Por Chantal Mouffe.-

“Muchos movimientos sociales y de izquierda tienen una actitud negativa frente al Estado. El Estado es visto como un elemento dominador. A menudo alegan que no vale la pena ocupar el Estado, transformarlo. Hay toda una estrategia de la deserción y del éxodo que está ligada a esa idea según la cual el Estado los va a recuperar. Esa postura los lleva a no ocupar puestos institucionales. Y aquí está el acierto de “Podemos” en España. El partido canalizó una parte del movimiento de los indignados y le dio una eficacia institucional. Sin “Podemos” el movimiento de los indignados hubiese desaparecido. Y aquí volvemos al kirchnerismo y a otros movimientos de América del Sur: demostraron que el Estado puede contribuir, que no es enemigo, que puede servir mucho a la radicalización de la democracia. Estas experiencias latinoamericanas son muy ricas porque trazan otro camino en cuanto al papel del Estado y las posibilidades de transformación. Estas experiencias indican que no hace falta hacer una revolución, ni poner en tela de juicio el modelo democrático.

Se puede perfectamente radicalizar la democracia. El proceso de radicalización trata de una lucha inmanente dentro de las instituciones para transformarlas y recalibrar la relación entre democracia y liberalismo. Esa es la identidad de las experiencias políticas de América del sur. Tenemos mucho que aprender: “Podemos” se inspiró mucho de esas experiencias. También, si miramos las experiencias de América del Sur constatamos que las experiencias son muy distintas entre los países, sea Bolivia, Ecuador o Argentina.

Existe una voluntad común de poner en tela de juicio el neoliberalismo y de radicalizar la democracia que responden a formas particulares y según los contextos y tradiciones políticas. En el libro que escribimos con Ernesto Laclau, Hegemonía y estrategia socialista, lo que destacamos como importante es el tema de la hegemonía. Todo orden social es siempre un orden organizado a partir de varias relaciones de poder, de varias configuraciones del poder. Es lo que se llama un orden hegemónico, y ese orden hegemónico excluye otras posibilidades. No se puede ver la evolución de la historia según la idea marxista del desarrollo de las fuerzas de producción, como si hubiera una línea de la historia que siempre va en la misma dirección. No. Hay un concepto fundamental, que es el de contingencia, es decir, el orden social es siempre el resultado de las intervenciones políticas, o sea, hegemónicas. Por ejemplo, la transformación de la hegemonía socialdemócrata en una hegemonía neoliberal es la consecuencia de una intervención política, hegemónica. Hoy nos dicen que no existe alternativa a ese orden neoliberal porque hay como un orden de la historia y que ese es nuestro destino. No es así.

Cuando se pone en tela de juicio la idea de ese orden histórico vemos que el orden neoliberal es resultado de intervenciones hegemónicas, por consiguiente, podemos imaginar intervenciones contra hegemónicas porque sabemos que siempre hay una alternativa. Cambiar políticamente las cosas es exactamente esto: buscar la transformación hegemónica.

Eso es lo que explica la ferocidad de los ataques de la Unión Europea contra el gobierno griego de Alexis Tsipras. Estamos ante una lucha ideológica, no de un problema económico. Si la Unión Europea quisiera, el problema de Grecia, desde el punto de vista económico, podría resolverse. Lamentablemente, las fuerzas neoliberales que dominan la Unión Europea se dan cuenta de que, para ellos, el éxito de un partido como Syriza es muy grave y mortal. El neoliberalismo europeo sostiene que no existe ninguna alternativa, pero, del otro lado, Syriza dice sí, hay otra. Hay una lucha a muerte entre Syriza y el euro liberalismo. Una brecha. Creo que, en Europa, por primera vez desde finales de la Segunda Guerra Mundial, tenemos una brecha en el imaginario político. Esa brecha nos muestra algo muy importante, a saber, que siempre hay alternativas. Esto va totalmente en contra de la idea según la cual la historia se desarrolla en una dirección determinada. Por primera vez vemos una lucha política. Aquí hay un auténtico antagonismo entre Syriza y el resto de la Unión Europea. Nos muestra que la política no ha muerto. Es momento fundamental de la política europea.

–Atenas, Madrid, Syriza y Podemos, llevan este proceso de lucha contra la hegemonía como una desarticulación-rearticulación. En la lucha contra las hegemonías no se trata de pensar la transformación en términos de revolución. La lucha hegemónica es lo que Antonio Gramsci llamaba la guerra de posiciones. Se desarticulan las instituciones para luego rearticularlas y transformarlas.

En Grecia Syriza tiene el control del Estado. Aún no llegó del todo a crear otra hegemonía completa, hace falta tiempo para eso. Marine Le Pen cuenta con un proyecto hegemónico. Creo que la derecha entendió más rápidamente que la izquierda las enseñanzas de Gramsci. La única que entiende a Gramsci en Francia es Marine Le Pen. Ello logró crear un pueblo.

–Yo reivindico el populismo. Creo que hay necesariamente una dimensión populista en la democracia. La democracia consiste en construir un pueblo. Ese es para mí el sentido exacto del populismo. No hay que dejarse impresionar por todos aquellos que utilizan el término populismo como un insulto o una acusación de demagogia. El populismo es la construcción de un pueblo. Como lo escribe Ernesto Laclau en La Razón Populista, el populismo es un tipo de construcción de la política que construye la frontera entre los de arriba y los de abajo, el pueblo y las elites. No tiene nada que ver con un contenido particular. Por ejemplo, Perón era populista, pero Hitler también lo fue, lo mismo que Mao Tse-tung. Ello muestra que existen muchas formas de populismo.

La pregunta es la siguiente: ¿Cómo construimos el pueblo? Es un elemento fundamental de la democracia. Cuando nos acusan de ser populistas debemos decir “¡claro que sí, somos populistas porque somos demócratas, porque queremos construir un pueblo!” Yo reivindico el populismo siempre y cuando sea un populismo de izquierda: porque queremos construir el pueblo de una manera que permita una radicalización de la democracia. Hay formas de populismo que van a restringir la democracia y otras que la van a ampliar. La única forma de luchar contra el populismo de derecha es mediante un populismo de izquierda. No son los antiguos partidos socialdemócratas convertidos en social liberales quienes van a poder luchar contra Marine Le Pen. Es evidente que, en Grecia, si no hubiese habido Syriza el partido neo nazi Amanecer Dorado habría progresado mucho más. Lo impidió el desarrollo de Syriza.

Hay que reconocer la pasión y los afectos que entran en juego en la creación de una identidad colectiva. Uno de los grandes problemas de la izquierda liberal está en que no entiende nada sobre el papel de los afectos porque le tiene miedo a la dimensión afectiva, a las pasiones. Esa izquierda liberal está obnubilada por el tema del nazismo, por el ejemplo de Hitler, que logró suscitar las pasiones. La izquierda liberal cree que sólo la derecha puede proceder así. Por eso le dejan todo el terreno libre y eligen estrategias más racionales. No, al contrario, no hay que dejarle el campo libre a la derecha sino lograr movilizar la dimensión afectiva y las pasiones en una dirección democrática. Esta es para mí una de las características del populismo: reconocer la importancia de crear una dimensión popular a través de la movilización de las emociones afectivas. Por ejemplo, ahora, para Podemos, este tema es una dimensión fundamental. Para los partidos de “la casta” –así los llama Podemos–, o sea, el centroizquierda, el centroderecha, todo lo que pone en tela de juicio su discurso según el cual no hay otra alternativa se vuelve populista. Esta acusación se ha vuelto una manera recurrente de desacreditar cualquier intento de cambio. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

Share