Por Luis Alejandro Rizzi.-

Esta semana se definirán los precandidatos nacionales para las próximas elecciones que, competirán en las PASO, para revalidar sus aspiraciones.

En otras épocas estas vísperas serían motivo de charlas en las familias, en los bares, en los lugares de trabajo; hoy parecería que no le interesa a nadie.

La Argentina está en tal situación de gravedad y desesperanza que, para las miradas de la gente, la responsabilidad es imputable a la “clase política” que gobernó al país en las últimas décadas y lo gobierna hoy día.

En la crisis del 2001/2, se pedía “que se vayan todos” y ahora parecería que la gente, una parte desde luego, opta por no votar y otro segmento, menor, por el voto “en blanco”.

La abstención y el voto en blanco podrían tomarse como una muestra de la “contrademocracia” y tendría dos significados que partirían de un mismo vértice: no nos sentimos representados y por tanto manifestamos nuestro repudio.

Claro, habría una diferencia: el voto en “blanco” expresaría el deseo de votar y reclamar por una dirigencia inexistente, sería un voto democrático, en la búsqueda de dirigencias idóneas.

La abstención, sería más bien “un voto” en contra o de reproche al sistema representativo vigente.

En un reportaje que Carlos Pagni le hizo a Jorge Casareto en “La Nación”, éste dice: “La Argentina no superará sus dramas si no nos perdonamos, después de habernos dicho la verdad”.

En esa frase tan sencilla y diría hasta ingenua, se define una realidad, el país, nosotros como sociedad, hemos tejido un relato mentiroso y falso sobre las supuestas virtudes de políticas que nos llevaron a este presente.

El distribucionismo, el consumo, el gasto, la rigidez de ciertos derechos reservados a minorías sindicalizadas exclusivamente, como sinónimo de justicia social; la prebenda como derecho de pernada, la corrupción y el desvío institucional en el funcionamiento de la república, se nos presentaron y presentan como signos virtuosos de progresismo político. En este marco, es imposible que nos digamos la verdad, por otro tema que también se mencionó en ese reportaje.

Casareto explicaba: “La democracia argentina es una democracia corporativa, es decir, las corporaciones tienen un poder muy fuerte, al cual no están dispuestos a renunciar en un ápice. Creo que es el problema más serio que tiene la Argentina para lograr acuerdos. Porque para lograr acuerdos hay que saber renunciar y ninguna corporación está dispuesta a renunciar a nada. Hay corporaciones empresariales, sindicales, ahora hay corporaciones en los movimientos sociales, hay corporaciones políticas. Yo te voy a poner un ejemplo. Nosotros en la Comisión de Justicia y Paz. En aquel tiempo había políticos y sindicalistas. Imaginamos unas posibles reformas de leyes laborales que contemplaban la relación trabajo-trabajo, no solamente capital-trabajo. Porque en una pyme, decíamos, hay un trabajador con cinco tipos, entonces, no puede existir la misma ley laboral para una gran empresa. Incluso el representante de la CGT estaba bastante de acuerdo. Pero un día viene alguien importante de la CGT diciendo que las leyes laborales en la Argentina no se cambian. Se acabó el proyecto.”

Diría nuestro sistema no es político, es un sistema de intereses sectoriales y de pugnas por privilegios. Sobran los ejemplos, pero el caso más evidente es el de Tierra del Fuego; el régimen beneficia a grupos empresarios cuya habilidad consiste en armar lo que se compra desarmado, con beneficios fiscales, que genera un costo para el contribuyente. En ese marco esos grupos financian por igual a los partidos en pugna. ¿Cómo se rompe ese círculo vicioso, lucrativo para corporaciones empresarias y políticas? Obvio al “político” le interesa más la “gabela” partidaria que garantiza también una forma de vida del político que pensar en el bien común.

Es obvio que los productos fabricados en la provincia austral son más caros que los importados y, además, se establecen barreras para facilitar su comercialización “nacional”.

Le garantizamos además “mercado”.

Todo esto nos muestra que carecemos de marco cultural, por eso nuestra realidad es una selva, lo del Chaco lo ratifica e hizo realidad la leyenda del maestro de Siruela.

“Siruela es un pueblo de la provincia extremeña de Badajoz y el maestro Siruela es un personaje proverbial, surgido del ingenio popular. El refrán que recoge el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, en diálogo con La Nación, es “como el maestro de Siruela que no sabía leer y puso escuela”, como lo explicó hace años Lucila Castro en el diario La Nación. La misma versión nos había dado el profesor de Literatura Papola en el colegio Nacional de Buenos Aires.

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