Por Álvaro Vargas Llosa.-
No está claro qué efecto puede tener en la campaña electoral para las primarias de mañana en Argentina la denuncia contra el jefe de gabinete de la Presidenta Cristina Fernández, Aníbal Fernández, a quien dos testigos han vinculado con el tráfico de efedrina, un precursor de las drogas sintéticas, y un triple crimen.
En la base del kirchnerismo la acusación reforzará tanto a Aníbal Fernández, que compite por la candidatura a la gobernación de Buenos Aires, como a Daniel Scioli, el candidato a la nominación oficialista para las presidenciales de octubre. Pero ¿qué sucederá entre votantes menos fanatizados cuyo voto por Scioli debe más a la sensibilidad populista y el temor a “la derecha” que otra cosa?
Aunque sólo tuviera el efecto de detener la arremetida de Scioli o de hacer que un porcentaje modesto de votantes se abstuviese de entregarle su adhesión, podríamos tener un antes y un después en la campaña presidencial. Hasta la denuncia, la percepción era la de un oficialismo enrumbado hacia una victoria inapelable y una oposición, léase Mauricio Macri y compañía, en proceso de jibarización. Era una exageración, como casi todas las percepciones en política, pero -también como todas- ella estaba teniendo el efecto de una profecía autocumplida. La tendencia puede frenarse gracias a la “bomba” informativa lanzada por el periodista Jorge Lanata, quién si no.
Sería de agradecer por parte de Macri, que necesita a toda costa quedar a no más de seis puntos de Scioli y si es posible a un máximo de cinco (aun cuando por estar en coaliciones distintas no compiten entre sí en las primarias). ¿Para qué? No para triunfar ni pasar a segunda vuelta, pues estas son primarias y no generales, sino para evitar el proceso cainita que se daría en la oposición desde el lunes mismo. Si algo necesita Macri el domingo es salir de las PASO (primarias) como se sale de las aguas termales: altamente “mineralizado”.
Un daño colateral de la denuncia es la agudización del enfrentamiento al interior del peronismo. Aníbal Fernández y su rival para el control de la provincia bonaerense, Julián Domínguez, se están sacando los ojos (el jefe de gabinete de Cristina Kirchner cree que su competidor ha explotado el escándalo y podría estar detrás). Esto tiene implicancias potenciales para Scioli: la clave de su candidatura es que aspira a reunir al kirchnerismo con otras ramas del peronismo, incómodas con el gobierno pero reacias a pasarse al enemigo.
El enfrentamiento entre kirchneristas y peronistas de otras corrientes es un misil en la línea de flotación de la estrategia electoral del aspirante a Presidente.
Allí es donde los candidatos de la oposición pondrán sin duda la puntería. Por lo pronto, Sergio Massa, que va tercero en los sondeos para las presidenciales, es un peronista disidente que ya derrotó al gobierno en 2013 con votos del propio partido en las elecciones parlamentarias. Fue precisamente en la provincia bonaerense, donde se juega mucho de las elecciones presidenciales. Pero también Macri, que pretende ser el rival de Scioli en una segunda vuelta de las presidenciales y por tanto a llevarse el voto peronista incómodo con el gobierno, tiene a estos electores en la mira.
Si Scioli queda relativamente lejos del 40% y de sacarle 10 puntos de ventaja a Macri el domingo, la campaña para octubre habrá dado un vuelco psicológico importante. Si no ocurre esto y Scioli sobrevive sin traumas a la denuncia, querrá decir que la esperanza de tantos años -sacarse de encima un gobierno que se parece demasiado a una mafia- está cerca de truncarse.
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