Por Hernán Andrés Kruse.-

A fines de abril y comienzos de mayo de 1974 tuvieron lugar dos hechos que pusieron en evidencia el dramatismo que caracterizaba a la Argentina de aquel entonces. El 28 de abril dos miembros del ERP-22 de Agosto ejecutaron en la vía pública al Juez Quiroga, quien en los años previos a la llegada de Cámpora al poder había tenido la osadía de investigar los crímenes cometidos por la guerrilla. Tres días más tarde, el entonces presidente Juan Domingo Perón habló desde el histórico balcón para celebrar el día del trabajador. No lo consiguió. Las columnas de la guerrilla montonera lo atosigaron todo el tiempo mientras hacía uso de la palabra. Su objetivo era sacarlo de las casillas. Lo consiguieron. En un momento el anciano líder dijo fuera de sí que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento. Cumplió con su promesa. A partir de aquella fatídica jornada el país se convirtió en un gigantesco campo de batalla utilizado por los montoneros y la derecha peronista para dirimir sus diferencias. El país entró en un virtual estado de guerra civil. Los cadáveres de ambos bandos comenzaron a apilarse a diario mientras el pueblo era dominado por la angustia y la incertidumbre. La muerte de Perón y el ascenso al poder de María Estela Martínez de Perón no hicieron más que agravar la situación. El gobierno había perdido el control del monopolio del uso legítimo de la fuerza. El vacío de poder era innegable. Ello explica el alivio que provocó en la inmensa mayoría de la sociedad el derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976.

En sus ediciones del 28 de abril y del 1 de mayo Infobae publicó dos artículos de Juan Bautista Tata Yofre rememorando ambos hechos: “Están todos condenados a muerte”: las últimas horas del juez Quiroga, asesinado por el ERP por investigar el terrorismo”, y “El discurso enojado de Perón, los insultos de Montoneros y las peleas en Plaza de Mayo: el fin del “peronismo socialista”.

Escribió el autor sobre la ejecución del juez Quiroga:

“El domingo 28 de abril de 1974 el ex juez de la Sala III de la disuelta Cámara Federal Penal (CAFEPE), Jorge Vicente Tito Quiroga, intentaba sobrellevar sus cuarenta y ocho años de vida como podía. Sabía que estaba condenado a muerte por las organizaciones armadas. No tenía trabajo, carecía de jubilación y estaba a la intemperie a pesar de las numerosas amenazas contra su vida. Era un fanático de Boca Juniors, en ese momento dirigido por el recordado arquero Rogelio Domínguez, con pasado de campeón sudamericano en 1957, racinguista y del Real Madrid. Durante 1971, junto con su amigo Horacio Rébori eran jueces de Instrucción y a los dos les ofrecieron integrar la Cámara Federal Penal de la Nación (CFPN). Quiroga aceptó pero su amigo prefirió no pegar el salto.

Ese día 28 de abril, antes de salir a la calle, leyó las principales noticias de los diarios (…) Alrededor de las 15 horas salió de su casa a buscar a su amigo para ir a la cancha (ese día Boca jugaba en la Bombonera contra Independiente), cuando a la altura de Viamonte 1506 se le acercó una moto con dos muchachos. El acompañante saltó con una ametralladora en la mano y le descargó sobre su cuerpo una ráfaga de catorce balazos. Cayó en estado de agonía y murió más tarde en el hospital Rawson. El velatorio se realizó en su casa, Viamonte 993, siendo despedido por innumerables personas (…) En la ceremonia de entierro lo despidió su colega en la Cámara Federal Penal de la Nación, Carlos Enrique Malbrán. Hizo mención a la “honda consternación de la gran familia judicial, que hoy llora la desaparición de uno de los jueces más destacados y queridos”.

Como magistrado, Jorge Vicente Quiroga había intervenido en la investigación de numerosos casos de hechos subversivos entre 1971 y 1973. Le tocó llevar el primer caso-el copamiento del pueblo Santa Clara de Saguier, en Santa Fe-pero el más resonante fue la evasión de los jefes de las organizaciones armadas del penal de Rawson, cuando huyeron a Chile Santucho, Osatinsky, Gorriarán Merlo, Quieto y Vaca Narvaja.

No sería el único miembro del mal llamado “camarón” que sufriría las consecuencias por haber intentado salvar a la Nación con el imperio de la ley. Los atentados físicos fueron acompañados por otros hechos persecutorios contra todos los miembros de la Cámara Federal Penal (…) El jefe de la Policía Federal designado por Juan Domingo Perón, Comisario General Alberto Villar, le dijo a José Ignacio Garona, uno de los miembros de la Cámara Federal, en septiembre de 1974: “Ustedes están todos condenados a muerte y no les podemos garantizar la vida”, pero el 1 de noviembre, el propio jefe de la Policía Federal fue asesinado por un comando de Montoneros. Ante tales evidencias varios de los miembros de la Cámara se refugiaron en el exterior.

El asesinato no dio punto final a la persecución a Quiroga. Ahora llegaba la hora de la humillación. Como relató uno de sus ayudantes en la ex Cámara Federal, tras confirmarse su muerte en el Hospital Rawson, los restos mortales del ex juez fueron llevados a la morgue judicial, próxima a la Avenida Córdoba, y hasta que se realizó el estudio de sus restos permaneció en el patio a la intemperie. Fue en ese momento que de una universidad próxima se abrieron las ventanas y jóvenes “militantes” entonaron la Internacional y repudiables consignas contra el cuerpo yacente de Quiroga (…).

Con el paso de los días se supo que no había sido Montoneros el que llevó a cabo la ejecución sino una organización que tenía “coincidencias” tácticas y estratégicas con la “Tendencia” y el “Peronismo de Base”, según un informe de inteligencia que se le preparó a la presidenta María Estela Martínez de Perón en octubre de 1974. Era el ERP-22 (Ejército Revolucionario del Pueblo 22 de Agosto) (…) En el marco de las investigaciones fueron detenidos Raúl Argemí (salió en libertad en 1984 y luego de vivir en España reside en la Argentina) y Marino Amador Fernández, quedando incursos y condenados por los delitos de asociación ilícita, tenencia de armas de guerra, acopio de munición y uso de documentación falsa en concurso real (…) Luego de diez años de prisión, el 15 de agosto de 1984 fueron liberados gracias a reducciones de penas y otra amnistía”.

Yofre culmina su escrito de esta manera: “El juez Quiroga sabía que por haber juzgado las acciones de la guerrilla estaba condenado a muerte”.

Escribió el autor sobre el discurso de Perón el 1 de mayo de 1974:

“(…) La jornada del 1 de Mayo de 1974 comenzó cuando el presidente se presentó ante las dos Cámaras del Congreso para inaugurar su período de sesiones número 99, con un discurso acerca de la marcha de la Nación, con párrafos claros e inequívocos que demuestran que antes del conflictivo acto de esa tarde “el escarmiento” era una decisión inmodificable. Ante la Asamblea Legislativa el Presidente declaró: “Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos. Agentes del caos son los que tratan, inútilmente, de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósito de alcanzar en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo (…) Superaremos también esta violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la constitución y la ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente” (…).

Con el enojo inocultable que le provocó la transformación del clásico diálogo con la gente en una retahíla de reproches y repudios a su gestión e insultos a su mujer, Perón (desde el histórico balcón de la Rosada) entre otras cosas dijo: “Hace hoy diecinueve años que, en este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización sindical…que se mantuvo a través de veinte años pese a estos estúpidos que gritan. Decía que a través de estos veinte años las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles y, hoy, resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años (…) Quiero que esta reunión sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica y han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía hay tronado el escarmiento (…) Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conformes con todo lo que hemos hecho” (…).

Ante el papel tan deslucido que los Montoneros estaban protagonizando ante la TV nacional e internacional, su jefe en el lugar, el Vasco o el Lauchón Horacio Alberto Mendizábal Lafuente (luego jefe del Estado Mayor Montonero) dio orden de replegar sus pancartas y usarlas para defenderse de las contrarias que esgrimían sus agresores y retirarse por donde habían venido (Facultad de Derecho, Plaza San Martín y Retiro). Al comenzar la retirada, cada vez más presurosa, las alicaídas huestes de “estúpidos e imberbes” coreaban: “¡Boludos, imberbes y boludos! Servimos a una muerta, una puta y un cornudo” y “Aserrín, aserrán, es el Pueblo que se va”.

Ese día marcó el comienzo de una etapa sombría y sangrienta para nuestro país. El párrafo del discurso de Perón recordado por Yofre es la más palpable demostración del hartazgo del entonces presidente por una organización terrorista que se le había escapado de las manos. Los montoneros y el ejército revolucionario del pueblo (ERP) le habían declarado la guerra y Perón no podía permitir semejante desafío. Y actuó en consecuencia. La Alianza Anticomunista Argentina y el poder sindical se aliaron para combatir a la guerrilla de manera impiadosa. En la vereda de enfrente, las organizaciones guerrilleras decidieron combatir a su enemigo de manera impiadosa. La guerra civil era un hecho, pese a que nunca fue declarada de manera oficial. A esa altura la democracia era una cáscara vacía pese a que, en octubre del año anterior, Perón había sido votado por el 62% del electorado. En las exequias de Perón el veterano dirigente radical Ricardo Balbín hizo un último esfuerzo en aras de la unidad nacional. Fue en vano. La violencia impuso sus códigos. La constitución de 1853 era letra muerta. La tolerancia y el respeto habían sido aplastados por la intolerancia y el fanatismo ideológico. La Argentina comenzaba a vivir horas aciagas.

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