Por Hernán Andrés Kruse.-

El verano de 1989 fue inolvidable para los argentinos. Inolvidable por lo dramático. Era el último año de gobierno de Raúl Alfonsín, quien fue elegido presidente por la mayoría del pueblo para conducir una difícil y traumática etapa post dictadura militar. La situación política, institucional, social y económica era extremadamente grave. Aún retumbaban los efectos del levantamiento carapintada de fines del año anterior y la inflación no daba tregua. Los sucesivos planes de ajuste del ministro Sourrouille no habían dado los resultados esperados. Mientras tanto el peronismo se relamía. Al igual que los tiburones, el movimiento creado por Perón siempre fue un experto en el arte de oler sangre. Los 13 paros generales de la CGT de Saúl Ubaldini habían horadado la autoridad presidencial. El malhumor social aumentaba a diario. Tal el escenario en que tuvo lugar un hecho increíble, inaudito, que hizo agitar viejos y peligrosos fantasmas.

El 23 de enero el Movimiento Todos por la Patria (MTP) invadió el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 del Ejército apostado en La Tablada. Se trataba de un residuo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) conducido estratégicamente por Enrique Gorriarán Merlo. Inmediatamente tomaron de rehenes a las autoridades y soldados que estaban en ese momento. Minutos después comenzó el combate. El edificio fue rodeado por tropas del ejército y a partir de entonces se produjo un feroz intercambio de disparos que duró dos días. Finalmente, las tropas del ejército reconquistaron el regimiento a un costo altísimo. Hubo numerosas víctimas propias y del MTP. Hubo desaparecidos. Jamás será olvidada la presencia de Alfonsín en el campo de batalla protegido por militares carapintadas. El edificio había quedado reducido a escombros. Todo era humo, fuego, desolación. Un escenario sencillamente dantesco. Durante cuarenta y ocho horas retornamos a la trágica década del setenta.

Con el paso del tiempo nos olvidamos de esta tragedia. Tal es así que muy probablemente las nuevas generaciones no tengan la menor idea de lo que sucedió en La Tablada el 23 y 24 de enero de 1989. De ahí la importancia de recordar este funesto hecho, mucho más complejo de lo que aparentó a simple vista. En su edición del lunes 23 Infobae publicó un artículo de Juan Bautista Yofre titulado “Documentos reservados: los informes sobre el sangriento ataque a La Tablada”.

Escribió el conocido periodista:

“Hoy, hace 34 años, el Regimiento de Infantería Mecanizada 3 y el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada, unidades del Ejército Argentino, eran atacados por un grupo subversivo bajo la falsa y modesta consigna de frenar un golpe de extrema derecha que ponía en serio riesgo el sistema democrático que había renacido en el país tras el trágico y fracasado Proceso de Reorganización Nacional (…) El 23 de enero de 1989 los viejos monstruos del pasado volvieron con la misma furia con la que habían atacado en la década anterior las unidades de las FFAA. Basta recordar los asaltos al Comando Sanidad (1973), Guarnición de Azul (1974) y Monte Chingolo (1975). Además retornó a la superficie Enrique Gorriarán Merlo y sus socios para tomar conciencia del grado de putrefacción en que había vuelto a caer la Argentina (…).

Sin embargo, no existen los asesinatos perfectos y, a pesar de que han fallecido los personajes centrales, aún quedan sus papeles que claman por salir a la luz. Son los documentos reservados que el teniente general Francisco Gassino, jefe del Estado Mayor, guardó para la historia (…) Por ejemplo, están las cartas que los atacantes del MTP mantenían con sus jefes en el exterior (Nicaragua), sus planes, sus consignas y los “cursos con curas, todos insertos en medios obreros y barriales” (…) En otro informe de Inteligencia, escrito a mano, se sostiene que había “un plan de emergencia luego que el gobierno del Pueblo accediese al poder. En dicho plan se incluía la disolución de las FFAA y su reemplazo por milicias populares”. Seguidamente, tomado el cuartel, con la ayuda de altavoces (y consignas escritas) se pasarían consignas con el “apoyo de un grupo extremo” atacando al coronel Mohamed Alí Seineldín y “su golpe de estado” en marcha. Sin embargo, había una contradicción entre lo que se decía y lo que se hacía. Entre lo que pensaba Gorriarán Merlo y lo que imaginaron algunos componentes de la Junta Coordinadora del alfonsinismo. “El Pelado” iba por todo mientras que a los radicales no se les ocurrió mejor idea que apantallar al MTP para denostarlo a Carlos Menem, afirmando que estaba urdiendo un golpe de estado con Seineldín y el sindicalista metalúrgico Lorenzo Miguel (…).

Otro informe de Inteligencia trata de aclarar la situación de confusión o complicidad que reinaba en la Casa de Gobierno. Lo hace a través de una reunión con el sindicalismo (cuando era justicialista), que se realizó en el camping “Ruta Sol” de la UOM, en la que participan Lorenzo Miguel, Diego Ibáñez, Roberto Monteverde, Delfor Giménez, Miguel Candores, Raúl Amín y West Ocampo. Fue en esa cumbre que Miguel “recordó que en su momento le hizo llegar al ministro (Enrique) Nosiglia un detalle sobre la infiltración de la izquierda en todos los ámbitos de la sociedad argentina, lo cual fue totalmente desoído. Los dirigentes expresaron que no avalarán más ninguna decisión del gobierno nacional que no sea combatir la izquierda”.

En un Informe Especial que recibió el general Gassino, con fecha 25 de enero de 1989, se sostiene que el candidato presidencial de la oposición, Carlos Menem, era uno de los blancos de todo el operativo de Gorriarán Merlo, el MTP y los amigos del gobierno. Uno de los puntos de dicho informe, con cierta lógica pero con una irrealidad manifiesta, concluye que “obviamente se pedirán en los próximos días las renuncias de todos los elementos que integran la cadena de responsabilidades en la detección de información y elaboración de Inteligencia Nacional y que no advirtieron ni alertaron la proximidad de episodios como La Tablada (SIDE-Ministerio del Interior)” (…).

Como respuesta al ataque del MTP el gobierno creó el Consejo de Seguridad Nacional, el 25 de enero de 1989, uno de cuyos integrantes fue el canciller Caputo. El nuevo organismo no sirvió para nada, solo para recibir consejos destinados a frenar el camino de Menem hacia la presidencia de la nación (…) Con el sacrificio de vidas humanas, el Ejército recuperó la guarnición a sangre y fuego. Según Clarín, murieron 27 terroristas y las fuerzas legales tuvieron 11 muertos y 53 heridos. En medio del fragor también murieron 2 civiles (…).

Es muy ilustrativo el artículo de Yofre. De su lectura se deduce que habría habido connivencia entre el MTP y los sectores más radicalizados de la Junta Coordinadora, columna vertebral del gobierno de Alfonsín. También se deduce que el objetivo del copamiento habría sido obstaculizar el inevitable triunfo de Menem en las elecciones presidenciales de mayo de 1989. Si los informes son verídicos estamos en presencia de una nueva demostración de fanatismo irracional de una guerrilla que creyó, una vez más, que el poder de las armas es más fuerte que la voluntad popular para torcer el curso de la historia.

Anexo

Cristina y la Ley Sáenz Peña

La presidenta de la nación acaba de conmemorar el centenario de la Ley Sáenz Peña que instauró el voto universal, secreto y obligatorio. En realidad, el centenario se cumplió en febrero, pero recién ayer (miércoles 23) el gobierno nacional celebró la trascendental norma electoral. La Ley Sáenz Peña fue sancionada por el congreso de la nación el 10 de febrero de 1912 que amplió la participación política a todos los varones nacionales y extranjeros nacionalizados mayores de 18 años. Era la época donde regía plenamente el orden conservador. Sin embargo, el presidente de entonces, Roque Sáenz Peña, era consciente de que el antiguo régimen había caducado. Miembro del sector modernista del Partido autonomista Nacional, Sáenz Peña estaba convencido de la necesidad de “democratizar” el sistema electoral vigente.

En 1902 el partido hegemónico de entonces, el PAN, se dividió a raíz de la sucesión del hombre fuerte de aquella época, Julio A. Roca. Por un lado, se aglutinaron los roquistas, los fieles seguidores del caudillo; por el otro, los seguidores de Carlos Pellegrini, los que propiciaban la renovación y el cambio dentro del régimen. Los pellegrinistas estaban al tanto del accionar de los nuevos actores sociales y llegaron a la conclusión de que la mejor estrategia para hacer frente a los nuevos tiempos, era permitiendo el ingreso al congreso de representantes de los partidos políticos emergentes, como el radicalismo y el partido socialista. De esa manera, conjeturaban, lograrían debilitar al obrerismo y el anarquismo, los actores sociales y políticos que tenían a maltraer a los “dueños” del país.

La muerte del presidente roquista Manuel Quintana y su reemplazo por Figueroa Alcorta favoreció los planes políticos del pellegrinismo. Pese a que en 1906 falleció el “líder reformador”, sus partidarios, aglutinados en torno a la Unión Nacional, lograron imponer la candidatura de Roque Sáenz Peña para los comicios de 1910. Entre la muerte de Quintana (1906) y la asunción de Sáenz Peña transcurrieron 4 años y 7 meses donde se expandieron como reguero de pólvora las huelgas, la agitación obrera y el fraude electoral. En julio de 1911 fue promulgada la ley 8130 que derogaba toda la legislación anterior sobre la formación del registro electoral, disponiendo la confección de un nuevo padrón electoral permanente sobre la base de los padrones del enrolamiento militar.

Al mes siguiente, el gobierno envió al parlamento el proyecto sobre reforma electoral, firmado por el presidente y su ministro del Interior, Indalecio Gómez. Su meta era garantizar el sufragio y crear un genuino sufragante. Para ello no cabía más que modificar el sistema electoral. Sáenz Peña estaba convencido de que un partido político no podía llevarse la totalidad de las bancas en disputa. Urgía, entonces, permitir a los partidos minoritarios tener representación parlamentaria. Tal fue el objetivo de la imposición del sistema de lista incompleta. Luego de un arduo debate, la ley fue promulgada el 13 de febrero de 1912. El régimen conservador había abierto un poco sus puertas para permitir el ingreso del radicalismo y el socialismo, para así legitimar los deseos de cambio que abrigaban los sectores medios del pueblo. Como sostiene David Rock, lo más probable es que el orden conservador jamás haya imaginado que en 1916 el ganador sería Hipólito Yrigoyen…

Esta somera descripción del proceso que desembocó en la sanción de una ley que modificó para siempre la historia política argentina, pone en evidencia que en esa época, presentada como idílica por los ideólogos actuales del orden conservador, lejos estaba de ser un ejemplo de democracia. Sólo votaban unos pocos y las mujeres eran invisibles políticamente hablando. Además, el parlamento lejos estaba de ser un ejemplo de la virtud republicana soñada por Montesquieu. En 1913, apogeo del orden conservador, José Ingenieros publicó “El hombre mediocre”. En uno de sus capítulos el filósofo positivista aludía a “la política de las piaras”. Se trata de una feroz crítica a la política de la época. En ningún momento alude al orden conservador, pero es más que probable que lo haya tenido como ejemplo. “La política se degrada, conviértese en profesión. En los pueblos sin ideales, los espíritus subalternos medran con torpes intrigas de antecámara (…) Toda excelencia desaparece, eclipsada por la domesticidad. Se instaura una moral hostil a la firmeza y propicia al relajamiento (…) Nadie piensa, donde todos lucran; nadie sueña, donde todos tragan. Lo que antes era signo de infamia o cobardía, tórnase título de astucia: lo que otrora mataba, ahora vivifica, como si hubiera una aclimatación al ridículo; sombras envilecidas se levantan y parecen hombres; la improbidad se pavonea y ostenta, en vez de ser vergonzante y pudorosa (…).

Las jornadas electorales conviértense en burdos enjuagues de mercenarios o en pugilatos de aventureros. Su justificación está a cargo de electores inocentes, que van a la parodia como a una fiesta. Las facciones de profesionales son adversas a todas las originalidades. Hombres ilustres pueden ser víctimas del voto: los partidos adornan sus listas con ciertos nombres respetados, sintiendo la necesidad de parapetarse tras el blasón intelectual de algunos selectos. Cada piara se forma un estado mayor que disculpa su pretensión de gobernar al país, encubriendo osadas piraterías con el pretexto de sostener intereses de partidos (…) Los deshonestos son legión; asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado; prestigian proyectos de grandes negocios con el erario, cobrando sus discursos a tanto por minuto; pagan con destinos y dádivas oficiales a sus electores, comercian su influencia para obtener concesiones a favor de su clientela.

Su gestión política suele ser tranquila; un hombre de negocios está siempre con la mayoría. Apoya a todos los gobiernos (…) En ciertas democracias novicias, que parecen llamarse repúblicas por burla, los congresos hormiguean de mansos protegidos por las oligarquías dominantes. Medran piaras sumisas, serviles, incondicionales, afeminadas (…) Es de ilusos creer que el mérito abre las puertas de los Parlamentos envilecidos. Los partidos-o el gobierno en su nombre-operan una selección entre sus miembros, a expensas del mérito o a favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía y por conveniencia (…) No sólo se adula a reyes y poderosos; también se adula al pueblo. Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo. Para obtener el favor cuantitativo de las turbas, puede mentírseles bajo alabanzas disfrazadas de ideal: más cobardes porque se dirigen a plebes que no saben descubrir el embuste. Halagar a los ignorantes y merecer su plauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad”.

Estas reflexiones tienen cien años de antigüedad. ¡Un siglo! Parecen haber sido escritas la semana pasada. Ingenieros habla de todos los males que sufre la democracia. La crítica sin piedad pero, al mismo tiempo, desea fervientemente que se mejore, que no se deje atrapar por la corrupción, el engaño, la codicia. Plagada de imperfecciones hace un siglo y plagada de imperfecciones ahora, la democracia sigue siendo, a pesar de ello, el único régimen político que permite al pueblo mejorarla (o empeorarla) cada vez que acude a las urnas para elegir a sus representantes, aunque algunos aún se nieguen admitirlo.

(*) Publicado en Redacción Popular el 24/10/012.

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