Por Hernán Andrés Kruse.-

“Como se sabe desde los primeros escritos de Marx, el trabajador en el capitalismo se encuentra alienado y por tanto incapaz de poder captar lo que el intelectual crítico/partido de la clase capta. Pero, al mismo tiempo, el obrero está ubicado en una posición en que el intelectual no se encuentra, que es la de hacer el mundo (para otro, los capitalistas). La ideología dominante (racional) oculta cotidianamente al obrero su condición de tal (aquí el proceso de alienación es central) así como borra el trauma originario que lo hizo obrero, muy bien explicado por Marx en su capítulo XXIV sobre la acumulación originaria. De este modo se torna nodal dar cuenta del carácter histórico que poseen las relaciones sociales capitalistas y de que su instauración fue un proceso de varios siglos, signado por la violencia, la guerra y la expropiación social. Los valores e ideas que se encuentran contenidos en el sentido común funcionan como pegamento-“argamasa”, dice Gramsci-para mantener desmovilizados a los obreros o movilizados por la ideología sindicalista que no busca romper con la dominación entre clases.

Aquí cobra fuerza el elemento conciliador de las burocracias sindicales, haciendo pasar a través de su política el interés particular como general. Se sabe que, en general, la burocracia construye hegemonía, un equilibrio entre consenso y coerción, al hacer concesiones a los obreros en reivindicaciones puntuales pero que, como es razonable, no atentan contra su razón de ser. En esta dirección Gramsci aporta mayor lucidez al decir que “el hecho de la hegemonía presupone, que se constituya, sin duda, que se tenga en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía, que se constituya un cierto equilibrio de compromiso, o sea que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero también es indudable que tales sacrificios y el mencionado compromiso no pueden referirse a lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que ejerce el grupo dirigente en el núcleo decisivo de la actividad económica”.

“La organización, el liderazgo, los procesos de toma de decisión y las propias direcciones sindicales, juegan un papel central en este proceso (formación de los intereses inmediatos colectivos)… La cuestión no consiste en medir en qué grado las organizaciones y las direcciones sindicales obstruyen o representan los genuinos intereses de las bases, sino que ellas mismas son poderes constituyentes de los intereses colectivos de los obreros. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la cuestión de la burocracia trasciende las características y políticas del grupo dirigente. Lo que está en juego es el modo colectivo de organización y definición de los intereses obreros, lo que se vincula con el tipo de organización social de las relaciones” (Ghigliani y Belkin).

Sabemos que toda concepción teórico-filosófica es política porque contiene valores e intereses que generan consecuencias, directas e indirectas, sobre la realidad. Más allá de las especificidades de cada una de las direcciones sindicales y de sus lugares de trabajo, lo que comparten todas ellas es estar configuradas y reproducir prácticas y valores capitalistas en el seno de la clase trabajadora. Su relevancia tiene un interés praxístico, por eso es necesario caracterizar qué valores e intereses representan las direcciones sindicales. Analizar el nivel de conciencia en función de sus críticas o no a la sociedad política tiene su implicancia al momento de desprender acciones prácticas. Comprender la realidad desde una teoría positivista lleva a naturalizar los valores e intereses que transmiten las direcciones sindicales y que afectan sobremanera la vida concreta de los trabajadores.

A este respecto es claro el ejemplo del período inicial de la privatización del servicio de subterráneos. El secretario general de la UTA, Juan Palacios, como el resto de la dirección sindical, tuvo una complicidad directa con la aplicación de las políticas de ajuste y racionalización empresaria. El 50% de los casi 5.000 trabajadores que pertenecían a la planta estable del subte fueron despedidos. Se sumaron horas de trabajo (se pasaba de 6 a 8 horas diarias) por menos salario. En una entrevista en Prensa Obrera, el delegado Varela sostenía que “los conductores tienen que hacer 11 vueltas cuando antes hacían 6, bajó el tiempo de descanso, antes era de 40 minutos ahora es de 15”.Algunas tareas fueron asignadas a terceras empresas, en muchos casos pertenecientes al mismo grupo económico. Los nuevos trabajadores de estas “terceras” empresas cumplían 9 horas diarias de trabajo con un salario menor al que tenían los trabajadores dentro del convenio de UTA. En este proceso, la dirección sindical se mantuvo en la inacción, sin defender los intereses obreros afectados y por tanto al servicio de la patronal. Así practicaba y difundía la fragmentación, la desconfianza y el individualismo entre los trabajadores. Un delegado combativo decía: “acá, cuando se privatizó y vino Roggio, en Taller Rancagua, la burocracia se quedó sin sus delegados y gente afín porque se fueron con los “retiros voluntarios” que ellos mismos incentivaban a los trabajadores”.

Es relevante destacar que al poner el énfasis en otros conceptos (organización, liderazgo, formas de decidir, etc.), los autores generan un desinterés por comprender la ideología y la práctica de las direcciones sindicales en su relación con la sociedad política, y su incidencia concreta en la vida de los trabajadores. A su modo, Ghigliani y Belkin no dudan en evaluar desde otra posición teórica las políticas con las que interviene la “izquierda ortodoxa”. Su crítica al subjetivismo por fantasear con intereses preexistentes, desde una posición no dialéctica, los deja cautivos del objetivismo. En sus intentos por “complejizar” el fenómeno no hacen más que describir diversas variables que intervienen en el proceso, tomando partido por conceptos generales y ahistóricos como “la organización” y “los líderes”. Enfatizar en la descripción y asignar como causas explicativas una variedad de conceptos abstractos, deshistorizados, y sin elaborar de manera ponderada una cadena causal donde se manifiesten las múltiples determinaciones que operan en un concreto (Marx) llevan a esta posición a no cuestionar el régimen social existente y la tarea de las burocracias sindicales en él.

En esta posición teórico-política las demandas y los tipos de acciones son producto de las estructuras organizacionales, los líderes, las interacciones entre los sujetos en el sindicato y las formas de decidir. Variables como concepción ideológico-política no son tenidas en cuenta como causa explicativa. Su referencia a los líderes se torna abstracta al no incorporar desde el presente las experiencias previas (y actuales), políticas y sindicales, de los dirigentes. Por el contrario, son adjudicadas como características “esenciales” y “naturales” del líder. No negamos la influencia, en tanto variables que intervienen, de conceptos que para ambos historiadores son relevantes para comprender las direcciones sindicales. Sin embargo, sostenemos que lo que está en juego es la concepción ideológico-política que se expresa en la política de la dirección obrera, y en función de ella es la forma de organizar, de construir liderazgos y formas de decidir. La concepción ideológico-política que predomine estará estrechamente relacionada con los dirigentes (concretos) que logren imponerse como dirección en el sindicato. Una política sindical crítica de la sociedad política tendrá sentido si en el presente las luchas reivindicativas están vinculadas dialécticamente con un horizonte político que busque liberar a los sujetos, colectiva e individualmente, de sus cadenas internas y externas.

“Son dos las fuentes principales que suelen invocar estos análisis: el poder de la patronal y el poder del estado… Cuando estas determinaciones materiales e institucionales no son consideradas, categorías como interés, representación o democracia, suelen contaminarse de ese racionalismo ingenuo que sirvió de base a las teorías políticas del liberalismo clásico. Ese es el caso, por ejemplo, cuando la asamblea deviene un espacio temporal mítico en el que las relaciones de fuerzas quedan suspendidas mientras obreros ideales deliberan en libertad y extraen conclusiones radicales de la experiencia de explotación… Las fuentes del poder interno de las direcciones sindicales provienen no sólo del entramado institucional de gobierno, de la conformación y representación efectiva de ciertos intereses obreros inmediatos, del consentimiento pasivo y de la movilización controlada; en determinados momentos también juega a su favor el individualismo y el conservadurismo existente entre los trabajadores. Por ello, el problema de la democracia desde el punto de vista de la construcción de poder obrero con perspectivas socialistas trasciende la crítica anti-burocrática”.

“Ni siquiera se reduce a la crítica de las formas liberales-representativas que subsisten en la vida política interna de las organizaciones gremiales en Argentina, un aspecto crucial sin duda, sino que engloba al conjunto de constreñimientos que operan sobre la política sindical. No es sólo un problema de procedimientos, aunque ello forme parte de la cuestión, sino de organización y liderazgo. En síntesis, es una dimensión más de la pelea sobre las formas organizativas y políticas de la clase en su enfrentamiento estructural, y por lo tanto irremediable, contra el capital. Una pelea en la que distintas fuerzas político-sindicales deben imponer sus agendas pero evitando el triunfo pírrico porque dependen siempre del apoyo y la disposición a actuar, ya no sólo de quienes los apoyan activamente, sino del número más amplio posible de trabajadores, organizados o no. Por ello, el análisis de la dinámica organizativa y política de la clase, que nociones como burocracia y democracia intentan captar, apunta directamente a las relaciones de fuerza” (Ghigliani y Belkin).

La asamblea en cuestión: “es un fetiche, un instrumento abstracto, una formalidad liberal”, sostienen estos autores. Alertan sobre el peligro de caer en ese tipo de democracia cuando se desconocen los poderes externos e internos que afectan un ideal funcionamiento democrático. Sostienen que el eje puesto en cómo se construye poder obrero socialista no pasa por criticar a las burocracias y desarrollar mecanismos democráticos sino, insisten una vez más, en la forma de organizarse y en los liderazgos. Para ellos, los conceptos de burocracia y democracia ya no darían cuenta de la dinámica política intra-sindical y entre los sujetos que confrontan, sino que esta creciente “complejidad” debe ser capturada por la noción de relaciones de fuerza. Lo paradójico es que conciben la asamblea de la misma manera que dicen cuestionar, es decir, como instrumento y procedimiento.

Sin embargo, sostenemos que la asamblea es producto de una concepción filosófica, de una posición política. No es el punto de partida sino que es el punto de llegada de un proceso activo, vivo. Previamente a la asamblea hay debates entre los trabajadores donde se manifiestan diferencias y acuerdos respecto del tema en cuestión: esa instancia es indispensable para generar conciencia política crítica, conciencia “para sí”. Luego de ese proceso la asamblea le da legitimidad y fuerza a la decisión que se tome (cualquiera sea). La importancia de la asamblea radica en ser un ámbito donde se debe reclamar, evaluar y sancionar, si lo amerita, al delegado, al dirigente. Así lo argumenta un delegado histórico en el subte: “La asamblea es más que la expresión de una situación dada, es más que un instrumento. Es el órgano de debate, de decisión y resolución política”. Priorizar en el análisis (y en la intervención política concreta) las relaciones de fuerza en desmedro de la asamblea significa negar que los cambios en dichas relaciones son una consecuencia dinámica de la construcción de poder de base con una perspectiva combativa y de las conquistas de la lucha.

De este modo confunden al lector planteando una escisión entre los objetivos políticos sindicales y un método de construcción política, en vez de comprender la relación, no lineal, entre ambos. Para garantizar una acción de lucha deben buscarse todos los medios que la clase crea necesarios para tal fin: en este sentido la asamblea adquiere un lugar central (no excluye la elaboración y coexistencia con otros métodos). Pero si para garantizar una “organización” con valores socialistas o una “medida de lucha combativa” contundente, los líderes formales o informales se abstienen de utilizar el método de asamblea, se subordina el debate y el pensamiento del conjunto de los trabajadores a la decisión y el saber de ellos. Esta posición tiene su anclaje en una metodología etapista y evolutiva, que busca desarrollar los elementos combativos de la clase de manera progresiva con la excusa discursiva de que los obreros tienen que “ir madurando”.

Nuestro planteo puede verse expresado en uno de los conflictos más importantes de la historia del cuerpo de delegados del subte: el conflicto del guarda. En el verano de 2001 la empresa Metrovías se embarcó en una de las medidas más importantes en términos de flexibilización: la eliminación del puesto del guarda. De manera rápida y buscando evitar la respuesta de los trabajadores, comunicaron por una publicación interna que lo eliminarían dos días después de dicho comunicado. Los guardas, según la empresa, serían reubicados en otras tareas y los conductores tendrían que hacer doble tarea, es decir, serían polivalentes. Un delegado combativo decía: “Cuando se gana la mayoría del Cuerpo de Delegados (CD) en septiembre de 2000, la UTA quiere ponerse a la cabeza, lanzan el tema de los guardas. Lo importante no es jugar sino ganar, lo opuesto a lo que hubo en esa época. La UTA nos reunía una vez por mes, nos llamaba luego línea por línea. Las denuncias, reclamos, todo tenía que pasar por la UTA, ser ordenados, prolijos. Después del conflicto del guarda nos reuníamos solos, creamos el CD como institución, éramos quienes conseguíamos las cosas, nos decían el CD rebelde. La UTA necesitaba reubicarse y decirte que ellos son los que tenían el “poder”. La UTA iba a todos lados para disputar los compañeros”.

La empresa decidió empezar la aplicación de dicha medida por la línea B, donde se había modernizado el sistema de señalización pero, fundamentalmente, porque allí la dirección gremial influenciaba a los delegados del sector. Sin embargo, la delegada Lentini, afín en ese momento, a la burocracia, le comunicó a los delegados combativos del “plan” que se estaba preparando. La posibilidad de tener esta información posibilitó una respuesta rápida. Los guardas y conductores que se veían afectados por la medida decidieron ir a la sede del sindicato a reclamar que se los defendiese. Muchos de esos obreros seguían teniendo expectativa en la dirección sindical. La demanda obrera tuvo efectos. Los funcionarios de UTA tuvieron que acudir a la asamblea de la línea B y acordar con los trabajadores un paro sorpresivo en horario pico, de ocho a nueve de la mañana. Midiendo fuerzas, la patronal respondió lanzando 218 telegramas de despido, impidiendo que retomaran sus tareas los conductores y guardas una vez finalizado el paro. Este hecho hizo sobrevolar el fantasma del conflicto de 1999. El paro, y luego los despidos, frenaron los subtes, generando un caos en la ciudad.

El Ministerio de Trabajo de la Nación tuvo que intervenir dictando la conciliación obligatoria por lo que los trabajadores, sin intención de ello, ganaban diez días para seguir un plan de lucha y con la garantía que ofrece ese instituto jurídico de volver todo a la situación previa al conflicto. Con el trabajo político gremial de los activistas y delegados combativos y la comprensión por un sector importante de trabajadores de que la lucha es la única herramienta que tienen para poder enfrentar y vencer el miedo a perder el trabajo, revirtieron nuevamente la relación de fuerza. El conflicto duró tres meses, y en ese desarrollo la dirección sindical fue variando su posición al calor de la acumulación de poder del sector combativo. La burocracia pasó de plantear que “sólo apoyarían medidas de lucha racionales a una defensa incondicional del puesto del guarda”.

La victoria en el reclamo marcó la nueva tendencia: la firma del acta con la reincorporación de todos los despedidos revelaba la derrota de la política de la patronal pero también de la burocracia. Al inicio de la gestión empresaria la dirección gremial tenía la iniciativa tanto de la implementación de las medidas de la empresa, como de sus “aparentes” reclamos obreros, pero con el transcurso de los conflictos fue quedando rezagada respecto del sector de trabajadores conscientes de sus intereses y derechos. La dirección gremial intentaba colgarse del movimiento de trabajadores para darle otra orientación política, canalizarla por otros medios y hacia otros fines. Un delegado del Partido Obrero decía: “Tenemos el ejemplo de lo que pasó con los guardas, cuando los directivos gremiales pactaron con la empresa, y los delegados combativos le impusimos la política a ellos. Que la dirección gremial participe no quiere decir que ésta defiende los intereses obreros”.

(*) Mauricio Tome (Facultad de Ciencias Sociales-UBA): “Reflexión teórico-política sobre la burocracia sindical” (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales)-2013.

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