Por Alfredo Nobre Leite.-

Es proverbial cómo los extremos se tocan: la candidata ultraderechista francesa, Marine Le Pen, del Frente Nacional (FN), que se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin, enemigo declarado de Occidente, el 24 del actual, que, no por casualidad, también el controvertido populista de derecha presidente de Estados Unidos, Donald Trump, mantiene una amistad con éste, que añora el imperio zarista y emula a Alejandro III, aquélla haya hecho declaraciones de extrema gravedad diciendo que bajo su hipotética Presidencia, Francia asistirá a tres grandes acontecimientos: la muerte de la Unión Europea (UE), el fin de la «globalización salvaje» y el «desenmascaramiento del multiculturalismo», que prácticamente son las mismas expresiones que ha proferido el mandatario estadounidense. Todo ello en el marco del compromiso de los 27 países que integran el bloque, que el día 25 acordaron mantener una Europa «segura, próspera, capaz de adoptar una política migratoria eficaz y sostenible» y de generar «crecimiento y empleo».

Si analizamos el devenir del estado conflictivo de la UE, tras el insólito «brexit» de Gran Bretaña, producto de la imprudencia o irresponsabilidad del anterior «premier» David Cameron, que llamó a un plebiscito, tal vez especulando con una mayor compensación económica de sus socios de la UE, si ganaba el «remain» -quedar-, mas le salió el tiro por la culata al triunfar el «leave» (salir), el nuevo gobierno encabezado por la «premier» Theresa May, está dando los pasos para iniciar la salida definitiva de la UE; pero los escoceses se oponen, pidiendo una nueva consulta popular, con riesgo de partir el Reino Unido, con su salida de la unión que fue impuesta por la fuerza por Oliver Cromwell en 1653. Creo que Francia es la menos indicada, en este caso Le Pen, pues recordemos que Europa aún no salió de la crisis mundial de 2008, que está atravesando las consecuencias del fracaso del «Welfare State» (Estado de Bienestar) que causó un exorbitante gasto público, y déficits cróncios que superan el límite del 3 por ciento del Producto (PBI), establecido por el Tratado de Maastricht (de febrero de 1992), pues en realidad casi ningún país lo cumplió, principalmente Francia, y la consecuencia es un fenomenal endeudamiento, inflación, desocupación y pobreza.

Además, téngase en cuenta que el euro, una moneda fuerte por la paridad cambiaria baja, favorece a las economías fuertes como Alemania, Francia, Austria, los países escandinavos, pero afecta la competitividad de los productos de los países sureños como España, Portugal, Grecia e Italia (que no sale de su larga crisis económica/política) que no pueden colocar sus productos que se encarecen por la dureza del euro, tampoco tomar ninguna medida cambiaria para morigerar ese perjuicio, que sí lo harían de regir la peseta, el escudo, la lira y el dracma. Grecia es un caso peculiar que adulteró sus cifras para entrar en la UE, y, asimismo, haber cometido necedades como otorgar jubilaciones a los 50 años de edad, regularizar el endeudamiento con relación a su PBI, las cuentas públicas y los déficits fiscales.

La salida de Gran Bretaña de la UE, despierta, por contagio, todos los problemas de secesión, como en España, en que Cataluña pretende separase del Reino, Valonia y Flandes, en Bélgica; Irlanda y Escocia, que quiere realizar un nuevo plebiscito. Como también el populismo derechista aspira a separarse de la UE, como son los casos de Francia, Austria, Holanda, Finlandia, Hungría, por el accionar de partidos políticos de extrema derecha.

La conclusión es que la UE no puede sobrevivir con los contrastes económicos entre los países norteños (ricos) con relación a los sureños con economías débiles que no les permiten cumplir el Tratado de Maastricht, y donde aquellos instalan sus fábricas (v. gr. automotores) por los bajos salarios con relación al ingreso per cápita de Alemania… al tiempo que por la dureza del euro, éstos no pueden colocar sus productos a nivel internacional, por ser incompetitivos.

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