Por Italo Pallotti.-

Nuestro país tuvo el privilegio de haber sido uno de los más prósperos y ricos del mundo, llamado a competir con las grandes potencias de igual a igual, dispuesto, además, a compartir el liderazgo con ellas (Diccionario de la RAE,1907). Los viejos en sus vivencias y los jóvenes yendo a los libros pueden ver hoy de qué manera, casi de espanto, se ha producido un deterioro en cada estamento de la nación en las áreas de la política, la economía, lo institucional y lo social. Resulta violento e inimaginable admitir semejante y triste resultado. Los gobiernos, en la mayoría de los casos, con una carga de cinismo, casi patológico, cada vez que abandonan sus cargos se sienten “orgullosos” de sus gestiones dejando para el anecdotario frases que sólo resumen algún relato ya perimido en el tiempo, gastado y rancio de tanta simulación. En el medio, un pueblo que se mantuvo y se mantiene en silencio ante tanto latrocinio, ineptitud y corrupción al haberlos dejado llegar tan lejos. Tantas veces con su voto, por ignorancia, obsecuencia o intereses, avaló un sinfín de calamidades que nos han traído hasta este momento aciago de la historia contemporánea.

Para aumentar la tragedia que han generado, se ha sumado un populismo y una demagogia exasperante y decadente, de la que parece nadie querer hacerse cargo. Lo más preocupante es que sus víctimas los siguieron de un modo casi inconsciente, mientras se sumían en la marginación y la miseria tras esa especie de zanahoria perversa que le mostraban los punteros políticos; mientras se despilfarraban a cuatro manos los dineros públicos, aportados por aquellos que con su silencio y sus impuestos, producto del trabajo digno, sostenían cajas famélicas ya de tanto saqueo criminal. Sólo una parte privilegiada de militantes y aplaudidores, a modo de rebaño, seguidores de esos aprendices de gurúes o politicachos caducos, pudieron disfrutar una parte de la torta. El resto de esto fue a los bolsillos de los “patrones del mal”, administradores de los recursos públicos que sucumbieron ante tanto descalabro. El final del camino, fue su propio infierno. Su caída. Hoy son el emblema de una República en decadencia. Estropeada. Rota. Decepcionante. Falsos profetas de la política, a cuál más despreciable, que tiraron a la basura miles de promesas que de antemano sabían nunca iban a cumplir.

La desdicha mayor nace cuando esos provocadores seriales del caos se plantan ante la opinión pública tirando dardos, amenazas de las más ruines, juzgamientos intolerables hacia el nuevo gobierno, negación de sus antecedentes lastimosos, unidos en la misma frecuencia, aunque por lo bajo se odien, para sabotear una gestión que apenas si pudo conocer (a hoy) dónde queda el lugar de sus funciones. Dejaron el ambiente del poder, en todos sus espacios, contaminado a nivel de despojo (político, económico, social e institucional). Nunca una purga para sus culpas. Un nivel de golpismo que de verdad preocupa y duele. Nada les cae bien.

Nadie se hace cargo del clima de perturbación que se está gestando. Hasta la Justicia parece estar ausente, después de haberlos dejado llegar demasiado lejos, y no reaccionar ante tanta afrenta al poder elegido de modo democrático. A los herederos de tanto infortunio les será difícil procesar tanta ignominia, a pesar del esfuerzo puesto en el intento de revertir una situación caótica. El manejo de la cosa pública quedó infectado del virus de la mala praxis. Para curarla, no bastarán elementos extraños; sólo la sensatez, la cordura y un apoyo ciudadano, alejado de banderías y rencores nos puede llevar a una libertad auténtica. Como postre amargo a tanta felonía, y para calentar la caldera del déjà vu criollo, los senadores dieron la nota aborrecible de la semana; ignorando que hay un pueblo que sufre y llora porque llegar a fin de mes es una odisea. ¿Quién les da protección? ¿El cinismo y la hipocresía, quizás? Entre el fracaso y el éxito, está la razón. ¿Lo entenderán, alguna vez?

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