Por Luis Américo Illuminati.-

Yo tengo 71 años y me liberé de votar; gracias a Dios, ya no pertenezco más a la especie «homo sufragatus gilatus», nacida con Cámpora en 1973 y con Alfonsín en 1983. Una metodología perversa, un lecho de Procusto (el hombre que vota), concepto que ya hemos desarrollado hace poco en esta misma página. Me puse a leer el libro de Santiago Ramón y Cajal «Charlas de Café», que se los recomiendo, pues en sus páginas encontré felices y sabios aforismos que, si bien van dirigidos a loa españoles de su época, presentan notables similitudes con la Argentina actual.

En una noche de julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Aquella noche preguntó al Señor cómo podría servirle, y Jesús le miró con ternura y afecto y le dijo: “Repara mi Iglesia”. Y así hizo Francisco; reparó la vieja capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, llamada Porciúncula (pequeña porción), pero más tarde entendió que lo que quería Cristo es que reparara no un edificio sino la Iglesia como institución espiritual y fue tan grande su vocación que fundó la Orden religiosa de los franciscanos.

En el caso de Néstor y Cristina Kirchner, una noche se les apareció el Diablo y les dijo: «Hijos míos, destruyan la Argentina»; yo pondré a su disposición diablillos y diablillas para que los ayuden, los cuales cortarán calles y tirarán piedras y vivirán a costilla del Estado y arrastrarán con ellos a masas furiosas de zombis. El resto marchará a votar a mis urnas». Y así fue como el matrimonio maléfico comenzó su obra devastadora. Fundaron la Orden de la Grieta. Y así nació una ola de corrupción, odio y locura que nadie hasta ahora ha podido pararla, y prometen no dejar gobernar en paz a nadie que no sea un draculiano de la siniestra cofradía de Néstor y la Viuda Negra.

La Porciúncula

La ambición y status económico de los kirchneristas -obscenos millonarios- que poseen lujosas mansiones, grandes fracciones de terreno y cuentas secretas en bancos extranjeros es comparable a la magnificencia y lujo del Palacio de Buckingham -residencia de la realeza británica- que contrasta con la Porciúncula, la humilde capilla que los benedictinos le cedieron a Francisco de Asís en el siglo X para que comenzara su piadosa misión y fundara una nueva congregación religiosa. Los franciscanos. El nombre Porciúncula significa «pequeña porción de tierra».

La Porciúncula es un símbolo de humildad y de verdadero amor a Dios y al prójimo; es todo lo contrario a la insaciable sed de oro y a la frenética concentración de la riqueza terrenal en pocas manos, situación que ha llevado a la sociedad moderna a su más que probable extinción como especie que habita la tierra, hoy más degenerada que nunca, sobre todo en la Argentina, donde ha surgido una sub-especie muy peligrosa: el «homo piqueterum» -zángano cortacalles que el gobierno lo subsidia- surgido de la psicopatía kirchnerista, matriz gansteril fundada por un despreciable individuo amante de las cajas fuertes donde guardaba cuantiosos fondos sustraídos al Estado. Su viuda y su hijo han hecho levantarle monumentos al magnate patagónico, la contracara de San Francisco de Asís, quien, siendo hijo de un rico comerciante, dedicó su vida a servir a Dios y al prójimo y despreció la riqueza.

A manera de corolario

Parafraseando a Ramón y Cajal, vengo predicando en el desierto que todo político excesivamente optimista amén de un inconsciente es un mal patriota. Hay que dejar la oscuridad para ir en busca de la luz igual que la semilla enterrada que saca de sí misma, de su albumen y cotiledones, la energía necesaria para organizar un tallo capaz de aflorar la tierra y de conquistar un puesto al sol.

Nuestra Patria puede compararse a un barril cuyas duelas sacadas de troncos diversos, sólo se mantuvieron antaño unidas por la coacción de los aros que lo rodean y por la dilatación excéntrica de la madera, embebida en el vino generoso del ideal. Mas, ¡ay! el licor tonificante fue derramado por bodegueros saboteadores. Y actualmente el tonel se agrieta por todas partes y cada duela amenaza con marcharse por su lado. ¿Y ahora de qué esencia espiritual llenaremos el averiado barril nacional para evitar la disgregación?

La tan manoseada frase de Hobbes «el hombre es lobo del hombre» calumnia un poco al lobo. Ambos poseen instintos sanguinarios, pero el lobo devora para saciar el hambre y no para satisfacer sus ansias de poder y dominio; además «el hermano lobo» como decía San Francisco de Asís, no se degrada hasta el punto de formular una cínica teoría para justificar sus fechorías. Schopenhauer, Gracián y Leopardi hablaban del «peligro humano» como más dañoso que el de las fieras.

El destino e intención moral del hombre, decía William James es llegar a colaborar en la obra de Dios. Un destino nobilísimo y, en el fondo, exacto cuando se trata de personas honestas. Más la experiencia en la Argentina revela esta verdad incontrastable: la mayoría colabora incansablemente con los planes del diablo.

Afirmaba un escritor premiado con el Premio Nobel que la sociedad está basada en dos principios: «El robo es punible; el producto del robo es sagrado». Con perdón del admirable escritor (Anatole France), nos parece el primer pensamiento excesivamente optimista. Desgraciadamente, el robo es lícito con tal de que el ladrón no viole demasiado escandalosamente las leyes y cuente con la distracción o favor de tribunales, diputados y gobierno, sobre todo, el gobierno «K» que hay tantos multimillonarios.

Triste y doloroso resulta que a menudo el bribón astuto salga mejor parado que el ciudadano honrado en naciones corrompidas y decadentes donde todo veredicto justo cuesta al que lo dicta un calvario de censuras y disgustos (honrosas excepciones que todos conocemos en la Argentina). Por último, si inexorablemente debemos sucumbir, caigamos de pie, orgullosamente, como el árbol que lo fulmina un rayo y no carcomido lentamente sus raíces por las hormigas coloradas y que hueco cae sobre la tierra.

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