Por Rodolfo Patricio Florido.-

La Argentina es un país sumamente complicado para la comprensión del común de los países. Todas las encuestas, incluso las encuestadoras inequívocamente oficialistas, afirman y confirman que el 60% de los argentinos no quiere la continuidad del modelo kirchnerista. Aun así, el kirchnerismo puede continuar.

En el kirchnerismo convive el populismo sciolista neokirchnerista, que es una diversidad ideológica que en otros países sería un imposible. Comunistas, maoístas, peronistas de izquierda y de derecha, nacionalistas y un populismo sui generis. Así y todo, pueden ganar aunque el 60% del país no lo quiera.

Una equívoca reforma constitucional fabricó un sistema electoral hecho casi a la medida del peronismo, ese mismo peronismo que se crea y recrea a sí mismo, en una suerte de diversidad ideológica que transita por casi todo arco posible, un día rozando el fascismo; otro, una suerte de tercermundismo de izquierdas regionales y en alguna otra etapa, una suerte de liberalismo conservador. No todos son así pero, en el poder, muchos, se aferran en un universalismo ideológico que parece tener más de chequera que de pragmatismo de ideas.

Lo curioso de todo esto es que los mismos actores componen discursos ideológicos diversos, con igual convicción; transformando la ideología en una suerte de pensamiento gelatina que adapta su forma a cualquier tipo de envase según la necesidad circunstancial del momento.

Más curioso aún es que la oposición se refugia en supuestas diferencias con matices nimios para no transitar caminos de unidad, esperando todos y cada uno de ellos que la fortuna y/o algún golpe de suerte los coloque en una segunda vuelta electoral si el kirchnerismo, ahora gelatinizado en un sciolismo neokirchnerista, no alcanza el 40%, o bien alguno de ellos puede mantenerse a menos de 10 puntos de diferencia.

El sistema electoral es perverso pero en su momento absurdamente consensuado. Alcanza con sacar el 40% en tanto el segundo no saque más de 30. Y así reina el reino del absurdo pero legal y constitucional. Dividir la oposición es la consigna del sciolismo neokirchnerista. No es difícil lograrlo; la oposición se divide sola al inconmensurable calor de sus propios egos.

Sintiéndose mayoría, la oposición, especialmente el candidato liberal desarrollista Mauricio Macri, apuesta a la inteligencia social de los votantes opositores, sin pensar que muchas veces éste funciona como una ruleta enloquecida y termina dividiéndose de tal manera que ayudan a que la minoría se quede con el Poder.

Vendrán luego, si esto sucede, los reclamos por los errores cometidos. Nadie se hará cargo de su parte. La derrota nunca tiene responsables que se autoimputen.

Claro que al final, nadie sabe qué hará el soberano. Quizás se comporte como Macri espera y desea. Ahí creerán que tenían razón aunque haya sido la casualidad sin método la que lo deposite en la segunda vuelta electoral. Y esto es peligroso. Pensar que el acierto por casualidad es un método es casi más peligroso que equivocarse con un plan.

Algunos seres humanos tienden a terminar creyendo que la casualidad es un método y así comienzan a enterrarse cuando el comportamiento de los dados lanzados al aire los deja sin monedas en los bolsillos.

Por su parte, el peronismo sciolista neokirchnerista no tiene pruritos a la hora de sumar a como dé lugar. Hace pocos días, una diputada que ocupaba nada menos que el primer lugar para ser diputada por el Parlasur por el Frente UNA, que representa la tercera fuerza electoral de tinte opositora y, por lo tanto, definitoria para una eventual segunda vuelta electoral, abandonó el partido y se pasó al oficialismo.

Hasta aquí no sería una gran novedad en una argentina donde la clase política que hegemonizó el poder en los últimos 30 años ha cambiado de ideología sin ruborizarse. Pero la novedad fue que para la Diputada Mónica López, que era quien se había expresado de la manera más salvaje sobre Scioli, era éste ahora su nuevo líder. Antes decía: “No me sorprende el odio que me tienen. Me dedico a proponer pero también a señalar el desastre y abandono que es el gobierno de Scioli”… “Scioli no es solamente que no hace sino que se dedica a destruir”. Ahora dice: “Scioli es el mejor hombre para presidir el país”.

Y Scioli la recibió con los brazos abiertos, como si de un hijo pródigo se tratara. No pocos justicialistas y periodistas explican la traición de Mónica López como si fuera un mantra con aires celestiales, señalando que el peronismo es un partido con hambre de poder y que cuando huelen al que se está acercando, buscan su cobijo. La verdad, me parece más una definición de tiburones depredadores que van sobre los cuerpos indefensos de los marineros que se ahogan, que lo que un país necesita cuando debe buscar salir de una clara y profunda crisis traslucida por agresiones, enfrentamientos, operaciones políticas, difamaciones nefastas y ambiciones ilegítimas sólo sustentadas por el reclamo de un pedazo de carne sangrienta en una suerte de paroxismo antropofágico.

Así están las cosas: unos apuestan a la racionalidad de las masas y otros al sentido de supervivencia de éstas y a la subyugación del Poder. Unos se aterran por la cruda brutalidad de sumar a cualquier costo, mientras que los otros se alegran porque consideran que los pudores democráticos son más una debilidad que un objetivo a alcanzar.

Será finalmente el ciudadano en poco más de dos semanas el que mostrará si la democracia maduró o sigue siendo un botín de inescrupulosidades consolidada por una ciudadanía que proyecta todas sus vidas en trasladar el destino de sus vidas al arbitrio de los más poderosos.

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