Por Carlos Leyba.-

En el análisis del pasado no importa demasiado si las intenciones estuvieron animadas de nobles y generosas inspiraciones. Cuentan los resultados. Acerca de los del 90 hay consenso de balance negativo. Por eso pocos se animan a reivindicar esa década.

Es que esas políticas salvajes produjeron suba descomunal del desempleo; de la pobreza; de la deuda externa y del costo de la misma. Además ejecutaron una transferencia inmisericorde, a las provincias, de servicios públicos desfinanciados que generó una presión a contraer deuda provincial a tasas exuberantes garantizadas con la coparticipación. Debemos sumarle una masiva desaparición de los empresarios nacionales y un aumento de la participación de las empresas extranjeras en el producto social. Una reducción descomunal del valor agregado industrial; un balance comercial externo negativo por la tendencia a la baja de las exportaciones y al crecimiento de las importaciones. Finalmente, pero no hemos listado todo, un incremento de la renta especulativa y un deterioro consistente del tejido social.

Un cuadro extremadamente negativo que se ha proyectado al presente.

Lo positivo, siempre lo hay, fue la transitoria estabilidad de los precios internos, que -desgraciadamente- fue sostenida por el aluvión de importaciones financiadas con deuda externa; y una -mínima, parcial y cara- modernización de la infraestructura, también financiada con deuda externa extorsiva y con la desaparición del patrimonio del Estado nacional, provincial y municipal.

Como si todo este balance, francamente negativo, fuera poco en esa década se produjo un masivo disciplinamiento para quebrar, confundir, convertir a políticos, militantes, funcionarios, profesionales, etc., que participaron, aplaudieron, justificaron, ese proceso que contradecía doctrina y aspiraciones. Faena que incluyó la concreta adscripción al modelo de muchos de sus iniciales críticos que, inexplicablemente, dejaron de serlo.

Podemos recordar a una prominente figura del radicalismo y a un disidente temprano del peronismo (ambos miembros de la Alianza) que, en el llano, criticaron al modelo pero cuando fueron protagonistas elegidos por la voluntad popular, se limitaron a administrar el modelo sin tocar una sola de las claves de su funcionamiento.

El disciplinamiento no anuló la razón pero sí la acción. Un ejemplo final es la aceptación de la Reforma de la Constitución de 1994 motivada para habilitar la reelección de Carlos Menem, el mentor del modelo.

Ese disciplinamiento produjo la devastación de los partidos políticos tradicionales que fueron reemplazados por figuras mediáticas. Y también la división del movimiento obrero.

Con lo dicho alcanza. Sin partidos organizados y movilizados, sin vida partidaria. Con el movimiento obrero quebrado, por disiciplinamiento, y cada vez más aislado de un proyecto colectivo, dedicado a la sola defensa de los intereses de cada gremio; con ambas debilidades el pensamiento propositivo de cambio carecía de masa crítica.

Esta situación debe computarse como pérdida del patrimonio social requerido para enfrentar las políticas y las consecuencias del modelo de los 90. Dejo al lector cómo llamar o describir o en qué consistió el “disciplinamiento” de la dirigencia.

Es habitual señalar que los partidos desaparecieron en la crisis de 2001. En verdad esa crisis ocurrió como consecuencia de los 90 que fue posible por la contemporánea desaparición de los partidos políticos y quiebra del movimiento obrero. Los 90 requerían y reprodujeron esas desapariciones. Basta mencionar que la UCR y el PJ votaron la ley de convertibilidad. Y la Alianza, integrada por PJ enojados y radicales opositores, prorrogaron la convertibilidad, la filosofía de las privatizaciones (Loma de la lata), la reducción del salario público, la tablita del impuesto a las ganancias, el impuesto al cheque, etc.; además el festival de endeudamiento con el Blindaje y el Megacanje.

¿A qué viene este recuerdo?

Daniel Scioli le marcó la cancha a su principal contrincante el Ing. Mauricio Macri. Dijo: “Yo defiendo la recuperación de YPF, Mauricio (Macri) estuvo en contra”.“Yo defiendo la recuperación de la administración de los fondos de la ANSES para que haya Asignación Universal por Hijo y Conectar Igualdad, y él (Macri) estuvo en contra; “Yo creo que un servicio como el agua potable, que hace a los derechos humanos, debe estar administrado y llevado adelante con una visión del interés social, como hemos recuperado Aysa; y ellos han estado en contra”, “Yo creo en el desendeudamiento y cuando uno ve el perfil de la deuda de la ciudad de Buenos Aires, no es coherente con eso”.

¿Es necesario recordar que la privatización de YPF, la del sistema previsional, la de Obras Sanitarias de la Nación, y el endeudamiento ocurrieron en los 90 durante el menemismo? ¿Es necesario recordar que Daniel Scioli fue diputado nacional por Menem líder de la desaparición del Estado?

Scioli llegó después que, en 1992, Horacio Verbitsky denunciara la corrupción en “Robo para la corona”. Conocía las denuncias contra la corrupción menemista.

¿Es correcto que quién formó parte del menemismo, se atribuya, sin pedir perdón por haberlas sostenido, la defensa de las reestatización de esas empresas y acuse, a quienes no votaron las privatizaciones, de lo que él si hizo?

Por otra parte su principal asesor económico (la versión Scioli más apetecida por el establishment) ha declarado que la idea sciolista es pagarle a los Buitres con una quita del 30 al 40 por ciento para retomar el camino de la deuda externa. Cartón lleno.

Mauricio Macri seguramente compartió y se benefició desde el llano del programa menemista. Pero no fue parte de él. No levantó la mano. Y tal vez, como dice Scioli, procure privatizar lo que se reestatizó.

Pero Scioli lo hizo. Como también lo hicieron Néstor y Cristina Kirchner, entre otros miembros del kirchnerismo en el ejecutivo y en el parlamento de 2003. Todos ellos fueron parte del proyecto menemista, votaron las leyes y acompañaron las listas que llevaron a Carlos Menem a la presidencia. Lo insólito es que lo acusan a Mauricio Macri de compartir ahora lo que ellos hicieron antes.

Cabe formular esta pregunta: “¿Hermano, dónde estabas en los 90? ¿Qué valor tendría la respuesta? El reconocimiento ayudaría a limpiar la pátina de hipocresía que infecta a todo el discurso político. Pero ¿sólo se trata de los 90? No.

Si inventariamos el vigente discurso anti K, es sorprendente observar que los más notables anti K, han sido funcionarios o miembros prominentes del kirchnerismo en el poder.

Y si bien es cierto que no hay ninguna obra fundamental acerca de cuestiones morales en la era K, como la de Verbitsky respecto del menemismo, no es menos cierto que quienes hoy se agravian de la supuesta o verdadera, corrupción en el gobierno de los Kirchner, habiendo pertenecido como altos funcionarios al gobierno de Néstor o de Cristina, interrogados acerca de sí no tenían conocimiento, de lo que ahora critican, cuando eran funcionarios, llegan al ridículo de señalar “no lo sabía” “no me había dado cuenta”.

Aclaro, no dicen, “cuando yo estaba no ocurría y todo pasó después”. O bien “no existe tal cosa como corrupción en este gobierno”. Sino que asumen que existe, que existía y que no se habían dado cuenta. Todo es difícil con esas máscaras.

Suena francamente hipócrita que alguien sostenga que existe corrupción o que existe y existía y que no se dio cuenta o que ocurrió cuando se fue. Refleja el mismo vicio.

El vicio de ser parte de un gobierno sin preocuparse por la conducta moral; y luego ser parte de la oposición sumándome al coro de los que sostienen la inmoralidad del gobierno, aclarando que no sabía, o que ocurrió cuando me fui. Una conducta con la cual nada se puede construir porque no se puede confiar.

Dejando de lado las cuestiones de la moral referida al patrimonio que, si son ciertas, deberán ser acreditadas en la justicia, hay otras cuestiones que son profundamente inmorales y que tienen que ver con la afectación de uno de los bienes públicos más importante. Hablamos de la adulteración de las estadísticas nacionales realizada en el INDEC.

La totalidad de los funcionarios del poder ejecutivo y todos los legisladores nacionales, los miembros de los organismos autárquicos, todos los que militaron de una u otra manera en el oficialismo, desde diciembre de 2006, más allá de haberse retirado en algún período previo al presente, son cómplices de la destrucción del bien público de la información estadística. Han contribuido a destruir la credibilidad de las cifras básicas para la administración de la cosa pública.

Todos los que pasaron por el poder y no están hoy en cargos públicos, en su inmensa mayoría, militan en la oposición. Y siendo como son hoy, críticos implacables de la gestión K, especialmente en lo que hace al INDEC cuyos números de fantasía adulteran la realidad, tienen una actitud hipócrita al no reconocerse como cómplices del vaciamiento estadístico que se práctica desde diciembre de 2006.

La pregunta ¿Hermano, dónde estabas en los 90? , le cabe a todo el kirchnerismo pasado y presente que se construyó a partir de la condena al menemismo, privatización y deuda externa y las consecuencias, por todos conocida, relatadas al principio de esta nota. El CV nos cuenta que han estado en el menemismo o en la Alianza con algún cargo público político dentro o fuera del país. La complicidad tendrá grados, pero existe. A no rasgarse la vestidura.

La pregunta ¿Hermano, dónde estabas cuando empezó la mentira del INDEC o cuando algunos dicen comenzó el deterioro moral patrimonial en el gobierno iniciado en 2003?, cabe formularla a los actuales opositores.

Algunos tienen problemas de papeles porque estuvieron en los 90 y también en la era K. Algunos además estuvieron en los 90 de Fernando de la Rúa y en la era K y tal vez en los 90.

No vale la pena hacer nombres. Los que tienen buena memoria y leen los diarios los conocen bien. Son tantos que sería mejor hacer la lista de los que no estuvieron en los 90, ni en la Alianza -que es una prolongación radical del menemismo- ni tampoco en el interregno de Eduardo Duhalde o en algunos de todos los años K.

Esos pocos, que los hay, forman parte de la política que está y estuvo, en la periferia del poder. Y que seguramente hasta que no haya un recambio de la vida pública seguirán en la periferia, como seguirá en la periferia una política con valores enunciados y vividos. Los enunciados de valores son valiosos, pero los hábitos, que son los valores que realmente se practican, dejan más que mucho que desear. Nuestra política, básicamente desde los 90, tiene estupendos valores declarados y muy malos hábitos.

Por otra parte, el núcleo fuerte de los que forman el elenco estable del poder, ha estado en más de uno de los episodios que nutren la declinación nacional; y con su presencia activa han sido parte de la performance lamentable que hemos tenido en todos estos años.

Llevan a cuesta desde un primer paso, a veces como concejales o legisladores o funcionarios, el peso de un ascenso dentro de un elenco que se destaca por su permanencia sobre la base de rotación, banco y enroque.

La inmensa mayoría del elenco atravesó en el poder (en distintos niveles) la demanda callejera de “que se vayan todos” que aludía a los entonces oficialistas y a la oposición.

Nadie lo recibió como una demanda de renovación de la vida pública como para enmendar las propias conductas, sino como una acusación a los otros.

Por eso actúan y hablan con la frescura del “yo no estuve”, a pesar de haber estado. Creen ganar así ganar un supuesto derecho a condenar aquello de lo que fueron parte sin asumir ni un pedacito de responsabilidad.

Este ingrato recuerdo surge de la increíble clausura de la memoria que acaba de llevar a cabo Daniel Scioli, con esas declaraciones, sobre su propio pasado político. Clausura que en realidad es común a una parte sustantiva de los que se encuentran en el corazón o merodeando el poder. Basta imaginar el ejército de dirigentes duhaldistas de la provincia de Buenos Aires que hoy militan en el FPV o bien que habiendo estado allí hoy están afuera. Casi ha pasado un cuarto de siglo y las caras son las mismas. Sin méritos que avalen la continuidad. Los soldados de esta causa sirven para todas las guerras.

¿Qué es lo que realmente piensan estos actores? ¿Para qué creen que son necesarios siempre en el ejercicio del poder cualquiera sea la dirección? En la mayor parte de los casos ¿habrán cambiado de manera de pensar de una manera tan extravagante? ¿Han sufrido ataques de amnesia?

Muchos de ellos, se consideran necesarios en el poder para hacer, en el presente o en el futuro, lo contrario que hacían antes de ahora. Actúan. Se ponen máscaras. Interpretan personajes. Condenan el neoliberalismo que ejecutaron. Condenan la tropelía del INDEC con la que convivieron.

A no todos les cabe ese sayo. Y a los que les cabe el sayo pertenecen tanto al oficialismo como a la oposición. El sayo no tiene sesgo partidario. No está ni a la derecha ni a la izquierda. Porque los actores a medida, que se corren del escenario, van cambiando de mascara.

Lo hacen porque la palabra “poder” se ha transformado, degradando a la virtud de la política.

Poder en política mayúscula, es un verbo que protagonizan los que quieren noblemente hacerse legítimamente las herramientas del Estado para hacer legítimamente el bien común.

Poder, en la otra orilla de las letras pequeñas, es un sustantivo del que quieren apropiarse los que aspiran a tener las herramientas del estado para ilegítimamente hacer propio los bienes que son el patrimonio común. Sí.

Por ahí pasa el desencanto que muchos ciudadanos sienten respecto de la política a la que observan como un mecanismo de ascenso económico y descenso moral.

Ese desencanto vacía los espacios de la política. Los ciudadanos de a pie abandonan los partidos porque perciben que lo común se escurre entre las manos de todos aquellos que han hecho, del poder sustantivo, una fortaleza para apropiarse de lo que es común y no perseguir el bien común.

Esa incapacidad de reconocer lo que se hizo, de aquello en lo que se participó, de explicar el giro dado, reconoce el mismo ADN de la frivolidad con la que los candidatos eluden definir lo que se propone hacer.

Los que con frivolidad sostuvieron las relaciones carnales con USA con la misma frivolidad levantan la bandera de la alianza estratégica con China; con la misma frivolidad han aplaudido el endeudamiento y el default; la renegociación de la deuda y seguramente el nuevo endeudamiento; las privatizaciones y la reestatización, y así. Y muchos son los mismos.

Un primer paso para romper con la frivolidad es contestar con honestidad a la pregunta: Hermano ¿dónde estuviste en los 90? O en los 2000 también.

Se trata de asumir nuestro pasado para tener autoridad de hablar sobre el futuro.

Tal vez ocurra en esta campaña que se acaba de iniciar. Para imaginar el futuro hay que conocer la trayectoria.

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