Por Jorge Ingaramo.-

Hoffer pregunta: ¿por qué hablamos tanto sobre desigualdad?

Quienes quieren igualdad de ingresos pretenden que todos sean iguales. Pero también queremos que exista diversidad entre las personas y que las diferentes capacidades puedan florecer en base al mérito, por lo que se acepta que cierta desigualdad económica es necesaria. El Premio Nobel indio Amartya Sen, sostiene que la desigualdad y la pobreza privan a los pobres, incluso de la posibilidad de imaginar una vida mejor.

Un investigador del Banco Mundial, Branko Milanovic, calculó el Coeficiente de Gini a nivel mundial (donde 0 es distribución igualitaria de ingresos y 1 es la máxima desigualdad), a lo largo de la historia, y encontró que -en 1820- daba 0,43 (todo el mundo habla de las desigualdades producidas por la, ahora descubrimos “equitativa”, Revolución Industrial) pero, curiosamente, crece a 0,616 en 1929, para luego seguir aumentando hasta 0,707 en 2002.

Es muy interesante encontrar que urbanización, industrialización, y todo lo que acompaña al desarrollo de la modernidad y el mundo posmo, no haya hecho sino aumentar la desigualdad a nivel global, cuando estamos habituados a que muchos piensen lo contrario. Uno puede argüir que el crecimiento mundial ha sido tan espectacular que, aun estando mal distribuido entre las personas, terminó siendo beneficioso para todos.

Pero otra data, que surge del trabajo, provista por el Credit Suisse, sostiene que en la actualidad, sólo el 0,7% de la población del orbe tiene el 44% de la riqueza global, es decir U$S B 115,9; sobre U$S B 263; mientras que el 69,8% de los adultos de la población mundial está en la base de la pirámide, con muy bajos patrimonios.

En el mundo, el 8,6% de los adultos -es decir unos M 408 de personas- es rico y, aunque parezca mentira, la clase media apenas supera el 21,5%. Casi el 70% es pobre en términos patrimoniales.

Una investigación, cuya fuente Hoffer no cita, analiza la distribución del ingreso (no del patrimonio) entre el 40% más bajo; el 50% medio y el 10% superior, en 131 países (no sabemos cuáles). Se descubrió que el grupo de ingresos medios tiene la misma participación (entre un 50 y un 60% del PBI nacional). También se demostró que en las sociedades desiguales, los que están más arriba reciben mucho y el 40% de más abajo no recibe casi nada. De allí la “alianza” básica entre las clases media y alta, según el autor, por la cual ambas coincidirían en evitar mediante medidas, a veces represivas, que los de abajo crezcan. La clase media piensa que “si los ricos no comparten la riqueza, ellos tampoco la deben compartir”.

Finalmente, se recuerda, en el trabajo, que el Coeficiente de Gini distribución personal del ingreso), en La Argentina da aproximadamente 0,48; mientras que en los EEUU alcanza a 0,46 y en los países europeos 0,30.

El trabajo consigna que, aunque en China y otros países, ha habido últimamente crecimiento económico, este ha sido muy desigual en términos de la distribución personal de la riqueza.

Para el autor, “La mayor parte de la pobreza no es absoluta sino que es lo que llamamos pobreza relativa. Esto significa que si alguien gana, por ejemplo, menos del 60% del ingreso medio de una sociedad, está privado de ser un ciudadano pleno. No va a poder enviar a sus hijos a la escuela que quiera, ni va a poder participar de la vida social de la comunidad”.

No lo dice el autor del estudio, pero recordamos al lector que recién hace muy pocos años, el porcentaje de población urbana superó el 50% del total mundial. Como se sabe, el grueso de la población pobre es rural y más aún, se concentra básicamente en India, pero también en países de África, Asia y América Latina. Esta pobreza rural es la que incentiva las migraciones hacia las megalópolis, donde se facilita notablemente el acceso a infraestructura y servicios públicos, espacios públicos, celulares, vehículos usados y cierto nivel de oportunidades, cuyo know how de aprovechamiento “egoísta” se transmite entre migrantes, al calor de una creciente intervención estatal en las economías que, por lo general, concentran la expansión del gasto público, tanto social como en infraestructura, en las mega-urbes. Y ni hablar del empleo público.

Veamos algunas afirmaciones interesantes de Hoffer:

– “Si tenemos una gran desigualdad de ingresos la tentación de tratar de comprar la democracia muchas veces parece irresistible”.

– “La desigualdad también significa que los ricos pueden comprar muchas soluciones a los problemas ambientales lo que va en perjuicio de los pobres”.

– “Tenemos que tener en mente que si subimos la base, algunas cosas de las que disfruta ahora la clase media van a ser más caras”.

– “Lo que determina nuestro ingreso son los siguientes puntos: el país en que nacemos, el color de piel que tenemos, el género y a qué clase pertenecemos. … si uno nace como una niña negra, en una comunidad rural de Malawi, las posibilidades de tener un buen ingreso son casi nulas”.

Opinión

No podemos extendernos sobre las propuestas que surgen del trabajo, pero sí nos permitimos reflexiones sobre algunos contenidos volcados en el texto:

a) El capitalismo industrial, incluido el chino, promovió el desarrollo económico, la urbanización y, por supuesto, la desigualdad en la distribución personal de los ingresos, así como la dispersión entre ingresos medios de la población urbana y de la rural. Casi todos nos alimentamos mejor, tenemos celulares, compramos autos o medios de movilidad -nuevos o usados- y, aunque seamos cada día más desiguales, luchamos desesperadamente por vivir mejor en un mundo algo más hostil, más urbano, al que preferimos en comparación con otro más pacífico, más rural, pero con menores oportunidades y menores posibilidades de obtener ingresos vía mérito.

b) El mérito es importante en el capitalismo global, pero se tiene que poder expresar y, normalmente, se expresa mejor en las comunidades urbanas que, como se dijo, son aquellas en las que reside apenas la mitad de la humanidad. Por eso, no se puede asociar a la ligera “industria y urbanización”, con equidad en la distribución del ingreso y menos aún, de la riqueza (China es el mejor ejemplo).

c) No es deseable, per se, la desigualdad y, por supuesto, que tiene razón el Premio Nobel Sen, cuando sostiene que la pobreza priva a los pobres de imaginar una vida mejor. Ahora bien, las ideas económicas y su concreción en sistemas de desarrollo, no son los únicos responsables de que a una parte sustantiva de la población -probablemente el 70% que está en el rango más bajo de riqueza (3300 millones de adultos)- no se le dé la oportunidad de imaginar una vida mejor y de concretarla. La globalización y el desarrollo tecnológico, han permitido y facilitado que los pobres accedan a bienes cuya existencia no imaginaban sus padres. Hay ciertos bienes y espacios públicos y ciertas tecnologías que se han abaratado, facilitando el acceso masivo. La vida social obviamente es más gratificante en las ciudades de relativo tamaño y se hace tan difícil en las megalópolis riesgosas (de incontrolable expansión), como en medio de África Subsahariana. Pero, donde hay desarrollo capitalista y urbanización, las oportunidades aumentan y la posibilidad de expresar los méritos genera clases medias virtuosas (en mérito), que no son una mayoría pero que son el “objetivo que persigue la gran mayoría”, en lo que hace a mejora en el nivel de vida.

d) El mercado no resuelve todos los problemas, como dice Francisco. La discusión ideológica a veces no tiene demasiado espacio, porque el mercado sólo asigna entre méritos que se pueden expresar, para lo cual deben tener la oportunidad de hacerlo. El problema es que el Estado tampoco resuelve las cuestiones de desigualdad, salvo en contadas excepciones, como en algunos países europeos o en los modelos escandinavos, donde el acceso a bienes públicos de calidad hace imposible la existencia de la pobreza tal como la conocemos en América Latina (en Brasil el 7% del empleo femenino es de empleadas domésticas; en Suecia, sólo el 0,1%). Cuando se reduce la pobreza, a la vez que también lo hace la “riqueza relativa” de la clase media, ya no se puede pagar una empleada doméstica, porque son tan escasas como los millonarios.

e) Por supuesto que, en los países donde el ingreso está más concentrado, los ricos pueden comprar la democracia o, lisa y llanamente eliminarla, favoreciendo las dictaduras o, en el caso de América Latina, a los populismos extractivistas, que hacen que los pobres sigan siendo pobres -porque son necesarios para el mantenimiento de los ricos- y no conviene que accedan a la clase media. Tardarían demasiado en tener los intereses que facilitan su alianza con los niveles de ingresos más altos. Por eso, ni los Estados ni el mercado puro, resuelven el problema de la desigualdad, que crece aunque -como se dijo antes- sobre la base de un nivel de ingreso medio mundial más alto, facilitado por el capitalismo competitivo, la globalización y el desarrollo económico que abarata el acceso a bienes y servicios no disponibles en la vida rural. Las ciudades son más inseguras, cuanto mayor tamaño tienen y el espacio público disfrutable es más reducido, cuanto más desigual es la distribución del ingreso urbano.

Estos son temas que estimulan la reflexión sobre tipos y modelos de desarrollo, que no sólo cuestionan la dimensión ideológica, sino que también obligan a estudiar las interrelaciones entre tópicos como urbanización, desarrollo tecnológico, acceso a bienes públicos e intervención del Estado. Los dejamos simplemente planteados para su discusión e invitamos al amigo lector a reflexionar un momento sobre ellos.

Sugerimos evitar prejuicios ideológicos: el mundo es más complejo de lo que habían previsto los economistas que simplificaban el desarrollo teórico, a los fines de explicar el crecimiento de la riqueza de las naciones. Ahora se trata de los ingresos y de la riqueza de las personas, tan diversas y a veces desconocidas, incluso para sí mismas. Personas que, además, cambian, cuando migran, no siempre haciendo mérito.

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