Por Jon Lee Anderson* | The New Yorker.- Cuando el Papa Francisco visitó Bolivia, el Presidente Evo Morales le regaló un crucifijo moldeado en el formato de un martillo y la hoz.

Existen países en este mundo, donde la historia ha sido tan brutal, tan humillante, y tan irreconciliable, que han pasado a ser parte de la iconografía nacional -a veces al grado de lograr espantar a visitantes extranjeros. El presidente de Bolivia, Evo Morales, estuvo muy cerca de espantar al Papa Francisco en su reciente visita a su país. Durante una ceremonia transmitida por televisión, Morales le hizo entrega al Papa como obsequio oficial un crucifijo hecho sobre un martillo y una hoz. Su Santidad recibió el objeto muy cortésmente, pero en su rostro se reflejó una ‘cautelosa’ sorpresa. (En comentarios que hizo el Papa después, dijo no haberse “ofendido” por el crucifijo, mientras que Morales explicó que su obsequio había sido entregado “con todo su amor” al hombre al que él ahora llama como “el Papa de los pobres”.)

Luego se supo que el crucifijo resultó ser una réplica de uno que se encomendó hacer especialmente por el fallecido cineasta y cura izquierdista de España, Luis Espinal Camps, que fue asesinado en La Paz, en 1980, a manos de un escuadrón de la muerte del gobierno Boliviano. Espinal había sido previamente, brutalmente, torturado antes de ser fusilado en un edificio de un frigorífico abandonado. Desde su asunción a la presidencia en 2006, Morales convirtió al cura en paladín y mártir nacional porque Espinal abrazó el ala influenciada por el Marxismo del activismo Católico más conocido por la teología de la liberación.

Al arribar a La Paz, el Papa Francisco, respetuosamente hizo detener su caravana de autos en el lugar donde Espinal fue asesinado, y le dedicó una plegaria. Dijo que el cura había sido asesinado “por aquellos que no aceptaban que él luchase por la libertad en Bolivia”. Estas palabras del Papa fueron en alusión directa al período que encerró los hechos más oscuros sufridos por la Iglesia Católica en Bolivia y a lo largo y ancho de toda América Latina.

La historia dice que dos días después del asesinato de Espinal, el Arzobispo de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, incansable luchador contra la injusticia y en defensa de los pobres fue asesinado cuando celebraba una Misa, por un francotirador que obedeció ordenes de un escuadrón de la muerte relacionado con el ultra-derechista sector militar de su país y de los particulares. Como resultas de su eventual promoción a la santidad, que el Papa Francisco apoya activamente, Romero ha sido beatificado en una ceremonia realizada en Mayo último en San Salvador. Y también en Bolivia hay movimientos similares que están pidiendo que se beatifique a Espinal.

Tanto Espinal como Romero, son apenas dos de varios representantes religiosos prominentes de América Latina, que hasta ahora fueron en su mayoría abandonados por el Vaticano, y que cayeron víctima de la persecución anticomunista que tuvo lugar en la región durante las décadas de 1970 y 1980. Decenas de miles murieron en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia y Paraguay durante el “Operativo Cóndor”, que fue el operativo de asesinatos transnacionales que se llevó a cabo en esos países por los militares y sus cómplices civiles -un plan urdido por el régimen del General Augusto Pinochet cuando tomó el poder en Chile, en 1973, y se embarcó en una purga sangrienta en su país. La campaña de Terror pronto fue adoptada por los ideólogos fraternales de Centro América. Al igual que en Sudamérica, los curas y monjas de El Salvador, Guatemala y Honduras, sospechados de simpatizar con el izquierdismo figuraron al tope de la lista como enemigos.

Espinal resultó ser la primera víctima de una lista “de condenados a muerte” que había sido preparada por la dictadura militar de extrema derecha que gobernaba por entonces en Bolivia. Sus asesinos operaban a las órdenes del ministro del interior del país. Se hacían llamar “Los Novios de la Muerte”. Estos “Novios” integraban un escuadrón de fugitivos internacionales, que incluía al terrorista Italiano neo-fascista Stefano delle Chiaie. El criminal de guerra, el Nazi Klaus Barbie, que había estado viviendo en Bolivia desde 1951, sin necesidad de estar escondido, también estuvo estrechamente vinculado a Los Novios.

Cuando Morales recibió al Papa, en su solapa lucía una broche en el cual se veía claramente la foto del líder revolucionario de Argentina, Ernesto (Che) Guevara. Guevara había sido ejecutado en Bolivia en 1967 por orden del entonces Presidente militar boliviano, como resultado de un operativo que fue supervisado por agentes de la CIA. Desde que Morales -quien surgiera a la política siendo líder del sindicato de productores de coca de Bolivia y protegido por el desaparecido Presidente de Venezuela, Hugo Chávez-, se convirtiera en Presidente, convirtió al Che en héroe nacional, y colgó de la pared de su despacho presidencial un cuadro de Guevara confeccionado con hojas de coca. De este modo, Morales ha hecho de él un tema de permanente desafío de su Presidencia qué él como Presidente le otorga a modo de status quo en Bolivia.

Como descendiente de Aymaras (una de los dos principales grupos indígenas de Bolivia que en total representan las dos terceras partes de los 10 millones de habitantes que tiene Bolivia) es muy posible que Morales todavía tenga muchos demonios por exorcizar en sus relaciones con el Vaticano, que la mayoría de los otros lideres de América Latina. Él resulta ser el primer ciudadano indígena puro que ejerce el poder en Bolivia, país tradicionalmente dirigido por miembros de la población mestiza y/o blanca, ambas minoritarias, descendientes de los primeros colonos Europeos que se afincaron en Bolivia. La Iglesia jugó un papel prominente en la historia de Bolivia, que fue uno de los países de América Latina más cruelmente explotado. Bolivia sigue siendo pobre e históricamente ha sido un país “volátil”, habiendo atravesado casi doscientos golpes de estado y revoluciones desde que obtuvo su independencia de España en 1825. En la actualidad, Bolivia es el segundo mayor productor de gas natural de Sudamérica, después de Venezuela, y es el segundo mayor productor en el mundo de cocaína, después de Perú y antes de Colombia.

A lo largo de todo su período presidencial, Morales ha hecho de su política una fuerte crítica marcada por su vocación “anti-yanki” absoluta. Se ha visto, así, cómo lo ha demostrado de diversas maneras. En 2008, rechazó enfáticamente y le negó la cooperación de Bolivia a la DEA de los EEUU, y además lo echó al Embajador Norteamericano -que hasta el día de hoy no ha sido reemplazado. Al igual que muchos de sus pares que lideran en otros países vecinos, Morales también ha supervisado personalmente la creación de una nueva constitución nacional, en la cual se rinde homenaje prioritariamente a los derechos de las mayorías indígenas.

Asimismo, ha reemplazado todos los ritos Católicos que se celebraban durante ceremonias oficiales, por ceremonias indígenas Andinas, además de haber nacionalizado las reservas de gas y petróleo del país.

En comentarios que hizo durante su visita a Bolivia, el Papa pronunció invectivas contra el desenfrenado capitalismo libre-mercadista que ha instalado el “nuevo colonialismo” que fomentó el materialismo, saqueó el medio ambiente y ha creado la desigualdad en el pueblo. Incluso no dudó en disculparse, en nombre de la Iglesia Católica, por los “muchos y graves pecados cometidos contra las poblaciones indígenas en el nombre de Dios, durante la denominada conquista de las Américas. Estas disculpas pedidas ahora, son el eco de lo dicho por el Papa Juan Pablo II durante una visita que hiciera al país en los 80, pero que en lugares como Bolivia, se repiten todavía.

En aquellos días, el Papa Juan Pablo II también alertó a los curas para que luchen contra el crecimiento del Protestantismo evangélico, que ya había comenzado a socavar la fuerza de la Iglesia Católica en muchos lugares de América Latina. En los años transcurridos desde entonces, este proceso no dejó de crecer, y tal como lo sabe muy bien el Papa Francisco, si la Iglesia Católica quiere recuperar su relevancia en América Latina durante los próximos cincuenta años, necesita indispensablemente reconstruirse, y ello implica demostrar un nuevo sentido de humildad de parte de las autoridades eclesiásticas.

El Papa Francisco, que ha nacido en la Argentina, sabe cómo hablar el idioma que no sea un simple “replay” de la teología de la liberación. Durante su viaje, que incluyó visitas a Ecuador y Paraguay, reiteradamente ha invocado la idea de la “Patria Grande” o sea: una gran nación Latinoamericana, nacida de una gran unión social, política y económicamente fuerte. Esta apelación a la unidad también ha sido hecha por otros lideres como Fidel Castro y Hugo Chávez, aunque ellos las hicieron basándose en la retórica independentista de héroes de América Latina como José de San Martín y Simón Bolívar.

Vale destacar, el papel crucial que desempeñó -detrás de escena- el Papa Francisco durante las recientes negociaciones secretas y diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba. En Mayo, el Presidente de Cuba Raúl Castro, comunista de toda su vida, viajó al Vaticano para ver a Francisco y señaló: “Si el Papa continúa hablando de este modo, tarde o temprano volveré a rezar otra vez y regresaré a la Iglesia Católica -y no digo esto en chiste”. Y Evo Morales, de su parte, reconoció que “por primera vez en mi vida, siento que tengo un Papa -el Papa Francisco”.

Pero no son sólo los izquierdistas de América Latina quienes ven “algo” en el Pontífice. El conservador Presidente del Paraguay, Horacio Cartes, también fue efusivo y laudatorio al decir del Papa “él está señalando la luz del camino y también nos encomienda una gran tarea: la de trabajar juntos, con sacrificio y perseverancia, para que tengamos un país que sea más igualitario para todos”.

Siendo actualmente un tiempo en que América Latina carece de una figura popular que unifique, el Papa Francisco ha surgido como un líder de gran autoridad, alguien que cruza todas las líneas limítrofes. En una región que actualmente es mayoritariamente democrática y está llena de fuerzas creativas y personalidades portentosas, pero que sin embargo todavía se ve acechada por problemas sociales y contradicciones políticas y económicas, su presencia causa intriga -si bien resulta tan familiar como inesperada.

* Jon Lee Anderson forma parte del “staff” de “The New Yorker” desde 1998.

* Traducción de Irene Stancanelli para el Informador Público.

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