Por José Luis Milia.-

El 10 de diciembre, esa entelequia llamada democracia argentina cumplirá cuarenta años. Algunos, los que siempre caen parados y han medrado con ella, querrán hacer un festejo por todo lo ancho, pero, amén de que nada hay para festejar, es necesario aclarar que ninguno de los que quisieron agenciarse el acta de nacimiento -ni siquiera el lenguaraz al que algunos llaman “padre de la democracia”- la trajo. La democracia argentina fue parida en una guerra y la trajeron en sus mochilas -junto con su coraje, sus dolores y sus miedos- los diez mil de Malvinas, que no eran los diez mil mercenarios glosados por Jenofonte, sino los actores de una gesta que, por una vez en cien años, hizo que los argentinos se sintieran unidos detrás de una causa que nos era común.

Claro, la trajeron y la dejaron pensando que quedaba en buenas manos, porque una muchedumbre, cada día más numerosa, clamaba por su vuelta, ya que, según decían los sabihondos, era el remedio para nuestros males. Que esa multitud hubiera estado, siete años antes, en esa misma plaza aplaudiendo a un general que había dado un golpe militar no tenía importancia. La amnesia, cuando nos conviene, es un don que los argentinos valoramos.

Usada como lábaro de utopías pretéritas, le hicieron creer a una vasta multitud de ignorantes que la democracia era, al mismo tiempo, la botella y el genio; que su sola presencia bastaba para comer, curar y educar y que, teniéndola a ella como mascarón de proa, todo era posible, inclusive violar el artículo 18 de la Constitución Nacional para poder juzgar a los militares que se habían empeñado en ganar, de la forma que fuera, la guerra contra la subversión.

En estos cuarenta años, una dirigencia política, testaruda, falaz e iletrada sólo ha sido capaz de desarrollar tres políticas de estado: primero, perseguir, ningunear y desmantelar a las FF.AA. y FF.SS.; segundo, destrozar, con la ayuda de sindicalistas, la educación pública primaria y secundaria -hoy sólo el 13% de los que inician la escuela primaria termina en tiempo y forma la escuela secundaria- y tercero, someter, mediante planes que incentivan la vagancia y el descontrol, a esa masa que en 1983 iniciaba el camino sin vuelta hacia la animalidad, la haraganería y la ignorancia.

Todo lo malo que pudiéramos imaginar que un grupo político podría hacerle a un país se cometió contra Argentina en estos cuarenta años de democracia; con mayor bestialidad, digámoslo, en los últimos veinte años, se atacó, por resentimiento y dolo, al principal sector productivo de la nación, el campo; se ha perseguido con saña a todo aquel -militar, policía o civil- que hubiera combatido a la subversión; se robaron las jubilaciones privadas y hasta el 78% de un PBI; han dilapidado los fondos públicos en inverosímiles travesuras políticas y dejaron morir a miles de argentinos en plena pandemia por un juego macabro de ideología y negociado con las vacunas; se encerró a la población en una de las cuarentenas más largas de la historia mundial, cuarentena que mandó a la quiebra a miles de negocios y Pymes dejando un reguero de daños psicológicos y psiquiátricos en aquellos que fueron encerrados mientras ellos vivían a pura fiesta en Olivos.

Seguramente el “día del cumpleaños” los pobres ya serán el 50% de la población, el riesgo de la hiperinflación será algo más que una sensación, y esa multitud que no repara a quién aplaude -tanto le da un general golpista como un lenguaraz político- volverá a reclamar por los planes que sustentan su haraganería.

Sólo nos queda la esperanza… Espero que ésta, Señor de la Historia, no nos defraude.

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