de su entorno, las que resultan favorecidas con sabrosas contrataciones.

¡Nunca antes de esta gloriosa etapa había llegado a disfrutar el pueblo de tantos beneficios y tantos logros!

Los sectores de menores ingresos tienen servicios baratos y los sectores de mayores ingresos gozan de servicios prácticamente regalados que les permiten regodearse con grandes consumos.

Y todos felices vitoreando a Al Capone, el que ya nunca será olvidado ni dejará de ser amado y aclamado como el gran protector del pueblo teniendo conquistada la posibilidad de un lugar en la historia que asegure su eterno recuerdo.

Pero, claro, el entusiasmo y veneración popular son tan enormes que muy pocos piensan o se preocupan por hacerse una pregunta clave: ¿de dónde salen los recursos que cubren los subsidios de tantos sobrecostos y comisiones de reconocimiento al supremo líder Al Capone?

Con especiales cuidados los funcionarios del gobierno de este gran líder popular se encargan de ir ocultando los datos mientras detrás de las fiestas y algarabías populares se va silenciosamente generando un tremendo desajuste económico.

Los servicios se precarizan, los accidentes graves suceden, pueden chocar trenes, componentes esenciales empiezan a escasear, las centrales generadoras funcionan con combustibles inadecuados y sus máquinas van perdiendo eficiencia por escasos y/o deficientes mantenimientos que hacen que el gobierno deba recurrir a importaciones importantes para ir cubriendo los faltantes de combustibles y partes de reposición para emparchar los equipos y sostener la operación.

Ante la evidencia de que pronto irá quedando a la vista el tremendo desajuste generado, Al Capone decide ceder cautelosamente su posición, cerrar su ciclo de gobierno (un gobierno “no de ricos” sino -curiosamente- de “multimillonarios por saqueo de los recursos del Estado”) tratando de traspasar su gestión a uno de su estructura o “perdiendo” ante un tercero, retirándose con espectacular aparatosidad para sostener su aureola triunfal, evitando ser señalado como el culpable del brutal desajuste encubierto y dejando a sus mayorías populares cautivadas por el disfrute de tantos años de lujuria económica.

Y se aparta, victimizándose, dejando a su querido pueblo con la imagen de un retiro forzado, doloroso, que añorarán por siempre con la convicción de que a partir de este momento sufrirán las consecuencias de un reemplazante canallesco y abusador, un anti-pueblo que seguramente aplicará un indeseado ajuste que suponen innecesario, canallesco, producto de la maldad inherente del nuevo régimen.

Sucede entonces que las instituciones adormecidas del Estado recuperan algo de vitalidad.

Las patrióticas estatizaciones, re-estatizaciones y participaciones de ex socios de empresas estatales reclaman compensaciones a través de bufetes que operan con fondos buitres, generando juicios internacionales sumamente costosos que van quedando a cargo del todavía hipnotizado, encandilado, aturdido, adicto y enceguecido pueblo que no alcanza a tomar conciencia de la cargada mochila que Al Capone les está dejando como herencia.

La institución judicial empieza a descubrir las maniobras dolosas y la manada de Al Capone empieza a quedar expuesta.

Algo urgente tiene que hacer Al Capone para detener el riesgo de ser imputados él, su familia y sus adláteres por el latrocinio resultante.

Hay que agitar el ambiente, movilizar a las masas adictas al gran líder desplazado, generar caos y forzar condiciones que amplifiquen las debilidades del nuevo gobierno que no acierta a recomponer el tremendo y subrepticio desajuste del anterior gobierno popular.

Dineros para este operativo no le faltan y todos sus ex socios más muchos encandilados militantes acompañan y cooperan con Al Capone en la batalla de salvataje que incluye a los muchos involucrados.

Pero el enjuiciamiento los acecha viéndose necesitados de volver a recuperar el comando del país para adormecer las imputaciones y hacer naufragar los juicios que pueden llevarlos a largas condenas y a forzarlos a devolver los dineros públicos resultantes del latrocinio de su perdularia y siniestra gestión.

Pero, consciente del riesgo, a Al Capone ya no le conviene asumir la responsabilidad de hacerse cargo del desajuste que requiere urgente reparación, para lo cual le es imprescindible recuperar el poder sin comprometerse directamente en la gestión administrativa a sabiendas de que lo que dejó enmarañado y quebrantado exige un inevitable reajuste que puede provocarle un feroz repudio que debe eludir para preservar su luminosa imagen.

Necesita llegar al poder con tiempo y condiciones que le permitan incinerar los rastros de su supuesta “maravillosa gestión anterior” y zafar de todo cuestionamiento legal aún a costa de destruir los lineamientos básicos de justicia de una sociedad normal, sustentada por mecanismos de imparcialidad y profesionalidad, esencia del vínculo social requerido por una república de ciudadanos libres basado en la honestidad, respeto y armonía de sus miembros para salvaguardar a la comunidad de la desintegración causada por los abusos de poder de aquellos que carecen de límites éticos.

Al Capone necesita entonces designar a un nuevo comandante a quien traspasarle las responsabilidades y costos de la nueva gestión para no quedar personalmente expuesto a las consecuencias del inevitable ajuste componedor, quedando en posición de limpiar su prontuario (aún a costa de inducir la destrucción de las reglas básicas de armonía social garantizadas en toda república por un tribunal de justicia depurado de títeres militantes ideológicamente sometidos) para poder emerger impune y quedar -a la vez- al margen del altamente probable fracaso de la nueva gestión, conservando ante sus encandilados fieles su aureola de gran líder maravilloso de otros tiempos pero presto para apartarse (huir) de las inevitables consecuencias de una gestión que delegó depositando hipócrita confianza en su elegido sucesor.

Ya limpio de toda imputación, con expedientes judiciales convenientemente incinerados o anuladas las causas por repudiable indulto, podrá retirarse antes de quedar atado al estrepitoso derrumbe de su cándido reemplazante, argumentando problemas familiares que demandan su adorable atención pero dejando contaminadas las instituciones estatales con semillas de futuros gestores de gobiernos populistas, estilos de gobiernos despóticos que hoy apenas subsisten y que demasiado lentamente se van extinguiendo tras la caída del Muro de Berlín que este año cumple su 30 aniversario y debería ser recordado y usado como símbolo referente para inmunizar a las libres juventudes actuales para no dejarse atrapar por el arrullo de megalómanos del tipo de los que -para fortuna de los pueblos sometidos- van falleciendo.

Este primer capítulo del relato en tiempo de fábula será continuado (to be continued…) a mediados del próximo año…

Ampliando la recomendación de “sepa el pueblo votar”, la moraleja de esta primera etapa de la fábula es: “abramos los ciudadanos nuestros ojos y nuestras mentes despojándolas de equívocas emociones que impiden ver los detalles del desmadre que generan los déspotas con envase de populistas”.

Enseñemos a las nuevas generaciones a no caer en las dependencias, los encantamientos y las hipocresías de arrogados líderes portadores de falsas promesas que llevan a los pueblos a la destrucción de sus capacidades y de sus estructuras productivas sembrando una “tiránica, injusta y generalizada distribución de pobreza” de la que ellos se han asegurado quedar excluidos.

Enseñemos a nuestros jóvenes a desarrollar sus potencialidades para preservar sus libertades e independencias.

Es lamentable ver en algunos de ellos, de mediana o algo mayor edad, que una vez que sus mentes emocionales son poseídas y contaminadas por dogmas e ideologías de falsarios, quedan convertidos en tristes víctimas desbocadas de una prisión psicológica sectaria de la que les será muy difícil desprenderse.

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