Por Luis Tonelli.-

Así como la vida es ese conjunto de experiencias irracionales y contradictorias que solo tienen sentido en el relato que ocasionalmente puntual y ocasionalmente, para tejerlo y retejerlo, con más razón eso que llamamos gobierno, o política es sólo un orden imaginado, “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia que no significa nada”, dirá insuperablemente Macbeth. Paradójicamente, ese cuento imaginado es el que nos sirve de orientación, de guía, y termina brindando un “orden”, quizás diferente al imaginado pero orden al fin.

Claro que a veces hay brechas, anomalías. Irrupciones que ponen en duda tanto el cuento, y que hasta amenazan al orden producido/establecido. Como esas apariciones fantasmales que no deberían ocurrir, que no deberían existir,

Una forma de exorcizarlas ha sido siempre el humor. Y lo que sucede en la Provincia de Buenos Aires, a días de constituirse las nuevas autoridades como el nuevo Gobierno da para una comedia de enredos digna del vodevil estival. Tres condenados a cadena perpetua que sencillamente se evaporan de sus celdas de máxima seguridad de una cárcel de máxima seguridad no se sabe cómo. Y todo en épocas de tobilleras transmisoras, cámaras ultrasensibles, alarmas automáticas, drones de observación y la mar en coche. Sin ir más lejos, el Supermercado chino del barrió tiene más sistemas de seguridad funcionan que el penal de Las Heras, que representa una línea presupuestaria millonaria para su mantenimiento. Lectura obligada de ese misterio: alguien dio la orden de dejarlos atravesar los innumerables controles de seguridad para que pudieran salir tranquilamente del penal.

Cosa más sorprendente, no se han señalado a los responsables de la fuga en el penal, como si los prófugos hubieran contratado los servicios de David Copperfield para desmaterializarse en el aire sin nadie poder ser culpados. Lectura obligada de ese segundo misterio: hay un arreglo político entre las nuevas autoridades y los responsables del Penal, o quizás alguien más arriba todavía, para que no se hable de eso.

Y siguen los misterios. Después de una dilación eterna, digna de la marcha tanquística del General Alais, se pone en marcha un operativo cerrojo que da como resultado que en un retén supuestamente los fugados hieran a dos bisoños agentes, casi adolescentes, uno de extrema gravedad con armas largas (un FAL y una ITAKA, ni más ni menos). Mirando el tape, hay algo que no cierra: la camioneta sigue de largo a la señal de alto, pero para detenerse sorpresivamente a los pocos metros.

Los agentes se acercan, y ahí entonces los delincuentes se bajan y raudamente acribillan innecesariamente a los uniformados.

Una explicación es que se volvieron locos, que “están paranoicos”, ya que podrían haber seguido su marcha sin más. La otra es que en realidad quisieron dejar un testimonio fatal de su paso por el control. Pero ¿para quién?, ¿para qué? Y, a la hora de especular, todo es plausible. ¿Fueron ellos en realidad? ¿O alguien sembrando pistas falsas, sin importarle causar pérdidas humanas innecesarias? De nuevo más dilaciones, acusaciones cruzadas, de una fuerza policial que pareciera no responder ni aún ante el camarada jovencito baleado. Ya todo empieza a dar asco.

Después la pista de un celular es detectada en una quinta y el operativo policial parece dar sus frutos, a tal punto que se habla desde el máximo nivel del gobierno provincial de su inminente entrega, rebelándose “negociaciones con el abogado de ellos (¿?): los prófugos están cercados y sería inminente su detección, pero después aparece la suegra de uno de ellos “denunciando” así, de buena tipa que es, que el maleante en cuestión se apersonó pancho por su casa de Quilmes, y le pidió las llaves de su camioneta. Lectura obligada: alguien  o todos mienten.

Por último, los Medios que ahora se han liberado de la opresión K y son independientes, concentran su atención en la supuesta pelea entre Aníbal Fernández y  Julián Domínguez que “podría estar detrás del caso” (nadie dice por qué, como sucedía en la mitología griega, en que los conflictos entre los Dioses tenían su eco en el comportamiento de los pobres mortales.

Y entonces ya no se sabe que es más terrorífico: si tres asesinos profesionales errando a los tiros como Bonny & Clyde sin que nadie pueda detenerlos o si todo en realidad es una maquinación por un cerebro superior que da órdenes que son obedecidas sin chistar y en absoluto hermetismo por las fuerzas de (in) seguridad en un diabólico plan de bienvenida a las autoridades, marcándoles de entrada la cancha.

En fin, como dijo Woody Allen, “¡que yo sea paranoico no significa que ellos no estén allá afuera esperándome”! (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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