Por Vicente Massot.-

El acuerdo con el fondo de inversión más duro se cerró horas antes del discurso de apertura de las sesiones ordinarias que Mauricio Macri pronunció ante la Asamblea en el Congreso. La noticia de que el país está a punto de salir del default no pudo llegar en mejor momento.

Como el plazo para pagar vence el próximo 14 de abril, corresponde enviar ahora el proyecto de ley para ratificar el arreglo. En otras circunstancias podían existir dudas en cuanto a la suerte que correría. En las presentes, en cambio, todos saben que el oficialismo cuenta con los votos necesarios para evitar cualquier tropiezo. Las palabras al respecto de Sergio Massa -“No votaremos a libro cerrado”- lejos de significar un cambio brusco del acompañamiento que hasta aquí había sostenido el Frente Renovador respecto del gobierno, fueron apenas una frase para salvar las apariencias.

Que en menos de tres meses la administración actual haya logrado salir del cepo y solucionado el pleito de larga data con los holdouts supone un gran éxito. Sobre todo en atención a los presagios -muchos de ellos agoreros- que se habían echado a correr en plena campaña electoral. En esto la figura de Alfonso de Prat Gay ha cobrado estatura. Él apostó a clausurar el cepo en tiempo record, además de ser el principal responsable del arreglo con los denominados fondos buitres.

Con tales triunfos en su haber, Macri habló en el Parlamento por espacio de una hora, poco más o menos, con una soltura desacostumbrada. Se refirió al futuro, como era lógico; pero también al pasado, lo cual hasta último momento resultó materia de debate. Era conocida la opinión de Jaime Durán Barba en cuanto a no perder tiempo enumerando los vicios del kirchnerismo. Sin embargo, se impuso la idea de que todo lo que no se hiciese público ahora se cargaría en la cuenta del macrismo más adelante. La promesa de dar a conocer un documento, área por área, de la herencia recibida, puso en evidencia la decisión presidencial de correr el velo de la corrupción K, aunque ello suponga abrir un nuevo frente de batalla con los seguidores de Cristina Fernández. Algo que, en este momento, no sólo no le quita el sueño al presidente sino que le da oxígeno para explicarle a la gente por qué se requiere un ajuste económico de envergadura.

Días antes Macri había viajado a la capital italiana. Su relación con el Papa -que tanto ha dado que hablar luego de la reunión que ambos mantuvieron en el Vaticano- nunca fue lineal. Caracterizada desde su inicio por los altibajos y la distancia que prefirieron mantener entre sí, ahora ha cobrado una importancia acorde con las investiduras de uno y de otro. Se conocieron cuando aquél era el cardenal Bergoglio y éste era el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Han vuelto a encontrarse, esta vez en Roma, en calidad de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, el primero, y presidente de la República, el segundo. ¡Pequeña diferencia!

El vínculo del cardenal con el lord mayor porteño había sido normal hasta que la ley de matrimonio homosexual se cruzó en su camino. La decisión que entonces tomó Macri fue recibida de mala manera por Bergoglio. Por supuesto, el prelado no exteriorizó su enojo, pero desde ese día supo dónde estaba parado Macri en un tema que para el catolicismo no es menor. Ello no impidió, sin embargo, que en la ceremonia de su asunción, el futuro Papa lo invitase especialmente y reservase, para él y su mujer, un lugar destacado en los palcos habilitados a los efectos de recibir, en la Ciudad Santa, a las distintas delegaciones extranjeras. El dato no debe pasar desapercibido en atención al carácter de enemigos que revestían para el kirchnerismo, tanto Bergoglio como Macri.

Durante la campaña electoral cualquier argentino medianamente bien informado sabía de las preferencias de Francisco por dos candidatos -Daniel Scioli y Julián Domínguez- y de su marcada antipatía respecto de Sergio Massa. De Macri era poco lo que el Papa tenía que decir, si bien no terminaba de confiar ni en algunos de sus colaboradores ni en su programa de gobierno. Nada objetaba del Macri creyente. Sí se ponía en guardia a la hora de opinar acerca de sus ideas económicas y sociales.

De la parquedad del pontífice en su encuentro del día sábado se ha escrito hasta el hartazgo. Cuando en el Vaticano fueron recibidos Cristina Fernández, Diego Maradona, Milagro Sala, Guillermo Moreno y tantos otros personajes de la política, el deporte y la farándula, el Papa no hizo sino desparramar sonrisas. Todo lo contrario sucedió el fin de semana. ¿Se sentía mal? ¿Recién salía de una gripe? ¿Tenía fiebre? -En tren de buscar excusas, claro que se las puede hallar, pero…

En realidad, Francisco lleva dentro suyo una marcada vocación política, con la particularidad de una inocultable inclinación populista. Hubiese, pues, sido un milagro que congeniara con Macri. Lo cual no significa que lo considere un enemigo o cosa por el estilo. Sencillamente son sapos de distinto pozo. Al presidente esas diferencias le tienen sin cuidado. Por eso marchó a Roma ajeno a cualquier prevención. A Bergoglio, en cambio, siempre atento a cuanto sucede en el país y dispuesto a quebrar una lanza en beneficio de sus aliados, el tema no le resulta indiferente.

A veces la papolatría -ese vicio tan extendido en estas playas- impide apreciar hasta dónde el Papa interviene en algunos asuntos públicos. Es cierto que lo hace de una manera sutil, exenta de aspavientos y en consonancia con las formas propias de un líder espiritual. Pero lo hace sin disimulo. Haberle enviado un rosario a Milagro Sala, justo en el momento en que la activista jujeña está presa y ha sido imputada por delitos de corrupción, no fue un acto de misericordia. O, si lo fue, resultó algo más que la reacción de un pastor de almas frente a la desventura de una de sus ovejas.

Francisco sabía perfectamente que su gesto trascendería y no hizo nada para evitarlo. Como tampoco oculta su vinculación con algunas de las organizaciones sociales aliadas en los últimos doce años al kirchnerismo. En este orden de cosas no sería de extrañar que termine prologando un libro, próximo a aparecer, cuyo autor es el ex–secretario de Comercio Guillermo Moreno. Lo que los une es un mismo discurso anticapitalista y contrario al mercado, cuya principal nutriente no es el recetario marxista sino ciertos tópicos de la doctrina social de la Iglesia, simplificados y convertidos en ideología política.

Más allá de la tirantez habida el sábado, el trato del Papa y Macri seguirá su curso sin inconvenientes. Después de todo, aunque desearía tener más tiempo para ocuparse del país, Francisco carga con una responsabilidad -la de ser el sucesor de Pedro, precisamente- que no le permite distracciones. Y aunque pudiese tomarse un recreo diario para hacer política a su modo, no lograría mucho.

Es una incógnita -abierta a debate- por qué el gobierno pidió la audiencia para que el presidente de la Nación fuese recibido por Su Santidad. Del encuentro, Macri no sacó nada porque nada había para sacar. Es más, dio pábulo a que se tejieran un sinfín de conjeturas respecto de la frialdad papal, que bien hubiesen podido evitarse. De todas formas, y como de ordinario sucede en nuestro país, pocos se acordarán dentro de una semana si el Papa estuvo o no distante. Las preocupaciones de la población son otras y tienen más que ver -como es lógico- con sus necesidades diarias insatisfechas que con pintorescas reuniones en el Vaticano.

Las encuestas que se conocen muestran -con inusual unanimidad- dos cosas no necesariamente contradictorias: alta popularidad del presidente a la vez que una creciente inquietud por el incremento de los precios. El consenso de Macri sigue intacto -o poco menos- mientras la inflación supera claramente a la inseguridad como la principal intranquilidad de los argentinos.

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