Por Luis Américo Illuminati.-

Tengo que confesar que nunca estuve de acuerdo con tener que festejar el «día del Amigo» el día 20 de julio en recuerdo o conmemoración del día que supuestamente tres norteamericanos llegaron a la Luna: el 20 de julio de 1969. Hay demasiada gente que en la Argentina saluda exageradamente a diestra y siniestra por las redes a otra gente que ni siquiera conoce o conoce superficialmente. Un extraño fenómeno social que suena a olímpica candidez, ramplonería o refinada hipocresía. Pues se ha visto hasta el hartazgo que en nuestro país reina la desunión, las eternas desavenencias en todos los niveles. Prevalece en todas partes la deslealtad y el más sórdido olvido del amor, la paz, la concordia, la tolerancia, la caridad y la piedad, valores que ha perdido nuestra alienada sociedad, habituada a demostrar lo que de verdad no es auténtico y que lo hace como algo adventicio, una moda impuesta. En una palabra, la falsía y el fariseísmo. El mejor homenaje que le podemos hacer a un buen amigo es llamarlo por teléfono o hacerle una visita si está enfermo o auxiliarlo si está en peligro.

A mí me parece que no debemos suprimir el Día del Amigo sino darle otro sentido, un sentido profundo, un sentido tenga que ver con lo nuestro, con un evento trascendente, algo que tenga una connotación sublime y que no tenga que ver con la llegada del hombre a la Luna sino con la vida y la muerte de un hombre extraordinario: el Doctor René Favaloro. El día de su partida de este ingrato mundo, el 29 de julio -a mi criterio- deberíamos festejar el Día del verdadero Amigo. Se lo debemos.

Para Nietzsche, los amigos no son quienes nos aceptan y apoyan o quienes nos siguen o idealizan; los verdaderos amigos son quienes tienen sus propios ideales frente a los nuestros; aquellos que tienen una independencia singular y que pueden incluso, por no seguirnos, parecer enemigos.

Para Platón: «Lo semejante es amigo de lo semejante, que equivale a decir, que sólo el bueno es amigo del bueno, y que el malo es incapaz de una amistad verdadera, ni con el hombre de bien ni con otro malo»

Para el general José de San Martín, Padre de la Patria: «Mi mejor amigo es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos»

«Nadie tiene un amor mayor que el que da la vida por sus amigos» (Juan 15:13).

¿Alardeas de carecer de enemigos? Veo que te calumnias tú mismo. ¿Es que jamás dijiste a alguien una verdad incómoda ni realizaste un acto de justicia? Cristo, Divino Redentor se la pasó haciendo el bien y sin embargo se llenó de enemigos. Como dijo Platón: «Nadie más odiado que el que dice la verdad».

El mejor amigo es el que te dice lo que los demás callan. Te lo dice porque no eres para él un medio o una soga para trepar sino para que mejores en humildad, la mayor entre todas las virtudes que evita el narcisismo y la inflada egolatría. Por eso es que los políticos no tienen amigos, tienen obsecuentes y gente que sólo los busca por interés y pago de favores.

De lo que se sigue que la máxima antigua defendida elocuentemente por Cicerón, es que la verdadera amistad sólo es posible entre varones virtuosos, no entre pillos, ladrones y falsarios.

René Favaloro fue un médico, inventor, educador y cardiocirujano argentino, reconocido mundialmente por haber desarrollado el bypass coronario con empleo de la vena safena magna. Estudió Medicina en la Universidad Nacional de La Plata donde se doctoró con una tesis sobre el íleo.​Nació el 12 de julio de 1923 en La Plata y falleció el 29 de julio de 2000.

Sus últimas 24 horas antes de morir, sus pedidos de auxilio sin respuesta deberían incorporarse en la currícula escolar. Las advertencias que hizo las últimas semanas. Las cartas desesperadas para salvar su Fundación que nadie leyó. Lo dejaron solo. Favaloro, una eminencia de la medicina mundial, se quitó la vida el 29 de julio de 2000 en su departamento de la Ciudad de Buenos Aires. Sus últimos meses estuvieron cubiertos de preocupaciones.

La mañana del 29 de julio del 2000 había sido igual que las demás. Favaloro no alteró su rutina ni siquiera el día en que tenía decidido quitarse la vida. Ese día se levantó temprano, bajó al garaje del edificio donde vivía y subió a su vehículo, un auto de más de quince años de antigüedad. Llegó temprano a la Fundación que llevaba su apellido en la avenida Belgrano, saludó con una sonrisa a cada empleado con el que se cruzó. Después, apuró el paso para ingresar a su despacho. Allí permaneció encerrado unas cuantas horas, no recibió a nadie, ni realizó llamados telefónicos. Cerca de las 13.30 emprendió el regreso a su casa. Se quedó en el departamento acomodando papeles, ultimando los detalles de su despedida. Se bañó, se afeitó, se puso un pijama y se dirigió al dormitorio. De un cajón sacó siete cartas que había escrito en los últimos días y un arma. Dejó los sobres en la mesa del comedor, en un lugar bien visible, que decía: “A las autoridades competentes”. Se miró al espejo, empuñó el arma y le disparó una bala a su noble corazón. Festejar el Día del Amigo los 29 de julio sería el mejor homenaje a un hombre extraordinario y al mismo tiempo una suerte de metanoia (arrepentimiento) para que nunca más dejemos solo a un amigo, a un héroe como Favaloro, un hombre virtuoso y desinteresado como el general San Martín, a quien admiraba tanto que escribió dos libros sobre el Padre de la Patria: ¿Conoce usted a San Martín? y «La Memoria de Guayaquil». A San Martín sus contemporáneos lamentablemente también lo dejaron solo.

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