Por Carlos Tórtora.-

En su cruzada contra Nicolás Maduro, Javier Milei una vez más arremete en soledad. Ninguna fuerza política nacional salió en efecto a solidarizarse con las expresiones del presidente. Este, por las redes sociales, prácticamente pidió que las fuerzas armadas bolivarianas dieran un golpe y derrocaran a Maduro.

Mauricio Macri es, sin duda, el único dirigente que, con un tono más mesurado, coincide en condenar a Maduro por el presunto fraude. En cuanto a la oposición dialoguista, de ningún modo se puso detrás del presidente y, hasta ahora, ninguna de las cámaras del Congreso intentó tratar la crisis de Venezuela en el recinto.

En el caso de la CGT, hubo dos pronunciamientos. El de Pablo Moyano, de solidaridad con Maduro, y el de Gerardo Martínez, que planteó las sospechas de fraude. El kirchnerismo, tradicional aliado del régimen venezolano, optó por un llamativo silencio.

Mondino no la tiene fácil

En síntesis, el gobierno, fiel al estilo presidencial, se lanzó a la batalla sin intentar siquiera construir un consenso. Las cancillerías de la región en su mayoría quedaron a la expectativa de la postura que asumiera Itamaraty. Lula terminó apoyando a Maduro luego de que el PT se adelantara y apoyara a Caracas.

La cuestión ahora es que Argentina quedó como el baluarte de la oposición a Maduro. En cualquier democracia normal, una situación así haría necesario que el Congreso fije una postura institucional. Pero en la Argentina libertaria la crisis pasa en un principio por un duelo personal entre dos presidentes.

En el balance regional, la Argentina cuenta apenas con el apoyo de Uruguay y Paraguay, porque Milei tiene deterioradas las relaciones con Colombia y no se habla con Lula.

Parece insinuarse que, con la actual postura de Brasil, será muy difícil para la Argentina motorizar una presión internacional que tenga efectos sobre el régimen bolivariano, cuya cúpula se juega el todo por el todo, porque sabe que si deja el poder le quedan dos alternativas: ir presos o exiliarse en Cuba.

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