Por Jorge Azar Gómez.-

Los partidos tradicionales tienen una gran deuda con el pueblo y, sobre todo, con los habitantes de nuestra ciudad.

Por impericia de los últimos intendentes -o caso por mala estrategia-, se entregó a manos de la izquierda la Intendencia Municipal de Montevideo, y aquellos personeros no han tenido la habilidad ni el candidato apto para recuperar algo tan caro a los valores de ambos partidos, como lo es la conducción del bienestar de los habitantes de la capital del Uruguay.

Es así que Montevideo se ha desarrollado violenta y anárquica: la administración frenteamplista no ha tomado las previsiones necesarias -no existió planificación con visión de futuro- para que el proceso de su desarrollo se encauzara hacia una línea armoniosa y racional, teniendo en cuenta el avance de la tecnología y el crecimiento desmedido de su territorio. El gobierno izquierdista jamás ha sabido confeccionar una política que dotara de orientación y control a su crecimiento.

Es -el Montevideo frenteamplista- inhóspito, peligroso y desquiciador. Es el Montevideo que para muchos se ha convertido en la «ciudad ingobernable». Pero, en rigor, se trata de una ciudad-reto que no ha tenido aún la fortuna de contar con un alcalde de coraje, con audacia, entregado más al trabajo que a figurar en los medios de difusión, más al servicio de la comunidad que de los propios amigos o de su partido político, más a estar recorriendo la ciudad en busca de soluciones que recorriendo en el mundo en busca de sus placeres. Es necesario hallar un intendente a quien no le tiemble el pulso a la hora de tomar decisiones enérgicas; alguien que, en lugar de maquillarle el rostro a la ciudad, se haga cargo de las desafiantes problemática que se presentan.

Montevideo es el espejo, el cerebro de Uruguay y, hasta cierto punto, su corazón.

Nuestra Ciudad reclama una visión audaz y es audacia, precisamente aquello que le ha faltado a sus últimos intendentes. De allí que sus males se agravaran y se multiplicaran con el tiempo, hasta llevarlo a los extremos actuales: Montevideo se ha vuelto dramática, desesperante y alienante.

Hemos vivido el desarrollo sin conservación. Luego, se aplicó la conservación sin desarrollo y hoy no tenemos ni desarrollo ni conservación. Es menester restablecer la armonía entre el desarrollo de la ciudad que crece y los recursos naturales que se exige mantener y enriquecer. Corresponde armonizar esos dos conceptos: conservación y desarrollo, para la ocupación del espacio, para humanizar a Montevideo, para hacerlo deseable, más atractivo y cautivante, pero sin artificios sin maquillajes.

Las definiciones acumuladas en la insatisfacción de las necesidades más sentidas de los montevideanos y las necesidades básicas del crecimiento de la población requieren definir -como premisa fundamental de toda estrategia- la de ganarle el control al crecimiento de la ciudad en el próximo período. Será esta la clave para la desconcentración de la ciudad, para la creación de nuevos centros urbanos y áreas inmediatas, y para el mantenimiento, mejoramiento y ampliación de los servicios públicos.

Es por todo esto y mucho más que blancos, colorados y cabildenses, deben orientarse definitivamente hacia a la recuperación de Montevideo y de su gobierno, con un proyecto político realista y audaz que apunte a la transformación total y absoluta de la ciudad, dejando a un lado las antiguas estrategias y consagrar un candidato que -con firmeza- asegure el cambio de Montevideo, sacándolo de la crisis y echando las bases de un futuro de grandeza.

Sólo la experiencia y capacidad de los tres partidos y de su candidato podrán alcanzar estos logros en benéfico de los habitantes de Montevideo.

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