Por Justo J. Watson.-

Muchos y documentados análisis se han hecho y mucho se ha dicho de cierto sobre el peronismo y las razones de su perdurabilidad en el tiempo a pesar de los malos resultados de sus diversas gestiones.

Hoy está a la vista un nuevo desastre nacional en ítems como deuda, inseguridad, salud y educación pública. Y en la pérdida diaria de valor del peso, causando fuga de cerebros y una gran movilidad social descendente (pobreza) con altos niveles generales de desesperanza, incertidumbre y desconfianza. Ítems que posicionan con solidez al gobierno de los Fernández + Massa como el peor de los últimos 40 años aunque conservando, según encuestas, una intención de voto de al menos 25%.

El que a pesar de todo existan todavía tantos argentinos dispuestos a seguir apoyando a esta dirigencia en la tarea de profundizar el pobrismo fiscalista en curso implica algunas duras certezas que no deben silenciarse.

Porque el fallido nacional, el que la Argentina esté de rodillas, humillada frente a países a los que antes miraba por sobre el hombro o en actitud mendicante frente a organismos de crédito y potencias económicas de las que deberíamos ser pares (o superiores, a esta altura) no es algo que a ellos les preocupe. Tienen un norte distinto y no les interesa formar parte de un proyecto compartido. No, al menos, de uno compartido con otros argentinos cuya hoja de ruta es la Constitución; Carta Magna que desprecian; contra la que se alzan cada día a cara descubierta.

Al menos 8,6 millones de conciudadanos (25% del padrón) no desean vivir en una república con independencia de poderes. No en una con instituciones de control imparciales en el escrutinio legal de cada uno de los actos del gobierno, en efectiva defensa de las minorías.

Ellos tienen un proyecto nacional distinto. Hegemónico: con los 3 poderes subsumidos en una sola mano, electa por el simple “somos más”. Con un Estado grande, cobijador de más y más empleados públicos que controlen y regulen al sector privado. Que sea un férreo esclavizador de pagadores cautivos. Con impuestos sobre minorías seleccionadas tan altos y progresivos como sea necesario, al efecto de asegurarles a ellos y a cada vez más personas el derecho subsidiado a un ingreso mensual suficiente, a la vivienda propia, a la jubilación y al esparcimiento. Aparte de todos los demás derechos adquiridos sin cargo alguno de contraprestación aparente (educación, salud, seguridad, defensa, justicia, infraestructura etc.).

Sumatoria de derechos que para ser efectivizados, claro, requieren de la derogación parcial o total de derechos constitucionales anteriores de mayor entidad (derecho de propiedad y disposición, derecho a libertades personales y de industria, derecho a igualdad frente a los impuestos, etc.).

Estos derechos previos son los que nuestros próceres, sin una sola excepción, defendieron frente al poder imperial (y al de los caudillos provinciales) y cuyo mandato de estricto cumplimiento quedó definido en nuestra Constitución liberal, haciendo posible el ascenso argentino de desierto semisalvaje a potencia mundial en pocas décadas. Un sitial de riqueza y prestigio que mantuvimos con sus más y sus menos durante 80 años y que recibió el tiro de gracia durante la década de los ‘40 del pasado siglo.

En Abril del ‘45 Benito Mussolini era fusilado, colgado de los pies y ultrajado en plaza pública junto a su mujer. Caía el fascismo en Italia al mismo tiempo que su primo nazi en Alemania pero en nuestro país… J. D. Perón, gran protector de jerarcas fugitivos, implantaba las ideas corporativas de su admirado Duce dando el banderazo de largada a una decadencia cultural (aluvión zoológico), ética (sobre todo) y económica (su corolario) que sigue hasta hoy.

Su basamento, totalmente emocional, fue lo que hasta entonces era uno de los pecados capitales, la envidia, que pasó a ser reivindicado bajo otro nombre: “justicia social”.

La patria de nuestros próceres, aun hoy portadora de hondos sentimientos de orgullo por los logros sociales de su exitosísima meritocracia, por nuestro prestigio e influencia o por el gran poder de la moneda argentina frente al orbe nada significó ni significa para los peronistas y sus laderos. Fueron y son en este sentido, auténticos antipatrias.

¿Cómo reconstruir una patria republicana en fraterna unidad con 8 millones seiscientos mil antipatrias dentro? La respuesta más obvia es que no parece posible.

Argentina constituye a esta altura de los acontecimientos y vista la intención de voto, un Estado fallido. Uno con al menos dos proyectos de país antagónicos; de aspiraciones totalmente divergentes. Puesta entre la espada y la pared, media población elegirá el modelo “productivista” de libre mercado y la otra mitad, el modelo “estatista” o clientelar parasitario atentos a que, según encuestas, más del 40% sigue queriendo un Estado grande y paternalista.

Lo que nos lleva a ver con escepticismo los esfuerzos de candidatos como P. Bullrich o J. Milei por revivir la fenecida unidad nacional con un electroshock desfibrilador.

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