Por Máximo Luppino.-

Cuando los tractores con su potente marcha surcan los campos de la patria, florece la esperanza en la Nación. Sentir latir el suelo con abundantes semillas que mitigarán el hambre del mundo nos llena de paz.

Las maquinarias agrícolas jamás deben estar ociosas; fueron concebidas para trabajar constantemente con el noble objetivo de producir alimentos que nutrirán a miles de familias en nuestro país y a otras comunidades allende los mares del planeta.

Claro que la situación de nuestra Nación es muy difícil y que los especuladores parecen burlarse de las personas de trabajo. Indignación mayúscula ocasiona apreciar que ciertos intermediaros acopian riquezas desmesuradas, mientras que los productores de algunos sectores no alcanzan a cubrir los gastos de su producción. Muchas situaciones deben ordenarse en nuestra patria para que la sana y fecunda producción sea fomentada con la fuerza que esta noble actividad merece.

Los tractores del campo, galopando los surcos con su noble corazón de acero, nada tienen que hacer protestando inactivos en un gobierno que los respeta y escucha. En efecto, hoy todos reconocen a nuestro presidente, Alberto Fernández, como una persona de diálogo y consenso. Debemos profundizar los acuerdos sectoriales sin olvidar que hay millones de argentinos que apenas pueden comer diariamente.

La naturaleza del hombre de campo es noble, casi heroica, guardianes vocacionales de nuestras tradiciones más valiosas que dan sustento a nuestra identidad nacional. Generosos custodios de la propia argentinidad, ellos siempre trabajan, siempre aportan en forma desinteresada su esfuerzo en favor de la bandera que tanto aman. Sólo un sector de grandes acopiadores agropecuarios miran sólo su propio interés, encontrándose divorciados absolutamente del espíritu indómito y magnánimo del “hombre de campo”. Esos pocos tractores oligárquicos deben volver a sus campos a trabajar. La Nación los requiere activos y patrióticos en su misión de producir.

Causa cierto estupor apreciar cómo se molestan y blasfeman cuando se produce un paro de actividades de empleados. Argumentan toda suerte de fundamentos para que no cesen sus actividades. Estos mismos individuos son los que fomentan el “paro” patronal de un sector agrario. Si para el obrero, es (según ellos) un sin sentido y sin tapujos lanzan el artero juicio de “vagos”, pero si paran los “patrones” dicen que son “prohombres que luchan por sus derechos”…

Lo menos es pedirles humildemente a algunos comunicadores que utilicen “la misma vara” para opinar. Así su criterio será más justo y su voz un tanto más respetada.

Lejos de sórdidas fundamentalistas acciones, el presidente Fernández no renuncia al dialogo. Así que pensamos que más temprano que tarde los intereses sectoriales encontrarán un equilibrio necesario para poder desarrollarse y crecer. Tanto pidieron con razón dialogo y ahora que lo tienen con Alberto parecen despreciarlo.

Apuntalar al campo no significa menospreciar la industria, todo lo contrario, industria y campo, campo e industria deben evolucionar tomados de la mano. La Argentina que San Martín soñó requiere de un impulso en conjunto y sostenido.

Los brutos rápidamente agitan los “tambores de guerra”. Los pensantes hablan de persuasión, respeto y diálogo. Jamás debemos fomentar enemigos, más bien aliados y socios en la epopeya de construir una Argentina poderosa con un pueblo feliz.

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