Por José Luis Milia.-

“¿Qué menos merece el ciudadano estafado que el derecho a reputear cada vez que reconoce en las calles a un protagonista de esta inigualable maquinaria delictiva?” Nicolás Márquez; Apología del escarnio.

Aún son muchos los argentinos que creen que la justicia terminará procesando a los corruptos de la “década ganada”; es probable que después de estos meses de euforia haya una mayoría que hoy no se conformaría -vista la lentitud quelonia de la justicia- con la condena simple de algún perejil culpable de haberse robado un par de computadoras y una resma de papel. Lamentable es decirlo pero esa mayoría adolece de una terca ingenuidad, la justicia hace tiempo que se ha convertido en una broma rastrera por obra y gracia de los jueces, en especial los federales, y pensar que estos pueden terminar procesando a los delincuentes que se hicieron con el poder en 2003 es como creer que el sirviente que barría la cueva de Alí Babá podía juzgar y condenar a éste.

Los jueces son el reaseguro del kirchnerismo porque, ¿quien de ellos puede tirar la primera piedra?. Un periodista le preguntó al juez Casanello si por el lavado de divisas y la estampida del dinero K, Cristina podría ir presa y éste, sin hesitar, respondió que no y que, al igual que los payasos prevaricadores de Tucumán, tampoco pensaba en llamarla a declarar ni siquiera como testigo. Quizás, esta obra de realismo mágico que no de justicia, es otra de las tantas cosas que igualan a Cristina con Isabelita porque, más allá de la ineptitud que las hermana, los jueces enaltecen como mérito -por miedo o por interés- su irresponsabilidad y su soberbia.

Podemos hacer, al derecho o al revés, un inventario de jueces y encontraremos que estos, aún con perfil bajo pero con la exacta medida que da la carroña moral, no se diferencian de un Oyarbide excepto en que, creemos, no frecuentan prostíbulos para homosexuales, pero de esa lista de infames, el que no ha sido procesado por enriquecimiento ilícito lo es por cohecho y hasta hemos llegado a tener a uno ligado al narcotráfico. La gran mayoría tiene su “carpeta” correspondiente y oliendo a podrido como pocos huelen en el país, son pasibles de ser apretados pues su coeficiente ético está por debajo del cero.

Olvidémonos de que la justicia, o al menos, de que esta justicia haga algo. Hemos visto a los jueces federales, pero también a quienes integran la corte suprema, venderse al mejor postor y ser capaces de cometer las peores iniquidades amparándose en sus fueros en estos doce años. Pensar que los que tienen que investigar los múltiples robos de la “década ganada” no se hayan tapado de mierda en el fuero penal federal no los hace mejores que a estos que han elevado a la categoría de declarantes privilegiados a meros testigos falsos, que han violado permanentemente la Constitución, que han prevaricado permanentemente, que han aceptado condenas escritas de antemano y que, como colofón de su espurio trabajo, han consentido ser verdugos de quienes combatieron al terrorismo.

Pero pasemos al otro punto, los escraches. Parafraseando a “Galimba”, ese inolvidable psicópata, podemos aceptar que cualquier en una situación extrema puede escrachar, y los argentinos, ¡vaya si estamos en una situación extrema!, al fin y al cabo es verdad lo que Márquez dice en la frase del epígrafe. Es mi derecho, tanto individual como de conjunto, negarme a compartir un avión, un restaurant o un cine con un corrupto; pero que este acto de bronca social no oculte la necesidad de hacerles sentir el repudio a aquellos que están íntimamente relacionados con los ladrones: los jueces. Si en verdad creemos que la justicia seguirá siendo un sainete mal actuado, si aceptamos que a fuerza de demoras y dilaciones los jueces permitan, sin hacer nada, que las pruebas delictuales se sustraen o son destruidas, ha llegado el momento de que al menos, también a ellos les hagamos imposible la vida en sociedad, porque quizás ha sonado la hora de dejar de lado este “derecho occidental” que defiende a cualquiera menos a las víctimas y hacer caso a la máxima del Inca Pachacutic: “Los jueces que reciben a escondidillas las dádivas de los negociantes y pleiteantes deben ser tenidos por ladrones y castigados con muerte, como tales.”

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