Por Hernán Andrés Kruse.-

El conflicto en Medio Oriente se agrava con el correr de las horas. Estados Unidos y Gran Bretaña lanzaron ataques aéreos contra objetivos de los hutíes en Yemen, como represalia por una serie de ataques lanzados por el grupo aliado con Irán contra la navegación comercial en el mar Rojo. El ataque fue confirmado por el propio presidente norteamericano quien dijo en un comunicado: “Estos ataques selectivos son un mensaje claro de que Estados Unidos y nuestros socios no tolerarán ataques contra nuestro personal ni permitirán que actores hostiles pongan en peligro la libertad de navegación en una de las rutas comerciales más críticas del mundo. No dudaré en ordenar medidas adicionales para proteger a nuestra gente y el libre flujo del comercio internacional según sea necesario”. “Nuestro objetivo sigue siendo desescalar las tensiones y restaurar la estabilidad en el Mar Rojo, pero que nuestro mensaje sea claro: no dudaremos en defender vidas y proteger la libre circulación del comercio en una de las vías acuáticas más críticas del mundo ante las amenazas continuas”.

Yahya Saree, vocero de las milicias hutíes, afirmó: “Estos ataques causaron la muerte de cinco mártires e hirieron a otros seis miembros de nuestras fuerzas armadas”. Por su parte, Hamás sostuvo que el ataque tendrá consecuencias en Medio Oriente y criticó el accionar de las fuerzas del imperio anglosajón: “Condenamos enérgicamente la flagrante agresión estadounidense-británica en Yemen. Les hacemos responsables de las repercusiones en la seguridad regional”. Husein al Ezzi, viceministro de Exteriores de los hutíes, escribió en redes sociales que “nuestro país ha sido objeto de una agresión masiva por parte de barcos, submarinos y aviones de combate estadounidenses y británicos, y no hay duda de que Estados Unidos y Gran Bretaña tendrán que estar preparados para pagar un alto precio”. En tanto, Ali al Quhom, miembro del buró político de los hutíes, advirtió que “la batalla será más grande, y más allá de la imaginación y las expectativas de los estadounidenses y los británicos, es una guerra abierta”. “Se arrepentirán de su agresión. Se atacarán sitios y bases militares estadounidenses y británicos, y el siguiente paso es mayor” (fuente: Infobae, 12/1/024).

En su edición del 14 de enero Infobae publicó un artículo de Steven Erlanger, David E. Sanger, Farnaz Fassihi y Ronen Bergman titulado “Llegó la guerra regional que nadie quería: ¿qué tan extensa será?” (The New York Times, 2024). Escribieron los autores:

“Desde el inicio de la guerra entre Israel y Hamás hace 100 días, el presidente de Estados Unidos Joe Biden y sus asesores han tenido dificultades para contenerla y se han mostrado temerosos de que una escalada a nivel regional pronto puede involucrar a las fuerzas estadounidenses. Ahora, con los ataques que Estados Unidos encabezó el jueves contra casi 30 sitios en Yemen y un ataque más reducido el viernes, ya no hay dudas sobre si habrá un conflicto regional. Ya comenzó. Las preguntas más importantes ahora son sobre la intensidad del conflicto y si puede contenerse. Este es justo el resultado que nadie quería, supuestamente ni siquiera Irán (…) La decisión de Biden de lanzar ataques aéreos, después de resistirse a los llamados a actuar contra los militantes hutíes en Yemen, cuyos ataques reiterados contra las embarcaciones en el mar Rojo estaban comenzando a hacer mella en el comercio mundial, es un cambio evidente de estrategia. Según las autoridades, tras emitir una serie de advertencias, Biden se sintió obligado a ello después de que, el jueves, una andanada de ataques con drones y misiles se dirigió a un buque de carga estadounidense y los barcos de la Marina que estaban alrededor (…).

Durante 12 semanas, ha habido ataques contra los intereses de Israel, Estados Unidos y Occidente provenientes del Líbano, Irak y Siria, los cuales han provocado respuestas reducidas, pero bien dirigidas, por parte de las fuerzas estadounidenses e israelíes. Estados Unidos también lanzó advertencias a Irán, el cual, según Estados Unidos, está actuando como un coordinador libre. Lo que fue notable acerca de los ataques en represalia en Yemen fue su alcance: mediante aviones de caza y misiles lanzados desde el mar, las fuerzas estadounidenses y británicas, respaldadas por una pequeña cantidad de otros aliados, atacaron un gran número de bases de drones y misiles hutíes. Biden está transitando por la delgada línea entre la disuasión y la escalada, y sus asesores reconocen que no se puede aplicar ninguna ciencia a este cálculo. Irán y sus aliados, entre ellos Hezbollah en el Líbano, han sido cautelosos con respecto a su apoyo a Hamás y han mantenido sus acciones dentro de ciertos límites para evitar una respuesta mayor por parte del ejército estadounidense que pueda amenazar el ejercicio del poder de Irán en el Líbano, Irak y Siria. (…).

No se sabe cuánto tiempo tardarán los hutíes en recuperarse y volver a amenazar a las embarcaciones del mar Rojo, como han prometido. Un funcionario del Pentágono les dijo a los reporteros el viernes que, hasta ahora, la respuesta ha sido moderada, pues nada más se ha lanzado un misil antibuque en el mar Rojo, lejos de cualquier buque de paso sin provocar daños. No obstante, una participación militar más amplia de Estados Unidos también se suma a la percepción del mundo en general de que Estados Unidos está actuando todavía más directamente en beneficio de Israel, lo cual podría dañar más la imagen de Estados Unidos y Occidente conforme aumenta la cifra de muertos en la Franja de Gaza. Ahora, Israel está defendiendo su conducta en un tribunal internacional en relación con una acusación de genocidio. Irán está usando satélites como Hezbollah y los hutíes para distanciarse de sus acciones y conservar su credibilidad en la región, por lo que intenta evitar un ataque directo que podría poner en riesgo la revolución islámica y su programa nuclear. Pero Irán también está siendo arrastrado por esos mismos satélites”.

En su edición del 20 de enero Infobae publicó una conmovedora reflexión de Jonathan Lemcovich titulada “100 días de cautiverio: ¿a dónde nos sitúa esto?”. Escribió el autor: “Más de 100 días pasaron desde el atentado terrorista perpetrado por Hamás contra la población de Israel. Kfir, rehén argentino-israelí, cumplió un año el miércoles 17 de enero, mientras permanece secuestrado. Dos datos, dos titulares, dos números que culturalmente son bisagras y que no hacen más que visibilizar el paso del tiempo. Como comunidad judía en Argentina, es esencial pronunciarnos con convicción y demandar que las instituciones asuman un rol activo y comprometido. La tolerancia hacia el antisemitismo y el intento de apaciguar a aquellos que nos menosprecian solo ha llevado a horrores como el del 7 de octubre pasado, un día marcado por la tragedia y la indiferencia mundial ante la clara amenaza de aniquilación que enfrentamos como pueblo. Esta es una cuestión de valores fundamentales, que reside en el corazón de nuestra comunidad. Preferimos muchas veces agachar la cabeza, pasar desapercibidos e ignoramos el peso de nuestras acciones y la riqueza de nuestra historia. En cambio, debemos valorarnos, llevar la frente en alto, resaltar nuestras contribuciones a la sociedad y enfrentar con valentía temas complejos y significativos, para así ayudar y liderar el camino que nos lleve a tener un mundo mejor para las próximas generaciones. Ser humanos, por sobre todo, entender que el humanismo, primero, es con las víctimas, con los deudos, con la sociedad que sufren el flagelo del terrorismo y no olvidar a aquellos que siguen esperando la vuelta a casa de los seres queridos.

El humanismo actual no es justicia. Pedir justicia es reclamar el retorno de los rehenes secuestrados por Hamás, es cuidar a las familias de los 1500 asesinados y de aquellos que permanecen en cautiverio. Reclamar a Israel que envíe ayuda humanitaria a Gaza o pedir un alto al fuego de Israel, sin exigir la devolución inmediata y sin condiciones de los rehenes, es antisemitismo y cinismo puro. ¡Basta de dobles estándares! Es inaceptable que permitamos a los antisemitas circular por nuestras instituciones, como si su presencia en sí misma fuese una forma d educación. Tal actitud es un grave error. Somos testigos de cómo las universidades americanas más prestigiosas permiten la proliferación del discurso del odio y también vemos a dónde nos ha llevado eso. El mundo actual en el que vivimos aceptó el antisemitismo y el apoyo al terrorismo, disfrazándolo en una falsa libertad de expresión. Estamos sufriendo los frutos del progresismo sembrado en el mundo occidental durante las últimas dos décadas. En la Parasha Bo-porción de la Torá-de esta semana, Dios nos insta a dejar atrás Egipto, a liberarnos de las cadenas que nos atan y nos impiden ser verdaderamente libres. A través de las ocho plagas, Dios demostró su poder, nos alentó a creer en Él y a liberarnos. Nos recuerda que tenemos valía y que poseemos los valores necesarios para ser una luz entre las naciones. Salir de Egipto significa dejar atrás lo que internamente nos esclaviza, nuestra estrechez, nuestra zona de confort. ¡Es hora de salir de nuestro propio Egipto!”

A continuación paso a transcribir la parte del ensayo de Luciana Manfredi, Maximiliano Uller y Pamela Bezchinsky titulado “El conflicto árabe-israelí: Historia y perspectivas de resolución” (Centro cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Bs. As., 2007) sobre el acercamiento entre Israel y la OLP.

LA OLP E ISRAEL EN UN CAMINO HACIA EL DIÁLOGO

“Hay dos hechos que emergen como consecuencias inmediatas de la Intifada y la aparición de Hamas. El primero de ellos es que, por primera vez, desde la creación del Estado judío, el eje del conflicto se trasladaba desde los exiliados hacia habitantes de los Territorios Ocupados. Esto debe ser comprendido en el sentido de que el liderazgo del levantamiento popular no había podido ser anticipado por la cúpula dirigencial de la OLP. De hecho, la emergencia de Hamas, como baza fundamental del alzamiento, cuestionaba por primera vez de manera profunda el monopolio del movimiento nacionalista y, principalmente, de su figura más notoria, Yasser Arafat. Más cuando el 15 de noviembre de 1988 (tres meses después de la aparición de la Carta de Hamas), durante una sesión del Consejo Nacional Palestino en la que se proclamó la independencia de Palestina, Arafat aceptó las Resoluciones 242 y 338 como punto de partida para futuras discusiones. Esto implícitamente suponía reconocer de facto la existencia de Israel. Dentro del clima de tensión que se vivía en Gaza y Cisjordania (donde los partes diarios daban cuenta de un promedio de una muerte por día) la postura radical de Hamas encontraba cada vez más adeptos, debilitando sustancialmente la influencia de la OLP en los Territorios Ocupados. Los comités populares, formados en los distintos barrios árabes de Gaza y Cisjordania, se habían convertido en el botín más disputado tanto por la dirigencia de la OLP como por los islamistas. La participación en elecciones de sindicatos y asociaciones profesionales, donde gozaban de una importante base proselitista, le confería a Hamas una nueva fuente de poder que implicó su reconocimiento por parte de la central palestina y la invitación a participar del Consejo Nacional Palestino a partir de 1990.

Estaba claro que las disputas en la arena política palestina ya no se dirimían al interior de la OLP, sino que confrontaban a dos adversarios de naturaleza bien diferente: un movimiento secular y nacionalista que pretendía iniciar un nuevo proceso de lucha en el terreno diplomático y otro, de raíz religiosa, que planteaba una resistencia abiertamente violenta, sin etapas intermedias y donde el objetivo, como se analizó anteriormente, era la conformación de una nación donde Estado y religión se fusionaran de manera inexorable. Sin embargo, debemos ser prudentes en señalar que, como suele suceder en el ámbito político, esta dicotomía se presentaba con matices (habida cuenta de la transversalidad con que solía operar el movimiento). Sectores de la izquierda palestina, desilusionados por las frustraciones de años de lucha y ante la pasividad de la OLP, comenzaban a pasarse a las filas de Hamas como alternativa de militancia, así como alguna vez el Tudeh y los Muyaidines se unieron sin reservas a la Revolución Iraní. La metodología empleada para la resistencia a la ocupación era, por supuesto, violenta. La modalidad de atentados suicidas, que alentaban los líderes del movimiento religioso, cobraba numerosas víctimas, no sólo del lado israelí sino también del lado árabe, debido a la represión que seguía a cada ataque violento. Esto llevó a que Israel declarara ilegal a Hamas a partir de 1988, sólo después de que éstos se convirtieron en una amenaza real. Mientras tanto, la dirigencia israelí continuaba culpando a la OLP y a Fatah, como responsables de la escalada de violencia. La deportación de 415 militantes de Hamas en 1992 al pueblo libanés de Marj al Zohur, la mayoría de ellos estudiantes e intelectuales, supuso un nuevo revés para la política exterior israelí, que no podía explicar ante la opinión pública mundial las razones por las cuales eran expulsadas personas que, al menos en apariencia, poca relación guardaban con los hechos de violencia.

El segundo de los hechos mencionados es sin duda el inicio del diálogo entre Israel y la OLP. Gracias a la presión de Estados Unidos, emergente como única potencia hegemónica tras la descomposición de la Unión Soviética y su triunfo en la segunda Guerra del Golfo Pérsico, ambas dirigencias recurrieron a una solución pragmática. Se iniciaron las conversaciones que derivaron en los Acuerdos de Paz de Oslo (1993), luego de la Conferencia de Madrid (1991), donde por primera vez israelíes y palestinos (a través de la delegación jordana) se sentaron a dialogar y establecer las bases para las futuras negociaciones. Indudablemente, la posición de los movimientos islámicos –fundamentalmente Hamas- se radicalizó aún más, habida cuenta del abierto rechazo de los mismos a una coexistencia pacífica con Israel, al que consideraban «usurpador» de la tierra de los palestinos y a quien exigían la devolución de la totalidad de los territorios anteriores a 1948. La consigna de destrucción del Estado judío pone de relieve cómo la consideración de los aspectos religiosos cobró una nueva dinámica, impensada décadas atrás, aun cuando las causas estructurales del conflicto continuaban siendo políticas: un pueblo que había obtenido el reconocimiento legítimo a existir como Estado y nación y otro que había sido despojado del mismo derecho a través de una ocupación que remitía al colonialismo más retrógrado”.

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