Por Manuel Llamas (Libre Mercado).-

La dramática situación que sufren hoy los griegos tras la imposición del corralito y su incierta permanencia en la zona euro se está convirtiendo en un campo abonado para el innoble ejercicio de la demagogia, tanto política como mediática, mediante el uso de medias verdades y, sobre todo, muchas mentiras. Por ello, conviene aclarar, al menos, las cinco grandes falacias que políticos y tertulianos suelen citar habitualmente sobre el rescate de Grecia.

1. Grecia quebró por culpa de la troika. FALSO

La troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) llegó después y, de hecho, su asistencia fue lo que impidió que Grecia, finalmente, quebrara. La insolvencia del Estado heleno se manifiesta en 2009, cuando Atenas admite que falseó sus cuentas públicas durante años, incluso para entrar en el euro. De repente, inversores y socios comunitarios descubren con sorpresa que el déficit real de Grecia es casi 10 puntos superior a lo anunciado, disparando, como es lógico, todas las alertas, con el consiguiente aumento de los tipos de interés para poder financiarse.

La tragedia griega, por tanto, se debe al brutal incremento que experimentó su gasto público durante los felices (e irreales) años de burbuja crediticia, especialmente en materia de políticas sociales, y su financiación mediante la emisión de un ingente volumen de deuda. No en vano, Grecia fue el país de la UE que más aumentó su gasto público real (descontando la inflación) durante los años previos a la crisis, con una subida del 80% entre 1996 y 2009, mientras que en Alemania, por el contrario, el gasto real por habitante se mantuvo estancado, tal y como ya explicó Juan Ramón Rallo. Y lo más relevante es que ese incremento se concentró, sobre todo, en política social, ya que el gasto en Educación, Sanidad y prestaciones subió del 24,6% del PIB en 1996 a casi el 30% en 2009. Para financiarlo, recurrió a la deuda, más que ningún otro país de Europa.

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Como consecuencia, Grecia cierra 2009 con un déficit público superior al 15% y una deuda próxima al 127% del PIB que, sumados al creciente coste de la financiación, hacen inviable el sobredimensionado Estado heleno.

Ante el cierre de los mercados crediticios, Grecia se enfrentaba a tres opciones: acometer una drástica reducción del gasto público y profundas reformas estructurales para potenciar el crecimiento con el fin de reinstaurar su solvencia y, de este modo, recuperar la credibilidad de los mercados; refinanciar la deuda con condiciones mucho más laxas, para lo cual debía acudir a otros acreedores (troika); o impagar, con todo lo que ello supone (quiebra estatal y drástica austeridad ante la imposibilidad de financiarse o bien salir del euro).

Grecia opta por la segunda opción. La tan odiada troika acude al rescate del Estado heleno, primero en 2010, y, posteriormente, en 2012, evitando el default mediante la refinanciación de su abultada deuda y a cambio de unas condiciones (reformas y ajustes) mucho más laxas de las que debería aplicar Grecia en ausencia de rescate.

2. El capital impone terribles condiciones. FALSO

La troika son políticos, no inversores. No es el capital el que impone condiciones a Grecia para desbloquear el rescate, tal y como suelen aducir alegremente algunos indocumentados, sino otros estados y organismos supranacionales. Lo único que han hecho los inversores privados desde 2009 es dejar de prestar dinero al Estado heleno o bien exigirle mayores tipos de interés ante el enorme riesgo que supone seguir financiando su deuda pública.

Desde que se articuló el rescate internacional en 2010, la troika se ha dedicado a refinanciar la deuda helena (el 90% de la deuda existente entonces había sido emitida con anterioridad) y a cubrir las necesidades presupuestarias de Atenas (financiar su déficit), convirtiéndose, hoy por hoy, en el mayor acreedor de Grecia.

Los malvados capitalistas no pintan nada en esta película, simplemente dejaron de prestar a Atenas para no perder dinero y fue entonces cuando otros gobiernos europeos y organismos estatales (FMI y BCE) acudieron al rescate de los manirrotos e irresponsables políticos griegos para evitar la temida quiebra. De hecho, a pesar del rescate, se olvida que los inversores privados (básicamente, bancos) sufrieron en 2012 una quita equivalente al 50% del valor de su bonos helenos, que, entre otros efectos, acabó provocando la insolvencia de la banca griega y el colapso del sistema financiero de Chipre, con el consiguiente rescate del país.

En concreto, hasta ahora, los socios del euro han prestado a Grecia unos 220.000 millones de euros, una cifra equivalente al 120% de su PIB, mediante préstamos bilaterales, el uso de los fondos de rescate comunitarios o la compra de deuda por parte del BCE. Y ello, sin contar el respaldo financiero que ha prestado el Eurosistema, BCE inclusive, al insolvente sistema financiero heleno, cuya cuantía ronda los 110.000 millones.

En total, y excluyendo la quita a los inversores privados, el coste del plan de asistencia a Grecia supera los 330.000 millones de euros, equivalente al 180% del PIB heleno, casi diez veces más que la ayuda internacional que recibió Alemania tras la Segunda Guerra Mundial a través del conocido Plan Marshall y la condonación de su deuda (pública y privada), cuya factura ascendió al 20% del PIB germano.

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Además, tal y como recuerda el Fondo de rescate europeo (ESM, por sus siglas en inglés), Atenas se ha ahorrado el 49% del PIB en el pago del servicio de la deuda gracias a las facilidades crediticias otorgadas por sus socios europeos. El tipo de interés medio de los préstamos del ESM es de apenas el 1,35%, inferior al coste financiero que pagan muchos países del euro, y el vencimiento medio ponderado de los préstamos de la zona euro a Grecia asciende a 32,5 años.

La deuda griega es una de las más altas del mundo si se compara con su PIB, sí, pero tras la reestructuración de 2012 y las ventajosas condiciones financieras aplicadas por la troika, el servicio de la misma, es decir, el pago de intereses, es reducido y asumible, siempre y cuando Grecia mantenga la senda de austeridad y reformas. Prueba de ello es que en 2011, Grecia estaba obligada a pagar unos intereses equivalentes al 7,3% de su PIB, mientras que en 2013 esa factura ya había bajado al 4%, inferior a la de Irlanda, Italia o Portugal.

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Además, el vencimiento medio de la deuda griega es, con diferencia, el más elevado de la Eurozona y, también, de otros países de nuestro entorno.

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Y lo mismo sucede con los tipos de interés medios sobre su deuda, los terceros más bajos de la Eurozona e incluso más reducidos que los que paga Alemania.

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En definitiva, el rescate propició a Grecia una quita de deuda y unas condiciones de financiación infinitamente mejores de las que ofrece el mercado. Y todo ello, a cambio de que Atenas corrigiera su insostenible déficit y aprobara profundas reformas estructurales para volver a crecer, ya que, en caso contrario, jamás podría devolver su deuda y, en última instancia, la quiebra sería inevitable, a pesar de todos los esfuerzos y el ingente dinero prestado durante estos últimos años.

3. La austeridad agravó la crisis de Grecia. FALSO

La austeridad, además de ser necesaria, se aplicó tarde y mal. Si el origen de la ruina griega radica en su desbocado e insostenible gasto, la solución no es más gasto, sino menos. Al igual que una burbuja inmobiliaria -como la española, por ejemplo- se traduce, tarde o temprano, en un desplome del precio de los pisos para que oferta y demanda vuelvan a casar, el pinchazo de la burbuja estatal griega debe conllevar, de forma irremediable, una reducción drástica del gasto público.

La receta ideal, en este caso, consiste en recortar gastos y liberalizar al máximo la economía para reducir rápidamente el déficit e impulsar el crecimiento del PIB (con el consiguiente aumento de la recaudación). Esto es, precisamente, lo que hicieron países como Irlanda, Estonia, Letonia y Lituania tras el estallido de la crisis y, como resultado, hoy son las economías que más crecen de la UE, sus cuentas públicas están saneadas y sus altas tasas de paro han caído de forma muy intensa.

Pero, entonces, ¿por qué no ha funcionado en Grecia? En primer lugar, porque Atenas dificultó y retrasó hasta el extremo la puesta en marcha de esas medidas hasta 2013, perdiendo casi tres años, con la consiguiente prolongación de su agonía económica. En segundo lugar, porque, si bien logró eliminar su déficit primario (descontando el pago de intereses) en 2014 gracias a los impopulares recortes, buena parte de los ajustes presupuestarios consistió en brutales subidas de impuestos sobre un escuálido sector privado que ya había sido esquilmado fiscalmente por el elefantiásico Estado heleno años atrás.

Y, en tercer lugar, porque, pese a las tímidas e insuficientes reformas emprendidas desde 2013, Grecia sigue siendo una de las economías menos competitivas de la OCDE. En la actualidad, ocupa el puesto 130 en el Índice de Libertad Económica que elabora la Heritage Foundation y el puesto 61 en el ranking Doing Business del Banco Mundial, que mide la facilidad para hace negocios.

El gran problema de Grecia, por tanto, no sólo era el gasto desbocado sino su exacerbado intervencionismo público. La economía helena no es competitiva y puesto que gran parte de su PIB dependía, directa o indirectamente, del Estado (y su deuda), el imprescindible ajuste del sector público se tradujo en un desplome del consumo interno y su consiguiente impacto en el PIB, que, sin embargo, no pudo ser compensado mediante el crecimiento del sector privado, especialmente vía exportaciones.

La práctica totalidad de las empresas privadas griegas tiene menos de 10 empleados (son micropymes y autónomos) y el peso de su sector exterior, medido correctamente, apenas representa el 12% del PIB. Dado que el déficit exterior heleno llegó a rondar el 13% del PIB en 2008, Grecia tendría que haber duplicado el peso de su sector exportador, hasta cerca del 25%, para poder compensar el desplome de las importaciones y del consumo interno tras el estallido de la crisis, cosa que no sucedió debido a las inmensas trabas que impone el Estado a la actividad económica, de ahí su larga y profunda crisis.

Tal y como explica Daniel Gros, director del Center for European Policy Studies, «si Grecia hubiese experimentado el mismo crecimiento de las exportaciones que Portugal (un país que tiene un tamaño e ingreso per cápita similares), no habría experimentado una recesión tan profunda, y los ingresos fiscales habrían sido mayores, haciendo que para el Gobierno sea mucho más fácil lograr un superávit presupuestario primario».

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4. El «no» de la troika ataca la democracia. FALSO

¿Acaso Grecia es la única democracia de la UE? Los griegos han elegido libremente a sus representantes políticos, optando el pasado enero por otorgar el poder a un partido de extrema izquierda (Syriza), cuyo programa electoral incluye el impago de la deuda, el rechazo a las condiciones del rescate y la repetición de los graves errores estatales cometidos por los gobiernos del Pasok y Nueva Democracia en el pasado, causantes del posterior desastre heleno.

En este sentido, el verdadero plan de Syriza no es otro que convertir a Grecia en una especie de estado parásito de la zona euro, ya que pretende extender el rescate sine die, sin intención alguna de devolver lo prestado, y beneficiarse de un gran programa de inversiones financiado por Europa para reinflar su burbuja estatal con el dinero del resto de europeos. Como, hasta el momento, la troika se ha negado a ceder a este chantaje, Atenas y los defensores de Syriza acusan a los acreedores de vulnerar la democracia helena, obviando así la voluntad del resto de europeos.

¿Es que acaso el resto de países de la UE no son democracias? ¿Es que acaso los gobiernos legítimamente elegidos por el resto de europeos tienen que satisfacer las demandas de los griegos y no el interés de sus propios votantes? Los que, habitualmente, se autoproclaman demócratas olvidan que los contribuyentes del norte de Europa están hartos de tener que sufragar los desmanes de los manirrotos del sur, de ahí que hayan surgido varios partidos euroescépticos, partidarios de abandonar la Unión Monetaria. En definitiva, Grecia puede pedir, muy democráticamente, la Luna, y el resto de socios, que son los que ponen el dinero, negársela, también muy democráticamente. Contra el vicio de pedir, está la virtud de no dar.

Vestir de «democracia» lo que, en el fondo, no es más que una vil extorsión constituye, sin duda, una de las demagogias más deleznables que se están empleando en la cuestión griega, sobre todo si se tiene en cuenta el particular mapa político de Atenas. Los griegos serán, quizás, muy democráticos, pero lo cierto, es que muchos no comparten los principios y valores más básicos de la UE: democracia, libertad y derechos humanos.

En las últimas elecciones generales, más del 50% de los votos ha ido a parar a formaciones de perfil totalitario y liberticida, como es el caso de Syriza, el Partido Comunista, los nazis de Aurora Dorada o los nacionalistas radicales de Griegos Independientes (socios de Tsipras en el Gobierno). Formaciones que, en mayor o menor medida, se declaran abiertamente antieuropeístas. Resulta muy paradójico, por tanto, que la extrema izquierda española aluda a los manidos valores de la democracia para defender a formaciones con ideologías antidemócratas, xenófobas y abiertamente fascistas.

5. Alemania quiere colonizar a Grecia. FALSO

Alemania es, hoy por hoy, el mayor acreedor de Grecia, con cerca de 60.000 millones de euros en créditos. Y, como cualquier acreedor, lo que quiere es que le devuelvan el préstamo, de ahí su insistencia en que Atenas aplique la receta de austeridad y reformas, la misma que pusieron en marcha los propios alemanes a principios del presente siglo y cuyos resultados, a la vista está, han sido muy positivos.

Además, el único que realmente desea convertir a Grecia en una colonia alemana es Syriza. No en vano, su principal objetivo consiste en extender de forma indefinida el rescate y, por tanto, depender financieramente de Berlín, en lugar de salir del atolladero por sus propios medios para recuperar su absoluta autonomía política, sin ningún tipo de condicionamientos, tal y como ha sucedido con otros países rescatados que ya han abandonado con éxito los planes de asistencia internacional. Y lo peor de todo es que el Gobierno de Alexis Tsipras está empleando al pueblo griego de rehén para blandir su amenaza de abandonar el euro, con el único fin de doblegar la voluntad de sus acreedores.

Lo triste es que, aún en el caso de que Syriza logre sus objetivos y, finalmente, renueve el rescate, reestructure la deuda helena y suavice las condiciones, Grecia no saldrá del atolladero, ya que seguiría siendo un país atrasado, poco competitivo, empobrecido y dependiente de la ayuda exterior. Sin embargo, con independencia de lo que voten los griegos en el referéndum del próximo domingo, la izquierda radical helena ya ha conseguido varios hitos en sus escasos meses de gobierno. Así, mientras que la economía griega empezó a crecer y a crear empleo en 2014, disfrutando además de estabilidad financiera y superávit primario, hoy Grecia sufre una nueva recesión, aumento del paro, déficit fiscal, grave inestabilidad financiera, corralito bancario y una creciente inestabilidad política y social… ¡Todo un éxito!

La última oportunidad que tiene el pueblo griego es votar «sí» en el referéndum, convocar elecciones anticipadas y elegir a unos gobernantes con verdadera voluntad de poner en marcha los ajustes y reformas que precisa su país para salir adelante dentro de la Unión. De ellos depende… de nadie más.

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