Por Paul Battistón.-

La tecnología nos ha incorporado constantemente vocablos a lo largo del tiempo pero sólo recientemente, además de anexarnos términos correspondientes a nuevos dispositivos, le ha dado a la gente la posibilidad de generar nuevos lenguajes o formas de comunicación mediante estos dispositivos.

En un principio era una cuestión puramente técnica, diagramas de flujo, algoritmos y denominaciones para procedimientos específicos. La popularización de los elementos tecnológicos dio la primera posibilidad de generar títulos y sonidos renegados con los sonidos tradicionales; así de repente voces ridículas o forzadas como Taringa, Badongo, Cuevana, Mediafire se colaron en el habla.

En la era del Nokia 1100, los SMS llevaron la cosa un poco más allá y más que vocablos, rápidamente forzó la aparición de un idioma cuasi taquigráfico con errores ortográficos a modo de reglas de simplificación además de una ola de expertos en su velocidad de ejecución. Su peculiar característica, frases reducidas a tres letras y por consiguiente comunicación reducida a una decena de frases. Sus estragos neuronales aún perduran.

Un conocido editorial escolar más interesado en ser parte del colectivo progresivo que del colectivo instructivo supo incorporar en un tramo de algunos de sus capítulos desinstructivos la presencia de esta aberración circunstancial como reglas de la modernidad. Duró poco por suerte.

La expansión del teclado en unos centímetros y la posta tomada por WhatsApp y otros similares distendieron un poco el apretujón mental sin dejar de transparentar los daños cognitivos infligidos por el SMS aun a la vista en la exclusión de los signos de puntuación.

Las redes sociales abrieron el panorama aún más y la comunicación se volvió audiovisualtextual a nivel individual o público. Lo primero que saltó a la vista es que no todo el gran talento estaba presente en los medios audiovisuales tradicionales. Las redes pueden superar largamente (y lo hacen) los contenidos de los medios previos y todo está en manos de impertinentes desconocidos. Ninguna hipócrita propaganda política de período electoral sale indemne ante el desparpajo de la respuesta de las redes.

El meme resume en una escena (creación artística desautorizada) una terrible comunicación a ser vista, oída y leída al mismo tiempo con infaltable carga de sarcasmo e ironía (benévola maldad léase) surgida de la fricción buscada entre lo textual y lo visible del mismo.

El perrito observando melancólicamente el mar, sólo se vuelve autorreferencialmente gracioso cuando oímos nuestra propia lectura mental (no vale en voz alta) de la frase que lo acompaña “Yo aquí pensando si continuar con mi vida y mi trabajo o volverme hippie”.

La foto por sí sola no nos conduce a la comunicación que es pretendida por el creador del meme y el texto por sí solo es trágicamente alejado de cualquier sonrisa.

El resultado acorde a un meme sólo se logra con la unión de ambas herramientas (imagen y texto) a la genuina maldad de su creador de elegir a un can como actor de la misma. La sonrisa se obtiene más allá de la tragedia existencial en el hecho de usar como actor del mismo a un ser que no debería expresar esos sentimientos y al agregado subliminal de indirectamente hacer sentir al espectador como un perro.

Mucho menos comunicaría este engendro audiovisual del demonio si en lugar del perro (actuación robada) se hubiera utilizado a un ser humano haciendo destreza de actuación para lograr el estado de desánimo similar al que el animal parece tener. Tampoco existiría esta precisa comunicación si Maitena o Nick hubieran creado la escena en sus trazos respectivos.

Si creen que es demasiado análisis para un meme, entonces seguro se les pasó por alto la incapacidad segura de la I.A. de ofrecernos uno, aun cuando en poco tiempo los trabajos tecnológicos serán arrasados por la misma. Un algoritmo es pan comido para una I.A., un meme requiere sentimientos, en especial la nueva categoría de benévola maldad. Umberto Eco se anticipó 40 años; reírse es de malos.

Es imposible contarlo; se necesita verlo para entender profundamente lo que pretende ser ocultado y sólo es detectable en la fricción de su visualización con su texto fonograma aflautado de pusilánimes grititos fallidos.

En cada exposición de hipocresías calculadas del meme Alberto está la sombra detrás de su pasado reciente de divulgación mediática de pensamientos antagónicos a su actual sucesión de retratos falaces componentes del GIF de su tragedia.

Seguramente algún creativo subrepticio nos dará en algún momento ese GIF de 4 segundos que resumirá todo el valor de su existencia como ¿mandatario? Será necesario verlo para sonreír y la sonrisa surgirá como en el caso del perrito por la elección de un actor en cierta forma incorrecto con el papel. Todos sabemos que Alberto no es un mandatario.

Un detalle más jodido queda por profundizar y es la cuestión de que la mitad de los asistentes seguro ejercitará la gracia ante el probable meme GIF de Alberto o de hecho ya asume la interpretación de meme del mismo cada vez que accede a sucumbir unos segundos a sus manifestaciones de atril (la acción le está negada). Pero el resto de los asistentes, los que lo eligieron aun cuando los recortes preparatorios del meme estaban ahí tirados en el piso, expuestos y discernibles como tales, siguen aún sin reaccionar a la graciosa incompatibilidad de sus componentes.

Su copy paste maquiavélico de calidad pre Photoshop sólo es entendible como surgido de la creación de quien lo hizo, su jefa, con un subliminal menosprecio en la capacidad de los agraciados a los que se lo ofreció.

Alberto, lanzado en una red de sólo letras (pocas por regla), fue un acierto; su edición era muy burda y los redactores de mensajes de frases en tres letras no necesitaban más.

¿Quién sigue en la lista, Wado, Pichichi, Grabois (grabúa), el oso Arturo, un collage o el Señor 8,4%? Todos son potables como agua estancada.

8,4 es un buen número; no veo la razón de por qué un 30% del padrón no lo votaría y la casi totalidad de los prebendarios lo apoyaría; suena mucho más serio y concreto que la oferta de asado de un meme.

La última performance de Pichichi fue del 49,5% (nada mal); viéndola desde este número, lo de Alberto era predecible.

Wado sería una invitación para irnos directo al infierno (estas últimas 4 palabras son un meme).

El oso Arturo puede estar bien si el 25 de mayo lo anuncian.

¿Por qué todo este desperdicio de palabras?

Porque creo que ya no hablaremos más de Alberto; será innecesario como él. Salvo que cometa una locura. Es el primer meme totalmente agotado.

Aclaraciones: he incurrido en dos apropiaciones: la del meme presidente al Dr. Enrique G. Avogadro y la del candidato oso Arturo a Jorge Giacobbe (h).

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