Por Carlos Tórtora.-

No son tiempos de alegría para Alberto Fernández, cuya baja en las encuestas es una tendencia ya pronunciada. Es que el presidente daba por descontado que a esta altura el gobierno se alzaría con el éxito de haber mantenido el Coronavirus en niveles bajos, pero el virus redobló sus fuerzas y puso a la Argentina en el puesto número 11 de contagios. Para la lógica del oficialismo, la única opción es mantener vigente la cuarentena más larga de la historia o reimplantarla en los principales focos del interior, es decir Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Jujuy. Con este panorama, hay quienes piensan que la Casa Rosada se propone mantener la cuarentena hasta que sea utilizable la vacuna que está desarrollando la Universidad de Oxford.

¿Qué hubiera pasado si el gobierno se hubiera reservado la cuarentena para esta instancia? Ahora la sociedad cumple a medias con las restricciones.

La imposibilidad de salir de la trampa del Covid-19 es ahora de un costo político alto para un gobierno que se consideraba triunfador y descalificaba a los países que optaron por otros esquemas de prevención.

La pérdida de la iniciativa

Este escenario realmente complicado lo es más por cuanto, como era previsible, no hay señales concretas de reactivación económica, mientras se sigue hablando de un cambio de gabinete que implicaría reconocer que el oficialismo no puede hacer frente a la crisis.

Como reflejo de las complicaciones por el Coronavirus y el parate económico, la política se puebla de señales inquietantes. A pesar de las muchas aclaraciones realizadas, Eduardo Duhalde no se desdijo de lo sustancial, cuando habló del riesgo de un golpe militar y de una guerra civil. El ex presidente planteó que vamos a una crisis de gobernabilidad. Indirectamente, este pensamiento se relaciona con el debilitamiento del poder presidencial. Alberto no es un líder carismático y su chance es la de ser un líder racional, que es lo que está por verse. Su actual adhesión a CFK, que se concreta con su apoyo a la reforma judicial más el DNU que declara servicios públicos a la telefonía, la TV paga e Internet, hace que mucho de los que lo votaron se desilusionen. Es que parecía ser un presidente dispuesto a restringir los arrebatos del kirchnerismo y ahora esto se diluye. Con no poco esfuerzo, el presidente había logrado instalar una idea de dualidad en el poder, donde la vicepresidenta era consultada pero no tenía la última palabra, esquema hoy en crisis. Si la reforma judicial no consiguiera los votos para su sanción en Diputados, el disgusto del kirchnerismo caería sobre el presidente y Sergio Massa, responsable último de conseguir los votos. Todas las miradas apuntan a esa instancia como un escalón en la profundización de la crisis.

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