Por Hernán Andrés Kruse.-

El ministro de Economía Sergio Massa estuvo estos días en la India participando en la Cumbre del G20 de Ministros de Finanzas y de Presidentes de Bancos Centrales. Como era de esperar, mantuvo contactos con Kristalina Georgieva, jefa del FMI. La mayoría de los medios de comunicación consideraron que dicho encuentro fue un gran logro de Massa, una palpable demostración de la importancia que le otorga el FMI a la Argentina.

La historia, lamentablemente, se repite. Y lo hace hasta el hartazgo. Una vez más el ministro de Economía de turno se arrodilla frente a la autoridad máxima de turno del FMI para pedirle dólares. A eso fue Massa a la India. Fue a pedir dólares para que nuestra maltrecha economía no explote por los aires. Una vez más quedó en evidencia un nuevo fracaso económico, una nueva demostración de incapacidad para manejar la economía. Una vez más nos resignamos a que el FMI sea el auditor permanente de nuestra política económica.

Este fin de semana Página/12 publicó un artículo de Alfredo Zaiat titulado “La tragedia insoportable de estar atados al FMI”. Describe a la perfección lo que estás pasando en estos momentos en el país en materia económica. Y quien lo hace es Zaiat, un periodista económico que en alguna oportunidad fue destacado públicamente por Cristina Kirchner.

Escribió el autor:

“(…) Existe una especie de amnesia o negación colectiva de los actores económicos y políticos-con escasas excepciones-acerca de lo que implica tener al FMI revisando cada renglón de la administración económica. No se trata de exponer solamente el rechazo a firmar un acuerdo con el FMI y pretender un plazo más extenso para pagar la deuda o, peor, justificarlo unos y desearlo otros, sino en la relevancia de indicar la ausencia de un debate sobre cómo liberarse de su presencia en la vida económica cotidiana del país” (…). Según el autor la constante supervisión del FMI conduce inexorablemente a la estanflación, es decir al estancamiento con inflación. “La misión de desprenderse de este tutelaje no es para nada sencilla pero es imprescindible al menos plantearla para luego pensar si es posible articular alguna estrategia financiera y política (relaciones internacionales) liberadora”.

El futuro no invita al optimismo ya que “no se vislumbran intenciones de emprender esa tarea en gran parte del mundo de la política y lo que se observa es tratar de conseguir un poco de comprensión de las potencias económicas que controlan el directorio del Fondo para obtener algún beneficio financiero o cierta flexibilización de metas macroeconómicas. Por caso, el ministro de Economía Sergio Massa, para eludir el pedido de un perdón por el incumplimiento de una meta clave del acuerdo (la acumulación de reservas) en el primer trimestre del año, consiguió su flexibilización, según informaron este sábado voceros del Palacio de Hacienda desde India, donde se desarrolla la reunión de ministros de Economía y presidentes de bancos centrales de los países del G20” (…).

El impacto devastador de la pandemia y la profunda alteración de la economía ocasionada por la invasión rusa a Ucrania lejos estuvieron de modificar la esencia del FMI. En consecuencia, es altamente improbable que el organismo que dirige Georgieva se digne a contemplar algunas demandas del gobierno argentino. Tales reclamos son los siguientes: “1. eliminar o disminuir el sobrecargo sobre la tasa de interés. 2. Destinar parte de la ampliación del capital (emitido con DEG) recibida por potencias hacia países endeudados. 3. Conseguir una compensación por los costos económicos provocados por la guerra en Ucrania”.

Los reclamos de Argentina caerán en saco roto porque “la estructura financiera internacional no está diseñada para atender las demandas de los países endeudados. Esto queda expuesto sin disimulo en el vínculo entre grandes fondos de inversión y bancos globales con los países endeudados. Con los organismos internacionales además la relación es perversa, puesto que aquellos manifiestan cierta comprensión acerca de algunos pedidos, incluso dicen que pueden ser estudiados y hasta difunden informes o declaraciones públicas aceptando que son pertinentes, pero en los hechos no hay ninguna concesión relevante (…)”.

En su relación con los países endeudados el FMI se maneja con total y absoluta impunidad. “El último encuentro de presidentes del G20 en Roma, en octubre de 2021, antes del estallido de la guerra en Ucrania, emitió el tradicional comunicado final incluyendo el reclamo de eliminar el sobrecargo en la tasa de interés que aplica el FMI. Fue un triunfo diplomático de la delegación argentina que los líderes del G20 solicitaran al Fondo Monetario Internacional la revisión de su política de sobrecargos (…) Vale mencionar que en el directorio del Fondo los lugares de poder dominante son ocupados por las mismas potencias económicas miembros del G20. Más allá de las palabras, lo concreto fue que a fines de 2021 y del año pasado, en reuniones informales, el directorio del Fondo rechazó la posibilidad de eliminar el sobrecargo (…)”.

La perversidad del FMI quedó al descubierto en plena pandemia. Fue entonces cuando “el FMI decide ampliar el capital en 650 mil millones de dólares (en DEG, la unidad de cuenta del organismo), monto que se dividió entre todos los países miembros según la participación de cada uno. Casi la mitad fue entregada a las potencias económicas que, como se sabe, no necesitaban esos recursos. Entonces algunos países, entre ellos Argentina, impulsaron la idea que una parte de esos fondos se redistribuyan entre quienes en realidad los necesitaban para estabilizar sus economías (…) En esa misma reunión cumbre del G20 en Roma también se reclamó al FMI que diseñe esa nueva caja de recursos para “proporcionar financiación asequible” a largo plazo a los países de ingresos medios y bajos. En línea con el pedido de la Argentina, este financiamiento permitiría “reducir los riesgos para la estabilidad de la balanza de pagos futuros, incluidos aquellos derivados de la pandemia y el cambio climático. Ese programa ya fue creado pero tuvo apenas cuatro desembolsos (Bangladesh, Barbados, Costa Rica y Ruanda) por apenas 2000 millones de dólares. La solicitud de Argentina para ser parte de esta asistencia sigue en mesa de entradas de la sede del FMI en Washington”.

El artículo de Zaiat es por demás esclarecedor. El FMI no es otra cosa que el brazo económico del sistema de dominación emergente luego de la segunda guerra mundial. Supuestamente fue creado para asistir a los países con problemas económicos. En realidad, lo fue para aprovecharse de dichos países, tal como lo hace cualquier usurero con una persona endeudada. El FMI implica la institucionalización de la usura a escala global. Sin embargo, desde hace décadas que la Argentina se empecina en caer en sus garras. Auque parezca mentira, todavía no hemos escarmentado. Seguimos creyendo que el FMI continúa siendo nuestro último salvavidas cuando en realidad no hace más que profundizar nuestra decadencia.

Jorge L. García Venturini afirmaba que la historia no es lo que pasó sino lo que nos pasó. De ahí la importancia de la memoria histórica. El filósofo español Jorge Ruiz de Santayana afirmó: “Quien olvida su historia está condenado a repetirla”. La historia ha demostrado que cada acuerdo con el FMI causó un enorme daño al pueblo argentino. Sin embargo, seguimos tolerando que los gobiernos que supimos conseguir sigan empecinados en su política de acercamiento al FMI. Y lo que es peor: que nosotros lo toleremos. Lo hacemos porque sencillamente nos olvidamos rápidamente de lo que nos pasó no hace dos siglos sino apenas hace veinte años. En efecto, hemos borrado de nuestra memoria colectiva la humillación a la que nos sometió el FMI cuando el gobierno estaba en manos de Eduardo Duhalde. Estoy seguro que la inmensa mayoría de los argentinos no tiene la más remota idea de quién fue Annop Singh y no recuerda que en 2002 el congreso nacional y el presidente interino se movieron al compás del ritmo impuesto por Singh.

En su libro “El saqueo de la Argentina” María Seoane escribe: “Finalmente, hacia fines de junio de 2002, Duhalde vetó parcialmente la Ley de Subversión Económicas para enviar una señal que el FMI esperaba. La ley, tal como había sido aprobada por el congreso, no lo conformaba. Los legisladores habían derogado la ley pero habían trasladado al Código Penal la figura de vaciamiento de empresas por imprudencia o negligencia. Sólo quedó en pie el artículo que castigaba el vaciamiento si se demostraba una indudable intención dolosa previa. De este modo, una vez modificada nuevamente la Ley de Quiebras y derogada la de Subversión Económica, incluido el veto de Duhalde, los banqueros, exceptuados de la Ley de Quiebras, podían no pagar sus deudas generadas de manera fraudulenta (por vaciamiento) sin que esto implicara un castigo, y exigir compulsivamente el cobro de sus acreencias o quedarse con los bienes de sus deudores. Ésa era la “seguridad jurídica” que había reclamado el FMI, junto con la inmunidad del directorio del BCRA, que debía intervenir en el saneamiento del sistema financiero (…) Lo cierto es que esta inmunidad protegía de juicios o cárcel a quienes debían hacer la cirugía al sistema financiero. El economista norteamericano Alan Freeman resumió la concepción que guiaba-bajo la ropa de la ortodoxia doctrinaria-las presiones del FMI: “Las organizaciones financieras internacionales no son neutrales. De hecho, están más o menos directamente vinculadas a los intereses de los grandes grupos de capital como si fueran negociantes de ellos”.

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