Por Luis Américo Illuminati.-

«La soledad es peligrosa. Es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente» (Carl Jung).

Amigos del Informador Público. He tomado un fragmento de Hermann Hesse -Premio Nobel de Literatura- y lo he modificado o, mejor dicho, transfigurado o adaptado a nuestra época actual, para ubicar o señalar una anomalía general de lo que podríamos llamar un mal psicosocial que presenta la sociedad argentina últimamente. He aquí lo hecho y he podido hacer (como diría cualquier hombre desvelado al que le preocupa su país).

[…] volvieron aquellos días de agonía del espíritu, días terribles de vacío interior y de desesperanza, en los cuales, en medio de la tierra destruida y esquilmada por los mercenarios que nos salen al paso, con sus muecas como un vomitivo, la sociedad y la llamada cultura con su fementido brillo de feria, todo concentrado y llevado al colmo de lo insoportable dentro de un yo colectivo enfermo; donde la masa inducida está lista para marchar obediente por las calles en cualquier momento que lo dispongan los gerentes de la pobreza y los popes gordos de los gremios. Esto diría hoy Zaratustra: gentes alocadas, no cuenten conmigo, no soporto la fastidiosa vocinglería de la multitud arrebañada que al poco tiempo de oírla me resulta intolerablemente odiosa y repugnante y entonces tengo que alejarme como de la peste. Solitario, independiente. Así es, y me gusta el contraste. ¡Ah, qué difícil es encontrar la huella de Dios en medio de este vendaval, de este descomunal desorden, en medio de esta febril época, tan falto el hombre de espiritualidad, a la vista de estos pigmeos mentales, de esta hipócrita casta política enquistada! ¿Cómo no habría yo de querer ser un lobo estepario y un anacoreta en medio de un mundo desquiciado, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención? No puedo aguantar mucho tiempo las aglomeraciones humanas, tengo agorafobia, no soporto la música fastidiosa y pesada, ni los ruidos de las estruendosas motocicletas con escape libre, no puedo entender ni compartir todas esas manías por las que tantos miles de zombis en pandilla pululan noche y día, taladrando los oídos de sus conciudadanos más débiles. En cambio, el lobo estepario busca la paz, el sosiego y el recogimiento, lo cual el vulgo no conoce, ni lo ama, ni lo busca más que si acaso en las novelas románticas que jamás leerá en su vida. Y si la masa, el vulgo, todo esto aprueba y celebra, si esta horrible música, si estas diversiones en masa son normales, entonces prefiero toda la vida ser un señor lobo estepario.

Conclusión

1. Desde el punto de vista literario, político y psicológico, entre el lobo estepario y el lobo con piel de oveja que acecha y engaña al rebaño, existe una radical diferencia en esta metáfora aplicada a la realidad humana. El primero no sale de su territorio, habita los montes y los bosques y sobrevive como puede. En cambio, el segundo, oculta su ferocidad para mezclarse entre las ovejas y así engañar a los pastores, devorándolos junto con aquéllas si no se les unen. ¿No es acaso esta metáfora la esencia del populismo, una falacia, un camuflaje, una trampa mortal para la libertad y la democracia? Todo el mundo tiene derecho a pensar como quiera, pero a lo que no tiene derecho si discrepa es a ocultar su nombre para insultar a quien tiene un pensamiento autónomo (Selbstdenken), que es el riesgo de escribir y de dar la cara, la actitud franca de lo que hablaba Lessing en el «Laocoonte», no cabe otro comportamiento del que no comulga con la barbarie de la masa.

2. El hombre-masa es un sujeto sin compromiso, irresponsable, arbitrario, infame, que hoy día es el único culpable de su ruina. Hoy está sin trabajo y culpa inicuamente de ello a Milei, sale a la calle a protestar, manipulado por punteros que lo arrean como ganado. Pero, hasta el 10 de diciembre del año pasado, junto con miles de «compañeros» llenaban muy orondos las oficinas de los organismos sin hacer nada productivo y cobrando un sueldo de arriba que le regalaba el Estado-Bribón, un leviatán burocrático o Bolsa de Trabajo para amigos y militantes creado por el kirchnerismo, dando vida a un pesadísimo elefante artificial que parecía de goma, el cual tarde o temprano tenía que explotar como una piñata, cloaca o un volcán. Por eso, los desempleados tienen una doble culpa: 1) por recargar las tintas y culpar a Milei en lugar de culpar -que es lo justo- al kirchnerismo y, 2) no exigirle a todos los que integran esa inicua banda -empezando por Cristina, Massa y Alberto- a devolver todo el dinero que se robaron del Estado. Todos sin excepción están forrados en guita (guita ajena). Todos son «magnates» que se sacaron la «Lotería Nacional» varias veces sin tener el billete ganador. Son estos «magnates del pueblo» los que dejaron el Estado agujereado como un queso Gruyere comido por ratones que hoy están tan gordos que parecen cerdos. Y los desempleados -si de verdad quieren que Argentina salga adelante- el único camino viable que tienen es apoyar a Javier Milei para que le vaya bien y así vengan empresas extranjeras que, bajo condiciones recíprocamente equitativas, inviertan en nuestro país. Así, el sector público quedará aliviado y el sector privado -que sostenía el gasto público como Atlas sosteniendo el mundo sobre sus hombros- podrá absorber el capital humano que antes artificialmente lo mantenía un Estado endeudado, quebrado y ebrio como el hombre del tango que canta su desgraciada aventura.

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