Por Malú Kikuchi.-

El 18/5/2019, en una entrevista en radio Nacional, una semana antes de que CFK se auto postulara a vicepresidente en una fórmula encabezada por Alberto Fernández, el hoy Presidente decía que la senadora debía competir contra Macri, “es candidata o se va a su casa, no puede haber votos prestados. No tengo ganas de que haya un títere en la Casa Rosada, y que el poder esté en Juncal y Uruguay”.

En la misma entrevista dijo: «Sería una necedad de mi parte decir que no hubo corrupción en el kirchnerismo, cuando apareció un secretario de Obras Públicas (José López) con US$ 9 millones en el baúl del auto».

“Para mí, la palabra dada es muy importante, la palabra empeñada es muy importante. No mentir en política es muy importante y yo soy de aquellos que tienen la tranquilidad de poder decir que digo en público lo que digo en privado”. Alberto miente hasta cuando dice que no miente.

Hay demasiadas pruebas sobre las mentiras del Presidente. Son visibles, se suceden a través del tiempo y los archivos no mienten. La pregunta es, ¿para qué esmerilar al Presidente si él solito se encarga de hacerlo? Ha perdido toda credibilidad, cae en las encuestas y profundiza la grieta.

La situación del país es caótica; pandemia, cuarentena eterna (la más larga del mundo) y los contagios y las muertes aumentan. La economía con respirador artificial y pronóstico reservado. El desempleo alarma, lo que incrementa la inseguridad que no tiene una política integral coherente.

A pesar de este diagnóstico, visible para cualquiera que hable con su vecino, el Presidente presenta en medio del desastre, un proyecto de reforma judicial. En rigor de verdad, es la reforma del fuero penal federal de CABA, que juzga a CFK, sus hijos y socios. La gente no les importa.

Este proyecto de reforma tiene desde el 27/8 media sanción del Senado, votado con modificaciones de último momento, que los senadores no leyeron. No son “honorables senadores de la Nación”, son los senadores de CFK. Pero el pueblo argentino es el que le paga los sueldos, no Cristina.

Sin el agregado de la enmienda Parrilli contra “los poderes mediáticos” y los jueces, una mordaza para los periodistas independientes y para los jueces “díscolos” a las órdenes de CFK, la media sanción de la ley pasó a diputados. Aumentaron los puestos a crear de 279 a 908. ¿Quién paga?

Por supuesto que pagarán los argentinos, si se vota en diputados. A todo esto Cristina aclaró que esta no es una reforma judicial, se la endosó al Presidente, por si no sale en diputados. La reforma que sueña CFK es más profunda, puede que tribunales populares manejados por Zaffaroni.

El resultado es que el Presidente quedó mal parado, lo mismo que su ministro de Justicia, Marcela Losardo y Gustavo Beliz y Vilma Ibarra. Todos ellos personas cercanas al Presidente. Mientras Cristina sigue implacable su derrotero de venganzas múltiples, entre ellas, Alberto F.

CFK esmerila al Presidente, un Presidente que a su vez se esmerila solo. Tener de enemiga a la vicepresidente, es un problema serio. Más si se le debe el 30% de los votos. El tema es si la vicepresidente consigue su propósito, luego de solucionar sus varios procesos judiciales.

Una vez limpia de denuncias (con pruebas absolutas y comprobadas), Cristina insistirá en sacarse de encima al Presidente. ¿Cómo? Probablemente lo hará renunciar poniéndolo en una situación insostenible. Duhalde sabe algo al respecto y avisa con tiempo.

Y una vez sin Presidente, como indica la Constitución Nacional (a la que pretende cambiar), Cristina Fernández de Kirchner asumirá el lugar que está convencida que le corresponde: la presidencia de la Nación Argentina.

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