Por Armando Ribas.-

“La riqueza de los países no depende de la fertilidad de su suelo, sino de la libertad de sus ciudadanos.” Alexis de Tocqueville

La Argentina debiera ser un ejemplo para el mundo, tanto por su desarrollo a partir de 1853, como por su lamentable decadencia a partir de 1943. Como bien dijera David Hume la historia es un aprendizaje y la libertad un lujo de la sociedad. Pues bien; creo que no se puede discutir que Argentina en 1852 bajo el gobierno de Rosas vivía en la Edad Media -Religión o Muerte- como el principio ancestral del poder absoluto y la consecuente falta de libertad.

En aquella época Argentina era uno de los países más pobres del mundo, su población no superaba el millón de habitantes y analfabetismo alcanzaba al 80%. Demás está decir que el enfrentamiento entre Buenos Aires y las provincias era un hecho indubitable que se regía bajo religión o muerte. En aquel entonces evidentemente la plata del Río de la Plata se quedaba en las aduanas de Buenos Aires, lo que evidentemente creaba una mayor tensión entre las partes.

Podría decir que la razón de ser de Caseros no parecería que haya sido la búsqueda de la libertad individual que finalmente llegó, sino la libertad del Río de La Plata para favorecer el comercio de Entre Ríos. Pero fue la sabiduría de Urquiza de lograr el pacto de San Nicolás con Mitre y de aceptar las ideas de Alberdi. En el proyecto se unió una clase dirigente que fueron Urquiza, Mitre, Sarmiento y Alberdi. Y ella continuó con la llamada generación del Ochenta, que proyectó a la Argentina a los primeros lugares del mundo a principios del siglo XX.

La pregunta del millón entonces es: ¿Cuál fue la causa determinante de ese salto cuántico en la Historia? Y la respuesta es simple: a través de las ideas de Alberdi y la acción originaria de Urquiza se acordó la Constitución de 1853-60 en la cual se reconocieron los principios ético-políticos que había cambiado la historia del mundo. La libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia, que fueron Inglaterra y Estados Unidos. Y la Argentina fue el tercer país en ponerlos en práctica y a los hechos me remito. A principios de siglo XX Argentina tenía siete millones de habitantes, solo 25% de analfabetos y un ingreso per cápita que superaba al de Alemania, Francia e Italia.

Y la pregunta pendiente es cuáles fueron esos principios que transformaron al mundo con Argentina incluida. En primer lugar la noción ética de que el hombre es como es y “la naturaleza humana no se puede modificar, si se quieren cambiar los comportamientos hay que cambiar la situación y las circunstancias” (David Hume). En función de esa realidad era un principio fundamental el limitar el poder político, pues como bien dijera John Locke “los monarcas también son hombres”. Para ello era necesaria la división de los poderes y fundamentalmente reconocer la función primordial del poder judicial de decir qué es la ley conforme a los principios de la Constitución.

Por supuesto, a esos efectos el principio fundamental es reconocer los derechos individuales a la vida, la libertad, la propiedad y el derecho a la búsqueda de la propia felicidad. Por supuesto, la historia muestra que donde no se respetan los derechos de propiedad no hay creación de riqueza, y eso fue lo que ocurrió por siglos cuando los monarcas eran prácticamente los únicos propietarios. Y esto ocurría en Inglaterra, o sea que la libertad no es un don de la naturaleza humana sino un proceso de aprendizaje.

Como verán me he referido a los derechos individuales y no a los derechos humanos. Cuando los derechos son del pueblo, lo que existe es el poder absoluto de los gobernantes. Por ello el otro derecho fundamental es el derecho a la búsqueda de la propia felicidad, que implica que el hombre actúa por interés, y el interés privado no es contrario al denominado interés general o la falacia del bien común. Y así escribió Alberdi: “El egoísmo bien entendido de los ciudadanos, solo es un vicio para el egoísmo de los gobiernos que forman los estados”. Ese derecho está reconocido en el artículo 19 de la Constitución Nacional.

Otro principio fundamental es que las mayorías no tienen el derecho de violar los derechos de las minorías. Como bien dice Hume el problema no son las mayorías sino las asambleas que pretenden representarlas. Este principio está reconocido por Madison en la Carta 51 de The Federalist Papers, donde dice: “En una sociedad bajo la forma de la cual la facción más poderosa puede fácilmente unirse y oprimir la más débil, puede verdaderamente decirse que reina la anarquía como en el estado de naturaleza, donde el individuo más débil no está seguro contra la violencia del más fuerte”.

Ésa es la falacia que se vive hoy en el mundo donde la izquierda se ha apropiado de la ética a través de la demagogia, y democracia y socialismo, como reconociera Nietzsche, pasan a ser sinónimos. Ya debiéramos saber entonces que la libertad y la riqueza dependen del sistema y éste no de la cultura. Si la cultura fuera determinante el mundo no habría salido nunca del atraso y la falta de libertad que sufriera por siglos. Así Hume en su Historia de Inglaterra refiriéndose a los ingleses de la época de Isabel I, dijo: “Los ingleses en aquella época estaban tan totalmente sometidos, que, como los esclavos del Este, estaban inclinados a admirar aquellos actos de violencia y tiranía que eran ejercidos sobre ellos y sus propias expensas”.

Entonces así como difícilmente podríamos creer que la Argentina de fin del siglo XIX tenía una cultura superior que le permitió alcanzar la posición en el mundo que recientemente hasta The Economist se la reconociera, tampoco el análisis de la decadencia se puede explicar en función de un retrazo cultural a partir de una catarsis argentina. La estupidez es universal y no un patrimonio argentino. La causa tampoco fue como se ha creído que la riqueza de aquel tiempo se debió a la pampa húmeda. De haber sido así habría estado seca durante la época de Rosas y Perón la habría vuelto a secar.

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