Por José Luis Milia.-

Me duele Aylan y todos los Aylan que el mundo parió y asesinó, pero no me hago ilusiones de que una foto más conmueva a aquellos que llaman corrección política a la hipocresía.

Me refiero especialmente a los periodistas que se autodenominan “independientes” como contraposición a aquellos que, militantes rentados, necesitan una orden para escribir. Aludo a los primeros porque se ufanan, con presuntuosidad manifiesta, de investigar y denunciar, que llegado el caso derraman su lágrima por un refugiado sirio de tres años y que recuerdan, a veces, a un chico qom desnutrido porque da rating, o que dedican los dos minutos del “paco” a aquellos que la “inclusión” social tan declamada los ha dejado fuera del sistema con la muerte a plazo fijo. Porque ellos también son “militantes”, militantes de la cobardía que prefieren hacer lágrimas por aquellos que dejan un rédito o están lejos de aquí.

Hoy todos se conduelen, todos rasgan sus vestiduras y tapan en cenizas sus cabezas frente a la imagen de un chico a quien el mar ha devuelto sin vida, y se esmeran en la búsqueda de culpables, sean estos la egoísta sociedad occidental, la indiferencia de los corruptos, o aquellos que muchos creen que hay que erradicar de esa zona iracunda del mundo.

Como siempre, el orín cae fuera del tarro. Aylan murió, no porque lo ahogó el Mediterráneo, no porque su madre desesperada aceptó subirlo a un bote que se hundiría indefectiblemente luego que los traficantes cobraran el pago de una suma en dólares, ni siquiera porque Canadá que se negó a dar el visado que reunificaría su familia. No, a Aylan lo mató el terrorismo. Ellos habían decretado su muerte. Que apareciera muerto en la playa de Ali Hoca Burnu es aleatorio, Aylan estaba muerto, y lo repìto para que se les meta bien en la cabeza, desde el momento en que fue obligado por el terrorismo a dejar su tierra.

Pero nosotros hemos tenido Aylan y nadie se comide en el recuerdo de ellos, menos aún los que debiendo investigar y denunciar saben que la verdad sobre esos Aylan es una brasa que quema demasiado como para menearla al lado del polvorín político del que ellos comen. Ergo, es mejor que olvidemos nuestros Aylan y aunque al igual que al Aylan de la foto a ellos también el terrorismo les cercenó el futuro, los sueños y las alegrías, es mejor olvidarlos.

Nuestros Aylan se llamaron, algunos entre muchos otros: David Kraiselburd, bebé de pocos meses, María Cristina Viola, tres años; Juan Barrios, tres años; Froilán Vázquez, seis años; Paula Lambrschini, quince años. Estos son los primeros Aylan de una larga lista y si bien estos y otros murieron por bombas o tiros los que los siguieron también fueron muertos por el terrorismo- inseguridad, desnutrición, chagas, tifus, tuberculosis- de promesas incumplidas.

Todos ellos han sido asesinados por terroristas, que las bandas de criminales se llamen ISIS, Al Qaeda, ETA, Montoneros o ERP carece de importancia. Solo le importan las siglas bajo las que se esconden los asesinos a aquellos que llaman corrección política a la cobardía.

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