Por Sandro Magister (L’Espresso).-

Es el remedio en el que piensan el cardenal Hummes y el Papa Francisco debido a la falta de clero, empezando por la Amazonia. Pero también en la China del siglo XVII los misioneros eran pocos y la Iglesia florecía. Sobre ello escribe «La Civiltà Cattolica».

ROMA, 21 de septiembre de 2016.– Hace unos días, el Papa Francisco ha recibido en audiencia al cardenal brasileño Cláudio Hummes, acompañado por el arzobispo de Natal, Jaime Vieira Rocha.

Hummes, de 82 años, anteriormente arzobispo de Sao Paulo y prefecto de la congregación vaticana para el clero, es actualmente presidente tanto de la comisión para la Amazonia de la conferencia episcopal de Brasil, como de la Red Pan-Amazónica que reúne a 25 cardenales y obispos de los países circundantes, además de a representantes indígenas de las diversas etnias locales.

Y es como tal que sostiene, entre otras cosas, la propuesta de solucionar la falta de sacerdotes célibes en áreas immensa como la Amazonia confiriendo el orden sagrado también a «viri probati», es decir, a hombres de probada virtud, casados.

Por consiguiente, la noticia de la audiencia ha hecho pensar que el Papa Francisco ha discutido con Hummes acerca de dicha cuestión y, en particular, de un sínodo «ad hoc» de las 38 diócesis de la Amazonia, que efectivamente está en avanzada fase de preparación.

No sólo ha adquirido nueva fuerza la voz según la cual Jorge Mario Bergoglio quiere asignar al próximo sínodo mundial de los obispos, programado para el 2018, precisamente la cuestión de los ministerios ordenados, obispos, sacerdotes, diáconos, incluida la ordenación de hombres casados.

La hipótesis se había lanzado al día siguiente del doble sínodo sobre la familia:

> El próximo sínodo ya está en construcción. Sobre los sacerdotes casados (9.12.2015)

Y había avanzado rápidamente:

> Sacerdotes casados. El eje Alemania-Brasil (12.1.2016)

Y ahora parece ganar terreno. Curiosamente, poco antes de que el Papa recibiera a Hummes, Andrea Grillo -un teólogo ultrabergogliano, docente en el pontificio ateneo San Anselmo de Roma, cuyas intervenciones son sistemáticamente relanzadas y enfatizadas por la página web paravaticana «Il Sismografo»- había predicho incluso, detallándolo, el tema del próximo sínodo acerca del «ministerio ordenado en la Iglesia», que divide en tres subtemas:

– el ejercicio colegial del episcopado y la restitución al obispo de la plena autoridad sobre la liturgia diocesana;

– la formación de los presbíteros, reconsiderando la forma tridentina en el seminario y la posibilidad de ordenar a hombres casados;

– la teología del diaconado y la posibilidad de un diaconado femenino.

La autoridad a la que hacen referencia Grillo y el resto de reformistas clérigos y laicos cuando formulan ésta u otras propuestas es el difunto cardenal Carlo Maria Martini, con la intervención que lanzó en el sínodo de 1999.

El entonces arzobispo de Milán, jesuita y líder indiscutible del ala «progresista» de la jerarquía, dijo que «había tenido un sueño»: el de «una experiencia de confrontación universal entre obispos que sirviera para deshacer algunos de los nudos disciplinarios y doctrinales que aparecen periódicamente como puntos candentes en el camino de las Iglesias europeas, y no solo».

He aquí los «nudos» por él enumerados:

«Pienso en general en la profundización y el desarrollo de la eclesiología de comunión del Vaticano II. Pienso en la carencia, dramática a veces, en algunos lugares de ministros ordenados y en la creciente dificultad que tienen algunos obispos para disponer del suficiente número de ministros del Evangelio y la eucaristía para proveer al cuidado de las almas en su territorio. Pienso en algunos temas que atañen a la posición de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, en la participación de los laicos en algunas responsabilidades ministeriales, en la sexualidad, en la disciplina del matrimonio, en la praxis penitencial, en las relaciones con las Iglesias hermanas de la Ortodoxia y, más en general, en la necesidad de volver a encender la esperanza ecuménica; pienso en la relación entre democracia y valores y entre leyes civiles y ley moral».

De la agenda martiniana, los dos sínodos convocados hasta ahora por el Papa han discutido, de hecho, acerca de «la disciplina del matrimonio» y «la visión católica de la sexualidad».

Y el nuevo sínodo podría resolver la «carencia de ministros ordenados» abriendo las puertas a la ordenación de hombres casados y de diáconos mujeres; esto último ya ha sido puesto en marcha por el Papa Francisco con el nombramiento, el pasado 2 de agosto, de una comisión de estudio:

> Francisco y las mujeres. Homilías no, diaconado más no que sí

El argumento principal en apoyo de la ordenación de hombres casados es el mismo que expresó el cardenal Martini: «la creciente dificultad que tienen algunos obispos para disponer del suficiente número de ministros del Evangelio y la eucaristía para proveer al cuidado de las almas en su territorio».

La Amazonia sería, entonces, uno de estos «territorios» inmensos en los que los pocos sacerdotes allí presentes son capaces de llegar a núcleos remotos de fieles no más de dos o tres veces al año. Por lo tanto, con gran daño – se sostiene – para «el cuidado de las almas».

Hay que decir, sin embargo, que una situación de este tipo no es exclusiva de los tiempos actuales. De hecho, ha caracterizado la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos y en las áreas más diversas.

No sólo la falta de sacerdotes no siempre ha sido un daño para el «cuidado de las almas». Más bien al contrario, en algunos casos ha coincidido incluso con el florecer de la vida cristiana. Sin que a nadie se le ocurriera ordenar a hombres casados.

Es el caso, por ejemplo, de la China del siglo XVII. De ello da noticia «La Civiltà Cattolica» en el cuaderno del pasado 10 de septiembre, con un artículo muy amplio del sinólogo jesuita Nicolas Standaert, docente de la Universidad Católica de Lovaina, una fuente por lo tanto libre de toda sospecha visto el vínculo estrechísimo y estatutario que la revista tiene con los Papas y, en particular, con el actual, que sigue personalmente su publicación junto al director de la misma, el jesuita Antonio Spadaro:

> Grandi personaggi della Chiesa primitiva in Cina. Il ruolo delle comunità cristiane

En el siglo XVII en China había pocos cristianos y estaban dispersos. Escribe Standaert:

«Cuando Matteo Ricci murió en Pekín en 1610, después de treinta años de misión, había aproximadamente 2.500 cristianos chinos. En 1665 los cristianos chinos eran probablemente unos 80.000 y aproximadamente en el 1700 eran unos 200.000; es decir, eran aún pocos si se comparan con toda la población, entre los 150 y los 200 millones de habitantes».

Y poquísimos eran los sacerdotes:

«Cuando Matteo Ricci murió, en toda China había sólo 16 jesuitas: ocho hermanos chinos y ocho padres europeos. Con la llegada de los franciscanos y de los dominicos, alrededor del año 1630, y con un leve aumento de los jesuitas en el mismo periodo, el número de misioneros extranjeros superó los 30 y permaneció constante entre los 30 y los 40 en los años sucesivos. A continuación hubo un incremento, alcanzando el pico de casi 140 misioneros entre 1701 y 1705. Pero después, a causa de la controversia acerca de los ritos, el número de misioneros se redujo casi a la mitad».

El consecuencia, el cristiano ordinario veía al sacerdote no más de «una o dos veces al año». Y en los pocos días que duraba la visita el sacerdote «conversaba con los jefes y los fieles, recibía información acerca de la comunidad, se interesaba por los enfermos y los catecúmenos. Confesaba, celebraba la eucaristía, predicaba, bautizaba».

Después el sacerdote desaparecía durante meses. Pero las comunidades se sostenían. Es más, concluye Standaert: «se transformaron en pequeños, pero sólidos centros de transmisión de la fe y de práctica cristiana».

He aquí a continuación los detalles de esa fascinante aventura, tal como se relata en «La Civiltà Cattolica».

Sin elucubraciones acerca de la necesidad de ordenar a hombres casados.

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