Por Otto Schmucler.-

La autopercepción es la valoración que una persona tiene de sí, en un contexto y/o circunstancias determinadas.

Este concepto nos ayuda, muchas veces, a entender y relacionar nuestras conductas en diferentes momentos basándonos en la percepción que tenemos de nosotros mismos.

Algunas veces esa autopercepción es coincidente con la percepción que los demás tienen de nosotros; otras no, y es allí donde deberíamos tratar de no perder el equilibrio porque, si lo intrínseco (que es la autopercepción) no coincidiera con la mirada de los demás, sentiríamos frustración ante la reacción de desaprobación que esa “no coincidencia” pudiera provocar.

¿Es bueno o malo que me autoperciba lo que no soy?

Los otros días llegó a mi WhatsApp una excelente foto con la imagen de un travesti que contenía el siguiente diálogo al pie de la misma:

Señor, su diagnóstico.

Soy señorita, doctor.

Ok señorita, su diagnóstico es cáncer de próstata.

Y aquí llegamos al punto de encuentro con lo que sugiere el título de ésta.

Muchos políticos se autoperciben inocentes ante los “datos duros”, que evidencian que hubo hechos de corrupción durante su gestión. Suponen que las denuncias que los involucran no tendrían por qué alcanzarlos, dado que en los papeles no fueron ellos quienes los cometieron sino la extensa cadena de funcionarios que con sus firmas dejaban pegados sus dedos, mientras “ellos estaban ocupados en las cosas importantes del Estado”, y una cadena de complicidades, testaferros mediante, lograban que el producto de esos ilícitos terminara en cuentas ocultas de paraísos fiscales (una especie de línea de montaje entre el delito y los paraísos).

Es entonces que, ante la imposibilidad de demostrar su inocencia ante los tribunales que los juzgan o simplemente ante los demás, caen en el argumento  burdo de asumirse víctimas de lawfare.

Porque el dinero de los bolsos no era de coimas, “era la comisión que se le cobraba por los servicios a la Patria” declaraba el arrepentido contador Manzanares, que le argumentaban, cada vez que él preguntaba ante los autopercibidos patriotas.

“Se es, o no se es”, ¡esa es la cuestión!

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