Por Gabriel Vénica.-

Uno de los mitos criollos se expresa en la antinomia agro vs. industria.

Consiste este mito en oponer al modelo “agroexportador” del 1900 un supuesto “modelo industrialista” que debiera reemplazarlo.

Según este mito, el desarrollo agropecuario:

– Es contrario al desarrollo industrial

– No genera valor agregado ni empleo

– Nos condena a una economía pastoríl y extractiva para pocos

– Su máxima expresión jurídica, política y económica (el modelo agroexportador de hace un siglo) impide el desarrollo industrial.

Lo dicho justificaría la aplicación de una economía dirigida e intervencionista, incluídas retenciones y control de cambio y del comercio exterior, en aras de desarrollar una industria con valor agregado sustituyendo importaciones.

Las mismas estadísticas oficiales muestran otra cosa:

– Durante el llamado “modelo agroexportador”, donde primó el libre mercado, la apertura del comercio exterior, el respeto a la propiedad privada (renta agraria e industrial), la libre movilidad de los factores (trabajo, capital, bienes) no sólo el agro tuvo un desarrollo extraordinario constituyendo lo que dio en llamarse “el granero del mundo”…

– Sino que el país en su conjunto acompaño este crecimiento pasando la Argentina de ser el país más atrasado, despoblado y pobre de Latinoamérica a una de las siete potencias del mundo, superando el ingreso (PBI) per capita de los países europeos, igualando el de Australia y Canadá y poniéndose apenas por debajo del PBI de Estados Unidos; creciendo en estos años más rápido que todos los países nombrados…

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Es más…

– Durante el llamado “modelo agroexportador” no sólo creció y se desarrolló el agro…

– Sino que lo hizo la misma industria, a la par del agro e incluso más que el agro, a una vertiginosa tasa del 5% anual acumulada durante más de 50 años seguidos… (cifra nunca igualada en la historia argentina y verdadero record mundial en una época donde una tasa de crecimiento del 3% anual era destacable). Adjuntamos gráfico que muestra el crecimiento comparado del país, del agro y de la industria…

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Vale aclarar que las cifras del peródo 1875 -1930 abarcan la fantástica cantidad de 45 años. Mientras que las cifras oficiales (INDEC) de crecimiento del período 2001 -2008 sólo incluyen 8 años excluyendo las etapas recesivas tanto anterior como posterior lo que sin duda es engañoso al considerar sólo los picos del ciclo económico. [1]

La destrucción del llamado “modelo agroexportador”, fue en realidad la destrucción del sistema económico pensado por Alberdi y plasmado en nuestra Constitución Nacional, basado en pocos impuestos, respeto a la propiedad privada, libre comercio, moneda sana y apertura al mundo)

La destrucción del llamado “modelo agroexportador” significó no solo la destrucción del agro, sino también la destrucción de una industria genuina, sustentable, competitiva y abierta al mundo y su reemplazo por un industria prebendaría, protegida y subsidiada.

La destrucción comenzó en parte con las 20 intervenciones provinciales y el congelamiento de alquileres de Hipólito Irigoyen, se profundizó con la ley de coparticipación, el impuesto a los réditos, el control de cambios y del comercio exterior (Juntas) en la década del 30 y alcanzó su culmen con el golpe del 4 de junio de 1943 (golpe incoado por Perón que lo depositara en el poder). Como dijimos, no sólo freno el fenomenal desarrollo agropecuario, sino el de la misma industria en particular y el de todo el país en general, a pesar de los momentáneos, espasmódicos y generosamente publicitados despertares industrialistas basados en la transferencias de recursos desde el agro a una industria subsidiada y artificial (esto es generada a partir de “señales engañosas” enviadas por el estado y no por el mercado).

Durante el modelo constitucional y alberdiano, llamado agroexportador, los beneficios del incremento de la riqueza agropecuaria se vieron tanto en el campo como en la ciudad. Las actividades de comercialización, transporte y transformación de materias primas generaron trabajo y oportunidades para argentinos y extranjeros recién llegados como nunca en nuestra historia desarrollando la primer clase media digna de tal nombre de América Latina y una de las primeras del mundo.

Los ejemplos de la notable industria desarrollada en aquellos años, sin protección, subsidios ni prebendas, abundan:

  • El alsaciano Emilio Bieckert, entre 1860 y 1870 inauguró en Buenos Aires una fábrica de cerveza con dimensiones y calidad europeos, antes que esta bebida sea un consumo popular en nuestro país.
  • La familia Bemberg siguió con el ejemplo poco después con su emprendimiento en Quilmes; mientras alemanes hacían lo suyo en las colonias santafecinas instalando una tradición cervecera que continúa.
  • Melville Bagley, durante el gobierno de Mitre fabricó el primer producto inscripto en el Registro de Patentes y Marcas (su famosa Hesperidina) y mas tarde incursionó con éxito en la industria alimenticia.
  • Benito Noel, hizo de sus chocolates y golosinas una marca registrada durante durante siglo y medio.
  • El alemán Jacobo Peuser, fundó un emporio de artes gráficas en 1868 dando a la actividad editorial argentina un impulso que la puso como líder absoluta de Iberoamérica por mucho tiempo.
  • Sebastián Bianchetti en 1870 se hizo presente con sus balanzas en miles de comercios minoristas del país.
  • Bartolomé Long inventó en 1875 la “desgranadora argentina” en Colonia Gessler (Santa Fe); en 1878 Nicolas Schneider fabrica el primer arado en Esperanza y en 1917 Jose Fric desarrolla la primer cosechadora autopropulsada del mundo en Pigué[2], entre múltiples inventos y desarrollos que hacían de nuestro país pionero en fórmulas productivas e innovaciones tecnológicas.
  • En 1883, Tiburcio Benegas funda la bodega «El Trapiche» convirtiéndose en una de las personalidades más importantes de la vitivinicultura de América del siglo XIX junto a Agoston Haraszthy en California y Silvestre Ochagavia en Chile. Esto ocurría en Argentina sin protección, sin subsidios y sin discursos industrialistas.
  • Pequeñas industrias de cerillas (fósforos) prosperan en Barracas. De la unión de tres de ellas surge en 1889 la Cía General de Fósforos que continúa hasta nuestros días.
  • Empresarios como Ernesto Tornquist invierten e impulsan actividades tan variadas como la fundición Zamboni, los astilleros de Berisso, las fábricas de oleo margarina de Seeber, cerámicas Ferrum, TAMET y Sansinena, entre otros emprendimientos. El mismo Tornquist se encuentra en 1886, involucrado en la exploración y explotación de petróleo y la construcción de ferrocarriles en el Norte de Santa Fe (cuando recién comenzaba a poblarse).
  • El autrohúngaro Nicolás Mihanovich llega a la Argentina en1860 e inicia el imperio naviero que luego continuaría Dodero.
  • En 1884 de la unión del Belga Ernesto Bunge y su cuñado Jorge Born surge Bunge y Born para dedicarse a la comercialización de cereales. En 1899 la empresa adquiere un taller de cromohojalatería, a través del cual incursiona en el mercado de envases. Nace así la empresa Centenera S.A., que se convierte en la principal compañía dedicada a la producción de envases de hojalata en la Argentina. En 1902 el grupo instala un molino harinero en el Dique III de Puerto Madero. Nace así la empresa Molinos del Río de la Plata.
  • En 1911 una huelga de los obreros de la panificación es el estímulo para que Torcuato Di Tella invente una máquina amasadora de pan. Es tal su éxito, que crea la empresa Sección Industrial Amasadoras Mecánicas (SIAM), que en 1930 se transforma en una planta de fabricación de maquinaria industrial y electrodomésticos. La empresa es la metáfora perfecta de lo que no debe hacerse si se quiere tener una industria digna de tal nombre. Una pujante empresa surgida sin ayuda del estado merced al talento competitivo de un pionero termina en bancarrota en 1972 después de algunas décadas de crecimiento errático en el contexto de un estado intevencionista que paradójicamente decía ayudar a las industrias, señuelo que los hijos de Torcuato no dejaron de morder.
  • En 1924 Julius Steverlynck, funda la Algodonera Flandria S.A. Con el tiempo se convierte en una industria floreciente y en su entorno crece aceleradamente una ciudad satélite de Luján.
  • Son incontables desde 1853 los nuevos emprendimientos industriales vinculados directamente a la producción rural, como los frigoríficos y las industrias bodeguera, azucarera y lechera.
  • Las pequeñas industrias elaboradoras y comercializadoras de productos derivados de la leche prosperan imparables. En 1855 aparece Magnasco Hnos…
  • Un poco más tarde son una explosión alrededor de las estaciones de tren que llevan y traen progreso desde las grandes capitales al interior y del interior a las capitales: Sr. Svensoni (sueco) en estación Gándara, F.C.S; «La Escandinavia’ (suecos) en estación Jeppener, F.C.S.; «La Delicia’ (suecos y argentinos) en estación Florencio Varela, F.C.S.; «La Martona» de Vicente Casares (argentino) en estación Vicente Casares, F.C.S.; Sr. Nicolás Rinaidini (italiano) en estación Marcos Paz, F.C.O.; Sr. Cohan (inglés), en estación Altamirano, F.C.S.; Sres. Larsen y Oisen (dinamarqueses), estación Chascomús, F.C.S.; Sr. Jorge Guerrero, en Estación Guerrero, F.C.S.; Sr. Tomás Mahon, en estación Altamirano, F.C.S.

Este era el país que en 1889 asombraba al mundo en la Expo Universal de París, realizada con motivo del centenario de la Revolución Francesa y cuya estrella fue la Torre Eiffel. La otra estrella fue un pabellón que se parecía a un palacio y que se destacaba claramente en Les Champ de Mars, donde se desarrolló la exposición. Era el pabellón Argentino que empequeñecía al resto y donde brillaban por supuesto, la agricultura y la ganadería, pero también, industrias como Sansisena que impresionaba con novedades tecnológicas como una cámara de conservación de carne en frío para la exportación proveniente de las míticas pampas.

Los franceses hablaban por igual de los suelos y de las fábricas argentinas.

“Su futuro es tan grande, su prosperidad creciente, su situación excepcional, comparable a la de los Estados Unidos del Norte…” decían asombrados los periodistas.

Este fue el sistema económico alberdiano, el modelo constitucional, mezquinamente llamado “agroexportador”, al que se decidió demonizar para destruirlo después, e inaugurar así la etapa de decadencia en la que Argentina pasó del puesto siete entre las primeras economías del mundo al puesto número setenta.

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[1] Los años de crecimiento de la última década son engañosos por cuatro motivos: a) Toma sólo los mejores años del ciclo económico (no se incluyen los últimos años recesivos, posteriores al 2008); b) Parte de un piso muy bajo, a saber la etapa inmediatamente posterior a la devaluación con el país parado y una fenomenal caída del PBI; c) Buena parte del crecimiento industrial posterior se debe al recupero de capacidad instalada de la década anterior que si bien terminó mal fue prolífica en mejoras tecnológicas; d) El crecimiento industrial fue favorecido por aportes fenomenales del estado (subsidios, prebendas y protección arancelaria) lo que sin duda generó un crecimiento artificial cuya solidez no fue sustentable en el mediano plazo como resulta visible en la actualidad donde campea la inflación, la recesión y el déficit; e) Las cifras oficiales de crecimiento están infladas por la subestimación de la inflación y la sospecha de manipulación de los datos del INDEC.

[2] Suele atribuirse la creación de la primer cosechadora autopropulsada del mundo a Alfredo Rotania de Santa Fe, en 1029. No es así. La “cosechadora automóvil” de Jose Fric fue creada y funcionó 12 años antes en Pigué. Es cierto sin embargo que la cosechadora desarrollada por Rotania, estuvo mejor cubierta por patentes de invención (Nº 32397 y 35472) además de tener continuidad en el tiempo.

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